120721.fb2 Algo salvaje anda suelto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

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—No las tuvo ninguno —dijo Nakadai—. Falkirk y Rodríguez han estado durmiendo desde las once. Como corderitos. A Schmidt y Carroll se les permitió que se durmieran a la una y media. Webster y Schiavone se echaron a las tres. Y los seis siguen roncando, durmiendo como si no lo hubieran hecho en años. Tengo un importante equipo vigilándolos y todas las lecturas son perfectamente normales. ¿Quieres que te envíe los datos?

—¿Para qué? Si no sufren alucinaciones, ¿qué puedo obtener de ellos?

—¿Significa eso que te propones saltarte las pruebas mentales esta noche?

—No lo sé —repuso Mookherji, encogiéndose de hombros—. Sospecho que no vale la pena, pero dejemos eso en el aire. Terminaré mi ronda de noche hacia las once y, si hay alguna razón para introducirme entonces en la mente de esos astronautas, lo haré. —Frunció el ceño—. Pero, oye…, ¿no dijeron todos que habían sufrido pesadillas en cada turno de sueño?

—Exacto.

—Pues ahí los tienes, durmiendo fuera de la nave por primera vez desde que empezaron las pesadillas, y ninguno de ellos presenta el menor problema. Ni hay señal de posibles lesiones de cerebro causadas por las alucinaciones. ¿Sabes una cosa, Lee? Estoy empezando a creer en la hipótesis bastante tonta que esos hombres me propusieron esta mañana.

—¿Que las alucinaciones fueron causadas por algún ser extraño e invisible? — preguntó Nakadai.

—Algo parecido. Lee, ¿en qué condiciones está la nave en que vinieron?

—Ha pasado por todas las comprobaciones rutinarias de desinfección y ahora se encuentra en un vector de aislamiento, hasta que tengamos alguna idea de lo que ocurre.

—¿Podría yo subir a bordo? —preguntó Mookherji.

—Supongo que sí, pero…, ¿para qué?

—Por esa absurda idea de que algo externo causara las pesadillas. Tal vez esté todavía a bordo de la nave. Tal vez un telépata de nivel inferior como yo logre detectar su presencia. ¿Puedes conseguirme rápidamente el permiso?

—En diez minutos —dijo Nakadai—. Yo mismo iré a recogerte.

Llegó prontamente en un vehículo convencional de ruedas. Mientras se dirigían al terreno de aterrizaje, entregó a Mookherji un traje espacial y le dijo que se lo pusiera.

—¿Para qué?

—Querrás respirar dentro de la nave, ¿no? Precisamente ahora está en vacío… Decidimos que no era seguro dejarla con atmósfera. Además, está cargada de radiactividad debida al proceso de descontaminación. ¿De acuerdo?

Mookherji se metió en el traje con algún esfuerzo.

Llegaron a la nave, una nave interestelar standard, sin gravedad, que parecía pequeña y solitaria en un ángulo del campo. Un cordón de robots la mantenía aislada. Avisados desde el Centro de Control los robots dejaron pasar a ambos doctores. Nakadai se quedó fuera. Mookherji se introdujo en el pasillo de seguridad y, una vez que la escotilla hubo cumplido el ciclo de admisión, entró en la nave. Fue con cautela de un camarote a otro, como el hombre que camina por una selva de la que se dice que hay un jaguar en cada árbol. Mientras miraba a su alrededor, se puso con toda la rapidez posible en receptividad telepática total, muy abierto, esperando el contacto telepático con cualquier cosa que se escondiera en la nave. ¡Adelante! Haz lo que quieras contra mí.

Silencio completo en todas las ondas mentales. Mookherji siguió recorriendo todos los departamentos: la bodega, los camarotes de la tripulación, la cabina de mandos. Todo vacío, todo quieto. Estaba seguro de poder detectar la presencia de una criatura telepática, por extraña que fuera. Si era capaz de alcanzar la mente de los astronautas dormidos, podría alcanzar también la mente de un telépata despierto. Al cabo de quince minutos, dejó la nave, ya satisfecho.

—No hay nada aquí —dijo a Nakadai—. Seguimos igual que antes.

