120874.fb2 Aquamarine - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

Aquamarine - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

CAPÍTULO XVIII

La bajada ya le había parecido larga, pero la subida resultó ciertamente interminable para Codi. El sonido de cada paso se fragmentaba en dos o tres ecos. Oía la respiración entrecortada de Gabriel detrás de él y un poco a la derecha. Deseaba parar para descansar, pero no quería ser el primero en sugerirlo. Al final, ninguno de los dos paró.

Salió dando tumbos al hall del edificio, demasiado agotado para pensar antes de hacerlo. Había personas entrando y saliendo de la sede. El rutinario vigilante charlaba con su compañero cerca de la entrada, y no prestó atención a su aspecto desastrado. El labio de Gabriel hacía tiempo que había dejado de sangrar, y el pelo ocultaba la herida de la frente.

Fuera del edificio el sol brillaba insolente, punzante, y el periodista tuvo que cerrar los ojos contra su luz. Comprobando el reloj, comprendió que habían pasado en los sótanos la noche entera. Los empleados que cruzaban el césped volvían de su almuerzo.

Sin necesidad de intercambiar palabra, caminaron a lo largo de la avenida hasta que Emociones Líquidas se perdió de vista, oculto por un edificio más alto. El mundo se movía alborotado a su alrededor, completamente ajeno ellos. A Codi le costaba mantenerse sereno. Frases para artículos de denuncia y nombres de contactos con los que tendría que hablar revoloteaban en su cabeza. Sospechaba que tras unas horas de sueño todas sus ideas actuales se revelarían como pésimas, pero por el momento parecían aceptables. Había avisado a Lynne desde el principio: si descubría algo, no se quedaría callado.

Sabía que iba a necesitar la ayuda de Gabriel y no dudaba de que la obtendría, pero esperaba a que el orchestrista hablara primero porque quería darle tiempo para recomponerse. Sabía que con la luz del día y el paso de las horas lo sucedido se volvería más nítido, definitivo e irrevocable. Por eso permitía que Gabriel callara.

Pararon antes del paso de peatones de una gran intersección. El aire allí olía a polvo y a metal. La corriente del tráfico fluía a gran velocidad a pocos metros de ellos. A pesar de que el edificio de Emociones Líquidas quedaba oculto detrás de otros más altos, Codi seguía sintiendo la sólida sombra de su presencia.

— Volver a casa quizá no sea la mejor idea — dijo tentativamente, las manos en los bolsillos—. Tengo una amiga…

El apartamento de Cladia era pequeño, pero estaba seguro de que no le importaría. Cherny negó con la cabeza.

— Tengo que ir al Crialto — dijo—. Pronto comenzarán la presentación y el concierto.

—¡No puedes hablar en serio!

— No voy a tocar. Ni siquiera está previsto que lo haga, el programa fue cambiado cuando comenzó todo esto. Quiero ir porque Faelas está allí… Y también Alasta.

—¿Y a cuál de las dos quieres ver? — preguntó Codi con sospecha.

A pesar de todo, se le hacía raro que hablara de Alasta. Para él, esa mujer siempre sería Lynne: la exquisita, elegante y traicionera doctora Lynne con su sonrisa de madreperla. Gabriel se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

— Creo que a ambas.

— Oh, no. ¡No, no, no! No tientes tu suerte. Esa mujer es como una araña: te atrapa y no te deja ir, y ni siquiera te das cuenta de cómo lo hace. Todos, absolutamente todos me dijeron que no confiara en ella, pero incluso cuando comprendí que tenían razón…

— Te sabía mal abandonarla — terminó el orchestrista—. Todo eso es cierto. Pero olvidas que tiene un repetidor y mis grabaciones, y que ya los ha utilizado varias veces.

— Conozco a gente que se muere por hundirla. Ven conmigo a ver a Mollaret. Cuando escuche lo que vamos a contarle…

—¡Sigues sin entender nada! — la rabia era palpable en la voz de Gabriel—. Si montas mucho revuelo, quizá puedas causarle problemas a Alasta. Quizá puedas hacer que desista de su plan. Pero no podrás evitar que se invente otro y que antes de ponerlo en marcha se centre en las represalias.

