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El viento no había soplado en absoluto en Montestelio, y a pesar de ello la hélide se balanceaba inesperadamente, el ala derecha abatiéndose con demasiada brusquedad en los giros. La lluvia matutina había limpiado la atmósfera, trayendo una visibilidad sorprendente. Ya al despegar, Codi pudo adivinar en el horizonte el lomo del animal dormido que formaba el corazón de las Hayalas.
Fally manejaba los controles con gestos precisos, si bien algo faltos de soltura. Los movimientos de sus manos gustaban a Codi. La fuerza y agilidad de sus pequeños dedos convertía el simple acto de pilotar en algo más significativo. No había visto a la niña en muchos días, y los cambios en ella le habían cogido por sorpresa. La serenidad de Fally, su expresión abierta y calmada le impresionaban: era como si capas y capas de algo ajeno a ella hubieran sido limpiadas de su conciencia. Codi había supuesto que sin Lynne en segundo término la niña cambiaría, pero no que lo haría con tanta rotundidad.
— Has aprendido rápido — dijo.
— Los chicos de la costa me enseñan.
— ¿Te llevas bien con ellos?
Le alegró verla asentir. Estar con niños de su edad, rodeada de aire libre y el omnipresente azul era bueno para Fally. Codi no sabía lo que Stiven Ramis había dicho al respecto, ni le importaba. El hombre había perdido el derecho moral sobre la niña hacía tiempo. Suponía que no tardaría en perder también el legal.
Habían pasado tres semanas desde el desenlace en el Crialto. Los momentos finales formaban un remolino en la memoria de Codi.
Recordaba que de repente el lugar se había llenado de gente: médicos con su parafernalia, Saya la recepcionista llorando, más empleados con uniformes del Crialto. Cuando acostaron a Gabriel en una camilla, Codi salió fuera. Encontró a Fally y a Cladia sentadas sobre el mostrador del hall. Cladia agitó la mano. La niña saltó al suelo, corrió hasta el periodista y lo abrazó. Al separarse, introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y dejó allí un objeto minúsculo: el contenido del estuche. Sonreía, orgullosa de su pequeña estratagema, pero al mismo tiempo miraba alrededor con ansia.
Cuando Codi se acercó, Cladia también le abrazó y le dio un apasionado beso en los labios. Teniendo el repetidor tenían la prueba clave en contra de Resonance, dijo. Toda la trama de Lynne era suya para hacer con ella lo que les placiera, denunciarla al ritmo que desearan. Igual que Fally, aún no sabía lo que había pasado.
Codi sólo asintió. Se sentía a miles de kilómetros de distancia. Los eventos del último día pesaban sobre él como la losa de su propia tumba, la irreversibilidad de lo que había sucedido — con Harden, con Tallerand, con Gabriel— le envolvía en una sofocante nube de impotencia y desolación.
El funeral de Harden tuvo lugar la tarde de aquel mismo día. Codi se mantuvo aparte, incapaz de encontrar palabras que compartir con personas con las que hacía poco trabajaba. Cuando todo terminó, buscó a Mollaret — era el único editor-rival que había ido a presentar sus respetos el día de tanto alboroto noticiero—. Le preguntó si podía trabajar para él; sin ningún preámbulo, probablemente sin siquiera saludarlo. El hombre le dijo que no.
— Estaría aprovechándome de ti si te contratara ahora — dijo—. Lo que tienes entre manos es tuyo: exprímelo al máximo. Hazte un nombre, gana un puñado de premios. Si dentro de un par de meses aún te interesa, ven a verme.
— No quiero premios — dijo Codi.
—¿O hay alguien que depende de tu discreción? En ese caso, te aconsejo que mantengas las distancias. Ni siquiera yo dejaría pasar la oportunidad de averiguar qué os traéis entre manos Cherny y tú, así que no lo visites mucho por el momento.
Tres semanas eran discreción suficiente, había estimado Codi.
El aparato tocó tierra. Fally agitó la mano atrayendo la atención de Gabriel, aguardó a que Codi saltara al suelo para reunirse con él y después elevó la hélide en el aire, ansiosa por saborear el júbilo del vuelo libre sin el estorbo de un pasajero.
Gabriel caminó hacia Codi. Durante el tiempo que había pasado en el hospital el color había vuelto a su piel y las fracturas habían empezado a soldarse, pero el brazo derecho aún colgaba inútil junto al cuerpo. Numerosas agujas atravesaban piel y hueso, manteniendo unidos los fragmentos fracturados. Vagamente incómodo, Codi evitó mirar en aquella dirección.
Gabriel interpretó correctamente su expresión afligida. Levantó el brazo con un movimiento lento pero fluido. Bajo las fijaciones, la piel estaba formando cicatrices sonrosadas.
— El precio se juzga en función de aquello por lo que se paga — Gabriel indicó hacia arriba, donde la hélide describía un amplio círculo alrededor de las islas—. No es tan terrible, si consideras que pagué mis culpas y aún gané un regalo maravilloso. Aunque no estoy seguro de cómo tratarla. Empiezo a darme cuenta de la cantidad de cosas que ignoro, y la cantidad de cualidades que me faltan para cuidarla bien.
— Un hombre me dijo una vez que para crear una amistad no hacía falta nada, salvo la voluntad de hacerlo. Fally es tu hermana. Lo único que necesita de ti es que también seas el suyo.
Gabriel asintió. Igual que Fally, parecía liberado, la chispa de oscuridad desaparecida definitivamente de sus ojos. El pasado no podía desaparecer, pero sí disolverse en el mar y la sonrisa de una niña.
Se quedaron en confortable silencio. Alrededor de ellos, la curva de unión entre el agua y el cielo era infinitamente nítida, y parecía infinitamente lejana. Columnas de islas se elevaban unas al lado de otras, y las grietas entre ellas brillaban con el familiar y pálido azul de la joya de Gabriel.
— Cuando venía aquí de niño, inventé un nombre para este lugar — dijo el orchestrista pensativamente al cabo de un buen rato.
Codi asintió.
— Sé cuál es — dijo. Notó la sorpresa en la mirada de su amigo, y se encogió de hombros con repentina incomodidad—. Siempre pensé que era un nombre extraño para una empresa, pero lo tuve claro cuando comprendí que realmente significabas algo para Lynne.
Esperó una confirmación, y cuando la obtuvo en forma de un apenas perceptible movimiento de cabeza, volvió a fijar la vista en la hélide que se deslizaba con gracia sobre las corrientes de aire. Quería hablar de muchas cosas con Gabriel, pero decidió que por el momento no iba a mencionar ninguna. La paz de Aquamarine no toleraba perturbaciones.