120600.fb2 A su imagen - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

A su imagen - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

3

EL CUERPO DE CRISTO

Diez años después, Knoxville, Tennessee

Fuera hacía frío. La habitual calidez otoñal del este de Tennessee había dado paso a una ola de frío que hizo que los vecinos corrieran a sus pilas de troncos en busca de calor y abrigo. Decker y su mujer, Elizabeth, yacían muy juntos y adormilados delante del fuego agonizante, soñando con el crepitar de las ascuas de fondo. El calor y el fulgor del fuego invitaban a no levantarse cuando sonó el teléfono. La pequeña Hope Hawthorne, de un año de edad, dormía profundamente en la cuna de su dormitorio. Aunque sabía que era poco probable que se despertara, al tercer timbrazo Decker se levantó lentamente del suelo y se dirigió hacia el odioso aparato. Al octavo timbrazo contestó.

– ¿Diga?

– ¿Decker Hawthorne? -preguntó la voz al otro lado del auricular.

– Sí -contestó Decker.

– Soy Harry Goodman. Tengo algo que te va a interesar -la voz de Goodman sonaba excitada y controlada a la vez-. Es una historia para tu periódico. ¿Puedes venir a Los Ángeles de inmediato?

– ¿Profesor? -dijo Decker algo perplejo y no despierto del todo aún-. Menuda sorpresa. Han pasado… -Decker hizo una pausa mientras hacía recuento-. Han pasado siete u ocho años, ¿cómo está?

– Bien, bien -contestó Goodman apresuradamente, sin el más mínimo interés en prolegómenos triviales-. ¿Puedes venir a Los Ángeles? -volvió a preguntar con insistencia.

– No lo sé, profesor. ¿De qué se trata exactamente?

– Si te lo cuento por teléfono, vas a pensar que estoy loco.

– A lo mejor no. Póngame a prueba.

– No puedo. No por teléfono. Sólo te puedo decir que tiene que ver con la Sábana.

– ¿La Sábana? -preguntó Decker sorprendido-. ¿La de Turín?

– Pues claro que la Sábana de Turín.

– Verá, profesor, siento sacar esto a colación, pero me temo que lo de la Sábana ya es historia. Le hicieron la prueba de datación del carbono 14 y se descubrió que no era lo suficientemente antigua para ser el sudario de Cristo. ¿Acaso no lo leyó en los periódicos el mes pasado? Salió en primera página en The New York Times.

– ¿Pero crees que vivo en un caparazón o qué? Ya sé lo del carbono 14 -dijo Goodman. Era obvio que no le gustaba nada tener que dar explicaciones.

– Ya, entonces, ¿qué queda por contar?

– De verdad, no creo que deba hablar de esto por teléfono. Decker, puede tratarse del descubrimiento más importante de la historia desde que Colón descubrió América. Por favor, confía en lo que te digo. Te prometo que no te decepcionará.

Decker sabía que Goodman no era dado a exagerar. Era evidente que, fuera lo que fuera, tenía que ser algo bastante importante. Hizo un fugaz repaso mental a su agenda y quedó en viajar a Los Ángeles dos días después.

– ¿Quién era? -preguntó Elizabeth.

– El profesor Goodman -contestó Decker.

Elizabeth le miró extrañada.

– ¿Goodman? -preguntó-. ¿Henry Goodman? ¿Tu antiguo profesor? ¿El mismo con el que estuviste en Italia?

– Sí -dijo Decker sin demasiado entusiasmo-. Aunque es Harry, no Henry. Me temo que me voy a tener que perder la excursión a Cade's Cove el sábado. Tengo que volar a Los Ángeles para verle a propósito de una noticia.

Elizabeth no pudo evitar que la desilusión se dibujara en su rostro, pero no dijo nada.

