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CARTA 9

Esperanzas

La estrella

Crowley: la Hija del Firmamento, el Morador entre las Aguas. Esperanza, ayuda inesperada, claridad de visión, materialización de posibilidades.

Waite: inmortalidad. Verdad desvelada. La Gran Madre comunicándose con quienes están por debajo de ella, en la creencia de que pueden recibir su saber.

9.0: el nuevo día comienza en la oscuridad

No fue como volver a caer en la invalidez. El efecto no se difundió mucho. El número de personas que se enteraron de mi colapso emocional fue limitado. Pero durante varios días, Sherrea, Theo, Frances y Josh se comportaron como si creyeran que iba a entrar en erupción o evaporarme sin causa. Supongo que lo necesitaba.

También tuve que luchar contra mis propios impulsos. No había sido una catarsis perfecta. Mis instintos seguían en su sitio y tuve que reprimir un apasionado deseo de volver a hundirme en el silencio. Y seguía teniendo buena memoria. Ahora que tenía una estupenda llaga abierta en el alma, regresaron todas las cosas terriblemente crueles que había dicho o hecho para proteger mi privacidad.

Lo peor de todo ocurrió la misma noche, en la cocina. Mags estaba cambiando la junta del grifo y yo, aprovechando la luz del mismo quinqué, estaba leyendo Historia en dos ciudades en la mesa de la cocina.

-¿Por qué te llamas Gorrión? -me preguntó de repente-. ¿Te lo pusiste tú? ¿Es un símbolo? ¿Hace referencia a algo?

Podía haberle contado que había despertado en un dique en medio de unos matorrales, sudando bajo el sol de la mañana, mirando un pecho de plumas hinchadas y un ojo redondo y negro que saltaba sobre una ramita, encima de mí. El nombre había aparecido automáticamente en mi cabeza. Ahí fue cuando reconocí el lenguaje, cuando reconocí que lo conocía. Y que no había, que yo supiera, un pasado en el que lo hubiera aprendido. Fue la primera vez en la que tuve consciencia del yo. ¿Cómo iba a saber que el gorrión guardaba el fuego para el Diablo?

Cassidy me lo dijo.

-No -dije bruscamente-. Es solo un nombre.

-No te pega, ¿sabes?

Gorrión guardaba el fuego para el Diablo. Poco después de decírmelo, me había regalado algo, algo que me había hecho sentir asfixia. Cerveza. Me había terminado su cerveza. Y por culpa de aquella violación de mis principios, mis valiosos principios, le había hecho creer que no me importaba.

-O sea, los gorriones son pequeños, redondeados y de color marrón.

La última cosa consciente que Cassidy había hecho en su vida había sido tratar de regalarme la mía.

-Trabajan para el Diablo -dije, con la voz tan rota como un terrón de tierra en invierno-. Perdóname.

Salí apresuradamente por la puerta de atrás.

Por algún milagro, no había nadie en la plaza del pueblo. Me apoyé en el gran árbol central, con las manos en la frente, y volví a llorar. Esta vez la tormenta fue silenciosa y furibunda. Y esta vez tuve que superarla a solas. Por muy bien que lo contara, nadie podría comprender la magnitud de mis culpas o de mis pesares. Había existido una persona que había sido capaz, por el valor de un trago de cerveza, de negar a un amigo. Era imposible compartir la vida con esa persona.

La noche continuó moviéndose a mi alrededor, el árbol siguió sujetándome, la tierra no se abrió bajo mis pies. No se me ofreció un olvido instantáneo. Tendría que soportarlo.

Pero al cabo de un rato empecé a percatarme de que había una cantidad inusual de cuchicheos a mi alrededor. Frances fue la primera en hablar, por una vez con timidez y educación. No recuerdo sus palabras exactas. Recuerdo que su frase fue aún más ornamental y menos directa de lo habitual. Dije:

-Escucha una cosa: voy a encerrarme en mi cuarto y podéis pasarme notas por debajo de la puerta. De este modo tendréis días para pensar lo que vais a decir antes de decirlo.

Los ojos de Frances se abrieron como platos.

-Hola -dijo, sonriendo-. ¡Has vuelto!

