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Le solté la mano y retrocedí en la cama para poder verle. Saqué la pistola y la coloqué debajo de una de las almohadas, después me tumbé boca arriba, apoyándome en los codos. Sholto estaba de pie junto a la cama, contemplándome. Tenía una media sonrisa extraña en la cara. Sus ojos miraban con incertidumbre, no desdicha, sólo incertidumbre.
– Pareces muy contenta -dijo.
– Nunca está mal ver a un hombre guapo desnudo por primera vez.
Su sonrisa se desvaneció
– ¿Guapo? Nunca nadie que haya conocido lo que hay debajo de mi camisa me había llamado así antes.
Dejé que mi mirada hablara por mí. Me fijé en su rostro, sus ojos, su nariz fuerte y casi perfecta, su ancha boca de labios delgados. El resto del cuerpo tenía un aspecto fantástico, aunque sabía que como mínimo una parte de lo que estaba mirando se debía a la magia. No sabía cuánto. Fijé la mirada en las partes de cuya realidad estaba casi segura, como sus estrechas caderas o la longitud y musculatura de sus piernas. Hasta que lo viera sin pantalones, no sabría qué era el bulto que ocultaban, así que pasé por alto esa zona. La reina tenía razón, era una pena; era absolutamente magnífico.
– He fantaseado más de una vez con que una sidhe me mirara de esta manera. -Todavía parecía solemne.
– ¿De qué manera? -pregunté. Formulé la pregunta en voz baja, sensual.
– Como si fuera un plato de comida. -Sonrió.
Sonreí e hice todo como él quería, todo como él necesitaba que fuera.
– Comida, ¿eh?. Quítate el abrigo y la camisa, y quizá llegaremos a eso.
– Recuerda que hemos dicho que esta noche no habría sexo -dijo.
– ¿Y si no llegamos al orgasmo?
Apartó la cabeza y se echó a reír, con un sonido alto, alegre. Me miró con ojos brillantes, y no era magia lo que les hacía brillar, sólo risa. Parecía más joven, más relajado. Me di cuenta de que con su piel y sus cabellos blancos, sus ojos dorados habrían sido muy bien recibidos en la corte de la Luz. Mientras conservara la camisa puesta, nadie sospecharía.
La risa se desvaneció.
– Ahora te has puesto seria tú -dijo.
– Simplemente pensaba que tienes más aspecto de pertenecer a la corte de la Luz que yo.
Frunció el entrecejo.
– ¿Te refieres al color cobrizo del pelo?
– Y a mi poca estatura, y mis pechos son demasiado grandes para el estilo de una sidhe.
De repente hizo una mueca.
– Tenía que ser una mujer quien se quejara de unos pechos así. A ningún hombre se le ocurriría.
Me arrancó una sonrisa.
– Tienes razón. Mi madre, mi tía y mis sobrinas.
– Lo que pasa es que tienen envidia -dijo.
– Gracias por pensar así -dije.
Dejó caer el abrigo gris en el suelo, después se desabrochó un botón del puño de la camisa. Me miraba a la cara mientras lo hacía. Se desabrochó la otra manga, y pasó al primer botón de la camisa, al siguiente, abriendo la tela para dejar al descubierto un triángulo de piel blanca y brillante. Un tercer botón hizo asomar su musculatura pectoral. Sus dedos se dirigían al cuarto botón, pero no lo desabrochó.
– Quiero pedirte un beso ahora, antes de que lo veas.
Me gustaría haber preguntado por qué, pero pensé que lo sabía. Tenía miedo de que, después de verlo, no le diera ningún beso.
Me arrastré por la cama hacia él. Sholto apoyó las manos en la cama y se puso de rodillas. Bajó hasta que su mentón casi rozaba la cama, con las mano apoyadas en la colcha.
Yo estaba a cuatro patas encima de él. Me miró y yo bajé la cara hacia la suya en una posición similar a cuando uno hace flexiones de brazos. Le di un beso, un suave roce de los labios. Sholto empezó a separarse y yo le acaricié con suavidad.
