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SÍGUEME -ANUNCIÓ Merton Gains.
Monique lo siguió por un corto pasillo hacia un salón de conferencias en el ala oeste.
– Kara está con él. El presidente está ocupadísimo con la crisis de Oriente Medio y tiene un salón lleno de asesores, pero insistió en que vinieras después de oír a Kara. Solo trátalos con indulgencia. Están muy nerviosos allá adentro.
El salón de conferencias al que entró Monique era bastante grande como para colocar cómodamente sentadas al menos a veinte personas alrededor de una mesa ovalada. Una docena de asesores y militares típicos se hallaban sentados o en pie. Unos pocos hablaban en tonos silenciosos a un lado. Los demás miraban tres enormes pantallas, las cuales informaban de la situación que se desarrollaba en Oriente Medio y en Francia.
– Señor, tengo a Benjamín en la línea.
– Dele paso a la llamada -ordenó el presidente.
El auricular zumbó y él lo levantó.
– Hola, Sr. Primer Ministro. Espero que tenga buenas noticias para mí.
Monique buscó a Kara en el salón. Sus miradas se encontraron y la hermana de Thomas se fue hacia ella.
– Estoy de acuerdo, Isaac, y no necesariamente lo culpo por empujar a esto -estaba diciendo el presidente-. Pero incluso en el más remoto contorno montañoso, usted va a tener bajas. No vemos cómo lo vaya a beneficiar alguna escalada más.
Otra pausa.
Naturalmente. Entiendo el principio -continuó el presidente, y suspiró-. Es una situación imposible, de acuerdo. Pero aún tenemos tiempo, No arrasemos nuestras ciudades antes de lo debido.
Kara se detuvo a un metro de Monique, con los ojos bien abiertos.
– Desapareciste.
– Mi auto se salió de la carretera.
– ¿Resultaste herida?
– No. Solo perdí el conocimiento.
– ¿De veras?
¿Por qué esto asombró tanto a Kara?
El presidente había concluido su llamada.
– Estuviste muerta -informó Kara.
– Lo dices en sentido figurado. Mi auto chocó contra un árbol y me di un golpe.
– ¿Recuerdas eso? ¿O perdiste el conocimiento antes de que el auto se saliera de la carretera?
Kara tenía razón. Monique no recordaba haber salido volando por el borde.
– Primero perdí el conocimiento.
– Yo estuve allí, Monique. Con Mikil. Soñé como Mikil. Rachelle fue asesinada por las hordas hace trece meses. Creo que, debido a tu conexión única con ella, moriste al morir ella. Creíste ser Rachelle, ¿correcto?
– ¿Está Rachelle muerta!
– Hace trece meses.
– Pero yo estoy viva. No estoy segura de entender.
– Te lo explicaré más tarde, pero estoy segura de que estuviste muerta.
– ¿Y Thomas?
– Thomas está vivo; al menos, en el desierto. Rachelle lo halló muerto en el campamento de las hordas y lo sanó con el poder de Justin. Tú sabes acerca del poder de Justin, ¿verdad?
– Sí. ¿Y está Thomas vivo aquí?
Kara la miró profundamente.
– Tú estás viva, ¿no es así?
– Perdónenme -terció el presidente-. ¿Están diciendo que Monique murió anoche?
– ¿Señor?
Él levantó la mano para hacer callar a su funcionario en jefe.
– ¿Monique?
– Sí, creo que ella tiene razón. Sé que parece absurdo, pero si Rachelle murió en la otra realidad, yo habría muerto aquí. Estábamos… conectadas..-¿Cómo conectadas?
.-Creencia. Conocimiento -declaró Monique, y miró a Kara; una pequeña parte de ella aún recordaba a la teniente principal de Thomas, Mikil, del corto tiempo que había vivido como Rachelle.
.-Señor, creo que usted debe atender esta llamada -presionó Ron Kreet.
– ¿Quién es? -demandó el presidente sin quitar la mirada de Monique.
– Asegura ser Thomas Hunter.
– ¿Thomas Hunter? -preguntó el presidente, dando media vuelta.
– ¡Yo lo sabía! -susurró Kara-. ¡Las hordas no lo mataron!
– Él asegura tener información crítica para el callejón sin salida que tenían con Israel.
– Póngalo en el altavoz.
El funcionario en jefe pulsó un botón y colocó el auricular en su base.
– Sr. Hunter, tengo al presidente en la línea. Usted está en un teléfono altavoz. Su hermana y Monique de Raison también están aquí. La línea permaneció en silencio.