—¿Y por eso quieres ir tú a hablar con ella? — dijo Codi, incrédulo—. Le tienes pánico…

— No. Yo… — Gabriel propinó un puntapié a una colilla antes de que sus hombros bajaran con resignación—. Yo la entiendo, ¿sabes? No quiero decir que apruebe lo que hace. Simplemente soy capaz de ver la situación desde su punto de vista. Y creo que ella me lo tiene en cuenta. Creo que soy el único que tiene una mínima posibilidad de hacerla entender. Hasta la persona más egoísta del mundo necesita un compañero a veces…

—¿Te das cuenta de lo malsano que es eso que dices? — escupió Codi.

Un taxi se apartó del incesante río de vehículos, entró en el carril de pasajeros y paró a la altura de Gabriel. Codi estaba tan desconcertado por las palabras del orchestrista que no había notado la señal que debió haber hecho. Vio que Cherny caminaba hacia el vehículo y abría la puerta, y se acercó a toda prisa tras su amigo.

Gabriel, a punto de subir, se giró hacia Codi.

— No necesitas mezclarte en eso — dijo suavemente.

— Te equivocas al pensar que puedes ir allí. Acabarás mal. Esa mujer no tiene en cuenta nada que no sea ella misma.

Gabriel esbozó su habitual frágil y reminiscente sonrisa y clavó la mirada en el cielo.

— Tengo que creer que no me equivoco, porque Faelas está allí. Y sé que tú la quieres tanto como yo…

— Yo, ¿querer a Fally? Lo que quiero es la exclusiva.

— Eso no hay quien se lo crea — repuso Gabriel solemnemente.

Si Codi hubiera estado menos alterado por lo que su amigo pensaba hacer, habría apreciado mejor la ironía de la respuesta.

El viaje hasta el Crialto pasó prácticamente en silencio. Codi miraba el tránsito de vehículos en el exterior. Un movimiento desafortunado le hizo redescubrir el corte de su palma izquierda, y pasó unos minutos luchando contra los recuerdos que le invadieron por asociación. Había sido sincero al decir a Gabriel que no le culpaba de las muertes, lo cual llevaba implícito el perdón por su propio calvario, pero recordar lo sucedido aún le provocaba escalofríos de repulsa.

Salieron del taxi delante del Crialto. Un pequeño grupo de curiosos se agolpaba ante el cordón de terciopelo que delimitaba el acceso al hotel. Codi reconoció a Cladia, con cara pálida y desencajada. Verla tan preocupada creó un vacío a la altura de su estómago. Al darse cuenta de que su implante no funcionaba, no se había preocupado por las consecuencias. Ahora comprendía que Cladia había tratado de contactar con él, y no quería pensar en lo que se habría imaginado al no poder hacerlo.

Se saludaron de lejos. Codi aminoró el paso, tanto como podía hacerlo sin dejar de seguir a Gabriel, pero Cladia no se acercó. Seguramente no tenía acreditación para entrar, o quizá se había dado cuenta de la determinación con la que ambos se abrían camino hacia el interior del hotel.

Entraron en el Crialto, pero en vez de penetrar en la expectante aglomeración humana fueron hasta la recepción y la rodearon. Codi no podía más que maravillarse de cómo el porte regio de Gabriel volvía invisibles los cortes de su cara y el roto de una de las mangas del traje. El orchestrista saludó escuetamente a la mujer que se encontraba allí — Saya, la misma que había interceptado a Codi en su primera visita—. Intercambiaron varias frases y la mujer asintió y se apartó, liberando el acceso a la portezuela que llevaba a la zona de servicio del hotel.

Gabriel interceptó la mirada inquisitiva de Codi.

—¿De verdad pensabas que iba a entrar allí y montar un escándalo? No necesitamos tener un enfrentamiento si podemos evitarlo. Conozco formas discretas de entrar.

Anduvieron a lo largo de una serie de pasillos largos y estrechos donde sólo se cruzaron con carros de limpieza. Gabriel encontraba el camino sin dificultad. Tras doblar la primera esquina, el escándalo del exterior dejó de penetrar aquí, y lo único que Codi oía eran ruidos de maquinaria rítmicos y lejanos. Los techos eran tan bajos que podía rozarlos con las yemas de los dedos.

Pararon ante una puerta. Por fuera parecía igual a otras que habían dejado atrás, pero bajo la mano de Gabriel se abrió hacia una oscuridad insondable en la que ruidos mecánicos se repetían cíclicamente: clics metálicos, roce de unas partes con otras. Iluminándolo todo con siniestros reflejos cambiantes, un fulgor anaranjado subía desde el suelo. Mirando por encima del hombro del orchestrista, Codi no llegaba a intuir lo grande o pequeño que era el lugar.