– Todavía no -dije.
Sholto tenía razón, después de que viera sus «extras» quizá no volviera a besarle. Si iba a ser su contacto físico con una sidhe, quería que fuese memorable. Un beso no podía compensar no haber sentido nunca la piel de sidhe, pero era lo único que le podía ofrecer. A su manera, estaba tan solo como Uther.
Sholto había vuelto a acercarse y levantaba sus ojos hacia mí. Me aguardaba pacientemente, totalmente pasivo, esperando que le hiciera todo lo que tenía pensado. En ese momento, se me contestó otra pregunta. Si tenía que vincularme a otra persona de por vida, habíamos de tener en común algo más que sangre de sidhe. Tendríamos que compartir mi amor por el dolor.
Me tiré sobre la cama, con lo cual nuestras caras quedaron a la misma altura.
– Abre la boca, sólo un poco -dije.
Lo hizo sin preguntar nada. Eso me gustó. Besé su labio superior, con delicadeza, con dulzura. Utilicé la lengua para abrir más su boca, y a continuación le exploré con los labios y la lengua. Estaba completamente pasivo al principio, dejando que me alimentara ligeramente de su boca, después empezó a besarme a su vez. Besaba despacio, casi con dudas, como si fuera su primera vez, y sabía que no lo era. Entonces su boca apretó la mía con más dureza, más exigente.
Le mordí el labio inferior, suave pero firmemente. Hizo un pequeño ruido gutural, y se hincó de rodillas, arrastrándome con él, tirando de mis brazos. Me apretaba los labios. El beso era lo bastante fuerte para hacer daño, y tuve que abrir más la boca para que sus labios y su lengua penetraran completamente en mi interior, tan profundamente como él quería.
Me tumbó en la cama, y yo se lo permití, pero me di cuenta de que tenía su cuerpo sobre el mío. Utilizaba las manos para levantarse, de manera que sólo nuestras bocas se tocaran. Aparté mi boca de la suya para mirarlo. Podía sentir su cuerpo sobre el mío, como una línea de energía temblorosa. Era como si ya pudiera sentir su peso sobre mí. Su aura, su magia, tenía sustancia, tal que un segundo cuerpo enganchado al primero. La presión del poder me alteró la respiración, me aceleró el pulso. Su magia circuló por mi torrente sanguíneo igual que un imán atrae metal.
Ni siquiera estar con Roane cubierto con las Lágrimas de Branwyn había sido así. Había sido fantástico, pero no había sido esto. Y esto era lo que quería, lo que necesitaba, lo que anhelaba. Sholto me miró con una especie de admiración delicada en sus ojos.
– ¿Qué es esto?
Me di cuenta de que podía sentir mi poder igual que yo percibía el suyo. Podría haber dicho simplemente «magia», pero la última vez que había estado con otro sidhe había sido con Griffin, y él me explicó que mi poder era un brillo menor, algo pálido. Entonces le creí; ahora, no. Tenía que preguntar, porque quizá no volvería a estar nunca con otro sidhe. Probablemente nunca sería capaz de responder a las dudas que Griffin había sembrado en mí.
– ¿Qué sientes? -pregunté.
– Calor. Como calor que se desprende de tu cuerpo y me presiona la piel. -Cargó todo su peso en un brazo, utilizando su mano libre para acariciar el aire que había entre nosotros como si estuviera tocando algo que tuviera forma y peso. La sensación de verle pasar la mano a lo largo de mi aura me obligó a cerrar los ojos, y mi cuerpo se estremeció bajo un contacto que no era tal.
Introdujo su mano a través de la energía e, incluso con los ojos cerrados, sabía dónde estaba su mano.
– Se me pega a la mano como algo que me chupa la piel -dijo Sholto, con la voz agitada y a la vez cargada con el asombro que mostraba su rostro.
