120721.fb2 Algo salvaje anda suelto - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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Mookherji se encogió de hombros.

—Por lo que sabemos, los impulsos telepáticos se propagan fuera del espectro electromagnético. Pero, desde luego, usted tiene razón en que tal vez yo pudiera recoger alguna especie de mensaje, y me propongo hacer una investigación, piso por piso, en cuanto acabe esta reunión. —Se volvió a Nakadai—: Lee, ¿qué me dices de los hombres que tienes en cuarentena?

—Los seis pasaron hoy por períodos de ocho horas de sueño sin la menor señal de pesadillas. Soñaron, sí, pero de modo normal. En las dos últimas horas, los he tenido al teléfono hablando con algunos pacientes que sufrieron pesadillas, y todos están de acuerdo en que el tipo de sueños que la gente ha tenido aquí hoy es el mismo, en tono, textura y nivel general, que el horror que ellos sufrieron a bordo de la nave. Imágenes de destrucción corporal y paisajes extraterrestres, acompañados por una impresión abrumadora y casi intolerable de aislamiento, de soledad, de separación de la propia raza…

—Lo cual encaja en la hipótesis de un extraterrestre —dijo Martinson, del personal de Psicología—. Si anda por ahí tratando de comunicarse con nosotros, tratando de decirnos que se siente desdichado por estar aquí, y sus comunicaciones llegan a la mente humana sólo en forma de terribles pesadillas…

—¿Por qué se comunica sólo con los que duermen? —preguntó un interno.

—Tal vez sean los únicos a los que puede alcanzar. Tal vez una mente despierta no sea receptiva —sugirió Martinson.

—Me parece —intervino uno de los hombres de Seguridad— que estamos haciendo demasiadas suposiciones sin basarnos en pruebas en absoluto. Todos siguen ahí sentados, hablando de algo invisible y telepático que le mete pesadillas a la gente por la oreja, y a lo mejor es un virus que ataca el cerebro, o algo que hubo en la comida de ayer, o…

—Las ideas que nos ofrece ya han sido examinadas y rechazadas —respondió Mookherji—. Ahora estamos trabajando en esta línea de investigación porque parece lógica, por fantástica que resulte, y porque es todo lo que tenemos. Si me disculpan, me gustaría empezar de inmediato a recorrer el edificio en busca de mensajes telepáticos.

Y abandonó la habitación, llevándose la mano a la sien, que le latía dolorosamente.

Satina Ranson se agitó, se estiró, se calmó. Alzó la vista y vio la luz terrible de los anillos de Saturno sobre su cabeza, brillando a través de la cúpula del hotel. Nunca había visto nada más hermoso en la vida. Y muy cerca de ellos, sólo a unos mil trescientos cincuenta kilómetros, podía distinguir con toda claridad las zonas de los anillos, cada uno girando en torno a Saturno a su propia velocidad, con la negrura del espacio visible en los lugares abiertos. Y el mismo Saturno, brillante en los cielos, tan enorme…

¿Qué era aquel rumor confuso? ¿Un trueno? No aquí, no en Titán… Otra vez, más alto. Y el temblor del suelo. ¡Una raja en la cúpula! ¡Oh, no, no, no! Sentir la salida del aire, ver aquella neblina verdosa que entra… La gente se derrumba por todas partes… ¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? Saturno parece caer hacia nosotros. Aquel gusto en la boca… ¡No, no, no!

Satina chilló. Y chilló. Y siguió chillando al hundirse en la oscuridad, y se cubrió con el manto suave de la inconsciencia, y tembló, y dio gracias por haber hallado un lugar seguro en que ocultarse.

Mookherji había registrado todo el edificio, acompañado por tres hombres de Seguridad y un par de internos. Había visto sectores completos del hospital que ni sabía que existieran. Había recorrido sótanos y subsótanos y subsubsótanos. Había pasado por laboratorios, salas de computadoras y cámaras de ejercicio. Se había mantenido en un estado de completa receptividad telepática durante el camino, pero no había detectado nada, ni siquiera un chispazo de corriente mental. En cierto modo, no fue una sorpresa para él. Cercano ya el amanecer, no deseaba más que unas dieciséis horas de sueño. Aunque fuera con pesadillas. Estaba cansado, si bien cansancio no era ya el término apropiado para expresar lo que sentía.