– ¿Thomas? -expresó el presidente.
– Hola, Sr. Presidente. ¿Entonces Monique está viva?
– Se encuentra exactamente aquí con Kara.
– El libro funciona.
– ¿Qué libro? -quiso saber el presidente.
– Lo siento, Sr. Presidente. Kara puede explicarle después. ¿Escaparon los demás?
Están a salvo -contestó Kara.
– ¿De qué se trata esto? -inquirió el presidente Blair. Lo siento, señor -declaró Thomas-. Sé que esto no tiene mucho Sentido, pero debe escuchar con sumo cuidado. Los franceses pretenden ofrecer el antivirus a Israel en un intercambio en altamar en cinco días a partir de ahora. La oferta es verdadera. Si Israel no les hace caso y lanza otro misil, Fortier tomará represalias aniquilando Tel Aviv.
– ¿Está usted seguro de esto? -preguntó el presidente sentándose lentamente.
– Sí, señor, así es. También le puedo informar que ellos no tolerarán la existencia de un Estados Unidos posterior al virus. ¿Me puede usted sacar de aquí?
Blair levantó la mirada a un general, quien asintió.
– Dejaré que el general Peter le dé algunas coordenadas. ¿Está usted seguro de poder lograrlo?
– No.
– Le estoy dando el teléfono a Peters -expresó Blair después de hacer una pausa-. Que Dios le ayude, Thomas. Vuelva a nosotros.
– Gracias, señor.
El general levantó el auricular y habló rápidamente, dándole información básica y coordenadas a Thomas para recogerlo en un punto a ochenta kilómetros al sur de París.
– Comuníqueme ahora con el primer ministro israelí -ordenó el presidente a Kreet; luego se dirigió a Monique y Kara-. Creo que merezco una explicación.
Kara miraba al suelo. Levantó una mano y se jaló distraídamente el cabello.
– Debo regresar y decirle a Mikil que él está con las hordas.
– ¿Sabes cómo regresar? -preguntó Monique.
– Sí.
THOMAS COLGÓ el teléfono y dio dos pasos hacia las escaleras antes de detenerse en seco. Del sótano venían voces. ¡Estaban en las escaleras! Habrían encontrado al guardia. Sin duda, revisaron la celda y descubrieron que él ya no estaba allí.
Thomas salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa, por una vieja cocina, sobre un sofá de la sala, hacia una ventana grande. No se veía ningún guardia en el césped trasero. Corrió el pasador.
La ventana se abrió libremente. Thomas saltó a tierra; se hallaba a medio camino del suelo cuando llegó la primera alarma. Una fuerte sirena que lo hizo estremecer.
– ¡Un hombre abajo!
Thomas corrió hacia el bosque.
CARLOS OYÓ la alarma y se quedó helado en el último escalón. ¿Un intruso? Imposible. Justo el día antes habían desalojado la casa cuando los estadounidenses introdujeron fuerzas especiales en un intento por localizar a Thomas. Habían sabido de la misión por adelantado, naturalmente, y permanecieron fuera el tiempo suficiente para que el equipo se convenciera de que la información de Monique de Raison era errónea.
Ninguna intrusión en este momento podría ser parte de la obra estadounidense. No había habido informe. Siempre había la posibilidad de que se hubiera puesto en evidencia el contacto que tenían allí, pero Monique no habría podido decirles quién era su contacto, solo que tenían uno. Y esa fue equivocación de Fortier, no de Carlos.
– ¿Señor? -graznó la radio.
– Cerquen el perímetro -ordenó después de liberar la radio de su cintura-. Cubran las salidas. Disparen apenas vean algo.
Dio dos pasos y se detuvo. Un pensamiento le vino a la mente. La cortada en el cuello. La herida imposible desde la realidad de la que Thomas afirmaba haber venido. Un pequeño vendaje cubría ahora el pequeño corte.
Carlos retrocedió hacia el sótano y corrió al salón donde mantenían el cadáver. El cuerpo de Thomas Hunter. Atravesó la primera puerta e insertó la llave en la portezuela de la bodega. La abrió y encendió la luz.
Rugió de ira y lanzó las llaves contra la pared. Se habían llevado el cuerpo. ¿Pero cómo pudo un equipo haber traspasado sus defensas, irrumpir en este salón y llevarse el cuerpo en cosa de diez minutos? ¡Menos!
A no ser que este hombre realmente hubiera escapado antes a la muerte. A menos…