120655.fb2 Aclimataci?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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Faivonen anduvo en silencio dos o tres kilómetros. Al cabo de cinco minutos, comprendió que Beedee había realizado un trabajo competente al cambiar de tema, y que él todavía ignoraba qué riesgos corría, pero no veía la necesidad de insistir sobre aquel asunto, y estaba seguro de que el diamante no querría correr ningún peligro con su transporte. Poco a poco se sosegó, hasta el punto de prestar atención a su misión.

La escarcha se fundía por el lado más próximo del valle, bajo el brillo fulgurante de los soles gemelos, un resplandor reducido por el hecho de que uno de ellos eclipsaba al otro. Argo, el verdadero manantial calorífero de su satélite, estaba demasiado bajo para ayudar en algo, aunque un ligero recodo del valle no hubiese bloqueado su radiación del suelo del valle, a varias decenas de kilómetros de distancia.

Cuando finalmente volvió a hablar con Beedee, no fue respecto a los riesgos personales.

¿Cuánta información útil crees que podemos conseguir recorriendo cien kilómetros más? Suponiendo que esto sea posible, claro — preguntó Faivonen —. Ya tenemos una idea acertada de la geología local sin necesidad de excavar, y aún mejor respecto a la ecología y la biología. Naturalmente, cualquier información adicional siempre servirá, en esto estoy de acuerdo contigo, aún cuando no te haya atosigado para obtener más detalles precisos. Pero dime, por favor, ¿no hemos llegado ya al punto en que es necesario regresar y comunicar todo lo que hemos averiguado?

En estos aspectos, tal vez sí, fue la respuesta —. Mas la meteorología sigue inquietándome. Tenemos que aprender más cosas referentes a las mareas atmosféricas, que creo controlan todo lo que sucede en este valle. Si puedo examinarlas en detalle, opino que podemos saber mucho más respecto a la fisiografía del lado frío de Medea, mucho más de lo que podría aprenderse en muchos centenares de días terrestres en Medea, trazando su mapa… si lográsemos llegar allí. Considero vital que continuemos avanzando por algún sitio.

— Sin pensar en los riesgos.

— No, claro. Yo haré lo que pueda para mantenerte informado sobre todo lo que pueda devolvernos sanos y salvos a la colonia, aunque, igual que tú, comprendo que una exploración entraña riesgos. Al fin y al cabo, sí bien estaba seguro de que buscarías a tu esposa y, precisamente por esto, me encontrarías, no estoy tan seguro de que alguien te buscase en esta parte del satélite.

Seguramente, te buscarían a ti.

— Lo dudo. Sullivan se sentiría terriblemente tentado a buscarme, pero no abandonaría su embarcación. Y yo no apostaría mi conciencia a la probabilidad de que otro individuo del Fahamu viniese, aunque Sullivan deseara insertar tal viaje en el programa de la embarcación. Me siento tan preocupado por tu seguridad como lo estaba por…

La máquina se interrumpió.

Faivonen sabía cuál era la palabra que faltaba, así como sabía que la interrupción de la frase no era un error, sino otro acto deliberado por parte del diamante. Esta vez decidió no seguirle el juego.

De acuerdo. Continuaremos unas doce horas más, a no ser que me aconsejes que retrocedamos. Y, por favor, mantén tus sentidos alerta para descubrir animales. La situación alimenticia va empeorando.

Beedee accedió a la demanda y ambos atravesaron otra docena de kilómetros sin más incidencias que la fusión de la escarcha y el cumplimiento de la profecía de Beedee respecto al ensanchamiento del valle. Finalmente se detuvieron a descansar. No tenían nada que comer, aparte del «queso», puesto que no había vida animal; pero Faivonen encendió fuego, y con un poco de molestias excavó un hoyo para no dormir en el helado suelo. El viento empezó a contender con el calor de la manta y el saco de dormir. Los globos flotaban a gran velocidad, chocando a veces contra los arbustos.

— ¿Supones que llegan tan lejos a causa de la baja temperatura? — inquirió el hombre.

