120655.fb2 Aclimataci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Aclimataci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

— Demasiada tierra adentro comporta que Argo no se levante en absoluto. No quiero llegar hasta la Cara Fría — refutó Faivonen —. Tampoco te gustaría a ti. Es posible que allí haya mucho que aprender, pero sin tu poder no aprenderíamos nada.

— Podrías colocarme una batería. Se me ocurren varias maneras de aprovechar su fuerza, incluso a muy bajas temperaturas.

— El frío es muy intenso, y a ti te gusta tan poco dejar de funcionar como a mí morirme, aunque sea posible volver a ponerte en marcha de nuevo.

— Lo sé. Pero odio perder alguna información. Sin embargo, creo que me gustaría correr el albur; y tú, Sullivan y otras personas siempre decís que el peligro es la salsa de la existencia.

— Creo que decimos «la vida», no la existencia. Y decimos peligro, claro, no suicidio.

— Olvídalo, Beedee; quédate conmigo y nos detendremos muy lejos del frío, aunque este valle desemboque directamente en él. Imagina todo lo que quieras o puedas de estas rocas, de este clima y de la vida de estos contornos, y ya será suficiente.

— Nunca es suficiente. Yo puedo calcular, pero he de comprobar si tengo razón. Y tú deberías tener esto en cuenta. Tu esposa siempre lo hacía.

El silencio de Faivonen fue largo. Un ser humano se habría mostrado cohibido ante aquel paso en falso, pero Beedee no cometía tales equivocaciones. Debía de haber una buena razón, muy buena.

El hombre sabía que probablemente no la adivinaría. La docena de diamantes negros que había traído la expedición Tamniuz no había celado su composición, aunque tal conocimiento no les sirvió de nada a los ingenieros humanos, toda vez que era imposible fabricar uno de los componentes con las técnicas que poseían.

Eran exactamente lo que parecían: diamantes, estructuras de carbono con átomos sustitutivos y cristales defectuosos, construidos deliberadamente en sus entramados de forma que parecieran las operaciones de la humanidad con fichas de sílice como las fichas de circuito se parecían a los cuchillos de pedernal. Unas mil doscientas unidades celulares del entramado del diamante componían una sola unidad de estructura básica de los artefactos. Un cálculo mucho menos exacto, normalmente decía cinco mil unidades, poseían la capacidad de tomar decisiones y recordar cosas de una sola célula del cerebro humanó.

Aquellas cosas (Beedee era típico, aunque no había dos idénticas) eran como si alguien hubiese fabricado un cilindro de cristal negro, un poco mayor de seis centímetros de radio y diez de longitud, encajando los extremos con hemisferios del mismo material, y haberlos dividido para formar dos unidades. Con este volumen, un poco más de doscientos mililitros, poseían aproximadamente la capacidad de doscientos millones de células de los cerebros humanos. Algunas personas las tenían, si bien había habido una fuerte demanda (para destruirlas tal vez o enviarlas a la Tierra), por parte de algunos de los habitantes más paranoicos del planeta. No había sido ciertamente la alta estima de los derechos de la propiedad privada, característica de la cultura de aquella época, lo que le había permitido a Beedee venir a Castor.

Faivonen, por su parte, no estaba más asustado de aquella cosa de lo que había estado su esposa, pero estaba seguro de que podía pensar muchas veces más deprisa y con mayor precisión e infinitas variantes que cualquier ser humano. Había sido uno de los compañeros de Beedee, uno de los diamantes como él, quien había demostrado que el ajedrez era algo tan trivial como el más simple y aburrido de los juegos.

Algunas personas no lo habían olvidado.

Faivonen no recordaba todo esto conscientemente. Sólo se preguntó por que Beedee había mencionado a Ruta sabiendo que él sufriría; después, supuso que nunca obtendría la respuesta, y reanudó su labor. Guisó y volvió a comer, cargó su equipo y hasta que no llevaban algún tiempo caminando no volvió a hablar con su computadoragrabadora.

Entonces cambió de tema, pasando a uno de importancia más inmediata.

— No hay ningún río en este valle…

Naturalmente, puesto que ninguno llega al mar — replicó Beedee.

Ni hay charcas o balsas, pese a haber mucha vegetación. Y la cantimplora empieza a estar vacía. ¿Alguna sugerencia práctica?

— Desde el mar se veía nieve en lo alto de los acantilados. Aquí, la temperatura está muy por encima del cero. Por tanto, tiene que haber algo de agua cerca del borde, aunque sólo sea esporádicamente. Examinemos más atentamente la base del acantilado; la información geológica será útil de todos modos.

