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CAPÍTULO XII

La mañana siguiente vino y se fue sin noticias dignas de mención. Codi apareció en su despacho a las ocho menos cuarto, se dejó caer en su silla y no hizo nada. No podía trabajar en la lista de nombres. Escarbar más podía crear sospechas en los antiguos empleados de Acorde S.A. y traer consecuencias incorregibles para Emociones Líquidas — no todos iban a ser tan comprensivos como Estrella Tullarte—. Y por más que deseara empezar a buscar a Eleni, Codi pensaba cumplir la palabra dada a Lynne e informarla antes de sus… sospechas.

Pero Lynne no estaba disponible, le dijeron que no estaría disponible durante todo el día.

A solas con sus pensamientos, los minutos transcurrían con angustiosa lentitud. Dejar de lado a Eleni (con suerte, una persona viva y no un montón de huesos en el fondo de un hueco de ascensor), a Lynne (¿qué clase de relación tendría con Ramis?) y a Fally (¿cómo se estaría tomando la negativa de Gabriel de entrar en su vida?)… En fin, que dejar de lado todas esas preocupaciones no era una tarea fácil. Para despejar la mente, Codi decidió retomar su reportaje sobre los charquis. Lo tenía casi terminado, pero primero la oposición de Harden y después su ánimo decaído le habían impedido realizar los retoques finales. No tenía nada que ver con su ocupación actual y ciertamente ya no necesitaba el escaso dinero que obtendría, pero hacía tiempo que no escribía simplemente por el placer de escribir, así que decidió retomar la costumbre y se dedicó a ello.

A la hora del almuerzo le interrumpieron. Uno de los vecinos de pasillo presentados por Bastia el día anterior, un chico que trabajaba como contable y se llamaba Deni se asomó por la puerta. Codi prácticamente saltó sobre su sitio — tras acomodarse en el santuario del despacho, había dado por sentado que estaba aislado del resto del mundo.

— Son las once. ¿Vienes? — dijo el intruso.

—¿Adónde? — preguntó Codi, confundido.

La cabeza calva que se asomaba por la puerta semiabierta abrió mucho los ojos y luego asintió varias veces.

— Problemas de adaptación — sentenció solemnemente—. Desconocimiento de las tradiciones del pasillo que te acoge. Un día de éstos, te las resumiré, pero lo primero es lo primero: la pausa del café es a las…

— Once — sonrió Codi.

La cabeza del intruso asintió y desapareció de vista.

Codi dejó lo que estaba haciendo — casi había completado el texto— y fue a la salita de descanso. Al entrar fue rodeado por voces y caras. Era una gran suerte que tuviera buena memoria para ambas cosas y que Bastia ya le hubiera presentado a la gran mayoría. El intercambio de saludos resultó sencillo.

— Las galletas de la oficina no son gran cosa, pero puedes comerte todas las que quieras. ¿Sabes con qué están muy bien? Con la mermelada de cereza. Recuerda mis palabras. Mermelada de cereza, galletas de oficina y una taza de café. El café está bastante bien.

Deni el contable, de panza redonda, mejillas sonrosadas y prácticamente calvo a sus treinta y pico años, resultó ser un conversador inagotable. Tenía una opinión sobre todo y una manera afable de expresarla. Tenía en una mano un paquete de galletas y en otra el bote de la famosa mermelada. Mojó una de las galletas dentro, profunda y repetidamente, y le pasó el objeto resultante a Codi. Éste lo aceptó con recelo.

—¿En qué dijo Bastia que trabajabas?

— Prensa — dijo Codi. El sabor un poco ácido de la mermelada de cereza casaba inesperadamente bien con el seco bizcocho de la galleta.

— Te han dejado un poco apartado, ¿no? Prensa está en la planta veinte.

— Es que formo un departamento aparte.

—¿Cuál?

— Espionaje periodístico — respondió Codi con la máxima seriedad, provocando carcajadas entre los presentes.

La ocurrencia cuajó, y la broma fue ampliada y repetida de varias maneras. Más tarde aún, la conversación giró hacia Bastia y, por extensión, al resto de chicas de las oficinas cercanas. A Codi, en su papel de recién llegado, le fue exigida una opinión. Azorado por la insistencia, pronto se encontró a la defensiva. Aun así, estaba contento con el ambiente. Le gustaba ver que todos a su alrededor parecían satisfechos, con el presente y con la vida en general. Despejaba parte de la asfixiante formalidad que reinaba en el edificio fuera de las horas de descanso. Sin embargo, tras media hora de reloj todos los presentes se levantaron y se fueron a sus respectivos despachos.