Poco a poco, Theo volvió a citar películas, más que nada porque era incapaz de no hacerlo. Yo lo entendía perfectamente. A fin de cuentas, había pasado días sin verle porque no podía mirarlo sin empezar a pensar en medidores de UV y mesas de mezclas. Sherrea, simplemente, me maldijo un buen día. Después de aquello, sin más comentarios, reanudamos el ritmo de la conversación genuina, discusiones reales y silencios que no estaban cargados con nada.

Así que no resultó incómodo cuando fui al establo buscando una horca y me encontré a Sherrea apoyada en la cerca de un corral cercano. Pero sí que resultó un poco extraño. Estaba dando de comer tréboles con la mano a un camello. Un camello de dos jorobas, de color marrón y aspecto poco recomendable.

-En el nombre de… ¿Cómo demonios ha llegado eso aquí? -dije, en lugar de la frase que había preparado.

-¿No te parece precioso? No sabemos qué hacer con ellos, pero no quieren irse y son tan raros que no conseguimos que se los quede nadie de los que podrían utilizarlos.

-¿Es que hay más de uno?

-Oh, sí. Un macho, dos hembras y, desde esta primavera, un cachorro.

-Pero ¿de dónde vienen? -Extendí la mano mientras lo preguntaba.

-Coge un poco de hierba si no quieres que te la muerda. Aquí antes había un zoo. Cuando te apetezca una buena caminata, puedes ir a ver las antiguas instalaciones: están detrás de esa loma. Pero ahora solo quedan ruinas. Es un lugar muy triste. Cuando los Ingenieros montaron el campamento, las especies tropicales habían muerto ya, y también algunas otras. El último tigre murió hace dos años, y todo el mundo se sintió fatal, aunque sabíamos que acabaría por ocurrir tarde o temprano.

-¿Un tigre?

-Sí. Era precioso. Pero no pudimos encontrar suficiente información sobre el cuidado de tigres, y lo poco que encontramos, no siempre servía. Pero los alces y los caballos salvajes salieron adelante sin dificultades, así que los soltamos. Y si te fijas, podrás ver monos invernales en los bosques. Sin embargo, nuestro mayor éxito fueron los bueyes almizcleros.

El camello me lanzó una mirada adorable desde debajo de unas vastas pestañas de color arena y trató de arrancar un trozo de mi manga. Arranqué otro matojo de hierba y se lo ofrecí a cambio.

-¿Siguen aquí?

-No, ahora hace demasiado calor para ellos. Perdíamos a muchos por culpa de las enfermedades. Pero nos enteramos de que había una comunidad al norte de Winnipeg que estaba haciendo algo parecido a lo que los Ingenieros están haciendo aquí y nos dijeron que se encargarían de ellos. Así que llevamos a los bueyes hasta la frontera. Fue estupendo, salvo cuando la gente se ponía a cantar Get Along Little Musk Ox cuando parábamos por la noche. Hace poco hemos sabido que la manada está volviendo a crecer. Supongo que es un tanto en el haber de los buenos.

-¿Quiénes son…?

El camello me dio un mordisco.

-Es realmente encantador -dijo Sher mientras yo me frotaba el antebrazo-. Solo que no conviene dejar de prestarle atención.

-Joder si tienes razón…

El camello volvió a esbozar una sonrisa angelical.

La prudencia de Josh no era verbal. En realidad, ni siquiera era prudencia. Era una especie diferente de cautela, una preocupación por mi estado mental de diferente naturaleza, que él manifestaba observándome. Me había dado cuenta de que lo estaba haciendo, pero no de qué forma tan exhaustiva hasta que dejó de hacerlo. Saqué el tema a colación una noche, en su enfermería, donde había ido para ocuparse de una emergencia. Gran Bob Beher se había roto la muñeca izquierda. Le ayudé a escayolársela. (Utilizando este caso como ejemplo, estoy en condiciones de afirmar que los principios de Josh sobre las relaciones médico-paciente eran un poco escurridizos; Gran Bob se refería al doctor como «Josh, hijoputa» mientras que él se dirigía a su paciente como, «Señor Beher, cabronazo»).

Estábamos solos, recogiendo lo que quedaba de escayola y la jofaina de agua con yeso, cuando le dije:

-¿Creías que iba a suicidarme?