Faivonen se abstuvo de todo comentario y echó a andar hacia la parte más próxima del valle. Ya sabía que había sido excavado en roca sedimentaria, fina arenisca, cuyo actual nivel elevado sobre el mar implicaba muchas cosas respecto a las fuerzas de Medea. Al pie de los acantilados había, inevitablemente, guijarros. Estaban depositados en forma de U cerca de la bahía, contorneando el valle, lo cual indujo a los exploradores a deducir una formación glaciar anterior. Un examen más atento reveló sólo un material muy fino que parecía haber sido traído por el viento. Ahora, lejos ya de la bahía, la redondez persistía e incluso estaba exagerada; el acantilado, al menos en este lado, parecía ligeramente minado.

Lejos de las paredes del valle, la tierra parecía granito muy fino. Más cerca, contenía rocas cuyo tamaño aumentaba a medida que el acantilado iba quedando más lejos. Las partes rocosas expuestas al aire estaban muy redondeadas por la erosión.

El suelo era muy seco, a pesar de la abundante vegetación. Faivonen arrancó algunas plantas muy pequeñas y vio que sus raíces no eran profundas. Beedee estuvo de acuerdo conque debía haber un buen suministro de agua en la superficie o cerca de ella, puesto que las plantas mostraban la capacidad normal de almacenamiento de agua.

El diamante, como de costumbre, tenía razón; el suelo era sensiblemente húmedo cerca del acantilado, y por la ladera hallaron algunos charcos y balsas, donde las rocas formaban como compuertas de contención. Muy aliviado, Faivonen bebió el primer sorbo desde que había desembarcado, y llenó de nuevo la cantimplora.

Ya estaba de mejor humor, y deseoso de seguir avanzando hacia el frío. Su atavío era otra muestra de la tecnología terrestre que guardaba para usos especiales: una especie de mono de trabajo, de polimeral fino, cuya conductividad termal era extremadamente baja. Era transparente cerca de la radiación infrarroja, de forma que él podía apreciar el calor de un fuego o el de los gemelos Castor C sin tener que quitárselo. Con una especie de máscara antigua podría enfrentarse contra temperaturas muy por debajo del punto de congelación del agua, y también frente a grandes vendavales. Las temperaturas bajas significaban algo más, pero harían falta aún muchos días de viaje para llegar a tal clase de ambiente.

Cuando reanudó su camino por el valle empezó a charlar agradablemente con Beedee.

Caminaba oblicuamente al suelo a fin de que le resultase más fácil andar. La conversación giró casi por entero en torno a lo que observaban. El diamante no se mostraba muy dispuesto a contentar al humano con una conversación banal, sino que en la misma incluía mucha especulación. ¿Cuál era la causa de la elevación de toda la región de rocas sedimentarias como un solo bloque a más de quinientos metros?

Beedee efectuó ciertas mediciones donde pudo, y no encontró más de dos grados de profundidad. ¿Qué había excavado aquella garganta? ¿Un río, un glaciar? ¿Por qué no había el menor rastro ahora? Los valles sin un río central son infrecuentes, excepto en los desiertos, y aun en éstos suele haber cauces secos por donde antes fluía el agua.

Los dos globos habían derivado hacia el valle; el viento había cambiado finalmente de dirección, y todo ello podía ser un fenómeno de las mareas, como Sullivan había supuesto al acercarse con el Fahamu a esta región. Beedee se mostró de acuerdo en que tal cosa era bastante posible. Pero no quiso arriesgarse a hacer una predicción.

— Si esto es realmente una corriente de la marea, y entra en este valle por sus dos extremos, la anchura del valle, la altura de sus paredes y la dimensión de las áreas con vida, es algo importante. En el extremo que da al mar, el depósito de suministro es efectivamente infinito, pero no hemos observado aún los demás factores. Suponer que el valle conserva su actual anchura y altura en toda su longitud no sirve de nada en tanto no se sepa la longitud de las demás variantes. Yo puedo tratar esto matemáticamente, como un tubo de órgano de un corte seccional con una fuerza inductora del período de un día de Medea, pero…

— Olvídalo — le interrumpió Faivonen, que era un matemático perfecto como todos los seres humanos, pero conocía la futilidad de intentar seguir los cálculos de Beedee.

Guárdate tus ideas y comprobaremos su exactitud cuando hayamos ascendido un poco más por este tubo de órgano. ¿No es ésta una planta nueva?