Codi hizo lo mismo. Trató de contactar con Lynne de nuevo, con idéntico resultado que antes, y luego volvió a centrarse en los charquis. Llegada la tarde había terminado el artículo y, más importante aún, había decidido qué hacer con él. Empezaría por ofrecérselo a Harden — con el pretexto de haber empezado a escribirlo siendo su empleado— y aprovecharía la visita para dos fines: restregarle en la cara lo bien que le iba sin él y ver si había hecho algún avance respecto a Emociones Líquidas. Al fin y al cabo, ahora tenía que mantenerse por delante de su antiguo jefe.

Así fue como la tarde de su segundo día como empleado de Emociones Líquidas —¿o era Aquamarine? — Codi anduvo todo el camino hasta su antiguo lugar de trabajo. Tuvo la suerte de no toparse con nadie conocido mientras subía a la planta correspondiente, y al llegar aminoró el paso inconscientemente. Se sentía un perfecto extraño en un lugar que conocía como la palma de su mano. Las curiosas miradas que sentía sobre su espalda le picaban como mosquitos.

Golpeó la puerta de la secretaria con los nudillos y entró sin esperar respuesta. Snell hablaba con alguien, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho. No hizo caso a la intromisión, y Codi tuvo un instante de déjà-vu. Así se la había encontrado el día antes de partir para las Hayalas.

—¿Snell? — llamó y, haciendo honor al recuerdo, se sentó en el borde de su mesa igual que entonces.

La mujer se volvió con la flema de alguien que se precia demasiado para apresurarse. Su expresión se transformó cuando reconoció al periodista.

—¿Candance? ¿Qué haces aquí?

— Qué rudo… — dijo Codi estirando las palabras—. Es señor Weil, Snell. No sé por qué te permites estas confianzas.

La mujer no estaba preparada para aquel comentario. Echó la silla hacia atrás y cogió aire abriendo mucho la boca, era la viva imagen de un pez sacado fuera del agua. La indignación luchó por abrirse camino, pero no pudo con el desconcierto. Codi asintió internamente. Siempre había querido llamar la atención de Snell sobre algo tan simple como aquello.

— Eh… Candance… Me alegro de verte. ¿Qué tal te va?

— Estupendamente. Ahora trabajo como consultor para Emociones Líquidas. Estoy aquí para ver al señor Harden por un asunto profesional.

Consultor no era la palabra, pero Codi no sabía qué título darle a lo que hacía. Lynne tampoco había mencionado nada, así que decidió que tenía derecho a usarlo.

— Veré qué puedo hacer. Espera fuera un momento.

Codi suprimió una mueca: la idea de esperar ante la puerta de Harden no le gustaba. Estaba acostumbrado a tener entrada libre al despacho del jefe, pero aquéllos eran otros días. Optó por acercarse a su propia mesa, ocupada por un chaval al que no reconoció, posiblemente su sustituto. La idea le divirtió: carácter y maneras aparte, Harden era un editor competente y dotado de un terrorífico olfato. Durante los primeros meses en la redacción, Codi había experimentado en su propia piel lo difícil que resultaba serle útil. Le debía mucho al hombre, en términos de experiencia. Ahora que su animadversión por el despido se había calmado, casi no le importaba admitirlo.

— Sólo voy a ver si me he dejado algo — dijo amablemente—. Siento molestarte.

— Adelante — por la mirada que el chaval le ofreció, resultaba claro que Codi se había convertido en una especie de mito de la redacción. Las miradas que el resto de ex compañeros le ofrecían le seguían quemando la espalda. Codi se encogió de hombros, medio incómodo y medio divertido con la situación.

No había tenido la oportunidad de recoger sus cosas tras su sonada salida. Tampoco había tenido ninguna necesidad; ni siquiera estaba seguro de si había dejado algo valioso. Tal y como había esperado, no encontró nada que quisiera conservar. Algunas de las posesiones no eran suyas, como los dos paquetes de tabaco en el primer cajón. Algunas de las cosas que solía guardar a mano tampoco estaban, como el montón de pequeños memos violetas que tanto gustaban a la secretaria anterior a Snell. Dejó de revolver al oír la puerta de Harden abriéndose. La cabeza de su antiguo jefe apareció en la abertura, mirando hacia un lado y luego hacia el otro. Codi sonrió, interpretando correctamente la escena. Harden le había hecho esperar a pesar de no estar en absoluto agobiado por asuntos pendientes, y ahora se preparaba para hacerse el magnánimo y concederle su tiempo.

Indicó a Codi a que pasara dentro y se sentara.

— Visitando a los viejos compañeros, ¿verdad? Es importante mantener el contacto — pretendía ser jovial, pero se notaba que estaba incómodo—. Me han dicho que tienes un nuevo trabajo. En Emociones Líquidas, ¿no? ¿En su gabinete de prensa?