Josh levantó la mirada del barreño, lleno de instrumentos de acero inoxidable.

-No estaba seguro. No te conocía, ¿sabes? Pero mientras estaba curándote por fuera, me di cuenta de que tenías algo roto por dentro. Entonces, cuando…

-Cuando me dediqué a imitar a una manguera sobre las zanahorias del huerto -dije.

-Lo que sea. No sabía si eso te había hecho bien o mal. A veces, la aceptación de la desesperación se manifiesta así. Por eso la gente que va a suicidarse parece estar mucho mejor el día antes.

-No podría haberlo hecho. Frances se habría puesto furiosa después de lo que… -tardé un momento en decidir si iba a hacer lo que creía que iba a hacer-. Josh, ¿tienes una cerveza?

Aquello pareció ofenderlo.

-Tengo una nevera, ¿no?

-Te contaré la historia entera si quieres oírla. Pero no creo que pueda hacerlo sin una cerveza.

-Estas cosas llevan su práctica -asintió-. ¿Qué te parece el porche?

Así que nos sentamos fuera, en la oscuridad, bajo el tufo del poleo que usábamos para espantar los mosquitos, con tres cervezas caseras por barba, y le conté lo que era yo y cómo había acabado hecho un guiñapo en su patio delantero. Josh silbó e invocó a los dioses en todos los pasajes apropiados. Cuando acabé, tomó un largo y reflexivo trago de cerveza y dijo:

-¿Qué vas a hacer ahora?

No me esperaba esa pregunta.

-No lo sé -respondí después de pensarlo un poco-. ¿Tengo que hacer algo?

-Puede que no. Probablemente no. Pero, viendo las cosas en perspectiva, estamos cerca de la ciudad. Aquí comerciamos mucho. Es el tipo de asunto que cualquier persona cuerda dejaría estar, pero puede que él no te deje a ti.

Me acabé mi tercera botella.

-Quizá debería irme.

-¿Adónde?

-¿De nuevo al sur? Podría probar la idea de Mick y dirigirme a la frontera.

-A la frontera no -dijo Josh-. No podrías cruzarla abiertamente, en cualquier caso.

-¿La han cerrado?

-No, pero te pedirían la tarjeta de sanidad. Y cuando vieran que no tenías, te harían un examen médico. Y luego te llevarían a la parte de atrás y te pegarían un tiro.

-Oh. No les gusta mucho la gente rara del norte, ¿eh?

Se terminó su tercera cerveza.

-Además, tampoco tendrías adónde ir. ¿Qué harías entonces?

-¿Podar los frambuesos?

Se echó a reír.

-Cuidado con lo que pides. -Entonces dejó la botella en el suelo del porche e, inclinándose en la silla, miró la plaza del pueblo-. ¿Alguien te ha hablado de los hoodoo?

-Ya sé lo que son -dije con cierta brusquedad.

-¿De verdad? Bueno. Pregúntale a Sherrea -dijo él en con una voz extraña y agradable- sobre este pueblo.

Su tono de voz me erizó el vello de la espalda. Entonces se me ocurrió que tal vez es lo que él pretendiera. Puede que no fuera omnisciente pero conmigo había tenido una media de aciertos bastante respetable.

-Me dijo que antes era un zoo.

-Probablemente tenga algo que ver, pero no me refiero a eso.

-¿Y ella sabrá a qué te refieres?

-Oh, sí.

-¿Tengo que preguntárselo esta noche?

Josh abrió los ojos de par en par.

-No tienes por qué preguntárselo nunca.

Probablemente, Frances hubiera tenido una respuesta elegante y corrosiva para eso. Yo me limité a suspirar y llevarme las seis botellas vacías a la cocina.

Al día siguiente hizo un tiempo estupendo, algo raro a principios de verano: caluroso pero lleno de viento fresco y nubes blancas en los cielos. Theo y yo lo pasamos casi todo en un cobertizo reconvertido en taller, poniendo a punto un generador. Salimos de allí, cubiertos de mugre y sudor, y nos topamos con los últimos coletazos de lo que nos habíamos perdido durante el día, mientras los rayos del sol se posaban, cegadores, sobre las copas de los árboles. Theo se encaramó a la valla y se sentó mirando al cielo con los ojos cerrados. Yo no tuve fuerzas para trepar. Me limité a apoyarme en la pared.