Sentí que su mano empujaba entre el poder, como si mi cuerpo fuera agua y su mano le trajera aire frío. Ésta no se limitó a tocarme, me rompió los escudos, forzó su magia en mi interior. Me abrió los ojos, me cortó la respiración. Me obligó a arremeter con mi poder, a cubrirlo como cuando se pone la mano sobre una herida.
Su cuerpo se tensó al contacto con mi magia. Me miró con los labios entreabiertos; percibía el latido de sus venas bajo la frágil piel de su garganta.
– No tenía ni idea de lo que me estaba perdiendo.
Asentí, mirándole, tendida sobre la cama, y sentí su mano como un peso palpitante en mis costillas.
– Esto es sólo el principio -dije, y mi voz se había convertido en un susurro.
No intentaba parecer sensual, era toda la voz que me dejaba la presión de su cuerpo sobre el mío. En aquel momento, no podía pensar en ninguna deformidad que me impidiera decir que sí.
Busqué su camisa. Él apartó su mano de mi cuerpo para apoyarse en ambos brazos y dejar que yo alcanzara los botones de su camisa. Le desabroché el siguiente botón; no salió nada. Desabroché otro botón. El poder temblaba como el calor que se levanta del asfalto.
– Aparta la ilusión, Sholto, déjame ver.
– Tengo miedo. -Su voz era un susurro. Lo miré.
– ¿Crees realmente que quiero dejar escapar esta oportunidad? Quiero acabar con este exilio, Sholto. Estoy cansada de fingir. Quiero recuperarlo todo. -Le acaricié el cuello, y la mezcla de nuestros poderes fluyó como un velo invisible-. Carne de sidhe, carne igual a la mía para ser bien recibida; quiero regresar a casa, Sholto. Deja caer tu encanto para que vea qué aspecto tienes.
Hizo lo que le pedí. Los tentáculos salieron de la camisa, y me recordó un nido de serpientes, o los intestinos que se esparcen cuando se abren las tripas de alguien. Estaba helada, y esta vez no fue la pasión la responsable del nudo que se formó en mi garganta. Sholto empezó a retirarse inmediatamente. Se levantó y me dio la espalda para que no pudiera verle. Tuve que agarrarle el brazo para pararle. Mi reacción había roto la magia existente entre nosotros o, más bien, la había roto su reacción a mi reacción. Su brazo era simplemente un brazo, caliente y vivo bajo mi mano, pero nada más.
Le agarré con las dos manos. Intenté dirigirle nuevamente hacia mí, pero se resistió. Me arrodillé. Dejé una mano sobre su brazo, pero estiré la otra hacia su camisa. No toqué nada, y debería haber tocado muchas cosas. Había convocado nuevamente encanto y yo no sentía lo que realmente estaba ahí.
Le obligué a mirarme. Llevaba la camisa abierta hasta el abdomen. Su pecho y su estómago estaban pálidos, musculosos, limpios, perfectos. Desabroché otro botón y su torso se mostró como en el anuncio de un gimnasio. Sholto me permitió desabrocharle la camisa y dejarla abierta del todo, pero no me miró.
– Supongo que también será agradable si te escondes detrás del encanto.
Entonces me miró, y parecía enfadado:
– Si ésta fuera mi verdadera apariencia, no te apartarías de mí.
– Si ésta fuera tu verdadera apariencia nunca habrías llegado a ser rey del Huésped.
Pasó por sus ojos un sentimiento ilegible, pero este sentimiento era mejor que la anterior angustia teñida de amargura.
– Habría sido un noble en la corte de los sidhe -dijo.
– Un señor, nada más. La línea sanguínea de tu madre no es lo suficientemente noble para adquirir un título mejor.
– Soy un señor -dijo.
Asentí.
– Sí, por méritos propios, por tu poder. La reina no podía dejar que un poder así abandonara nuestra corte sin un título.
Sonrió, pero su sonrisa era amarga, y la angustia asomó de nuevo a sus ojos.
– ¿Estás diciendo que es mejor gobernar en el infierno que servir en el cielo?
Dije que no con la cabeza.