— Sí — mintió Codi.

—¿Hace mucho que has empezado?

— Ayer.

—¿Solamente?

Mientras Harden ocupaba su propio sitio detrás de su imponente mesa, Codi luchó por aplastar la tentación de anunciar que el trabajo le fue ofrecido en la misma subasta donde a Harden le fue vetada la entrada. Eligió la opción humilde.

— Si no hace mucho más que me fui de aquí.

— Ah, sí. Sí. Estupendo. Son gente muy válida. Conozco a éste… No recuerdo el nombre… ¿Tenéis mucho trabajo?

— El que nos dais.

—¿Y cómo te va?

Codi consideraba que le iba estupendamente, y así se lo dijo a Harden con una amplia sonrisa. La idea era hilarante: de colega a colega estaba contándole a su antiguo jefe lo bien que le iba sin él.

— Me pagan bien, tengo mi propio despacho y media hora libre para almuerzo. De momento hay bastante trabajo, pero también tengo tiempo para un par de proyectos personales.

— Muy bien, muy bien — dijo Harden—. Es un buen puesto, sobre todo para alguien tan joven. Esa gente sabe quién es quién. Saben que fuiste alumno mío. Eso será lo que más puertas te abra. Recuerda mis palabras.

La cara de Codi se alargó y se preguntó si no se había apresurado en anunciar que no le guardaba rencor al hombre. ¿Cómo lo hacía Harden? ¿Cómo convertía todo lo que ocurría a su alrededor en un mérito personal suyo?

El editor siguió hablando, rememorando algunos de los «éxitos» conjuntos del pasado. Como solía hacer en esos casos, Codi pasó la vista a la ventana a espaldas del hombre. Recordó que solía preocuparle que Harden le pillara mirando hacia allí embelesado. Ahora ya no importaba: estaba libre de él por siempre jamás.

— He venido para enseñarle el artículo que escribí — dijo el periodista al cabo del rato—. Charquis, ¿lo recuerda? Le enseñé el borrador y las fotos poco antes de marcharme.

— Sí… sí. Muy llamativas. Mujeres muy bien dotadas, muchas curvas, las recuerdo. Tengo que mirármelas otra vez. No he tenido tiempo hasta el momento…

— Se lo traigo aquí, por si quiere verlo. Emociones Líquidas no está interesada en reportajes culturales, y he pensado que era justo ofrecérselo.

Los dedos de Harden tamborilearon sobre la mesa. Codi se imaginaba lo que le costaba mantener una conversación sobre negocios con su antiguo asistente. No estaba mejor preparado para tener a Codi como socio de una transacción que Snell para tratarle de señor.

— Estoy seguro de que es un artículo magnífico. Pero… Comprenderás que no podemos tener un trato igualitario contigo. Sé que eres un chico fantástico… pero eso me pondría en un mal lugar. Un lugar incómodo, así que…

— Lo comprendo perfectamente — le interrumpió Codi. Podía haber prolongado la escena, pero no había ido para eso.

Cuando Harden asintió, le pareció que lo había hecho con alivio.

— Así que… Una nueva vida, ¿eh? Debe de ser toda una experiencia para ti, estar al otro lado de la barrera. ¿Recuerdas cómo desconfiabas de los ambientes musicales? No parabas de buscar pegas a todo lo que Stiven Ramis hacía.

— La culpa fue de aquella historia de los suicidios que me contó — respondió rápidamente el periodista.

—¡Cómo no! Mientras pensaba si publicarla o no, El Grito se nos adelantó con la información.

— Le prometo que yo no se la pasé.

Lejos de morder el anzuelo, Harden se rió con ganas.

— Sí… Nos fastidiaron mucho: no te imaginas. Aun ahora, estamos por detrás de muchos medios. Hemos tenido que ir buscando a los supervivientes de Acorde S.A. uno por uno… Si te hubieras quedado, te habría confiado a ti la tarea. Te habrías hecho un buen nombre con todo lo que hubiéramos sacado de ahí.

El corazón de Codi había fallado un latido cuando oyó mencionar la búsqueda de supervivientes, pero fue el último comentario de Harden lo que casi le levantó de su asiento. Debió de haber hecho un pequeño ruido de protesta, ya que el editor se interrumpió para observarlo.

—¿Si me hubiera quedado? — repitió Codi.

No quería azuzar pasados rencores y se hubiera tragado sus palabras sólo con que la cara de Harden no revelara una sincerísima incomprensión de su malestar.

— No puedo decir que comprenda tu decisión — dijo el editor sin inmutarse—. Tenías un muy buen futuro en Hoy y Mañana.