-Esto está bien -dijo-. Ya sabes, para ser un pueblucho apartado.

-Serás ignorante -dije alegremente.

Se volvió y me miró desde arriba.

-Te gusta, ¿no? Este sitio, me refiero.

-No… no lo sé. O sea, sí, claro que me gusta. Pero si lo que estás diciendo es si voy a quedarme, no lo sé.

-Aquí no hay cinta suficiente -dijo en dirección al campo cultivado que teníamos delante.

-No. Pero ya no quiero pensar en eso.

-¿Y qué tiene eso de malo?

-Puede que nada. Pero no quiero pasarme todo el día viviendo del pasado como una sanguijuela, Theo. Me da miedo. Me sigue dando miedo lo mucho que sabía al despertar. Lo pusieron ahí para que resultara útil hace sesenta años así que, ¿por qué iba a servir de algo ahora?

-Ha sido útil -dijo, confundido- y es útil. Así que, ¿a quién le importa el porqué?

Suspiré.

-A mí. Porque he sido útil, Theo, y creo que sigo siéndolo. Pero salí a la superficie hace quince años con la cabeza completamente despierta y llena de conocimientos y ahora quiero saber el porqué.

-¿Zeus y Damballah? -dijo Theo en tono decididamente neutro, como si pensara que alguien tenía que mencionar la posibilidad.

-Oh, claro. ¿Y si fue… el Hada Azul? ¿Quién mató a Pinocho? Yo no tengo cuerdas.

Me detuve, porque por ese camino se llegaba a la autocompasión y estaba tratando de librarme de ese hábito.

-Siempre he pensado que te parecías más al Espantapájaros – dijo Theo-. Ya sabes: «Ojalá tuviera un cerebro».

-Y eso me lo dice el tío que ha visto Guns IIseisveces. ¿Qué quieres hacer tú?

Sabía que no estaba hablando de los próximos diez minutos.

-Que todo el equipo del Underbridge funcione a la vez.

-Entonces supongo que no eres ateo.

-Joder, para conseguir eso, tendría que ser Dios. Me gustaría grabar a los tíos de los tambores de la otra noche. Tío, si tuviera un grabador dat… -Permaneció un momento en silencio. Entonces se quitó el pelo castaño de la cara con las dos manos-. Quiero volver, Gorrión. Y no puedo. Y lo detesto. -También él. Se notaba en la repentina ronquera de su voz y la desesperación con la que cerraba los puños. Su desesperación me selló la boca y vació mi mente de frases de consuelo.

-Bueno, oye -dijo de repente mientras bajaba de la valla-, somos jóvenes, somos fuertes y sabemos instalar un enchufe telefónico de centímetro y medio. Algo saldrá.

-En cualquier momento -dije. Levanté la mirada hacia el cielo, extendí las manos y añadí, alzando la voz-. Preferiblemente en formato Hi-8, con una copia de Casablanca cargada. -Me volví hacia él. Estaba sonriendo un poco-. Tienes la nariz manchada de grasa.

Theo se alojaba en la casa de LeRoy, en el lado opuesto de la plaza con respecto a la de Josh, un edificio de dos pisos y medio, tan nuevo que todavía conservaba el olor a madera cortada. Cuando llegamos, me llevó hasta el porche trasero. Había una bomba junto a la escalera, y una pastilla grande de jabón blando sobre la barandilla del porche. Theo se quitó la camisa por la cabeza, cosa que, descubrí, me provocó cierta incomodidad. Me senté en el primer escalón y disimulé mi turbación limpiándome las botas.

-¿Me pasas el jabón? -dijo. No me quedó más remedio que mirarlo. Parecía que había estado paseando sin ella intermitentemente. Estaba ligeramente bronceado y tenía los hombros cubiertos de pecas. Seguía incomodándome, decidí. Le tiré la pastilla de jabón y él me dio a cambio las gafas. Activó la bomba, metió la cabeza bajo el agua y soltó un gorgoteo reverberante y agudo.