* * *

Ya acostados, Decker y Elizabeth charlaron aquella noche sobre lo que Goodman podía haber descubierto. Decker no había hablado con él desde el otoño tres años después de que el equipo de la Sábana hiciera públicos los resultados de sus ciento cuarenta mil horas de trabajo en un informe oficial. En resumen, el informé afirmaba con toda seguridad que la imagen de la Sábana no era el resultado de una imprimación u otro método conocido de reproducir una imagen. A partir de los resultados de trece pruebas y procedimientos diferentes, se había comprobado que las marcas de la flagelación y la sangre que rodeaba los agujeros de los clavos y la herida lateral correspondían, sin lugar a dudas, a sangre humana. Las fibras debajo de la sangre no presentaban signos de oxidación, indicio de que la sangre manchó el tejido antes de cualquiera que fuera el proceso que creó la imagen. El informe concluía que aunque el lienzo podía ser lo suficientemente antiguo para ser el sudario de Jesús de Nazaret, era imposible intentar adivinar su antigüedad sin una datación con carbono 14, una prueba que no podría realizarse sin destruir un gran fragmento del lienzo.

Pero aquello había sido entonces. El avance de la ciencia había hecho posible que se pudiese realizar con toda precisión una prueba de datación con carbono 14 a partir de una muestra del tamaño de un sello. Al poco tiempo la Iglesia católica anunció que el papa Juan Pablo II iba a permitir que tres laboratorios diferentes realizaran la prueba del carbono 14 a la Sábana. La Iglesia hizo públicos los resultados algo más tarde aquel mismo año. Los laboratorios habían descubierto, con un grado de certeza del noventa y cinco por ciento, que la Sábana se había confeccionado con lino cultivado en algún momento entre 1260 y 1390, por lo que el lienzo no era lo suficientemente antiguo como para haber sido el sudario de Cristo.

– ¿Qué te ha dicho el profesor Goodman? -preguntó Elizabeth-. ¿Que iba a ser el descubrimiento más importante de la historia desde que Colón descubrió América?

– Así es -contestó Decker negando con la cabeza.

– Y si se ha demostrado que la Sábana era un fraude, ¿a qué se puede estar refiriendo?

– No lo sé -dijo Decker encogiéndose de hombros-. Lo único que se me ocurre es que Goodman haya descubierto cómo se hizo la imagen. Después de todo, sabemos que se trata de una falsificación, pero no tenemos ni idea de cómo se reprodujo la imagen en el lienzo -explicó-. Pero si eso es todo lo que ha descubierto, está sacando las cosas de quicio. No es algo que pueda compararse ni mucho menos al descubrimiento de América.

– Pues entonces tiene que haber descubierto la forma de demostrar que es auténtica -concluyó Elizabeth.

Decker negó con la cabeza.

– No, eso es una locura -remató-. La datación con carbono 14 fue concluyente. Además es axiomático que no se puede probar la existencia de Dios en el laboratorio. Aun cuando la datación fuese errónea, ¿cómo iba Goodman a probar la autenticidad de la Sábana? La ciencia puede demostrar que la Sábana es un fraude, pero intentar probar que es auténtica sería de locos -Decker hizo una pausa antes de continuar-. Por no decir que sería algo del todo increíble en una persona que, como Goodman, ni siquiera está segura de su propia existencia, y mucho menos de la de Dios.

Rieron, se besaron y pusieron punto final a la conversación por aquella noche.

Los Ángeles, California

Harry Goodman recibió a Decker en el aeropuerto de Los Ángeles. Tan pronto hubieron subido al coche, Goodman abordó el asunto.

– Seguro que recuerdas -dijo Goodman- cuánto me afectó el descubrimiento de aquellas diminutas partículas de suciedad en la zona del talón de la imagen de la Sábana.

Goodman suponía demasiado -habían pasado diez años desde lo de Turín-, pero Decker asintió educadamente.

– No tenía sentido -continuó Goodman-. Ningún falsificador medieval se habría molestado en ensuciar la Sábana si la mancha no iba a poder apreciarse a simple vista. Fue entonces cuando empecé a cuestionar mi suposición de que la Sábana era un fraude.