— No. Es bastante común en alguna de las islas próximas al ecuador. Es la primera vez que la veo tan al norte. Claro que la latitud significa mucho menos que la longitud, en lo que respecta al clima.

La última frase llegó tras una leve pausa, como una idea repentina.

Si, lo estoy olvidando todo. Y has sido muy diplomático al conversar como si también lo hubieras olvidado; aunque no necesitaba realmente esta clase de enfriamiento. Sé cómo funciona tu cerebro.

¿Y te ofende? He observado que los seres humanos se sienten mas a gusto cuando empleo artimañas dialécticas.

— Bueno… no, no. Yo sólo deseaba no perder tiempo si nos metíamos en algún apuro.

— Naturalmente.

Cualquiera que fuese la opinión de Faivonen acerca de Beedee, sus sentimientos hacia aquella «cosa» eran fundamentalmente amistosos. Aquel diamante era una personalidad. Era incluso una persona. Su conversación normal casi hubiera podido ser grabada a la hora de la sobremesa en una convención científica; y para sus dos primeros días en Medea resultaba más excitante que una charla de sobremesa. Las únicas complicaciones se debían a los interminables problemas planteados entre el ciclo de veinticuatro horas de Faivonen y la rotación de setenta y cinco horas del satélite. Tenía que malgastar horas por la «noche». Los soles blancos y la continuidad de la aurora le concedían bastante luz para permitirle viajar cuando los soles anaranjados se hallaban por debajo del horizonte, pero el hombre y la máquina se mostraban reluctantes a ello. La vista era lo suficientemente escasa como para poder dejar de ver un dato importante, posibilidad que molestaba a Beedee aun más que al hombre. Reunir y almacenar información era el principal motivo del diamante, el equivalente de una combinación de hambre, sed y libido. Al tercer día, Faivonen despertóse pronto, al oír la voz de Beedee en su oído.

— ¡Elisha!. ¡Algo intenta reptar hasta nosotros silenciosamente!. Prepara las armas.

El hombre salió de su colchoneta neumática con el mayor silencio y la máxima rapidez posible.

— ¿Está muy lejos? — inquirió, sin saber qué resultaría más apropiado: el arco, el hacha o el cuchillo.

Ignoro la distancia lineal, puesto que no sé cuál es la energía sonora que produce. Si mantiene su actual promedio de avance, llegará dentro de unos cien segundos.

Faivonen ya estaba de pie; cogió el arco y le puso una flecha.

— ¿Qué dirección?

Las cuatro hacia donde miras ahora.

Faivonen giró a la derecha. No veía nada, pero había muchas matas, de tres metros de altura, que le impedían ver. Aún no oía nada, pues el suelo se hallaba cubierto casi por completo de musgo y hojas blandas, igual que en muchos trechos de Medea, por lo que incluso un animal grande apenas produciría ruido.

Argo empezaba a salir. El disco rojizo, adornado en el borde superior izquierdo por media luna brillante, donde los soles gemelos iluminaban su hemisferio más alejado, proporcionaba un fondo sangriento en el que el recién llegado quedaría contrastado en cualquier momento. Faivonen se preguntó si aquel ser seguía su rastro, o había tropezado con él por casualidad. Tal vez se guiase por el aire de las mareas, pero éstas apenas se habían registrado durante los dos últimos ciclos, enviando solamente una suave brisa a lo largo del valle. La brisa, pues, había cesado casi en las últimas horas, justo al levantarse el planeta de fuego; pero aún así el olor humano podía llegar hasta un olfato bien equipado.

— Se ha detenido. Ahora sólo oigo su respiración murmuró de pronto Beedee.

Faivonen levantó el arco y tensó la cuerda. Algunas alimañas de Medea podían dar saltos de varios metros…

Ésta no lo hizo. Se presentó repentinamente a la vista, por un lado de la espesura, corriendo hacia Faivonen a gran velocidad. Se movía muy de prisa, y la luz era muy pobre para que fuese posible contar sus patas y descubrir otros detalles; pero esta idea no se le ocurrió hasta más tarde. Faivonen tensó más el arco, apuntó hacia la bestia en una fracción de segundo, y disparó. El animal se ladeó ligeramente, tropezó con Faivonen y le hizo perder el equilibrio. Debía tener al menos dos veces la masa del hombre. Faivonen consiguió recuperar rápidamente el equilibrio, soltó el arco y cogió el machete.