-Creo -dijo Frances, que acababa de aparecer doblando la esquina de la casa-, que el agua está fría.

-Te preguntarás por qué ha hecho eso.

-No, en realidad no. Si estaba en las mismas condiciones que tú, no hay ningún misterio. ¿Qué habéis estado haciendo, construir un petrolero?

-Algo peor, en realidad. Hemos tenido una pelea con un generador Honda.

-¿Y os ha ganado?

-Posiblemente una victoria moral. Pero ahora funciona.

Se sentó en la escalera, a mi lado.

-Bueno -dijo, observando a Theo mientras este se mojaba la cabeza de nuevo-, ¿qué vamos a hacer ahora?

La miré fijamente y, con esfuerzo, logré mantener la boca cerrada. Entonces me rodeé las rodillas con los brazos.

-He tenido esta misma conversación dos veces en las últimas veinticuatro horas. Deberíais coordinaros mejor, tíos.

-¿Y los demás querían decir lo mismo que yo?

-No lo sé.

-¿Entonces cómo sabes que ya has tenido esta conversación? O sea -añadió antes de que yo tuviera tiempo de objetar nada-, que yo quiero saber cómo crees que debería influenciar mi futuro al tuyo y viceversa. Me gusta este sitio pero si me quedara tanto tiempo tan cerca de la ciudad, acabaría por amargarme. Tendría que volver a intentarlo y no tiene sentido. Como señalaste una vez, acortar mi propia vida sería un acto de ingratitud. Así que me marcharé, más tarde o más temprano, y no me parece mala idea hacerlo más temprano.

»Teniendo todo esto en cuenta, ¿vienes o te quedas? -Levantó las rodillas hasta el pecho y me miró.

-Si me voy, ¿tengo que ir contigo?

-Jesús, no, aunque puedes hacerlo si quieres. Esta es mi bizantina manera de decírtelo.

Era una solución. Una buena solución, de hecho: me permitiría escapar de Tom y del laberinto erizado de espinos de los recuerdos de mis pasados errores. A Theo no le serviría de nada pero puede que encontrase también el modo de resolver eso.

-¿Puedo pensármelo algún tiempo? -pregunté.

-No -dijo Frances-. Espero que te subas a mi coche sin otra cosa que un pañuelo limpio. Por supuesto que puedes. Hazlo.

-¡Oh, mierda! -aulló Theo-. ¡No hay toalla!

-No, no hay toalla -asentí.

Frances me miró y sacudió la cabeza.

-Eres una mala persona. Voy a buscarte una toalla, Theo. Entretanto, finge que eres un sistema de riego por goteo.

Theo se apartó el pelo empapado de la cara mientras Frances desaparecía por la puerta de atrás. Con la cabeza empapada, sin sus gafas, parecía otro, un desconocido.

-Cada vez lo lleva mejor, creo -dijo.

-¿Te refieres a Frances? ¿El qué?

-Sí, ya se nota que te has dedicado a pasar de todo. No hacía más que rezongar constantemente. Y no se defendía cuando alguien le metía caña.

-¿Que no se defendía?

-No sé de qué otra forma expresarlo. Creo que se sentía responsable por lo que te pasó.

Fruncí el ceño.

-Bueno -dijo Theo-. Yo sé que puedes comportarte como si fueras gilipollas sin que nadie te ayude, pero puede que ella no. Además, también estabas bastante mal. En cuanto empezaste a mejorar, ella lo hizo también.

No dije nada, y fue una suerte, porque en ese momento salió Frances con una toalla y se la dio a Theo.

-LeRoy quiere saber si te importaría volver a cenar buñuelos de maíz.

Theo la miró con incredulidad.

-¿Importarme? Joder, no, ¿y a ti?

-Eso mismo le he dicho yo. Pero me ha pedido que te lo preguntara. Por todos los santos, si la gente de por aquí sabe de algo es de comida. Seguro que el sitio lo fundaron los exiliados de una escuela de cocina.

-¿Tú también estás allí? -pregunté con asombro-. ¿En casa de LeRoy?

-En el ático. ¿Por qué -dijo Frances, agraviada-. Todo el mundo me pone en el piso de arriba, como si creyeran que voy a organizar un horrible accidente con un juego de química.