No son razones físicas tan simples. Una masa de hidrógeno u otro gas ligero sufriría la misma elevación en una atmósfera determinada a cualquier temperatura. Esos globos no se han achicado, al parecer, y un descenso de la temperatura para cierto volumen, compartido por la atmósfera ambiental, aumentaría la elevación. Naturalmente, si esas cosas pueden alterar la presión interna por medio de la contracción muscular de sus bolsas o hacer algo semejante para elevar la temperatura interna, la serie de respuestas posibles queda grandemente ampliada. Sería interesante y útil el examen detenido de una clase de esos globos.

— ¿No se ha hecho ya?

— Si se ha hecho, nadie me lo ha comunicado. Esos globos quedaron relegados a segundo término cuando se supo que no eran comestibles. Por mi parte, no aprobaría esta elevación.

— Claro que no. Bien, lo investigaremos si podemos. Tú, vigila; yo voy a dormir algunas horas.

Faivonen se colocó los anteojos.

Se despertó cinco o seis horas más tarde, terriblemente enfriado. Manteniéndose lo más abajo posible del hoyo que había cavado, donde el viento soplaba con menos fuerza, aunque seguía molestando, Faivonen colocó encima de los restos de la hoguera la mayor parte del combustible que había amontonado junto al hoyo para resguardarse del viento, y la encendió. Cuando llameó, se sentó para que el calor penetrara mejor en su cuerpo. Entonces, la voz de Beedee… no, ¡la voz de Ruta!. sonó de pronto.

— ¡Elisha!. ¡Corre al acantilado y sube deprisa!. ¡No pierdas tiempo Siendo humano, Faivonen perdió algún tiempo. Buscó el equipo que había dejado por el suelo, lo cual le costó un par de segundos. Mientras corría hacia el lado más próximo del valle, anudándose aún todo el equipo, miró hacia el valle y perdió unos segundos más.

A unos kilómetros de distancia (no pudo calcularlo con exactitud) una nube blanca bastante difusa se acercaba a ellos. Iba extendiéndose por toda la anchura del valle.

Su superficie superior estaba bien definida, pero el hombre pudo mirar hasta muy lejos por la parte inferior. Su altura en aproximadamente la mitad de la de los acantilados.

Desde el suelo no pudo calcular su velocidad, pero tuvo la fuerte impresión de que se acercaba rápidamente. La opinión de Beedee era que se trataba de algo peligroso, opinión seguramente acertada, y Faivonen aceleró la carrera.

Estaba ya a corta distancia del sitio donde los guijarros le obligaron a acortar la marcha. Poco después, llegó a una altura desde la que pudo juzgar la distancia y la velocidad de aquella amenaza. La información recibida no resultó alentadora. Faivonen comprendió que tenía muy pocas posibilidades de situarse por encima de la nube antes de que le alcanzase, pero no pensó ni un instante en rendirse y perder el tiempo intentando saber si la nube era inofensiva o no.

Los detalles se fueron aclarando cuando la nube estuvo más cerca y él hubo trepado más arriba. Recordó haber visto algo semejante en un museo de la Tierra, en un tanque de demostraciones, en donde dos líquidos repelentes entre sí se agitaban arriba y abajo. Recordó cómo se arrastraba el fluido más denso por el fondo del tanque cuando éste se inclinó lentamente, y cómo el material más ligero se vio proyectado hacia arriba y a un lado.

También recordó detalles de una situación parecida que había visto más adelante, cuando estudiaba meteorología: el corte seccional de un frente frío.

De repente supo lo que debía ser y redobló sus esfuerzos de escalada. Maldeciría su miopía más tarde, cuando recobrase el aliento.

Beedee jadeó —, supongo que ésta era tu solución. Pero no acertaste bien el tiempo.