El vsiir empezaba a desesperar. Llevaba todo el día dando vueltas por aquel edificio; a juzgar por la cualidad de las radiaciones solares que entraban por las ventanas, estaba a punto de caer la noche. Y aunque había mentes abiertas en todos los niveles de la estructura, no había tenido la suerte de establecer contacto. Al menos, no se habían producido más muertes. Pero se repetía aquí la misma historia que en la nave: en cuanto el vsiir alcanzaba una mente humana, la reacción era tan negativa que hacía la comunicación imposible. Y sin embargo, seguía probando, una mente tras otra, incapaz de creer que en todo el planeta no hubiera un solo humano a quien contar su historia. Confiaba en no causar un daño grave a las mentes a las que se acercaba, pero debía pensar en su propio destino.

Tal vez esta mente fuera la indicada. El vsiir empezó una vez más a contar su historia…

A las nueve y media de la noche, el doctor Peter Mookherji, muy tenso y con los ojos inyectados en sangre, se lanzó a cumplir sus responsabilidades neuropatológicas. La sala estaba llena: un colapso esquizofrénico, un estancamiento catatónico, Satina en su coma, media docena de histerias de rutina, un par de casos de parálisis, un afásico y muchos más, lo bastante para mantenerle en pie dieciséis horas al día y agotar al límite sus poderes telepáticos (por no mencionar su habilidad médica convencional). Algún día acabaría la prueba de su residencia. Algún día dejaría el hospital e instalaría su clínica privada en una dulce isla tropical; y se iría a Bombay durante los fines de semana para ver a su familia; y pasaría las vacaciones en planetas de distintos sistemas, como un próspero médico especialista… Algún día. Intentó borrar esas fantasías deliciosas de su mente. Si has de pensar en algo, se dijo, piensa en la medianoche. Entonces podrás dormir. Un hermoso, hermoso sueño. Y luego, por la mañana, todo empezará de nuevo. Satina y el coma, el esquizofrénico, el catatónico, el afásico…

Al salir al vestíbulo, yendo de un paciente a otro, su microrreceptor le avisó:

—Doctor Mookherji, por favor, preséntese de inmediato en el despacho del doctor Bailey.

¿Bailey? ¿El director del Departamento de Neuropatología seguía a estas horas en su despacho? ¿Qué ocurría? Pero, por supuesto, no podía ignorarse esa orden. Mookherji avisó al control central de que le habían pedido que interrumpiera su ronda y se dirigió rápidamente, corredor abajo, hacia la puerta de cristal en la que se leía: «Samuel F. Bailey. Doctor en Medicina».

Encontró allí por lo menos a la mitad del personal de Neuropatología: cuatro residentes como él, la mayoría de los internos, incluso algunos doctores de alto nivel. Bailey, un hombre de unos cincuenta años, de rostro grueso y pelo color arena, con una formidable reputación profesional, repasaba gruñendo un montón de notas. Apenas saludó a Mookherji, limitándose a una leve inclinación de cabeza. No estaban en los mejores términos. Bailey, algo anticuado en su actitud, no había aceptado demasiado bien la llegada de la telepatía como instrumento para el tratamiento de los problemas mentales.

—Como estaba diciendo —empezó Bailey—, estos informes se han ido acumulando durante todo el día, y al final han venido a caer sobre mí, sabe Dios por qué. Escuchen: dos pacientes cardíacos, sometidos a sedantes, sufren un shock repentino y violento, descrito por un doctor como sobrecarga sensorial. Uno reacciona con el paro cardíaco; el otro con una hemorragia cerebral. Ambos mueren. Un paciente tratado para la reestabilización endocrinológica recibe una descarga de adrenalina mientras está dormido y experimenta un retraso de seis meses. Un paciente sometido a cirugía del cerebro se agita en la mesa de operaciones, a pesar de la anestesia adecuada, y resulta malherido por el láser. Etcétera, etcétera… Graves problemas en todo el hospital a lo largo del día. La comprobación de los esquemas de EEG llevada a cabo por la computadora demuestra que catorce pacientes, aparte los ya mencionados, han padecido graves ataques de pesadillas en las últimas once horas, y casi todos ellos de tal impacto que el paciente ha sufrido cierto grado de daño físico, con frecuencia, un auténtico daño fisiológico. El Centro de Control no ha informado de epidemias previas de pesadillas. No hay razón para sospechar de un error en las dietas o de una causa similar para el estallido. Sin embargo, los pacientes dormidos siguen sufriendo, y aquellos cuya condición es especialmente crítica se hallan expuestos a un grave riesgo. Con una efectividad inmediata, se ha dejado de dar sedantes a los pacientes en los casos en que esto era posible y se han programado de nuevo los horarios de sueño, pero, indudablemente, no es un expediente demasiado efectivo si la situación continúa hasta mañana. —Hizo una pausa, recorrió la habitación con los ojos hasta posarlos en Mookherji—. El Centro de Control ha emitido una hipótesis. Es posible que un individuo psicopático, con fuerte poder telepático, circule libremente por el hospital, interfiriendo con los pacientes dormidos y transmitiéndoles imágenes que adoptan la forma de horribles pesadillas. Mookherji, ¿qué opina de esa idea?

—Es perfectamente plausible, supongo —repuso Mookherji—, aunque no puedo imaginar por qué un telépata desea ir por ahí repartiendo pesadillas turbadoras. ¿Es que el Centro de Control ha relacionado esto con el asunto del edificio de Cuarentena?

Bailey consultó las hojas de la computadora.

—¿Qué asunto es ése?

—Seis astronautas, que llegaron a primera hora de esta mañana, informaron de que todos ellos habían sufrido de pesadillas crónicas durante el viaje de regreso. El doctor Lee Nakadai ha estado sometiéndoles a pruebas. Me llamó a consulta, pero no pude descubrir nada útil. Imagino que habrá algunos informes de Nakadai en mi despacho, pero…

—El Centro de Control —dijo Bailey— parece preocupado únicamente por los sucesos del hospital, no del complejo del puerto espacial en conjunto. Y si los seis astronautas sufrieron las pesadillas durante el viaje, no veo el modo de que sus síntomas se contagiaran a…

—De eso se trata exactamente —le interrumpió Mookherji—. Ellos tuvieron sus pesadillas en el espacio. Pero están durmiendo desde esta mañana, y Nakadai dice que descansan pacíficamente. Mientras tanto, aquí se ha producido una plaga de alucinaciones. Lo que significa que, fuera lo que fuese lo que les molestó durante el viaje, hoy anda suelto por el hospital… Una entidad capaz de originar sueños tan horribles como para llevar a unos astronautas veteranos al borde del ataque de nervios y que dañan seriamente, o matan incluso, al que tiene mala salud. —Advirtió que Bailey le miraba de un modo extraño y que no era el único. Con un tono más controlado, Mookherji añadió—: Lamento si esto les suena fantástico. He estado haciendo comprobaciones todo el día, de modo que he tenido tiempo para acostumbrarme a la idea. Y todo empieza a encajar precisamente ahora. No quiero decir que mi idea sea forzosamente la correcta. Lo que digo, sencillamente, es que se trata de una idea razonable, que se ajusta a la propia idea de los astronautas sobre lo que estaba molestándoles, que se corresponde al desarrollo de la situación… y que merece una investigación a fondo, si hemos de detener esto antes de perder más pacientes.

—De acuerdo, doctor —dijo Bailey—. ¿Cómo piensa llevar a cabo la investigación?

Mookherji se sintió abrumado. No había parado en todo el día estaba a punto de retirarse a descansar. Y ahora Bailey le ponía bruscamente al frente de aquella caza de fantasmas. ¡Y sin pedirle siquiera su opinión! Sin embargo, comprendió que no había modo de rehusar. Era el único telépata entre el personal. Y si la supuesta criatura andaba realmente suelta por el hospital, ¿quién podía hallarla sino un telépata?

Rechazando la fatiga, Mookherji dijo rígidamente:

—Bien, para empezar necesitaré el informe de todos los casos de pesadilla, el informe que muestre la situación de cada víctima y el momento aproximado del principio de la alucinación…