-Puede que esperen que gastes tu natural vivacidad subiendo escaleras.

Me miró con los ojos entornados.

-Llevas escuchándome demasiado tiempo.

-¿Gorrión, eres tú? -La voz de LeRoy precedió a su propietario por la puerta enmallada. La abrió y asomó su cara alargada y morena. Tenía una mancha de harina en la mata de pelo recortada y negra-. Mags me ha preguntado si podía buscar unos viejos libros de texto para Paulo. Si los encuentro, ¿te importaría llevárselos?

-Si no te importa que los aderece con un poco de grasa de máquina…

-No. A juzgar por el aspecto del libro de Física, alguien lo metió una vez en un barril de Coca-Cola. Frances, ¿te importa que mire en el ático?

-El ático es tuyo. ¿Podemos ayudarte a buscar?

-No estoy seguro -dijo LeRoy con desesperación.

Cuando llegamos al ático, comprendí el porqué. Frances ocupaba un extremo del espacio: una cama plegable, una caja con algunos libros bien ordenados en su interior y un quinqué encima, y otra caja como vestidor, llena de ropa doblada. Estaba casi vacío y obsesivamente ordenado.

El resto del ático contenía lo que parecía el pasado de las últimas tres generaciones de todas las familias del pueblo, guardado en cajas, en baúles llenos, en pequeños armarios que aprovechaban el espacio que había bajo las vigas y un armario empotrado de dos puertas en la pared opuesta.

-Creía que era un edificio nuevo -dije con voz débil.

-Lo trasladé todo desde el viejo -dijo LeRoy-. No hubo tiempo de ordenar las cosas.

-Lo habría habido -dijo Sherrea mientras asomaba la cabeza por la trampilla-, si no lo hubieras dejado para el día antes de que hubiera que derribarlo. Santos, ¿qué estáis haciendo todos aquí?

-Buscando una aguja -dijo Josh.

-Ja. Venía a invitarme a cenar.

-¡Estupendo! -dijo LeRoy-. En cuanto encontremos esos libros.

-Voy a morirme de hambre -suspiró Theo.

La posibilidad pareció activar a Sherrea. Escogió una caja o armario para cada uno de nosotros y otro para ella. A mí me tocó el armario de dos puertas.

El suelo estaba cubierto de revistas y, si estaban clasificadas, era con un sistema que se me escapaba. Coche y conductor, Electrónica popular, Comunicación por señales, El lector Utne, Aire y espacio, Semanario coevolutivo yuna llamada Lencería guarra… Me sentí como si hubiera caído de cabeza, con un terrible dolor de muelas, en una caja de caramelos. El impulso de sentarme y leer resultó irresistible.

Y no es que allí hubiese solo revistas. Saqué un apestoso edredón de algodón, tres tubos fluorescentes, un ventilador eléctrico al que le faltaba una hoja, un cesto de mimbre de base ancha, un montón de bandejas de latón con la leyenda «Radiadores Reynolds: un buen lugar para orinar» y una enorme fotografía enmarcada de una hermosa rubia, que debía de datar de los alrededores de 1940. Estornudé y levanté los ojos con desaliento hacia la estantería más cercana.

Había algunos libros en ella, con las encuadernaciones ocultas tras una cascada apenas contenida de periódicos y una pirámide invertida de cajas de cartón que, si algo en aquel armario se había ordenado a propósito, se habría podido llamar bomba trampa. Reconocí la palabra. La repetí para mis adentros en muchos idiomas, con una mezcla de consternación y asombro divertido. Pero, a pesar de todo, mis manos fueron a hurgar bajo el montón de periódicos, para tratar de sacar los libros del fondo.

Los periódicos resbalaron, primero un montón y luego otros dos. Las cajas temblaron y se ladearon. Y al fin, inexorablemente, delmismo modo que las avalanchas filmadas en los documentales, las cajas se inclinaron hacia delante y vertieron su contenido, seguido por ellas mismas, sobre mi cabeza y mis hombros. Creo que grité.

Tras unos instantes me encontraba al otro extremo de una larga cascada de papel mezclado, estornudando. La masa se mecía suavemente alrededor de las rodillas de Frances, que estaba sentadaen cuclillas delante de una caja abierta.