No podía acertarlo. La región que está más allá de nuestra vista debe de ensancharse y formar una hondonada, pero no poseo datos sobre las dimensiones de tal hondonada. El enturbiamiento del gas denso bajo la influencia de las mareas tiene un período natural que no pude calcular, aunque los cambios observados en los vientos del valle eliminaban muchas posibilidades. Debía de haber efectos de embudo en varios lugares del valle, imposible de evaluar. También debe haber algún momento crítico, cuando llega la primavera, y cuando el contenido de la hondonada no sólo se vierte a cierta distancia del valle sino que inicia un efecto de sifón. Confío en que no se trate de este momento. Cuando ocurre, tiene que soplar un viento alto y continuo de bióxido de carbono hacia el mar, lo cual es sin duda la causa de la erosión peculiar observada desde el principio.

Supuse lo del CO2 cuando vi lo bien definida que estaba la parte superior del río gaseoso. Es el frente más frío que he visto en mi vida…

No malgastes el aliento hablando. Creo que has analizado correctamente la situación, pero tendrás que remontarte más alto que ese gas, o te ahogarás. Probablemente ya comprendes como yo de qué modo se formó, pero éste no es el momento adecuado para discutirlo. ¡Sube!

Está bien. Pero no emplees más la voz de Ruta, por mucho que desees llamarme la atención.

Beedee no replicó, y Faivonen continuó trepando y echando furtivas ojeadas al río de gas helado que se acercaba. Su frontera estaba claramente marcada por el agua que se congelaba en el aire al tocarla. Por en medio se divisaban diminutos copos de nieve, dando a toda la masa un aspecto brumoso desde cierta distancia.

Había también una especie de motas; Faivonen vio que eran globos, que flotaban por encima del bióxido de carbono y se elevaban cuando los alcanzaba la nube. Parecían completamente indefensos.

Faivonen empezó a experimentar dolor en sus extremidades y sintióse tentado de abandonar parte del equipo, pero pensó que, si lograba mantener aquel paso, no tardaría mucho en estar a salvo.

El borde del frente a nivel del suelo ya había pasado por debajo de él. El valle, a su derecha, estaba oculto por una capa neblinosa y blanquecina cada vez más aguda y más opaca. La hoguera ya no se distinguía a simple vista.

Elisha… a tu derecha, a diez metros… una chimenea. ¡Métete dentro'.

¿Por qué? Preguntó Faivonen torciendo hacia la dirección indicada, aunque sin comprender el motivo. Estará llena de gas, como el resto del valle dentro de poco, y no creo poder trepar por ella más deprisa.

Probablemente no, pero presiento turbulencias en los bordes. Allí, el gas está mezclado con el aire y será respirable por más tiempo. Inténtalo.

Faivonen no tenía nada que perder, aunque pensó que la escalada por el interior de la chimenea resultaría más lenta, pese a conocer bien la técnica.

Mantente lo más cerca que puedas le instruyó Beedee Habrá oxígeno más tiempo. Y unos sesenta metros más, nos salvarán de todo peligro.

Yo…

¡No hables ¡Calla y sube!. Acabo de recordar otro factor importante: el lago gaseoso que alimenta al río no debe enturbiarse por la influencia de las mareas, sino que se expande térmicamente a medida que avanza la primavera.

Faivonen miró atrás y abajo y vio que los copos de nieve se hallaban muy cerca de sus pies.

Veinte metros y estaremos relativamente a salvo. Allí hay un reborde…

El frío cortaba y penetraba profundamente en la carne. Las rocas, por contraste, parecían calientes, y Faivonen sintióse tentado de apretarse contra ellas y dejar de subir. Sin embargo, todavía quedaba oxígeno, puesto que él conservaba el conocimiento lúcido. Beedee hablaba, dándole instrucciones de cómo debía asirse con una mano, cómo debía colocar un pie…

Su visión se aclaró, y poco a poco hizo lo mismo su mente. La nieve había quedado abajo y Faivonen respiraba ya sin esfuerzo. Pero aún no estaba completamente a salvo.

Se sostenía en un reborde y no parecía hallarse en peligro de caer, pero tampoco podía abandonarlo. Por abajo, el acantilado por donde había trepado ya estaba bañado por el gas helado. Arriba, la roca era vertical y, a primera vista, imposible de escalar. A su izquierda, el reborde terminaba a unos metros de la chimenea, y en la otra dirección, aunque se extendía algo más, su final también era visible.

¿Alcanzará el gas esta altura?