Ahora estarían preparándose para el Festival del Cambio, el momento cumbre del invierno. Miles de vsiirs en la fase de metamorfosis, estarían en camino hacia el Valle de la Arena, hacia aquel gran anfiteatro natural donde se realizaban los santos rituales. Los primeros en llegar habrían tomado ya posiciones frente al oeste esperando la salida del sol. Gradualmente se llenarían las filas, al ritmo en que los vsiirs acudieran de todas partes del planeta, hasta que el valle dorado estuviera abarrotado de ellos, vsiirs que constantemente variaban sus extensiones dimensionales, sus niveles de energía y resonancias interiores, avanzando gloriosamente hacia los momentos finales y gozosos de la temporada de la metamorfosis, compitiendo entre ellos, aunque con gentileza, para mostrar la mayor variedad de formas y el ciclo más dinámico de los cambios físicos y, cuando los primeros rayos rojos del sol pasaran la Aguja, los celebrantes enloquecerían más aún, bailando, saltando y transformándose con un abandono total, purgándose de las extravagancias del invierno al llegar al mundo la estación de la estabilidad. Y finalmente, bajo el esplendor del sol, se volverían unos a otros con amistad renovada, abrazándose…

El vsiir trató de no pensar en ello. Pero era duro reprimir aquella sensación de pérdida, el dolor de la nostalgia. Un dolor que se hacía más intenso por momentos. Ningún milagro imaginable llevaría al vsiir a casa a tiempo para el Festival de los Cambios. Lo sabía. Y, sin embargo, no podía creer realmente que tal calamidad hubiera caído sobre él.

Intentar llegar a la mente de los humanos era inútil. Tal vez si asumiera una forma visible para ellos, si se dejara ver e intentara entonces la comunicación abierta y verbal…

Pero el vsiir era tan pequeño y los humanos tan grandes… El peligro resultaba enorme. El vsiir, aferrado a un muro y manteniendo su longitud de onda más allá del ultravioleta, sopesó los riesgos y no hizo nada de momento.

—De acuerdo —dijo Mookherji confusamente, poco antes de medianoche—, creo que va hemos despejado el camino.

Estaba sentado ante una pantalla que ocupaba toda la pared, sobre la que el Centro de Control había expuesto un plano esquemático en tres dimensiones del hospital. Brillantes puntos rojos marcaban el lugar de cada incidente de pesadilla, y rayas amarillas el camino probable de la criatura extraña e invisible.

—Vino por este lado, sin duda alguna, ya que es el camino más directo desde la nave, y entró primero en el ala de cardíacos. Aquí, la cama de la señora Maldonado; ahí, la del señor Guinness, ¿lo ven? Luego subió al segundo nivel, dirigiéndose a la fachada y atacando la mente de los pacientes aquí y allá, entre las diez y las once de la mañana. No se confirmó ningún caso de alucinación en la siguiente hora y diez minutos, pero luego tuvo lugar aquel asunto tan desagradable en la Galería de Cirugía del tercer nivel. Y después de eso… —Cerró por un momento sus doloridos ojos, le pareció seguir viendo los puntos rojos y las rayitas amarillas. Se forzó a continuar, siguiendo el resto de la ruta del intruso para su público de doctores y personal de seguridad del hospital. Al fin, dijo—: Eso es. Me imagino que la cosa debe andar ahora por algún punto entre el nivel quinto y el octavo. Se mueve con mucha mayor lentitud que esta mañana, probablemente porque se está quedando sin energía. Lo que hemos de hacer es mantener las alas del hospital selladas para impedir que se mueva libremente, si esto es posible, e intentar reducir el número de lugares donde pueda encontrársele.

Uno de los miembros de Seguridad habló en tono ligeramente beligerante:

—Doctor, ¿y cómo se supone que vamos a encontrar una entidad invisible?

Mookherji luchó por evitar que su voz reflejara la impaciencia que sentía:

—El espectro visible no es el único tipo de energía electromagnética del universo. Si esa cosa está viva, tiene que emitir radiaciones, de la clase que sea, en algún punto. Ustedes disponen de una computadora con un millón de puntos sensoriales repartidos por todo el hospital. ¡Por el amor de Dios! ¿No pueden hacer que los sensores registren una fuente de infrarrojos o ultravioletas que se mueve por una habitación? ¿O incluso de rayos X? No sabemos qué tipo de radiación. Tal vez emita incluso rayos gamma. Escuchen, algo salvaje anda suelto por este edificio y nosotros no podemos verlo, pero sí la computadora. Que lo busque ella.

—Tal vez la energía que debamos usar para seguirlo sea… energía telepática, doctor —dijo el doctor Bailey.