-Piénsalo -dijo en voz baja-. Podría haber sido pintura… ¿Qué es eso?

Allí delante, boca arriba, había una vieja y doblada postal en la que se veía un paisaje urbano nocturno. Los edificios, suntuosamente iluminados frente a un cielo de un azul tan oscuro que parecía negro, estaban preciosos y utilizaban una cantidad inimaginable de energía. En el pasado, la gente iluminaba los exteriores de los rascacielos y los convertía en esculturas y monumentos huecos.

Entonces reconocí el pilar de cristal que había en el centro, con los reflejos de sus hermanos y el frío cielo de la noche, coronado por un halo de lucecillas blancas, en los flancos. Estaba mirando mi ciudad.

No, comprendí al echar un vistazo al rostro de Frances, estaba mirando la suya. La ciudad tal como la había dejado cuando se había marchado para desempeñar la misión que su país había escogido para ella y cabalgar en los cuerpos de extraños. La ciudad, tal vez, en la que había vivido inocente, como una cintaen blanco.

-¿Pero cuál es ese, el grande y dorado? -pregunté en voz alta.

-¿Perdona? -dijo ella, levantando una mirada vacía.

-El que está totalmente iluminado. El que es casi tan grande como…

Caí en la cuenta mientras lo estaba diciendo, pero Theo respondió de todos modos.

-¡Coño! Es el GildedWest.

Frances se rió un poco.

-El segundo edificio más grande de la ciudad según todo el mundo, ¿lo sabías? Mi madre siempre decía que cuando estaba iluminado parecía una maquinilla eléctrica.

-No -dijo Sherrea asomándose por encima de su hombro-. Parece un cráneo. ¿Ves? Al menos desde este lado. Estas sombras son los ojos…

Theo se había arrodillado junto al arrecife multicolor de papeles y estaba registrándolo.

-Aquí hay otra… y otra. ¡Mirad esto! El Tent Farm con el tejado todavía intacto. Qué bonito. Y este edificio ya no existe.

-El edificio Multifood. Y el City Center -le dijo Frances con voz firme-. Los dos espantosamente feos. Nadie los echará de menos. -Pero yo podía verle la cara. Me acerqué como si quisiera ver las postales y le puse delicadamente una mano en el hombro.

-Aquí hay otra del Gilded West después de anochecer -dijo Theo-. Aquí parece un sapo.

-Es el otro lado -dijo Sherrea-. Qué chorrada. ¿Dónde ves tú un sapo?

-Aquí mismo. Estas son las dos patas delanteras, y este es el cuerpo, y estas dos luces rojas son los ojos.

-Santos. Pues sí que parece un sapo.

Frances echó la cabeza atrás y nuestros ojos se encontraron. Su expresión era una mezcla inestable de hilaridad y zozobra.

-Gracias a Dios -dijo-, el consejo directivo del Norwest ya no está con nosotros.

Sher tenía las dos postales, la del sapo y la del cráneo, en las manos, y las estaba estudiando.

-Son dos símbolos de la muerte.

-Oh, felices banqueros -suspiró Frances-. No me extraña que ahora el edificio esté vacío.

-Nooooo… Theo, ¿no es propiedad de tu familia? ¿Por qué está vacío? -Sher dio unos golpecitos a las postales en los bordes y empezó a barajarlas como si fueran las cartas de su tarot, con el ceño fruncido.

-No lo sé. Un asunto de seguridad, creo. Puede que sea que, como son casi igual de altos, a alguien no le gustara la competencia. En realidad no está vacío. Hay algo dentro.

Me senté en cuclillas junto a Frances.

-Ah, sí. ¿Y qué es?

-Cosas alucinantes. Me lo habría llevado todo a estas alturas, de no ser porque la mayoría no se puede sacar en los bolsillos. Acumuladores permanentes. De los de cuatro horas. Unas tres docenas de baterías de las de larga duración; algunos controladores de carga; una montaña entera de tubos halógenos… Eh, deben de ser piezas de recambio para las luces del exterior. No pongas esa cara. El hecho de que no viva nadie allí no significa que no esté vigilado.