Decker sacudió la cabeza, tenía que haber algún malentendido. ¿Estaba Goodman sugiriendo de verdad que pensaba que la Sábana era auténtica?

– Recuerdas, estoy seguro, que algunas de las pruebas más concluyentes fueron las obtenidas por el doctor John Heller a partir de las muestras recogidas con las tiras de cinta adhesiva Mylar.

Aquello sí que lo recordaba. Heller y el doctor Allan Adler habían demostrado que las manchas eran de sangre humana y también que las imágenes se habían creado por oxidación. [9]

– Claro -contestó Decker-. Pero ¿qué puede importar todo eso ahora que sabemos que la Sábana no es lo suficientemente antigua para ser auténtica?

– Quise examinar con más detenimiento las muestras obtenidas en la zona del talón y el pie -continuó Goodman, haciendo caso omiso a la pregunta de Decker-, así que dispuse lo necesario para que me las enviaran aquí. Es posible que recuerdes que las muestras se guardaron en una maleta especialmente diseñada para ello, y que se tomaron todas las medidas necesarias para garantizar que ningún material extraño las contaminara. Cada una de ellas se catalogó conforme a la zona de la que se había extraído y luego la maleta se selló herméticamente para su transporte. Por desgracia, aquello fue como cerrar la cerca después de escapados los caballos.

»En Turín pude contabilizar más de una docena de artículos contaminados que entraron en contacto con la Sábana. Por lo menos dos miembros del equipo y tres curas la besaron. Por lo que sé, parece que la Sábana ha estado expuesta a que se la bese y toque desde que apareció. Y no olvides las manchas de óxido de aquellas viejas chinchetas. Incluso los procedimientos que empleamos para no contaminarla introdujeron algunos contaminantes. Los guantes de algodón que usamos seguro que tenían polen norteamericano, que, sin duda, pasó al tejido de la Sábana. Y ya que hablamos de otros materiales, no podemos olvidar el contrachapado ni la superficie de apoyo ni el cobertor de seda rojo.

»A lo que voy es a que en las muestras recogidas con cinta adhesiva había toda suerte de impurezas que nada tenían que ver con el origen de la Sábana o la creación de la imagen. En el informe que publicó sobre la Sábana, el doctor Heller señalaba que se habían hallado fibras naturales y sintéticas, ceniza en suspensión, pelo animal, fragmentos de insectos, cera de abeja de cirios de iglesia y un par de docenas más de otro tipo de partículas, por no mencionar esporas y polen. [10] Este caos llevó a Heller a emplear en buena parte de su examen un índice de magnificación lo suficientemente grande para examinar las sustancias que pudieran haberse empleado para crear una imagen visible e ignorar el material más pequeño e irrelevante.

»El procedimiento seguido por Heller, el más apropiado para sus propósitos, pasaría por alto el tipo de restos que yo estaba buscando. Eso fue lo que me decidió a realizar un segundo examen. Me interesaba lo que podía haber pasado desapercibido entre toda aquella maraña microscópica.

»Estoy convencido de que lo que descubrí puede explicar el misterio de la Sábana -dijo Goodman haciendo una pausa-. Pero aún hay más.

– Y bien, ¿de qué se trata? -preguntó Decker.

– ¿Qué hay de tu sentido del suspense? -le preguntó Goodman-. Pronto lo verás.

* * *

Una vez en la universidad, Goodman condujo el vehículo hasta el edificio William G. Young de la Facultad de Ciencias, en el lado este del campus de la UCLA, y estacionó en el aparcamiento de profesores. Su despacho, en la cuarta planta, estaba orientado hacia el oeste, y daba a un patio y a la Facultad de Ingeniería. La disposición era muy parecida a la que tuvo en la UT, incluido el deslucido aunque ya enmarcado cartel de «Pienso, luego existo. Eso pienso» y la última versión en impresión láser de la Primera ley del éxito de Goodman.