Tras quedarse en el umbral durante varios segundos, Gabriel pasó dentro. Codi le siguió con pasos inseguros.

—¿Qué es esto? — preguntó en un susurro. No se imaginaba el significado de un lugar así escondido dentro de un moderno hotel. El santuario de un Dios pagano le parecía, una boca inmunda que exigía sacrificios.

— La parte oculta del orchestrón — la voz de Gabriel venía desde delante y reverberaba levemente—. Aquí está la memoria y las bibliotecas de sonidos. El resto es maquinaria de mantenimiento. El pozo es donde se esterilizan los brazos.

¿Pozo? Cuando los ojos de Codi se adaptaron a la mezcla de oscuridad y resplandor, vio que la luz anaranjada provenía de un agujero en el suelo. Tenía el diámetro de varios metros, y era lo bastante profundo para que una persona que se hubiera caído dentro tuviera dificultades para salir. Una columna de aire caliente subía desde abajo.

— El orchestrón está justo detrás — explicó Gabriel señalando la pared posterior, en la que se intuía una abertura, conectada a través de un raíl con el propio pozo—. Todo está comunicado. El pasaje no está hecho para personas, pero es ancho y se puede utilizar. Lo sé porque una vez lo hice.

Codi dio un tentativo paso hacia el pozo.

— En las Hayalas me dio la impresión de que no querías enseñarme tu instrumento — confesó—. Cuando vi el orchestrón de Emociones Líquidas, creí comprender por qué. Pero esto…

— Es sólo una inevitable cuestión de higiene. El orchestrón del Crialto tiene treinta brazos, o treinta registros. Cada brazo tiene miles de sensores, y al tocar algunos de ellos perforan la piel. Al cambiar de intérprete, los brazos de desmontan uno a uno y se esterilizan aquí dentro. Con los instrumentos privados esto no es necesario.

Llevado por la curiosidad, Codi se asomó un poco más. El suelo y las paredes del pozo estaban cubiertos por rejillas, y había salientes asimétricos entre los cuales se filtraba, cual lava, la luminiscencia anaranjada.

—¿Quema? — preguntó.

Dio un paso atrás: la luz parpadeó durante un segundo. La mano de Gabriel se cerró sobre la suya, y acto seguido el orchestrista le arrastró hacia un lado. La apertura en la pared se llenó de una sombra erizada. Esa sombra recorrió el raíl, revelándose a medida que avanzaba. Era más alta que un hombre. Llegó hasta el borde del pozo, se tambaleó y se hundió en su interior. La luz naranja volvió a inflamarse, y esta vez no se apagó.

— Según el momento — dijo Gabriel—. No te preocupes; mientras no te cruces con un brazo y no te acerques al pozo, no sucederá nada. Y entre un brazo y el siguiente, hay tiempo de sobra para pasar.

Codi no se preocupaba por eso. Ciertamente, las proporciones épicas de la maquinaria le tenían hipnotizado, pero era la súbita intuición de lo que en realidad significaba aquel lugar lo que mandaba escalofríos a lo largo de su espalda.

— Aquí fue donde sucedió lo de Fally, ¿verdad? — dijo muy despacio—. Se cayó al pozo y se quemó allí dentro.

Una contracción muscular parecida a un tic doloroso cruzó la cara de Gabriel. La luz proveniente de abajo cubría su pelo, normalmente negro como la noche, con siniestros reflejos dorados.

— Hicimos el camino contrario, desde el auditorio hasta aquí — dijo en voz baja—. No se cayó. Saltó dentro porque dejó caer un regalo de Alasta.

—¿Qué hacía en el Crialto?

— Completar los trámites de la adopción. Me enteré demasiado tarde, y reaccioné mal. Aún me pregunto si hubiera hecho lo mismo si Ramis no fuera también mi padre biológico.

Le llevó a Codi varios segundos procesar las palabras. La revelación sobre Eleni había sido tan dramática que no se había parado a cavilar sobre la otra mitad de un todo. Joven caballito, paseando por allí con su chica preciosa… Stiva Ramis.

— Todo ese tiempo, ¿sabías quién era? — preguntó con incredulidad.

Gabriel se encogió de hombros con desprecio.