Sin embargo, algo salvaje andaba suelto aún, y las pesadillas continuaban. Tres incidentes, con un intervalo de noventa minutos, habían tenido lugar durante la noche: dos pacientes en el quinto nivel y uno en el sexto se habían despertado llenos de terror. Había sido posible calmarlos rápidamente y, al parecer, no se había causado un daño permanente. Ahora, aquella cosa extraña se aproximaba a la Sala de Neuropatología de Mookherji, y a él no le gustaba la idea de exponer a un puñado de pacientes mentalmente inestables a ese tipo de estímulo. Para entonces, el Centro de Control había reprogramado los sistemas de monitores de todos los pacientes, a fin de vigilar las primeras etapas de la pesadilla —cambios hormonales, oscilaciones en el EEG, índice de respiración, etcétera—, con la esperanza de despertar a la víctima antes de que recibiera todo el impacto. Incluso así, Mookherji deseaba que aquello fuera capturado y sacado del hospital antes de que llegara a sus pacientes.

Pero, ¿cómo?

Mientras regresaba lentamente a su despacho en el sexto nivel, repasó algunas de las ideas que la gente había aportado en aquella reunión a medianoche. Anda por ahí tratando de comunicarse con nosotros, había dicho Martinson. Su comunicación llega a la mente humana sólo en forma de terribles pesadillas. Tal vez una mente que está despierta no sea receptiva. Por lo visto, ni siquiera la mente de un telépata humano era receptiva estando despierta. Mookherji se preguntó si debía echarse a dormir y esperar a que el alienígena le alcanzara, tratando entonces de habérselas con él y conducirle a una trampa, de la clase que fuera… No. Él no era tan distinto de los demás. Si se dormía y la mente establecía contacto, sencillamente sufriría una pesadilla horrible y se despertaría sin haber logrado nada. Ésa era la respuesta. Sin embargo, supongamos que consiguiera establecer contacto con el extraño a través de la mente de la víctima de una pesadilla…, alguien al que utilizaría como una especie de altavoz telepático…, alguien que seguramente no se despertaría mientras se desarrollaba el sueño…

¡Satina!

Quizá. Quizá. Por supuesto, tendría que asegurarse de que la muchacha permaneciera protegida contra todo posible daño. Ya había tenido bastantes horrores en la cabeza hasta entonces. Pero si él le prestaba su fuerza, le quitaba el veneno a la pesadilla, aceptaba el impacto en si mismo a través de su unión telepática, si podía soportar la tensión y hablar con aquella mente extraterrestre… Tal vez funcionara. Tal vez…

Fue a la habitación de la muchacha. Le cogió la mano entre las suyas.

—Satina.

—¿Ya es de mañana, doctor? ¿Tan pronto?

—Aún es muy temprano, Satina. Pero todo lo que sucede hoy es un poco extraordinario. Necesitamos tu ayuda. No estás obligada a hacerlo si no quieres, pero creo que puedes ser de gran valor para nosotros, e incluso para ti misma. Escúchame cuidadosamente y medítalo bien antes de decir sí o no…

«Dios me ayude si me equivoco», pensó Mookherji, muy por debajo del nivel de la transmisión telepática.

Helado, solitario, cada vez más abrumado por el desaliento y la desesperanza, el vsiir no había intentado ningún contacto desde hacía varias horas. ¿De qué le servía? El resultado siempre era el mismo cuando tocaba una mente humana: agotador para él y, al parecer, molesto para los humanos, sin ninguna eficacia. Ya había salido el sol. El vsiir pensó en abandonar el edificio y exponerse a la radiación solar amarilla, a la vez que bajaba todas sus defensas. Seria una muerte rápida, el fin de toda aquella tristeza y anhelo. Era locura soñar con ver su planeta de nuevo. Y…

¿Qué había sido eso?

Una llamada, una llamada clara, inteligente, inconfundible. Ven a mí. Una mente abierta en algún punto de este nivel, que no hablaba ni el lenguaje humano ni el del vsiir, pero que establecía comunicación sin palabras, universalmente comprensible, que tiene lugar cuando una mente habla directamente a otra: Ven a mí. Dímelo todo. ¿Cómo puedo ayudarte?

En su excitación, el vsiir recorrió todo el espectro, emitiendo un estallido de infrarrojos, una confusión de ultravioletas, un resplandor de luz visible, antes de controlarse. Rápidamente, marchó en dirección a la llamada. No lejos, en este corredor, más allá de esta puerta, siguiendo el pasillo. Ven a mí. Sí, sí. Extendiendo sus antenas mentales hacia delante, esperando el contacto con la mente que le acogía, el vsiir se apresuró.

