120721.fb2 Algo salvaje anda suelto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Algo salvaje anda suelto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

—Estos tipos llegaron hace un par de horas de la Estrella de Norton. Traían un cargamento de corteza del árbol de fuego verde. Físicamente, la comprobación resultó perfecta hasta una aproximación de cinco decimales, y los hubiera dejado ir a no ser por algo curioso. Todos se hallan en grave estado de agotamiento nervioso, que, según dicen, es el resultado de no haber dormido prácticamente durante todo el viaje de regreso, que ha durado un mes. Y la razón es que todos ellos tuvieron pesadillas, auténticas pesadillas que les destrozaban el cerebro en cuanto intentaban dormir. Sonaba tan peculiar que me pareció oportuno proceder a una comprobación neuropática, por si hubieran contraído algún tipo de infección cerebral.

Mookherji frunció el ceño:

—¿Y para esto me sacaste de mi sala alegando una urgencia, Lee?

—Habla con ellos —aconsejó Nakadai—. Tal vez eso te impresione un poco.

—De acuerdo —dijo Mookherji, volviéndose a los astronautas—. ¿Qué hay de esas pesadillas?

Un oficial alto y bien parecido, que se presentó como teniente Falkirk, contestó:

—Yo fui la primera víctima, justo después del despegue. Casi me volví loco. Era como… bien, como si algo manoseara mi mente, llenándola de pensamientos horribles. Y todo parecía absolutamente real mientras duró. Tenía la sensación de que me ahogaba, de que mi cuerpo se transformaba en algo extraño. Sentía que la sangre se me salía por los poros… —Se encogió de hombros—. Como una pesadilla, supongo, sólo que diez veces más vívida. Cincuenta veces. Pocas horas más tarde, el capitán Rodríguez tuvo la misma clase de sueño. Imágenes distintas, pero el mismo efecto. Y luego, uno por uno, cuando a los demás les llegó su turno de descanso, empezaron a despertarse gritando. Dos de nosotros acabamos pasando tres semanas a base de píldoras euforizantes. Somos hombres muy estables, doctor; se nos ha adiestrado para soportarlo casi todo. Creo que un civil se habría vuelto loco de modo irremediable con una pesadilla semejante. No tanto por las imágenes como por la intensidad, por lo reales que eran.

—¿Y los sueños continuaron durante todo el viaje? —preguntó Mookherji.

—En cada turno de descanso. De tal modo que incluso nos daba miedo dormirnos, porque sabíamos que los diablos se nos meterían en la cabeza en cuanto lo hiciéramos. Nos drogábamos fuertemente. Pero aun entonces teníamos pesadillas, pese a nuestras mentes drogadas a un nivel en el que nadie imaginaría que pudieran presentarse los sueños. Una plaga de pesadillas, doctor. Una epidemia.

—¿Cuándo tuvo lugar el último episodio?

—En el último período de descanso antes del aterrizaje.

—¿Ninguno de ustedes ha dormido desde que salieron de la nave?

—No —respondió Falkirk.

—Tal vez Falkirk no se haya explicado bien, doctor —intervino otro de los astronautas—. Eran sueños asesinos. Como para trastornarnos la mente. Tuvimos suerte de volver cuerdos. Si es que lo estamos.

Mookherji unió las puntas de los dedos y rebuscó entre sus experiencias, tratando de hallar algún caso similar. No encontró ninguno. Sabía de alucinaciones colectivas, eso era normal; episodios en los que multitudes enteras se persuadían a sí mismas de haber visto dioses, demonios, milagros, muertos caminando, símbolos en el cielo. ¿Pero una serie de alucinaciones en secuencia, durante el sueño, en toda una tripulación de astronautas veteranos y experimentados? No parecía lógico.

—Pete —dijo Nakadai—, los hombres tienen una idea de lo que puede haberlo causado. Es una idea absurda, pero quizá…

—¿De qué se trata?

Falkirk rió nerviosamente:

—En realidad es bastante fantástica, doctor.

—Adelante.

—Bien, tal vez algo del planeta se introdujo a bordo de la nave con nosotros. Algo… digamos telepático. Que trataba de introducirse en nuestra mente en cuanto nos dormíamos. Lo que nos parecía una pesadilla, tal vez fuera esa cosa dentro de nuestra cabeza.

—Quizás haya hecho todo el viaje a la Tierra con nosotros —añadió otro astronauta—. Y puede estar aún a bordo de la nave. O suelto por la ciudad ahora.

—¿La Amenaza de la Pesadilla Invisible? —preguntó Mookherji con una sonrisita—. Me parece difícil de aceptar.

—Pero existen criaturas telepáticas —insistió Falkirk.

—Lo sé —repuso Mookherji bruscamente—. Da la casualidad de que soy una de ellas.

—Doctor, lamento si…

—Pero eso no me lleva a buscar telépatas por todos los rincones. No es que rechace la idea de una amenaza desconocida, pero juzgo más probable que contrajeran allí algún tipo de inflamación cerebral. Un virus, una variedad de encefalitis que se manifiesta en forma de alucinaciones crónicas.

Los astronautas parecían molestos. Indudablemente, preferían ser víctimas de un monstruo que les atacaba desde el exterior que de un virus desconocido alojado en su cerebro. Mookherji continuó:

—No digo tampoco que sea eso. Sólo estoy tanteando hipótesis. Sabremos más cuando hayamos hecho algunos tests. —Consultó el reloj y se volvió hacia Nakadai—: Mira, Lee, no hay mucho más que pueda descubrir por el momento y tengo que volver con mis pacientes. Quiero que estos hombres sean sometidos a toda una serie de comprobaciones neuropsicológicas. Que se envíen los resultados a mi despacho en cuanto se obtengan. Aplica los tests en series programadas y empieza por hacerles dormir, de dos en dos, después de cada serie. Enviaré a un técnico para que te ayude a manipular la telemetría. Quiero que se me notifique inmediatamente si hay alguna experiencia de pesadilla.

—De acuerdo.

—Que cada uno firme los resultados de su telepatía. Les haré unas pruebas mentales preliminares esta tarde, una vez que haya tenido la oportunidad de estudiar los descubrimientos clínicos. Mantén la cuarentena absoluta, por supuesto. Lo que sea podría resultar contagioso. Hay que ir sobre seguro.

Nakadai asintió. Mookherji lanzó una sonrisa profesional a los seis sombríos astronautas y salió meditabundo. ¿Un virus de pesadilla? ¿O un organismo invisible y extraño que intervenía la mente? No estaba seguro de cuál de las dos ideas le gustaba menos. Probablemente, pensó, habría alguna explicación prosaica y normal para ese mes de malos sueños: la comida contaminada, o una ligera avería en el reciclador de atmósfera. Una explicación simple y corriente.

Probablemente.

La primera vez que ocurrió, el vsiir no estaba seguro de lo que había sucedido realmente. Había alcanzado una mente humana y se había producido una reacción inmediata y vehemente. El vsiir había retrocedido, alarmado por la furia de la respuesta. Y un momento después, ya no pudo localizar de nuevo la mente, en absoluto. Sin duda, se dijo el vsiir, se trataba de un mecanismo de defensa, mediante el cual los humanos defendían su mente contra los intrusos. Sin embargo, eso parecía improbable, ya que, de todos modos, la mente humana se mantenía la mayor parte del tiempo eficazmente preservada. A bordo de la nave, cada vez que el vsiir había conseguido deslizarse a través de los muros que guardaban la mente de uno de los tripulantes, había tropezado siempre con una gran turbulencia —indudablemente los humanos no disfrutaban con el contacto mental con un vsiir—, pero jamás esta cerrazón completa, este total rechazo de sus señales.

Desconcertado, el vsiir lo intentó de nuevo, adelantándose hacia otra mente abierta, situada no lejos de donde estuviera la que se había desvanecido:

—Présteme atención, por favor. Un momento de consideración para un individuo confuso de otro mundo, víctima de circunstancias desafortunadas que…

De nuevo la respuesta violenta, un brillo repentino y tremendo de energía mental, un relámpago ardiente de temor y dolor, y el shock. Y de nuevo, momentos después, el silencio completo, como si el humano se hubiera retirado tras una barrera impermeable. ¿Dónde está? ¿Dónde se ha ido? El vsiir, muy preocupado, corrió el riesgo de crear un receptor óptico que funcionara en el espectro visible —y que, por tanto, sería visible para los humanos— y examinó la escena. Vio a un humano en una cama, completamente rodeado de una maquinaria complicada, en la que se encendían una tras otra muchas luces de colores. Otros humanos, con aspecto agitado, corrían hacia el lecho. El que yacía en él permanecía muy quieto. Ni siquiera se movió cuando un brazo de metal descendió bruscamente y le clavó una aguja larga y brillante en el pecho.

De pronto, el vsiir lo comprendió todo.

¡Los dos humanos debían de haber sufrido la aniquilación de la existencia!

Apresuradamente, disolvió el receptor del espectro visible y se retiró a un rincón para meditar sobre lo sucedido. Primer dato: dos humanos habían muerto. Segundo dato: habían muerto un instante después de recibir la transmisión mental del vsiir. Problema: ¿la transmisión mental había originado la muerte?

La posibilidad de que pudiera haber destruido dos vidas era algo desconcertante y aterrador. Al vsiir le sobrecogió un frío tan intenso que su cuerpo se encogió en una bola tensa y dura, anulados todos los procesos de pensamiento. Necesitó varios minutos para recuperar un estado plenamente funcional. Si sus intentos de comunicarse con los humanos producían efectos tan horribles, se dijo, las probabilidades de encontrar ayuda en este planeta eran muy escasas. ¿Cómo arriesgarse a intentar el contacto con otros humanos, si…?

Le asaltó un pensamiento consolador. Comprendió que estaba sacando una conclusión apresurada basándose en pruebas parciales, a la vez que pasaba por alto algunos argumentos poderosos contra esta conclusión. Durante todo el viaje a este mundo, había estado estableciendo contacto con los humanos, los seis tripulantes, y ninguno de ellos había muerto. Eso era buena prueba de que los humanos podían soportar el contacto con la mente de un vsiir. Por tanto, el contacto solo no podía ser el causante de aquellas dos muertes.

Probablemente, era una coincidencia el que se hubiera acercado sucesivamente a dos humanos que se hallaban a punto de terminar. ¿Sería éste un lugar donde se trajera a los humanos cuando su fin estaba próximo? ¿Habrían muerto de todos modos aunque él no hubiera intentado establecer contacto? ¿El intento de contacto suponía una intensificación en la disminución de energía suficiente para impulsar a los dos hacia su fin? El vsiir lo ignoraba. Y se sentía incómodo al comprobar cuántos hechos importantes desconocía. Sólo de una cosa estaba seguro: se le acababa el tiempo. Si no encontraba ayuda pronto, la decadencia metabólica se iniciaría, seguida por la rigidez metamórfica, seguida por la pérdida fatal de adaptabilidad, seguida por… el fin.

El vsiir no tenía alternativa. Continuar sus intentos de establecer contacto con un humano era la única esperanza de supervivencia.

Cauta, tímidamente, empezó de nuevo a enviar sus tentáculos buscando una mente adecuadamente receptiva. Ésta se hallaba bien cerrada, Y ésta también. Y todas. ¡No había ninguna entrada! El vsiir se preguntó si las barreras que los humanos poseían estaban especialmente diseñadas para evitar la intrusión de una conciencia no humana o bien protegían a cada humano contra toda clase de contactos mentales, incluido el contacto con otros humanos. Si existía un contacto de humano a humano, el vsiir no lo había detectado, ni en este edificio ni a bordo de la nave espacial. ¡Qué raza tan extraña!

Tal vez sería mejor probar un nivel diferente del mismo edificio. Se introdujo fácilmente bajo una puerta cerrada y subió por la escalera de servicio al piso superior. De nuevo envió sus tentáculos. Una mente cerrada aquí, y aquí, y aquí… Y al fin una receptiva. El vsiir se dispuso a enviar su mensaje. Para mayor seguridad, rebajó la potencia de la transmisión, reduciendo su pensamiento a un simple susurro:

—¿Me oye? Le habla un ser extraterrestre perdido. Necesita ayuda. Desea…

Del humano le llegó una respuesta aguda, muda pero inconfundiblemente hostil. El vsiir se retiró inmediatamente. Esperó aterrado, temiendo haber causado otra muerte. No; la mente humana seguía funcionando, aunque ya no estaba abierta, sino rodeada por la especie de barrera que los humanos llevaban normalmente. Abrumado, decepcionado, se alejó reptando. Otro fracaso. Ni siquiera un instante de contacto significativo, de mente a mente. ¿No habría modo de llegar a esa gente? Continuó con desaliento su búsqueda de una mente receptiva. ¿Qué otra cosa podía hacer?

La visita al Centro de Cuarentena había retrasado en cuarenta minutos el programa matinal del doctor Mookherji. Eso le molestaba. No podía culpar a los de Cuarentena por sentirse preocupados ante el caso de los seis astronautas y las alucinaciones crónicas, pero, en su opinión, la situación, aunque misteriosa, no era lo bastante grave como para llamarle con urgencia. Fuera lo que fuera lo que había trastornado a los astronautas, ya saldría a la luz a su debido tiempo. Mientras tanto, permanecían totalmente aislados del resto del puerto espacial. Nakadai debía de haber hecho más tests antes de llamarle. Estaba resentido por haber tenido que robar tiempo a sus pacientes.

No obstante, mientras iniciaba con retraso su ronda de la mañana, Mookherji se calmó con un esfuerzo deliberado. No sería bueno, ni para él ni para sus pacientes, que les visitara vencido por la tensión y la irritación. Se suponía que iba a curarles, no a contagiarles su ansiedad. Dedicó unos instantes al ejercicio rutinario de la relajación progresiva, de modo que cuando entró en la habitación de su primer paciente —la de Satina Ranson—, se sentía considerablemente amable, tranquilo.