– No, pero digo que tienes todo lo que te hubiera podido dar la sangre de tu madre, y eres un rey.
Me miró, de nuevo con una máscara arrogante. La que había visto tan a menudo en la corte.
– La sangre de mi madre podría haberme proporcionado tus favores.
– No te he rechazado -dije.
– He visto tu mirada, he sentido el desasosiego de tu cuerpo. No tienes que decirlo en voz alta para que sea verdad.
Empecé a sacarle la camisa de los pantalones, pero él me agarró las manos.
– No.
– Si te vas ahora, será el final. Deja caer la ilusión, Sholto, déjame ver.
– Lo hice. -Tiró de su camisa con tanta fuerza que casi me tiró de la cama.
– Hubiera sido fantástico si te hubiera podido abrazar sin vacilar. Siento no haber podido, pero dale otra oportunidad a esta chica. La primera vez asusta un poco.
Sacudió la cabeza.
– Tienes razón, soy el rey de los sluagh. No seré humillado. Me senté al borde de la cama y lo miré. Tenía un aspecto formidable, aunque se le veía un poco enfurruñado. Pero no era real, y yo me había pasado tres años ocultándome y fingiendo. El engaño puede durar mucho tiempo. Aunque lo hubieran rechazado, nadie resumía la corte de la Oscuridad mejor que Sholto. Una combinación de increíble belleza y de horror, no una al lado de la otra, sino entrelazadas. La una no podía existir sin la otra. Sholto era a su manera la combinación perfecta de todas las características de la corte, y lo rechazaban porque temían que fuera en realidad la esencia de un sidhe de la Oscuridad. Dudo que lo pensaran así de claro, con estas palabras, pero esto es lo que les asustaba de Sholto: no que fuera un extraño, sino que no lo fuera.
– No te puedo dar mi palabra de honor de que no te rechazaré por segunda vez, pero te puedo dar mi palabra de que lo intentaré.
Me miró, con arrogancia en los ojos; un escudo más:
– Eso no es suficiente.
– Es lo máximo que te puedo ofrecer. ¿El temor a ser rechazado merece perder el primer contacto con la carne de sidhe?
La duda le invadió la mirada.
– Si no puedes… digerirlo. Entonces convocaré el encanto y… Acabé por él cuando su voz se desvaneció.
– Sí, podemos.
Asintió.
– Esto es lo más cerca que he estado nunca de rogarle a alguien.
Reí.
– iQué suerte tienes!
Pareció desconcertado, y fue casi un alivio ver al verdadero Sholto mostrándose a través de su cuidadosa máscara.
– No lo entiendo.
– Tu magia tiene tanto poder que seguramente no lo entiendas. -Era mi voz la que mostraba amargura ahora. Me la sacudí literalmente agitando la cabeza y el pelo me cayó sobre la cara. Le tendí los brazos-. Ven aquí.
En su cara se observaba desconfianza. Me imagino que no le podía acusar, pero empezaba a cansarme de ser el bastón que sostenía sus emociones. No quería lastimarle y no obstante, no estaba segura de que quisiera vincularme con él para siempre. No se trataba de los tentáculos, sino de su inestabilidad emocional. Los hombres así resultan tan agotadores que normalmente los evito, pero Sholto me podía ofrecer cosas que otros no podían. Podía devolverme a casa, así que valía la pena aguantarlo durante un tiempo. Pero en realidad esto era un estigma casi tan grande como sus extras.
– Quítate la camisa y ven aquí. O no lo hagas si no quieres. Tú eliges.
– Pareces impaciente -dijo.
Me encogí de hombros.
– Un poco. -Lo atraje hacia mí.
Se quitó la camisa de los hombros y la tiró al suelo. Un montón de emociones cruzaron su rostro hasta que finalmente se concretaron en un desafío. Me daba igual, porque sabía que su rostro no reflejaba lo que realmente sentía. Iba a utilizar una máscara hasta estar seguro de que sería bien recibido.
Dejó caer el encanto.