— Emociones Líquidas es un muy buen patrón, exigente pero justo.

— Será el blanco de muchísima atención, ahora que se está poniendo de moda. Ten cuidado de no llevarte una desagradable sorpresa. Hay muchas cosas que decir todavía sobre Ramis, poco halagadoras en su mayor parte. Sea por envidia u otros motivos, hay poca gente a la que le resulta simpático. Cuando caiga, muchos caerán con él.

La indignación de Codi, forzosamente ahogada hasta entonces por su voluntad, prendió en un instante. Desde el punto de vista humano, entendía por qué Harden nunca podría tratarlo con imparcialidad y no se lo reprochaba tanto como hubiera podido, pero no iba a dejar que le tratara con condescendencia ahora que podía evitarlo.

— Pierde el tiempo tratando de encontrar algo que no existe — dijo retirando de la mesa la tarjeta de visita que contenía el artículo.

Era un chisme pequeño y elegante que se le había ocurrido probar. No tenía mucho sentido con Harden, pero sería útil si visitaba otras redacciones. Dejar una buena primera impresión no estaba de más.

Codi se puso en pie y fue hasta la salida. Estaba a punto de abrir la puerta cuando advirtió que Harden meneaba la cabeza.

— La próxima vez que veas a Ramis pregúntale por qué Magnum Air no tuvo ninguna oportunidad de hacerse con el contrato — dijo—. Pregúntale qué cantidad desorbitante pagó Resonance. Y si te niega lo anterior, pregúntale qué favor está a punto de hacerles a cambio.

—¿Qué?

— Favores, muchacho — Harden se había levantado también, apoyándose sobre la mesa en un gesto pesado—. Hay pocos que valen lo que Resonance pagó. Suma dos y dos, y sabrás a cuáles me refiero.

Por un instante, Codi no pudo evitar que las palabras de Harden le pararan en seco. Sumar dos y dos, repitió automáticamente. Luego, dándose cuenta de que la puerta ya estaba abierta y que él y Harden volvían a ser el centro de atención de la redacción entera, reaccionó.

— No encontrará trapos sucios en Emociones Líquidas — dijo—. No existen, así que deje de buscar. Además de ahorrar tiempo, quizá descubra que se siente mejor consigo mismo.

Salió del despacho dando un contundente portazo.

El sol estaba a punto de ponerse cuando Codi volvió a Emociones Líquidas, sus últimos rayos apagándose para dar paso al brillo de las farolas. Un tempestuoso chaparrón de primavera había empezado y parado mientras iba en el taxi, y el olor a polvo mojado y a ozono de tormenta era intenso y fresco. No eran horas de solicitar audiencia y Codi estuvo a punto de dejarlo estar e irse a su casa, pero decidió probar suerte por última vez. La perseverancia dio su fruto: tras dar su nombre innumerables veces, se le dijo que si subía inmediatamente al despacho de Lynne, la doctora quizá hablaría con él.

Codi cumplió con las instrucciones, y descubrió que Lynne poseía todo un cuartel en una de las plantas superiores — muy parecido al de Ramis en la última planta—. Tras ser expulsado de las entrañas del ascensor, el periodista se quedó parado contemplando el lugar. Por alguna ilógica razón, había esperado que el despacho de Lynne fuera parecido al suyo. La posición de la doctora — en un eterno segundo plano detrás de Ramis— sonaba a poco, pero resultaba evidente que daba para mucho.

Los dos vigilantes que esperaban a la entrada estaban enfrascados en una intensa discusión a media voz, comentando los resultados de algún evento deportivo. Codi esperó a que se fijaran en él. Quería confirmar que Lynne realmente estaba libre, pero al ver que hacían caso omiso a su aparición se acercó directamente a la puerta y golpeó suavemente con los nudillos.

—¿Doctora Lynne? — llamó.

— Pase — llegó su melodiosa voz.

La puerta se entreabrió bajo la presión de su palma, y Codi penetró en el interior.

La estancia le recordó una antiquísima biblioteca repleta de ecos, silencios y reductos íntimos donde retirarse a meditar. La luz era suave, dividida en círculos bajos que sacaban de la penumbra objetos inesperados: el rincón de una mesa, el dibujo de una alfombra. Lynne estaba echada en un sillón con las piernas cruzadas en actitud relajada.

— Pareces cansado, Candance — dijo a modo de saludo—. ¿Has tenido algún problema con lo que te encargué?

— Lamento molestarla siendo tan tarde.

— Si no quisiera verte, no te habría hecho subir — dijo ella esculpiendo en su rostro su célebre sonrisa, aquella que parecía un regalo exclusivo para Codi. Sus ojos viajaron a la izquierda—. Estamos en medio de una pequeña reunión informal. Me parece perfecto que te nos unas.