— Nuestro primer encuentro no fue de los que se olvidan fácilmente. Al menos, no para mí; es probable que él lo haya vivido de otra forma.

— Ramis sólo se enteró de quién eras ayer — razonó Codi—. No entendí por qué estaba tan pálido por la mañana. No era por el artículo, ni por la suerte de Eleni. Era porque Fally le había dicho que erais hermanos… Debió de acordarse de los niños que se presentaron en su casa, comprender quién eras tú. Estaba furioso con Lynne por ocultárselo… ahora lo entiendo. Ella lo acalló utilizando mi presencia como amenaza de escándalo, y no me di ni cuenta.

— No conozco sus motivos para elegir a Faelas — dijo Gabriel—. Supongo que buscaba a alguien con talento, y que Alasta vio en ello su oportunidad. Por aquel entonces ella y yo nos habíamos distanciado mucho. Habíamos tenido una discusión tan fuerte que me había quitado la joya, y aunque yo le pedí disculpas después, se negó a devolvérmela. Culpaba a Faelas del cambio de mis convicciones, y con razón. Por eso quería separarnos, pero sin malgastar el potencial de ninguno. Lo hizo con mucho sigilo. Me daba cuenta de que Faelas desaparecía a veces de la isla pero pensaba que iba fuera a tocar, no a verse con mi propio padre. Tampoco sospeché cuando Alasta vino a hacernos una sesión de fotos y sólo hizo una en la que estábamos juntos, la que te enseñé. Y cuando la trajo con nosotros al Desafío… La verdad es que estaba tan absorto con el concurso que no pensé nada malo hasta que no vi a Alasta y a Ramis sellar los documentos. Fue aquí mismo, en uno de los reservados de la primera planta. Los encontré por casualidad, mientras esperaba mi turno en la final. No sé por qué Alasta hizo coincidir la adopción con el concurso. Los juegos mentales le encantan, pero aquél era arriesgado hasta para ella. Yo sabía que los jueces estaban esperándome, pero estaba como paralizado fuera del reservado, mirándolos sin saber qué hacer. Me sentía como si el pasado regresara, y yo tuviera otra vez sólo diez años y mirara cómo la caja de adopción se llevaba a mi hermana. Tallerand me encontró, y me llevó al auditorio. No recuerdo lo que toqué. No recuerdo cómo oí mi nombre, ni cómo subí al escenario a recoger el premio, nada. Luego bajé, y vi que Faelas estaba allí. Vino corriendo y me abrazó, y me dijo que la habían llevado a una habitación extraña, pero que se había escapado para escucharme.

La cogí en brazos y me la llevé al estudio. No tenía ningún plan, sólo quería esconderla de todos. Del estudio llegamos aquí, y de repente Faelas se liberó y saltó abajo. Le grité que no se moviera y bajé a por ella. Hacía mucho calor, me acuerdo de eso, pero las máquinas ya habían parado. Faelas buscaba algo en el suelo del pozo. No quería decirme qué era, pero lo supe de todas formas cuando lo encontré. Era la joya que Alasta me había quitado.

Gabriel miró en dirección al pozo donde el brazo rotaba ahora lentamente. Codi podía ver lo blancos que se volvieron sus nudillos.

—¿Sabes lo que es sentirte impotente? ¿Aceptar la responsabilidad de proteger a alguien por primera vez en la vida, y luego no poder? Traté de sacarla, la levanté y traté de explicarle dónde poner las manos una y otra vez, pero estaba asustada y no lo entendió. Si la dejaba atrás Faelas ocuparía mi lugar, ¿no lo entiendes? Alasta la convertiría en aquello en lo que casi me había convertido a mí… Le dije que cerrara los ojos y le cogí de la mano… Ella trató de soltarse pero yo no le dejé ir. La forcé, la mantuve mucho tiempo allí, y ella gritaba.

Gabriel cerró los ojos y calló, rememorando la escena o quizá tratando de suprimirla de su memoria. Cogió aire con una inspiración profunda antes de seguir hablando.

— Cuando salí, fui directamente a Luz de Amanecer. Encontré el lugar donde habíamos vivido, pero estaba abandonado. Nuestra… madre… había muerto. Abrió el gas y provocó una explosión el mismo día que nos mandó fuera. Los habitantes de nuestro callejón me lo contaron con ganas. Ninguno me reconoció. Viví varias semanas allí entre los escombros. Luego volví al Crialto y hablé con Tallerand. El resto, ya lo conoces.

Esperaron a que el brazo saliera del pozo y desapareciera de la habitación para ponerse en marcha. Cuando finalmente fue engullido por la pared, Gabriel tocó el antebrazo de Codi y le indicó que debían moverse en la misma dirección. El periodista obedeció.

La abertura se abría a una especie de túnel. Codi asomó la cabeza — para su alivio no era largo en absoluto—, pero antes de que pudiera entrar vio una sombra pequeña y de ángulos suaves moverse hacia él desde el otro lado. Gabriel, que iba por delante y tapaba parcialmente su campo de visión, lanzó una suave exclamación e indicó a Codi que se volviera. El periodista obedeció, saliendo otra vez a la sala de mantenimiento. Gabriel emergió un segundo después, seguido de Fally. La niña respiraba rápidamente. Su pelo estaba enmarañado; su cara sucia. Se quedó quieta un segundo moviendo la cabeza de un lado a otro, los brazos extendidos en un intento de palpar la oscuridad.

—¡Faelas!

En un único movimiento Gabriel la atrajo hacia sí. Fally soltó un chillido e intentó liberarse. Cuando reconoció a Gabriel, sus labios empezaron a temblar. Dejó de trajinar y hundió su cara en el pecho del orchestrista.

— Faelas… ¿Qué haces aquí?

— Lo vi en las noticias — balbuceó la niña—. Llevaba días vigilando; sabía que pasaría. Intenté contarlo a Padre, pero no me escuchó. Se lo dije a sus guardaespaldas y a sus socios y nadie me hizo caso, así que cogí el repetidor y me fui de allí.

Extendió el brazo y abrió el puño que tenía cerrado. Gabriel se apartó un poco y aceptó el objeto que le tendía. No era una gran cosa: un estuche negro y bruñido del tamaño de la mitad de su palma. Tenía el logo de Resonance grabado sobre la tapa. Gabriel abrió el estuche con cuidado y luego miró a Fally, como buscando una explicación. La niña dijo algo en voz muy baja. El orchestrista asintió, y Codi comprendió que habían dado con aquello que buscaban. No podía creer la audacia de Fally. Qué coraje había necesitado para hacer aquello a Lynne y a su padre, y qué convencimiento interno de lo que era correcto.

— Eres muy valiente — dijo.

Los ojos de Fally brillaron con rebeldía.

— Ya verás como todo el mundo me escucha ahora.

Gabriel cerró el estuche con un clic. Lo guardó en el bolsillo, cogió la mano derecha de la niña y la mantuvo entre las suyas. La masa carnosa y sonrosada de la cicatriz destacaba claramente sobre el resto de piel. Gabriel trazó su perfil con el dedo una y otra vez: fascinado, repelido, incapaz de apartar la mirada. Fally respiraba pesadamente, pero no se movía en absoluto.

— Cuando me negué a aceptarte volví a hacerte daño, y me volví a decir que hacía lo correcto — dijo Gabriel sin levantar los ojos—. Te di un motivo más para odiarme, como si no tuvieras suficientes. Jamás tenía que haberme apartado de ti.

Los puños de Fally se cerraron, y sus ojos adquirieron un brillo poco natural.

— Te detesto — dijo con pasión, pero sin fuerza real detrás de las palabras—. ¿Tienes idea de lo que me has hecho? ¡Decirme aquello cuando creí que habías vuelto a por mí! Recibir esa estúpida cicatriz no fue ni la mitad de doloroso.

— Soy un estúpido. Ya lo sabes. Si de verdad quieres que…

No pudo seguir. Fally se abrazó a él como si temiera morir, como si el mundo se fuera a acabar y no quedara nada alrededor a lo que agarrarse. Gabriel la rodeó con los brazos y se quedaron así, inmóviles e indiferentes al resto del mundo. Codi no sabía si debía alegrarse o maldecir a su amigo por haber tardado tantos años en darle aquello a la niña.

El fulgor del pozo se encendió otra vez. Un nuevo brazo empezó a penetrar en la sala. Ahora fue Codi quien se mantuvo alerta: puso la mano sobre el hombro de Gabriel para avisarle del peligro.

— Vámonos — dijo—. Tenemos todo lo que hace falta.

Las explicaciones detalladas tendrían que esperar. Codi quería salir de allí cuanto antes; tenía los nervios a flor de piel. Después de escuchar el relato de Gabriel, todo el lugar le parecía impregnado de tragedia.

Gabriel asintió. Se apartó de Fally, pero casi en seguida la cogió de la mano en un tímido gesto de cariño. Codi no tuvo oportunidad de comentar la escena: su propia mano fue delicadamente agarrada por la niña. Juntos, se abrieron paso hasta la salida. Cuando la puerta se abrió antes de que la alcanzaran, Codi sintió que su corazón se hundía. Interponiéndose entre el pasillo bien iluminado del Crialto y ellos tres, varios hombres con uniforme de Emociones Líquidas esperaban impertérritos. Detrás de ellos se perfilaba la silueta de Lynne. Encajaba siniestramente entre los hombres que la precedían.

Ignoró a Fally. Miró a Codi con sorpresa. A Gabriel le dedicó un aguijonazo de irritación.

—¿Lo tienes tú? — preguntó mientras avanzaba hacia ellos.

La respuesta de Gabriel fue llevar a Fally hacia atrás para taparla con su cuerpo. Codi hizo lo mismo, poniéndose al lado del orchestrista. Protegida por sus espaldas, la niña quedaba casi oculta a los ojos de Lynne. Codi sintió cómo sus dedos agarraban su camisa por detrás con una fuerza angustiada.

— Tenéis algo que es mío — el tono de Lynne no admitía discusiones—. Gabriel, devuélvemelo. Estas personas no tienen la experiencia de tus cuidadores. Pueden hacerte daño.

Los ojos del orchestrista recorrieron a sus uniformados acompañantes antes de posarse nuevamente sobre la mujer.

— No.

Con un suave movimiento, Codi se liberó de la mano de Fally. Dio un mínimo paso atrás, pensado más para darle un empujón a la niña que para apartarse de Lynne. Fally fue rápida en comprender la indicación. Codi notó más que vio cómo se alejaba de él, caminando hacia atrás con pasos pequeños e inaudibles. Sabía que tras varios segundos, quedaría oculta en la penumbra de la habitación.

— Cladia está fuera — susurró tratando de no mover los labios.

Confiaba en que Fally fuera capaz de encontrarla. Si llegaba al auditorio estaría a salvo, pero si lograba hablar con Cladia quizá él y Gabriel también llegaran a estarlo. Codi cruzó los dedos para que no tropezara con los raíles.

— Siempre he sabido que no te importaba pasar por encima de cualquiera — oyó decir a Gabriel, sus labios curvados con desdén— pero no imaginaba que recurrieras con tanta facilidad a métodos tan crudos.

—¡Basta ya! — le gritó la mujer—. Estoy harta de tus pretendidos escrúpulos… ¿Crees que tener un permanente conflicto contigo me causa placer? ¿Cuándo te darás cuenta de que todo lo que hago es por tu bien?

— Me has utilizado durante años.

— Te entrené.

— Me obligaste a hacer cosas que no quería.

—¿No recuerdas cómo llegaste a mí? Una criatura de ojos grandes, ropa vieja y uñas sucias. Yo puse mis manos en ti, te pulí, te dije mejora esto, trabaja sobre estos puntos y serás un dios. Despellejé a un cachorro inútil para sacar a la luz lo que eres ahora. Te he cuidado, te he enseñado lo que sé. ¡Te lo di todo, muchacho desagradecido!

Una cortina cayó sobre los ojos de Gabriel. En un flash, Codi vio en ellos algo muy triste, muy herido. El orchestrista bajó la cabeza.

— No creas que no lo sé — dijo en voz baja—. Pero has ido demasiado lejos. Has involucrado a demasiada gente, has matado con mis manos. Cualquier persona normal odiaría lo que haces, lo que eres. Pero yo… no quiero odiarte. Por favor, no me obligues.

— Dame el repetidor.

El orchestrista esbozó una fugaz y amarga sonrisa.

— No lo tengo.

La respuesta le valió una bofetada. La ira le proporcionó a Lynne una fuerza considerable: Gabriel se lamió los labios antes de volver a hablar con una calma irreal.

— Te prometo que no lo tengo — repitió—. Deja que nos vayamos. No destruyas el recuerdo de la poca bondad que le has mostrado a alguien en tu vida. Por favor.

Por lo poco que Codi sabía de Lynne, imaginaba que el ruego sería inútil, pero comprendía la necesidad que Gabriel tenía de intentarlo. Además, simplemente no tenían otra salida. Ni Gabriel ni Codi poseían la práctica o la complexión necesaria para hacer frente a la media docena de agentes entrenados que aguardaban al otro lado de la puerta. Y no tenían posibilidad de seguir a Fally. Tratar de colarse precipitadamente por una abertura oscura y estrecha significaba una invitación al desastre.

Un gesto de Lynne, y fueron completamente rodeados. En cuestión de segundos y sin saber muy bien cómo, el periodista se encontró de rodillas y con la cabeza agachada mientras una rodilla se le clavaba en un lado del cuello. Su brazo derecho fue llevado hacia atrás y hacia arriba, reforzando el mensaje de que cualquier intento de resistencia acabaría en la dislocación de la extremidad. Codi se retorció a pesar de todo, tratando de volver la cabeza hacia atrás para asegurarse de que Fally se había ido. El vigilante realizó un giro de muñeca, tan natural que resultó evidente que llevaba años perfeccionándolo. Un dolor agónico recorrió el brazo de Codi hasta la base de la nuca y se le quedó atravesado en la garganta. Una mancha roja apareció en su campo de visión, y por un momento temió que todo se oscurecería.

Oyó un golpe seco seguido de un alarido. Codi volvió la cabeza y parpadeó, tratando de despejarse. Uno de los hombres de Lynne estaba en el suelo, tumbado boca arriba con las piernas encogidas. A juzgar por su cara deformada de dolor, la rodilla de Gabriel había encontrado un buen blanco. Por lo demás, el orchestrista no había corrido mejor suerte que Codi: varios tipos le sujetaban los brazos, con más dureza ahora que había dado señales de resistencia. Mientras Codi miraba, el hombre del suelo se puso trabajosamente en pie y su puño cerrado se elevó en el aire. Gabriel forcejeó de nuevo, no tanto con la intención de esquivar el golpe como para mantener toda la atención de los gorilas. El cálculo era simple, comprendió Codi: cuantos más problemas daban ellos dos, más tiempo tendría Fally.

Codi giró su cuerpo bruscamente y logró coger por sorpresa a uno de sus captores, liberando un brazo y propinándole un codazo en la cara. Para su sorpresa, esto bastó para que el tipo le dejara ir por completo. Obtenida la libertad pero sacrificado el equilibrio, el periodista cayó al suelo y tuvo que arquearse torpemente para poner los pies debajo del cuerpo. Empezó a enderezarse, aún incrédulo ante su proeza, y vio a Gabriel en el suelo, los brazos inmovilizados detrás de la espalda. El orchestrista respiraba rápidamente y con dificultad, y todos los cortes de su cara se habían abierto de nuevo. Uno de los hombres iba registrando uno por uno los bolsillos de su chaqueta. Otro, aquel que había recibido el rodillazo entre las piernas, mantenía su pie sobre la parte posterior de su cuello.

Varios gritos celebraron el hallazgo del premio. El encargado del registro se levantó, y los que sujetaban a Gabriel aflojaron su presión. El orchestrista trató de levantar la cabeza pero el pie presionó hacia abajo, empujándolo nuevamente contra el suelo.

— Ya es suficiente — ordenó Lynne.

Se adelantó con gestos rígidos. El estuche cambió de manos. Lynne lo mantuvo entre las suyas, estudiando el logotipo de Resonance que ahora estaba perfilado por el fulgor anaranjado. Sonriendo, levantó los ojos hacia Gabriel… y se quedó paralizada mirando por encima del orchestrista.

Codi siguió la dirección de su mirada. Un nuevo brazo había salido de la abertura y avanzaba fluidamente, mientras los perversos reflejos naranjas trepaban por las paredes. El abyecto pánico se abrió camino en su interior mientras buscaba en el suelo el trazado del raíl.

—¡Apartaos! — oyó el chillido de Lynne.

El espanto en su voz hizo que los hombres obedecieran aun antes de comprender la orden. Se esparcieron apresuradamente, pegándose a las paredes. Gabriel, de repente libre, levantó la cabeza. Llegó a ponerse de rodillas cuando comprendió que sus manos se apoyaban en el raíl. Sus ojos se abrieron mucho, sus pupilas se llenaron de luz anaranjada. Sin tiempo para esquivar lo que avanzaba hacia él, levantó la mano en un instintivo e inútil gesto de protección.