Mookherji, con su mente unida a la de Satina, sintió el repentino shock de la pesadilla que se acercaba. A pesar de no recibirlo directamente, el impacto fue extraordinariamente fuerte. Una impresión de unión, de una mente en contacto con otra mente. Y entonces, en el espíritu receptivo de Satina, entró…

Un muro más alto que el Everest. Satina trata de escalarlo, vacilando en una superficie blanca y suave, metiendo los dedos en agujeros diminutos. Resbalando un metro por cada dos que gana. Allá abajo, un agujero hirviente del que brotan llamas, gases. Monstruos de dientes afilados aguardan su caída. El muro se hace más alto. El aire es tan tenue que apenas puede respirar, y sus ojos se apagan, y una mano grasienta le oprime el corazón, y siente que sus venas se liberan de la carne como muelles que saltan en un sillón roto, y el tirón de la gravedad aumenta constantemente… El dolor, los pulmones sin aire, el rostro horriblemente contraído, un río de terror que recorre su cerebro…

—Nada de esto es real, Satina. Sólo son ilusiones. Nada está sucediendo realmente.

—Sí —dice ella—. Sí, lo sé.

Pero en su voz resuena el terror, y sus músculos se agitan al azar, tiene el rostro rojo y sudoroso, los ojos tiemblan bajo los párpados. Continúa el sueño. ¿Hasta cuándo logrará soportar?

—¡Dámelo! —le dice él—. ¡Dame ese sueño!

Satina no lo entiende. Pero no importa. Mookherji sabe cómo hacerlo. Está tan cansado que la fatiga ha dejado de importarle. En algún punto, más allá del colapso, encuentra fuerzas inesperadas, llega al espíritu de la muchacha y atrae la alucinación hacia sí, como si fuera una tela de araña. La alucinación le envuelve. Ya no la experimenta indirectamente; ahora todos los fantasmas andan sueltos por su cerebro e, incluso mientras siente cómo Satina se relaja, lucha contra el ataque de la irrealidad que él mismo se ha buscado. Y logra hacerlo. La libera del exceso de irracionalidad y lo asume en su propia conciencia. Y se adapta a él, aprendiendo a vivir con aquella terrible riada de imágenes. Él y Satina comparten lo que sigue. Juntos pueden tolerar la carga. Él soporta más que ella, pero también Satina hace su parte. Ninguno de los dos se siente ya abrumado por el desfile de los fantasmas. Incluso pueden reírse de los monstruos soñados, incluso se admiran al verlos tan fantásticos. La bestia de cien cabezas, el montón de alambres vivos, la sima de los dragones, la masa reptante de dientes puntiagudos… ¿quién teme a lo que no existe?

Sobre el estruendo de las curiosas imágenes, Mookherji envía un pensamiento coherente, dirigiéndolo a través de la mente de Satina hasta el alienígena:

—¿Puedes eliminar estas pesadillas?

—No —le contesta algo—. Están en ti, no en mí. Yo me limito a proporcionar el estímulo liberador. Tú generas las imágenes.

—De acuerdo. ¿Quién eres y qué quieres?

—Soy un Vsiir.

—¿Un qué?

—Una forma nativa del planeta en que recogéis la corteza del filego verde. Por mi propio descuido fui transportado a vuestro planeta.

Acompañando el mensaje, late un impulso abrumador de tristeza, un sentimiento mezclado de autocompasión, incomodidad y agotamiento. Por encima de ello, siguen flotando las pesadillas, pero ahora son insignificantes. El vsiir continúa:

—Sólo quiero que me envíen a casa. No deseaba venir aquí.

«¿Y éste es nuestro monstruo extraterrestre? —piensa Mookherji—. ¿La terrible bestia de las estrellas, creadora de pesadillas?»

—¿Por qué provocas alucinaciones?

—No era ésa mi intención. Simplemente, trataba de establecer contacto mental. Algún defecto en el sistema receptivo humano quizá… No lo sé. No lo sé. Estoy tan cansado… ¿Puedes ayudarme?

—Te enviaremos a casa —promete Mookherji—. ¿Dónde estás? ¿Puedes mostrarte a mí? Permíteme encontrarte y lo notificaré a las autoridades del puerto espacial, que dispondrán tu viaje a casa en la primera nave que salga.

Indecisión, silencio. Las ondas de contacto vacilan, se quiebran.

—¿Y bien? —insiste Mookherji tras un momento—. ¿Qué ocurre? ¿Dónde estás?

Una respuesta inquieta del vsiir: