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¿Algún otro detalle?
— Era una especie de lancero, el mayor que he visto. Tenía una rádula… la clase de lengua dentada que todos tienen, y corría con ella fuera. Si no le hubieras acertado con la flecha, la lengua te habría herido en la garganta, y ahora quedaría poco de tu cuello.
Pensé aconsejarte que lo esquivases, pero era obvio que tu reacción habría sido demasiado lenta.
¿Aún se aleja de nosotros?
Sí. No existe la menor posibilidad de que recuperes tu flecha.
— No pensaba en esto.
Al menos aquel incidente le había entretenido un poco. El diamante no lo comprendía, y le dijo a Faivonen que, de haber muerto en esta ocasión, habría terminado ya con sus aburrimiento. Faivonen no vio ninguna gracia en esta frase, aunque pensó que lo que Beedee intentaba era mostrar emoción humana. De pronto, formuló una pregunta.
— ¿De veras quieres que todas tus predicciones se cumplan y que tus cálculos sean correctos? He oído decir que tu diversión consiste en comprobar las cifras contra la observación. Es como comprobar si estás acertado constantemente, ¿verdad? La vida necesita un poco de salsa.
— ¿Te refieres a los alimentos que dejaste en la Tierra? Ya sé que no es posible realizar alguna investigación sin un poco de riesgo, pero no comprendo cómo el peligro mejora el sabor (si es esto a lo que te referías) del conocimiento o del descubrimiento.
— Estás consiguiendo comportarte como una verdadera máquina observó Faivonen.
Jugar debe reservarse para cuando la suerte está de tu parte. Mi conocimiento de los jugadores humanos es muy limitado, pero siempre me ha parecido uno de sus principales procedimientos la manipulación de la suerte.
Esos no son jugadores. Mira, tú has ganado una apuesta, ya que tu existencia está unida a la mía. Y si no te alegras, es que no estás vivo.
Nunca he presumido de estar vivo — replicó el diamante con énfasis —. Gracias por haberlo olvidado.
Faivonen no supo qué contestar.
Ya no era de noche, ni siquiera la brillante noche de la aurora y los soles blancos Castor. El viaje había empezado en el equinoccio. Cuatro días medeanos después, los puntos de levante y poniente estaban por delante de los exploradores. Los gemelos Castor C permanecían toda la jornada en el firmamento, y no se pondrían durante las treinta revoluciones de Medea en torno a Argo. Esto, al menos, resolvía la cuestión de si era o no conveniente viajar de noche.
En los días siguientes no hubo más ataques, y el aburrimiento volvió a amenazar con minar la moral del miembro humano del equipo explorador. Al séptimo día experimentó la necesidad de aliviar el aburrimiento.
Beedee, con su exacto sentido visual, había medido la distancia recorrida, trazando el mapa del valle con una exactitud muy superior a la de la raza humana. Se hallaban a la sazón a algo más de quinientos cincuenta kilómetros de la bahía, y también los globos viajaban, como hacían muchos. Los vientos aumentaban de velocidad en ambas direcciones, y cada vez había más organismos en el valle. Los vientos inferiores, cara a la bahía, eran menos intensos y de menor duración que los que soplaban a espaldas de los viajeros, pero a medida que transcurrían los días se adivinaba un cambio.
Beedee — observó Faivonen al terminar de desayunarse el séptimo día —, me hallo cansado de aguardar que suceda algo. Hace dos días me sentía inclinado a animar las cosas, osea a sazonar esta comida de tus conocimientos, apostando contigo una o dos veces. Luego, no se me ocurrió nada digno de apostar. Pero ahora ya lo tengo. Lo malo es que no estoy seguro de que la apuesta sea justa, ya que tú calculas las cosas mucho mejor que yo. Bien, creo que vale la pena probar, si has de decirme la verdad.
— ¿Probar qué? ¿Y por qué no habría de decirte la verdad?
— Lo contrario comportaría unas características humanas, que afirmas no poseer. Lo que deseo probar es una apuesta. Por ejemplo, pensaba en esos globos. El viento los impulsa hacia la cara fría del planeta; una vez allí no creo que puedan hacer nada, aparte de helarse. Podríamos apostar respecto a cuántos globos helados hay en los glaciares que los dos creemos que están a unos centenares de kilómetros de aquí, con los inciertos métodos naturales de escape que no he sido capaz de imaginar.
Faivonen hizo una pausa y tras una corta reflexión, añadió: — podríamos apostar por los vientos, que nosotros creemos afectados por la estación y las mareas. ¿Qué intensidad alcanzarán al tercer mediodía a partir de ahora? Yo sólo puedo calcularlo muy elementalmente, mientras que tus cálculos no significan nada sin unos datos referentes a la forma y longitud del valle y a la zona en que se forman los vientos.
— Cierto. Mi serie de soluciones posibles es tan amplia que cualquiera de ellas seria una mera sospecha. Sí, podríamos hacer esta apuesta, pero ¿qué podemos usar como dinero?
— Si yo pierdo, recorreremos cincuenta kilómetros más allá del mundo donde mi juicio me dice que deberíamos empezar a regresar. De este modo, tú conseguirás más datos.
— Una oferta muy tentadora ¿Puedes adelantarme el criterio en que basas este juicio?
— ¿No confías en mí? Puedo darte varios en realidad, pero no puedo adivinar qué podría suceder antes o exigir una mayor altura. Por ejemplo, si caminamos unas veinte horas sin hallar un animal comestible, ciertamente pensaré en volver. Si los vientos helados llegan muy cerca del límite inferior al que puedo continuar con vida…
— Pero si llegamos al punto superlímite, tú puedes morir. Y estos, por tanto, son los mismos factores que me recomendarían el regreso.
— Bien, esto constituiría otra apuesta. Si yo no sobrevivo, alguien te encontraría alguna vez y tú habrías ganado.
— No deseo estar desconectado, ni siquiera temporalmente. No, esto no lo consideraría como una victoria.
— ¿No quieres apostar?
— No. ¿Qué intentas conseguir? Tú no has dicho nada de lo que yo debería pagar si ganaras. Y nunca he sabido de ningún jugador que no se refiera primero a sus ganancias.
Repito que no has conocido a un verdadero jugador. Yo me contentaría con haber tenido razón en una discusión contigo. ¿Nunca te desafió Ruta a algo semejante? ¿A formular predicciones, a ver quién tenía razón?
Creí que no querías hablar de ella conmigo. Me pareció que su recuerdo te causaba un gran trastorno emocional.
Esto no es hablar de ella, sino simplemente hacerte una pregunta.
Sí, a veces trató de obligarme a adivinar lo que iba a suceder, pero nunca en forma de desafío formal.
Tengo la impresión de que intentas confundirme. La serie de posibles explicaciones… o mejor, la serie de explicaciones que se me ocurren, es mayor para tu acción que la serie de soluciones posibles al problema de los vientos del valle.
— Ya he pensado qué podrías pagarme. Sólo cesan en estos artefactos. La corrección en tu elección de palabras fue intencionada. Habías planeado la frase mucho antes de que surgiese del altavoz.
Dijiste que esto no te molestaba ni enojaba.
— Pues empieza a fastidiarme. Me recuerda, cada vez que lo haces, que tu cerebro trabaja mucho más deprisa que el mío.
Entonces, lo pararé. No es preciso apostar nada.
— Gracias. Bien, de todos modos voy a hacer una predicción. Yo afirmo que el viento que descenderá por este valle a mediodía dentro de tres días a partir de hoy tendrá una velocidad superior a los setenta y cinco kilómetros hora. ¿De acuerdo?
— Esto se halla muy cerca de la media de mi serie de posibilidades.
¿Cuál es esta media?
— Setenta y siete punto uno cuatro.
Está bien. Creí que era más alto… ¿Quieres engañarme? No serviría de nada. Sin embargo, no te permitiré cambiar los datos si te equivocas.
— No podrás impedirlo si lo exige mi conciencia observó Faivonen.
¿Quieres decir que haces esto para recordarme que controlas todas nuestras acciones? Me parece tonto.
— No había pensado en esto. Gracias.
— Me pregunto si realmente es cierto.
Faivonen no respondió, aunque la última observación del diamante le había sobresaltado de manera considerable. Calló y recogió su equipo para la reanudación del viaje. Los soles daban vueltas en el horizonte, ocultándose primero tras unos acantilados y después tras otros.