– Antes de nada -empezó Goodman mientras se acomodaban en el despacho-, he de confesar que te he traído hasta aquí un poco engañado.

A Decker aquello no le sonó nada bien, pero dejó proseguir a Goodman.

– Lo que vas a ver no debes contárselo a nadie. Por lo menos no todavía.

– ¿Por qué entonces tanta urgencia en que viniera? -preguntó Decker desconcertado y algo molesto.

– Verás -contestó Goodman-, necesito un testigo y creo que me lo debes. Me podías haber metido en un buen lío con mis colegas cuando publicaste la historia sobre el proyecto de Turín. El único periodista que se suponía podía estar allí era Weaver, del National Geographic. Ni siquiera estábamos autorizados a hablar con la prensa. Y justo a la semana de regresar, saltan los teletipos de medio mundo con la noticia, publicada en un periódico de Knoxville por un seudoperiodista que ha conseguido hacerse pasar por miembro del equipo. Y para colmo, ese seudoperiodista no es otro que el que se hizo pasar por seudoayudante mío.

»Me investigaron a fondo, pero pudo haber sido mucho peor. Podía haberme costado la confianza de muchos de mis colegas. Por fortuna, resultaste de ayuda mientras estuvimos allí y los demás miembros del equipo se llevaron una buena impresión de ti. Si alguien llega a pensar que había ayudado a un reportero a meterse en el equipo a sabiendas, habría saltado la alarma y me habrían excluido de todo tipo de proyectos futuros. Así que en lo que a mí respecta, me lo debes y mucho.

– Un momento, yo sólo estaba siguiendo la Primera ley del éxito de Goodman: «La distancia más corta entre dos puntos es la que se salta las normas» -contestó Decker.

Pero Goodman tenía razón y Decker lo sabía. Desde aquello le remordía un poco la conciencia por la forma en la que se había colado en el equipo de la Sábana.

– Está bien -dijo por fin-, he de reconocer que fue una mala pasada. Se lo debo. Así que ¿qué es eso que quiere enseñarme y que no puedo contarle a nadie?

– Puedes contárselo a quien quieras, pero sólo cuando te diga que lo hagas. Es más, cuando llegue el momento te pediré que des la noticia. Pero no todavía. Ahora necesito un testigo y sabes bien que no aguanto a la mayoría de los periodistas. Para ser sincero, a ti te aguanto lo justo -añadió Goodman con una sonrisa intentando quitar hierro al asunto-. Necesito a alguien en quien confiar que mantenga la noticia en secreto hasta que yo esté preparado para hacerla pública. Tú cubriste la noticia sobre la Sábana desde el principio. La gente te creerá cuando hagas público lo que te voy a enseñar, pero si la historia sale a la luz demasiado pronto, podría arruinar todo el proyecto.

– Pero, profesor, si se trata de alguna investigación, ¿por qué no la publica personalmente en alguna revista especializada?

– Por supuesto que publicaré mi trabajo más adelante con todo detalle. Pero, bueno… Me temo que tendré que romper el hielo con el público antes de revelar a mis colegas la naturaleza exacta de mi investigación.

Decker, confuso, frunció el ceño.

– El caso es que me temo que yo también he llevado a la práctica la Primera ley de Goodman. En la comunidad científica hay gente estrecha de miras que es posible que critique mis métodos. Confío en que una vez divulgados los beneficios de mi trabajo, la opinión pública sea demasiado poderosa para que mis colegas censuren esos métodos. Así, a cambio de confidencialidad ahora, obtendrás exclusividad más tarde. Según vaya evolucionando la historia, tú serás el único periodista con acceso a la noticia. Por supuesto que una vez publicada, tendré que hablar con otros periodistas, pero me aseguraré de que tú tengas la noticia una o dos semanas antes que el resto.