El brazo le golpeó de lleno, deformándose y descarrilando. Hubo más gritos tardíos de advertencia, pero fueron ahogados por el chirrido del impacto. El fulgor que provenía del pozo creció perversamente. El temblor del suelo fue tal que las rodillas de Codi se doblaron y se encontró de nuevo en el suelo. Trató de levantarse, de acercarse a la deforme masa metálica, pero sus pies no parecían obedecerle. Puntos negros bailaban ante sus ojos.

—¡Apartaos todos! — Lynne se abrió camino. Su piel se había vuelto gris—. Dejadme ver.

Codi no quería mirar. Imaginaba los músculos y los huesos triturados entre el suelo y el metal. Sintió un alivio inmenso al ver que Gabriel se alzaba, aunque sólo fue capaz de incorporarse a medias.

Sujetaba el brazo derecho con el izquierdo. Aun desde la distancia, el modo en que estaba doblado no parecía normal. Su traje negro de repente tenía manchas que eran más negras aún.

Lynne se arrodilló a su lado, mordisqueando sus finos labios. Apartó el brazo sano, palideció aún más. Gabriel le hizo caso omiso. Miraba directamente al frente y trataba de ajustar lo que quedaba de la manga derecha de su chaqueta, buscando tapar los fragmentos de hueso destrozado y ocultar el daño a Lynne y a sí mismo. Se dejó guiar de vuelta al suelo, sin embargo, y hasta contestó algo en respuesta a una pregunta de Lynne que Codi no entendió.

— Recuéstate. Vosotros, traed un médico. Chiquillo necio… ¡Mira lo que has hecho! — la mujer acarició el pelo de Gabriel en un gesto distraído y familiar—, ¿Por qué tuviste que llegar a esto? ¿Por qué tuviste que sacarme de quicio? ¿Te duele?

— … brelo.

— Te pondrás bien, ya lo verás. Conozco a muy buenos médicos. Sólo será un pequeño traspié. Estarás tocando en un santiamén.

Codi se puso de pie y se acercó por fin, impulsado por su renovado odio hacia Lynne. Era infinito, incandescente, demoledor, alimentado por la amarga comprensión de que aquello era irremediable.

— Ábrelo — repitió Gabriel con más fuerza. Trató de incorporarse, pero el movimiento hizo que pusiera gesto de dolor y se llevara la mano ilesa al pecho—. Quiero que me digas si valió la pena — escupió exhausto.

— Olvídate de eso ahora — dijo Lynne.

—¡ÁBRELO!

Y la mujer obedeció. Levantó el estuche, y el fulgor naranja del pozo iluminó el logotipo de Resonance y las manchas de sangre en sus manos. Lynne abrió el estuche. Su cara no reflejó nada mientras lo mantenía ante sus ojos ni mientras volvía a cerrarlo, pero al dejarlo en el suelo su mano tembló.

— No teníamos que haber llegado a esto — dijo, pálida como la muerte.

— Te pedí que me dejaras marchar. No te hubiera costado nada. Nada…

— Sabes que yo no quería esto. ¡Lo sabes! Si hubiera sabido… Si hubiera sabido…

— Te prometí que yo no lo tenía. ¿Analizas tan bien a todo el mundo, y necesitaste que pasara esto para entenderme a mí? — el orchestrista tosió sangre una y otra vez, incapaz de parar, la cara clementemente oculta por los mechones de pelo. Codi rodeó sus hombros con el brazo y finalmente le ayudó a incorporarse, dejando que se apoyara en él—. Que requerimiento tan amargo…

— Realmente me odias — susurró Lynne.

— No llores — dijo Gabriel, y el mundo de Codi se volvió del revés. Hasta entonces sólo había tenido ojos para su amigo, pero mirando a Lynne vio que las lágrimas corrían por sus mejillas—. Nunca podría. Te creía mi madre… Luego te creía un monstruo. Pero es… obvio en realidad. Eras ambas cosas. Siempre serás… ambas cosas. Siempre te querré. Nunca… volveré… contigo.

Las lágrimas de Lynne eran perfectas, grandes y brillantes, y dibujaban surcos caligráficos en su papirácea piel. No fingía: aquella pena era tan real como podía serlo, y aún la imagen de Lynne seguía intachable. Era realmente perverso que ni siquiera en aquel momento fuera capaz de dejarse ir.