Obedeciendo su señal, Codi se giró hacia donde ella señalaba. La sobria mirada de Gabriel lo saludó. El orchestrista se apoyaba en una pared en actitud perezosa, su silueta hundiéndose en la oscuridad.

— Te presento al señor Weil, Gabriel — dijo Lynne.

El mínimo movimiento de cabeza de Cherny podía significar reconocimiento o la negativa de tal, Codi no podía adivinarlo.

—¿Candance, conoces a Gabriel Cherny?

El gesto del periodista trató de ser igual de ambiguo. Impertérrita ante la falta de ánimo de ambos, Lynne se masajeó el puente de la nariz antes de indicar a Codi con una mano que se sentara.

—¿Tú tampoco? — dijo al notar que Codi ignoraba el gesto—. Gabriel se ha pasado casi una hora de pie.

— Ya me iba — rompió su silencio Cherny.

— Completamente innecesario… — protestó Lynne.

— No tengo más tiempo que dedicar a esto — hablaba sin inflexiones, con un tenue deje de altivez—. Ha sido un placer saludarle, señor Weil. Doctora Lynne.

Hizo una inclinación formal que resultó algo irónica, a la par con el énfasis que puso sobre los títulos de ambos. Lynne no se dio por aludida.

— Lamento mucho que te vayas. Hemos estado hablando de todo un poco — explicó plácidamente a Codi.

Éste sólo pudo preguntarse cómo había transcurrido la conversación. Sospechaba que ni siquiera una mujer tan llena de recursos como Lynne lo tendría fácil para hacer hablar a alguien cuyo estado de ánimo favorito era la sombría contemplación.

—¿Ha sido una velada agradable? — preguntó educadamente.

— Ha sido aceptable — respondió Gabriel.

— Deseaba tener esta reunión desde hacía mucho tiempo, pero las circunstancias no han acompañado hasta ahora. Mi deseo es que no sólo seamos socios, sino amigos — dijo Lynne.

— Nada sucede con sólo desearlo.

—¿De nuevo tan pesimista? Candance se va a llevar una idea equivocada de mí, después de haberle convencido de que no soy un ser maléfico. Acércate, Candance, ven aquí… Voy a enseñarte algo increíble.

Codi hizo lo que le decía. La mujer levantó la mano en el aire. Una luz azul cayó desde su puño y quedó retenida por una fina cadena enredada entre los dedos. Su reflejo bailó por las paredes de la habitación.

—¿Has visto alguna vez algo tan hermoso? Es de Gabriel; me lo enseñó poco antes de que entraras.

Lynne levantó la cadena con lentitud, admirando la gema que giraba sobre sí misma y dándole a Codi tiempo de hacer lo propio. Bajo la iluminación fragmentada de la habitación el brillo era tan puro que resultaba hipnótico, pero Codi le prestó poca atención. Era más consciente de la tensión de Gabriel, visiblemente incómodo al ver su tesoro manipulado por unas manos que no eran las suyas. Su esfuerzo por disimularlo tenía mérito, pero no evitó que Lynne también se diera cuenta de su reacción.

— Es una verdadera obra de arte — dijo—. Me imagino el valor que tiene para ti.

Alargó la mano con gesto de disculpa, pero Gabriel no hizo ademán de coger la gema.

— No tiene ningún valor para mí — respondió suavemente.

— Si siempre la llevas al cuello.

— Eso no significa nada.

Aquella declaración hizo que Lynne se riera con ganas. Cerró los ojos, extendió su fino cuello y dejó que su cabeza cayera hacia atrás, felizmente ajena al desagrado que se dibujó en la cara de Cherny ante su efusiva reacción.

—¡Por supuesto! — dijo abriendo los ojos y mirando a Gabriel con una chispa de diversión—. Las joyas nunca significan nada… De hecho, no te importaría en absoluto verla alrededor del cuello de otra persona…

Cherny apretó los labios y se apartó de la pared. En un abrir y cerrar de ojos estaba ante Lynne. Arrebató la joya de su mano y enrolló la cadena alrededor de su propio puño.

—¡No tiene ninguna gracia! — dijo entre dientes y se dirigió hacia la salida en erizado silencio.

La puerta se cerró con un golpe seco y potente a sus espaldas. Lynne, estupefacta, miraba la mano donde una línea roja marcaba el trayecto de la cadena. Luego pasó la mirada hacia Codi, como buscando en él explicación y apoyo a su causa.

— Sólo era una broma — dijo con voz algo temblorosa.

Codi no se tenía por un hombre irritable, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dar la vuelta allí mismo y salir detrás de Gabriel. Era consciente de su aversión hacia las conversaciones sociales y del ominoso significado que la joya tenía para él, pero eso no le daba derecho a tales salidas de tono.

— Quería conseguir que se relajara — dijo Lynne—. En el tiempo que lleva con nosotros está continuamente en tensión, como la cuerda demasiado tensa de un violín. No estuve con Stiva cuando firmaron su contrato. Es cierto que fue precipitado, y he oído rumores de lo más absurdo, pero Cherny accedió de forma totalmente voluntaria. Simplemente no entiendo por qué se siente tan desgraciado formando parte de Emociones Líquidas…

— Le cuesta acostumbrarse a estar aquí.

Lynne sonrió algo temblorosamente, aún afectada pero disimulando muy bien.

—¿Lo dices porque tienes el mismo problema?

— No, señora.

— Pero es casi de noche, y estás aquí. Es evidente que has tenido algún percance. ¿Una copa mientras me lo cuentas?

— No, gracias — dijo Codi. Prefería tener la mente despejada.

Lynne le miró como si se estuviera absteniendo de amonestarlo.

— Me gustaría que al menos tú te relajaras — dijo—. Te juro que con una escena al día tengo más que suficiente.

— Ayer hablé con una de las empleadas…

— Estupendo, pero lo primero es lo primero. Allí hay un cuarto de baño, y allí tienes un sofá. Tienes cara de haber mordido una manzana podrida y querer escupirla sin atreverte, así que primero ponte presentable y luego hablamos.

— Sí, señora — dijo Codi más sumiso de lo que quería.

Era cierto que estaba cansado — la visita a Hoy y Mañana había resultado emocionalmente extenuante—, además de profundamente irritado con Cherny. Entró en el cuarto de baño, metió ambas manos bajo el grifo y se echó agua en la cara. Repitió la misma acción varias veces antes de enfrentarse al espejo. La expresión de manzana podrida de la que se había reído Lynne ya no estaba allí, sustituida por unos ojos castaños enrojecidos.

Más agua en la cara. Codi tardó un rato en estar contento con su aspecto, pero al final salió y sentó frente a Lynne.

—¿Mejor? Ahora, cuéntame lo que te ha pasado.

Lynne escuchó en silencio el relato de Codi sobre su visita a Estrella Tullarte. De las insinuaciones de Harden prefería no hablar, el encuentro estaba demasiado fresco en su memoria, y quería digerirlo intelectualmente antes de comentarlo con ella. Acostumbrado a las frecuentes interrupciones de Harden, Codi se encontró algo desconcertado por la intensa y silenciosa atención con la que Lynne absorbía cada palabra. Trató de prestar máxima atención a las reacciones de la mujer, pero no detectó ninguna de las que había esperado. Al llegar a la parte más comprometida, la cara de Lynne no expresó ni preocupación ni excesivo interés ni enfado.

Esperó a que Codi terminara antes de abrir la boca. Entonces, fue tajante.

—¿La policía? Candance… Estás aquí para ayudarme, no para hundirnos. ¡La policía!

— Conozco a alguien que me dará acceso a los antiguos informes del caso sin hacer preguntas.

No era cierto del todo. Solía conocer a ese alguien, pero no estaba nada seguro de si después de haber salido de Hoy y Mañana aún podría contar con esa persona. Lynne no necesitaba saber eso, sin embargo. Lo único que Codi quería de ella era su aprobación formal; él ya se apañaría con los detalles.

—¿Tienes idea de lo que parecerá, si llega a saberse? ¿Un empleado de Emociones Líquidas, revolviendo informes de una investigación criminal contra Stiva?

— Le prometo que no llegará a saberse.

— Lo siento, Candance. Necesito más garantías que ésta.

Codi cogió aire, dispuesto a esconder su desengaño. Comprendía que las noticias resultaban fastidiosas para la mujer. Es más; sospechaba que Lynne estaba lamentando la decisión de encargarle aquella investigación. La historia de Eleni había permanecido oculta durante un cuarto de siglo. Si Codi no hubiera ido a husmear, hubiera seguido así durante otro.

Aun así, Codi tenía clara una cosa: quería averiguar lo que le había sucedido a aquella chica. No por el bienestar de Ramis, ni por la prosperidad de Emociones Líquidas. Quería hacerlo por Eleni, y por él mismo. Recordaba que Lynne le había prometido su apoyo incondicional en caso de surgir complicaciones y ahora Codi quería ese apoyo. Y aunque estaba dispuesto a no enfadarse por la negativa de Lynne a apoyar su investigación, sentía que tenía todo el derecho a hacerlo.

— La desaparición de esa chica necesita ser investigada — dijo con empuje—. Merece ser investigada.

— No digo que no — asintió Lynne—. Pero no por medio de la policía. Nada de policía, Candance, ni siquiera en forma extraoficial, quiero que quede muy claro. Pensaremos en otra cosa.

—¿Qué cosa? Víctor Harden también está buscando a los supervivientes. Acabará enterándose de la historia.

Lynne tardó en contestar. Se levantó de su asiento y fue a preparar dos copas a un pequeño bar oculto en un mueble de madera. Codi aceptó su ofrecimiento sin acordarse de que anteriormente lo había rechazado. Ya antes de mojar la lengua supo que se trataba de brandy, y que era extremadamente bueno.

— Lo más fácil sería preguntar a Stiva directamente, pero no creas que soy omnipotente en ese sentido — dijo ella al final.

Dio un pequeño sorbo a su copa plegando los labios y se echó atrás en su sillón. Codi dio vueltas a la suya, admirando el líquido oscuro. Su calor envolvía su garganta por dentro, invitándolo a relajarse, cosa que se resistía a hacer. Necesitaba obtener de la mujer una respuesta clara y directa, una declaración de principios. Necesitaba saber que podía confiar en Lynne.

— Entiendo lo que te preocupa, pero estoy completamente segura de que, a pesar de todos sus defectos, Stiva nunca le haría daño a ninguna muchacha… Por otra parte, cuando Stiva se enfada, no escucha a nadie. Y con esto, va a enfadarse. Te prometo que me lo pensaré, sin embargo. Si no hay más remedio, habrá que hablar con él, pero mientras haya otras soluciones preferiría dejarle al margen… Además, ahora está en su casa de campo, celebrando el contrato. Podría ir hasta allí, pero está tan apartada de todo que el viaje siempre es tedioso.

Codi no estaba de acuerdo en que ir a una casa en el campo pudiera ser tedioso. No se tenía por una persona envidiosa, pero ¿había algo que ese hombre no poseyera? Mantuvo ese pensamiento bien a raya. Ya le costaba mucho definir a Ramis, lo único que faltaba era añadir la envidia a todo el tinglado.

— Tendríamos que…

— Ir poco a poco para no precipitarnos. La paciencia es una virtud. La segunda virtud que necesitas aprender, por detrás del orgullo. Hay que llevar esto con mucha mano izquierda. Las cosas ya son lo bastante difíciles por aquí, confiaba en que al menos nuestro pequeño proyecto común iría sobre ruedas. En fin.

Sorprendido por el tono de la mujer — las últimas palabras de Lynne habían sonado cansadas—, Codi se fijó mejor en su cara. Acostumbrado a la elegante sonrisa que siempre exhibía, se sintió turbado al ver una expresión ausente, con sus cuatro décadas de vida escritas claramente en su cara.

— No quiero esperar — dijo sintiéndose mezquino, pero insistiendo a pesar de ello. Eleni era importante, lo presentía—. Quiero descubrir la historia antes de que Harden lo haga… No creo que me contratara para no hacer nada, y sin embargo me deja ocioso.

Lynne levantó una ceja ante aquello.

— El resto de la lista…

— Es inútil — interrumpió Codi—. Más comprometido incluso que acudir a la policía. Muchos se acordarán si se les pregunto directamente sobre ese chica. Pero si todo fue tan… — iba a usar la palabra turbio, pero la sustituyó por un gesto abstracto—… sería desastroso que lo hicieran. Estrella se tomó mis preguntas con mucha filosofía. Tiene su negocio, y no parece desearle ningún mal a Ramis. Pero si sigo entrevistando a más personas, preguntando específicamente sobre Eleni, alguien decidirá sacar provecho e ir a la prensa con una historia real o inventada.

— Cuánta razón tienes — dijo Lynne pensativamente—. No había pensado en eso.

— Tenemos que buscarla por nuestra cuenta. Hay cosas que se pueden hacer sin tener que molestar a Ramis — sin darse cuenta, Codi iba omitiendo el título de «señor», aunque de haber sido consciente de ello su actitud quizá no habría variado—. Seré muy discreto…

— No lo dudo, pero prefiero hacerlo yo misma.

— Me gustaría hacerlo a mí — repitió Codi. Había detectado el educado énfasis en «prefiero», pero lo ignoró. En esto, pensaba salirse con la suya.

— No.

— Creo que…

— No, y es mi última palabra.

El periodista sintió que la sangre le subía a la cara. Durante un instante, aún confió en que Lynne retiraría sus palabras: permitirle seguir con la investigación era la prueba de confianza mutua que necesitaba que la mujer pasara. Al comprender que no sucedería, Codi hizo ademán de levantarse del sofá. La mujer no se movió de su sitio.

— Enfádate, si quieres. Incluso puedes irte, no te detendré. Pero la razón de mi negativa es muy sencilla — dijo mirando más allá de Codi—. No quiero que busques a esa mujer porque no confías en encontrarla. Crees que está muerta, como el resto, con el añadido nefasto de que Stiva lo ocultó a todos. ¿Tengo razón?

— No…

— Sí, Candance. Claro que sí.

—¡Ni siquiera sabe lo que voy a decir! — estalló Codi.

— Por supuesto que lo sé. Eres una persona honesta, y esperas la misma honestidad de los demás. Sabiendo eso, resulta muy fácil entenderte.

El periodista torció el gesto: ¿le estaba diciendo Lynne que era un ingenuo? Mientras esperaba de pie, indeciso, la mujer se levantó y se colocó a su lado. Sus dedos se cerraron sobre el antebrazo de Codi un poco más arriba de su muñeca. Su piel era fría al tacto y la presión de los dedos, firme y fuerte.

— Candance, voy a decirte algo que no me oirás decir alegremente por ahí, así que escucha con mucha atención. Estoy acostumbrada a salirme con la mía. Si tienes objeciones, mientras seas mi empleado no tendrás más remedio que tragártelas. Al fin y al cabo ambos velamos por el bien de Emociones Líquidas, que es más importante que tú o que yo. Dicho esto, te diré otra cosa también: más bien te haré una promesa.

Se inclinó hacia Codi. La luz cayó sobre su cara en un ángulo forzado, perfiló la línea de su mandíbula y se reflejó como una gota de resplandor en la perla de su oreja izquierda. ¿Dónde había ido el cansancio, la pesadez de la mirada? Lynne se había transformado ante sus ojos.

— Te prometo que nunca te mentiré, ni trataré de obligarte a ir contra tus principios. Si lo deseas, buscaré contigo a esa Eleni, pero que te quede muy claro que sólo será porque te lo prometí y también que resultará una empresa inútil: casi no tenemos datos sobre ella.

—¡Hay bastantes datos! — exclamó Codi. Dio un paso atrás, comprendiendo instintivamente que estando tan cerca de él, Lynne limitaba su iniciativa. Los dedos de la mujer abandonaron su piel deslizándose suavemente—. Más de los que puede parecer. Chica joven: probablemente más joven que Ra… que el señor Ramis. Orchestrista. Sin familia cercana. Pobre. Eleni de nombre. Pelo negro, ojos negros, delgada. Emocionalmente inestable, aunque supongo que la mayoría de orchestristas lo son.

Lynne se apoyó en la pared cerca de la puerta con los brazos cruzados.

—¿Por qué dices eso?

— Esa mujer, Estrella, me la ha descrito así.

— Me refiero a por qué dices que los orchestristas son emocionalmente inestables.

— No definiría como normal a alguien patológicamente retraído y a la vez tan enamorado de sí mismo que cree que todo lo que hace está bien sólo porque es él quien lo hace.

El comentario le valió una ligera sonrisa. Codi, que no tenía idea ni del carácter típico de los orchestristas ni de si existía tal carácter, sintió que había dicho una estupidez.

— Tienes mejor medida de Cherny que la mayoría. Y eso con dos minutos de conversación… — Lynne ladeó la cabeza para mirarle directamente a los ojos—. Cada vez descubro más cualidades útiles en ti.

— No se ría. No aspiro a comprender la mente de nadie — se defendió Codi—. Es sólo que… Tocando, puede hacer que la gente sienta cualquier cosa. Es lógico que eso le pase una enorme factura emocional y que… bueno… que a veces…

—¿Tenga arrebatos como el de hoy? — resumió Lynne—. ¿Cuanto más talentoso, más excéntrico?

—¡No se ría de mí! — protestó el periodista—. Estábamos hablando de Eleni.

— Ahora mismo no me atrevería a reírme de nadie — dijo ella sobriamente—. En cuanto a Eleni, te diré algo: volveremos a reunimos en un par de días. Si entonces no puedo decirte quién es ella, iremos juntos a ver a Stiva. ¿Te parece?

— Me parece — dijo Codi asintiendo.

Se daba cuenta de que estaba permitiendo a Lynne salirse con la suya una vez más, pero no le importó tanto como antes. Algo en los fluidos pasos de la mujer mientras volvía a instalarse en el sillón convenció a Codi de que había cambiado de opinión respecto a la muchacha. La doctora estaba dispuesta a buscarla y, como con cualquier empresa que iniciaba, estaba segura de triunfar. La sonrisa con la que despidió a Codi la hizo parecer una exótica fiera a punto de lanzarse sobre su presa.