– ¿Qué es eso de según vaya evolucionando la historia? -preguntó Decker.

– Lo que te voy a enseñar hoy es sólo el principio. Habrá varias entregas antes de la publicación de la noticia completa.

Decker no tenía ni idea de qué era lo que había descubierto Goodman, pero no por ello dejaba de intrigarle.

– En definitiva, se puede resumir todo en cinco puntos -concluyó Goodman-. Primero, necesito un testigo en quien confiar. Segundo, me lo debes por lo de Turín. Tercero, has cubierto la historia de la Sábana desde el principio. Cuarto, si me prometes confidencialidad, yo te daré exclusividad.

– ¿Y quinto? -preguntó Decker.

– Quinto -contestó Goodman-, si haces pública la noticia antes de que yo lo autorice, pienso negarlo todo y vas a quedar en el peor de los ridículos. Jamás podrás probar nada.

– Me ha parecido entender que la gente iba a creer mi historia.

– Sí, si yo te respaldo y tú me respaldas a mí. Pero si vas por tu cuenta y yo te desmiento, la gente creerá que estás mal de la cabeza. Decker, te estoy ofreciendo la mayor exclusiva sobre el más importante de los descubrimientos científicos y no científicos de los últimos quinientos años. Y en cierta forma también el más insólito de todos.

– De acuerdo -dijo Decker-. Veamos de qué se trata.

– ¿Trato hecho? -preguntó Goodman extendiéndole la mano para sellar el acuerdo.

– Hecho -dijo Decker inclinándose sobre la mesa para apretar la mano de Goodman-. Bueno, ¿cuál es ese bombazo sobre la Sábana?

Goodman se arrellanó en su asiento, juntó las puntas de los dedos, apoyó los codos en los brazos de su butaca y miró hacia el infinito, pareciendo calcular sus palabras.

– Considera la siguiente hipótesis -empezó Goodman-. La imagen del hombre de la Sábana de Turín es el resultado de una liberación repentina de calor y energía luminosa procedente del cuerpo de un hombre crucificado en el momento en que éste experimentó una regeneración instantánea o resurrección, si se quiere.

Decker se quedó boquiabierto. Se hizo el silencio durante un buen rato y luego se echó a reír.

– ¿Me toma el pelo, verdad? Es su venganza por lo de Turín, ¿no?

– Te aseguro que hablo completamente en serio -respondió Goodman mientras Decker seguía riendo.

– Pero es ridículo -dijo Decker. Había dejado de reír y buscaba en el rostro de Goodman algo que, a pesar de la negativa, le revelase que aquello no era más que una broma. Al no hallar indicio alguno prosiguió-: Profesor, eso no es una hipótesis científica; es una profesión de fe. Y puesto que la Sábana no es lo suficientemente antigua como para ser el sudario de Cristo, ni siquiera es fe ciega, es pura ignorancia.

– ¡No es ninguna profesión de fe! Está basada en hechos y razonamientos estrictamente científicos. Es más, existe una forma de probar mi hipótesis y confirmar su veracidad.

En la mirada de Decker podía leerse su confusión.

– Está bien, morderé el anzuelo -dijo con reticencia-. ¿Cómo puede demostrarlo?

– A modo de explicación -contestó Goodman-, permíteme que te pregunte qué sabes de Francis Crick.

A Decker no le gustó el cambio de tema, pero decidió que daría una oportunidad a su viejo profesor y no hizo más preguntas.

– Sé que ganó el Premio Nobel de medicina en el sesenta y tantos…

– En el sesenta y dos -le interrumpió Goodman.

– … por descubrir junto con James Watson la estructura en doble hélice del ADN. Y sé que publicó hace unos años… -Decker intentaba por todos los medios recordar el título del libro.

– Se titulaba Life itself <strong>[11]</strong> -dijo Goodman completando la frase de Decker.

– Sí, eso es. Life itself.

– ¡Bien! -dijo Goodman-. Entonces conoces el libro.

– Lo he leído, sí -Decker intentó dejar claro por medio de la entonación que no era un libro que le mereciera demasiado respeto, pero Goodman pareció no darse cuenta.

– ¡Mejor todavía! Recuerda que, en su libro, Crick examina los orígenes posibles de la vida en nuestro planeta. Plantea la cuestión de por qué, a excepción de la mitocondria, el código genético básico de todos los seres vivos de la Tierra es idéntico. Incluso en el caso de la mitocondria, las diferencias son mínimas. Por lo que sabemos de la evolución de la Tierra, no existe una razón estructural obvia para que la codificación sea idéntica en los detalles. Crick no descarta del todo la posibilidad de que la vida se originara y evolucionara de forma natural en la Tierra, pero ofrece una segunda teoría: la de que la vida fue introducida en este planeta por una civilización muy avanzada de otro lugar. Si toda forma de vida en la Tierra tuvo un origen común, ello explicaría el aparente atasco en la evolución genética.

»Crick llama a su teoría "panspermia dirigida" y no dista mucho de la que formuló el astrónomo sir Fred Hoyle. [12] Crick señala que el lapso de tiempo transcurrido desde el big bang hace posible el desarrollo de la vida y la evolución de seres inteligentes en otros planetas nada menos que hace cuatro mil millones de años. Y eso si aceptamos la estimación bastante conservadora que fecha la creación del universo hace diez o doce mil millones de años. ¡Eso significa que en uno o más planetas de nuestra galaxia puede haber vida inteligente cuatro mil millones de años más avanzada que la vida en la Tierra!

»El profesor Crick sugiere a continuación que si esos seres inteligentes quisieran colonizar otros planetas no empezarían enviando seres de su propia especie. Para colonizar un planeta, primero hay que hacerlo habitable. Sin vida vegetal no habría oxígeno suficiente para el desarrollo de la vida inteligente, tal y como nosotros la conocemos. Y es evidente que los colonos tampoco tendrían con qué alimentarse. A fin de establecer la vegetación necesaria, no tendrían más que introducir en el planeta algún tipo sencillo de bacteria, como el alga azul-verdosa, y dejar que la evolución y los eones de tiempo hicieran su trabajo.

– Profesor -interrumpió Decker-, ya he leído el libro. Pero ¿qué tiene que ver con todo esto?

– Pues que ¿y si Crick tuviera razón? ¿Y si la vida hubiera sido introducida en la Tierra por antiguos seres de otro planeta? ¿Dónde están ahora? Bueno -continuó Goodman en respuestas sus propias preguntas-, Crick sugiere varias posibilidades. Tal vez murieran todos. Tal vez perdieran el interés en los viajes espaciales. Tal vez descubrieran que la Tierra no era adecuada para sus necesidades.

»Pero existe otra posibilidad que Crick nunca mencionó -Goodman hizo aquí una pausa para conseguir un golpe de efecto-. Es seguro que la Tierra no fue el único planeta en el que introdujeron la vida. Seguramente plantaron semillas en miles de planetas a lo largo y ancho de la galaxia, de forma que cuando finalmente regresaron a este planeta en particular, descubrieron que ya estaba poblado, y no sólo por plantas y animales. ¿Y si, debido a una insólita serie de giros paralelos en la evolución, descubrieron que estaba poblado por seres no muy diferentes a ellos mismos? ¿Lo invadirían y colonizarían de todas maneras o acaso decidirían observarlo y permitir que continuase su evolución natural?

– Profesor -volvió a interrumpirle Decker-, ¿qué tiene todo eso que ver con la Sábana de Turín?

– Piénsalo, Decker. Es posible que en algún lugar de la galaxia haya una civilización de seres miles de millones de años más avanzada que la nuestra y que haya diseminado la vida por toda la galaxia, incluida la Tierra. Creo que el hombre cuya regeneración creó la imagen en la Sábana de Turín era un miembro de esa estirpe progenitora enviado aquí como observador: un ser vivo de especie similar a la humana, pero tan superior a la nuestra que es capaz de regenerarse, y es posible que hasta hayan alcanzado la inmortalidad. No son dioses de verdad -por lo menos no en el sentido estricto del término-, pero sí algo muy parecido.

– Pero ¿es que no escucha lo que le digo? -interrumpió Decker-. ¡La Sábana de Turín no es tan antigua como para ser el sudario de Cristo! -Decker cerró los ojos y tomó aire para recuperar la compostura-. Mire, profesor -dijo pausadamente-, todo esto es completamente ridículo. Si se para a pensarlo un momento, verá lo disparatado que suena. Usted es un científico, un buen científico. Sabe diferenciar perfectamente una hipótesis razonable de una…

– ¡No estoy loco! -espetó Goodman-. ¡Así que deja de tratarme como un niño y espera a que termine!

Decker se levantó dispuesto a irse.

– Lo siento, profesor. No es a mí a quien busca. ¡Lo que necesita es a alguien del National Enquirer! <strong>[13]</strong>

Goodman abandonó su asiento y se interpuso entre Decker y la puerta.

– No estoy chiflado. Esperaba esta reacción, pero te repito que puedo probar y demostrar estas hipótesis. Sé que parece una locura, pero cuando veas lo que he descubierto en la Sábana lo entenderás.

Por fin podía la curiosidad de Decker agarrarse a algo tangible. Ya no esperaba dar con la noticia del milenio, pero tal vez descubriría qué era lo que había hecho trizas el conservadurismo científico de Goodman. Aceptó ir al laboratorio. De camino se relajó pensando en el lado cómico del asunto. ¿Qué te apuestas a que ha encontrado una mancha de mostaza -se dijo intentando no reír ante lo absurdo de la situación-. Elizabeth no se lo va a creer.»

* * *

Cuando llegaron al laboratorio, Goodman procedió a abrir un casillero cerrado con llave y sacó de su interior un estuche de plástico transparente con varias docenas de láminas portaobjetos en su interior. Decker lo reconoció como el estuche de muestras obtenidas con cinta adhesiva de la Sábana de Turín.

– Como te decía antes -comenzó Goodman-, tomé prestadas las láminas portaobjetos para examinar detalladamente las partículas de suciedad halladas en la zona del talón izquierdo de la imagen. No había vuelto a pensar en la Sábana durante los últimos años, pero cuando anunciaron que iban a hacerle la prueba del carbono 14, me acordé de algo. Me pregunté si sería posible determinar la composición específica de las partículas de suciedad halladas en la Sábana para determinar o descartar posibles orígenes de procedencia a partir de algún rasgo peculiar. En otras palabras, investigar si algo en la suciedad indicaba que ésta procedía de Oriente Próximo o si, al contrario, había algún indicio de que la suciedad procedía de Francia, de Italia o tal vez de otro lugar.

»Que procediese de Oriente Próximo o de Jerusalén mismo, incluso, no tenía por qué demostrar nada acerca del misterio de la Sábana. Si el falsificador se había molestado lo suficiente como para imprimir suciedad en la Sábana en cantidades tan diminutas que sólo un microscopio de alta definición del siglo xx pudiese detectar, entonces bien podría haber pensado también en importar la suciedad de Jerusalén. De tan lógico que es, resulta absurdo. Sólo quería echar otro vistazo.

Goodman se sentó ante un microscopio, encendió la lámpara y colocó un portaobjetos en la platina.

– En el coche te he contado que, por la naturaleza de lo que buscaba, el doctor Heller evitó emplear objetivos de gran aumento -hizo una pausa, miró a través del ocular, y ajustó los objetivos y el foco-. En mi caso -continuó levantando la vista y mirando de nuevo a Decker-, empleé objetivos de seiscientos y mil aumentos -Goodman se levantó y se retiró para permitir que Decker observara la preparación-. Esta primera muestra es la que se obtuvo directamente del talón izquierdo.

Decker movió el portaobjetos sobre la pletina y volvió a enfocar el microscopio.

– No hay mucho que ver -dijo sin apartar la vista del portaobjetos.

– Exacto -dijo Goodman-. Al principio me desilusionó bastante. Comprobé el estuche, pero las únicas muestras que había de los pies eran las pertenecientes a las heridas de clavo del pie derecho -Goodman retiró el portaobjetos cuidadosamente y volvió a colocarlo en la ranura correspondiente.

– Recuerda que el pie derecho tenía dos heridas de salida, lo que indicaba que el pie izquierdo había sido clavado sobre el derecho. El pie derecho se clavó primero, y la salida de este clavo se encontraba en el arco del pie. A continuación se clavó el izquierdo sobre el derecho, atravesando el clavo ambos pies y dejando una herida de salida en el arco del pie izquierdo y en el talón del derecho. Con todo, ninguna de las muestras parecía demasiado prometedora, porque cualquier partícula de suciedad que hubiese habido en la zona de las heridas probablemente habría quedado adherida al tejido con la sangre.

Goodman cogió un segundo portaobjetos del estuche de plástico.

– Esta muestra corresponde a la mancha de sangre del talón derecho. No es que esperara encontrar suciedad aquí, pero lo examiné de todas formas.

Goodman hizo una pausa.

– Fue entonces cuando lo descubrí.

Goodman sorteó a Decker, apagó la lámpara del microscopio y le entregó el portaobjetos. Decker tomó el portaobjetos y lo colocó sobre la pletina. Ajustó el espejo para compensar la pérdida de luz y enfocó la lente. Goodman giró el revólver y lo fijó en el objetivo de ochocientos aumentos. Decker observó como la preparación mostraba un cúmulo de partículas que le resultaban vagamente familiares; de apariencia cilíndrica, parecían incrustadas o amalgamadas en una sustancia costrosa, de coloración marrón oscuro, que supuso debía de corresponder a una gota de sangre.

Dejó pasar un instante y alzó la mirada hacia Goodman. Sus ojos estaban abiertos de par en par y su mente se debatía entre la incredulidad y la confusión.

– ¿Es esto posible? -preguntó por fin.

Goodman abrió un grueso libro de texto de medicina por una página bien marcada y señaló una ilustración en la esquina superior izquierda. Lo que Decker vio era el dibujo de algo muy parecido a lo que acababa de ver a través del microscopio de Goodman. En el pie de foto se podía leer: «Células de piel humana».

Decker volvió a mirar por el microscopio para estar seguro. Inexplicablemente, a pesar de haber pasado cientos o incluso miles de años, parecían perfectamente conservadas. Notó cómo Goodman le sorteaba de nuevo, esta vez para encender la lámpara. La luminosidad hizo que los pequeños discos se volvieran transparentes y Decker pudo ver con claridad el núcleo de cada una de las células. A los pocos segundos, la lámpara empezó a calentar ligeramente el portaobjetos. Decker se separó del ocular para restregarse los ojos y volvió a mirar.

* * *

Al calor de la luz artificial, los núcleos empezaron a moverse.


  1. <a l:href="#_ftnref9">[9]</a> John Heller: op. cit., págs. 181-188,197-200, 215-216.

  2. <a l:href="#_ftnref10">[10]</a> Ibíd., págs. 126, 163.

  3. <a l:href="#_ftnref11">[11]</a> Francis Crick (1983): Life itself, Nueva York, Simon and Schuster.

  4. <a l:href="#_ftnref12">[12]</a> Sir Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe (1979): Diseases from Space, Londres, Dent.

  5. <a l:href="#_ftnref13">[13]</a> Periódico sensacionalista norteamericano. (N. de ta T.)