Me había olvidado de LeRoy, y me sobresalté al oír que decía:

-Oye, si no vamos a buscar los libros, podemos bajar a cenar ya.

Sher dijo:

-LeRoy, es tu casa, pero ¿no crees que por lo menos deberíamos guardar esto en las cajas? -Sacó las postales-. Oye, ¿puedo quedármelas?

Me levanté y volví a acercarme al armario, sorteando la montaña de papel. Los libros que había tratado de alcanzar seguían allí. Los saqué. Gramática inglesa moderna, 7a ed. Historia moderna de Windows. Y, con las páginas y los bordes de la encuadernación desteñidos, las Aventuras de las Ciencias Físicas. Los miré, y luego hice lo mismo con el montón de papel del suelo y las postales que Sher tenía en la mano.

-Si quieres enviar un mensaje -murmuré, mientras volvía a mirar los libros con el ceño fruncido-, prueba con Western Union. -Pero no iba a llegar ningún telegrama en fechas próximas.

Terminé llevándole los libros a Paulo y luego fui a cenar a casa de LeRoy. Theo y Frances tenían razón en lo de los buñuelos de maíz. Durante la cena hubo mucha charla en la mesa, pero cuando estábamos terminando, Frances se me acercó y me dijo en voz baja:

-Creo que voy a cogerme una borrachera de espanto, a ser posible en buena compañía. ¿Te apuntas? Invito también a Theo y Sher, si pueden aguantar.

Sher contribuyó con una botella de whisky demalta Iron Range. Nos subimos al caliente y resbaladizo tejado del henil y nos tumbamos allí para beber, mirar las estrellas y hablar de forma errática de nada concreto. El whisky de sabor ahumado, llenaba el paladar, y el inclinado tejado miraba al oeste, en dirección opuesta a la ciudad.

La botella había circulado varias veces cuando bajé la mirada del cielo al tejado. La luz de las estrellas y la media luna perfilaban a Sher, Frances y Theo, el irregular zigzag de las cabezas, los hombros y las rodillas espolvoreadas de plata, en tonos monocromos. La melancólica voz de un clarinete se alzó detrás de nosotros desde algún lugar de la ciudad, y empezó a desgranar un rythm-and-blues depreguntas que no necesitaban respuesta.

Frances apretó la botella contra su pecho y recitó con aire ausente:

Ahora que la verdad está al descubierto,

sé secreto y acepta la derrota

de mi garganta cansada,

pues, ¿cómo competir,

siendo hombre de honor, con uno

que, de demostrarse sus mentiras,

no se avergonzaría ni a sus ojos,

ni a los ojos de sus vecinos?

Dije:

-¿Quién…?

-W. B. Yeats. -Frances suspiró-. No hay nada como el irlandés para momentos así.

-La botella -dijo Theo, y Frances se la pasó.

Los miré y pensé que no era de extrañar que no hubiera suscrito el concepto de amistad. El mayor ejercicio de estupidez que alcanzaba a imaginar sería reunir a aquellas tres personas tan profundamente diferentes bajo el paraguas de la palabra «amistad».

Pero, según parecía, yo había cometido aquella estupidez.

-La botella -le dije a Theo.

-Por supuesto, mi pequeño cuco.

-Gorrión, capullo. Aunque son unos campos estupendos. -Levanté la botella hacia la luna-. Por nosotros -dije en vozqueda, y bebí.

La luna estaba ya muy alta cuando bajamos, sin elegancia pero ilesos, del tejado. Frances seguía más o menos serena y hablaba con claridad, pero creo que el whisky había hecho su efecto. El tono violento que habían tenido sus palabras desde que viera las postales había desaparecido. Se me ocurrió entonces, capaz de dejar que mis sentimientos vagaran a su antojo gracias al efecto del licor, que probablemente acabara de asistir a un despertar.

Acompañamos a Frances y Theo hasta la casa de LeRoy. Me volví hacia la plaza de la ciudad, la granja y el amplio porche delantero. Entonces dije:

-¿Sher?

-Eh, no grites. Estoy a tu lado.

Así era. Pensaba que se había ido a su casa pero no lo había hecho. Como si supiera lo que iba a preguntarle.

-Háblame del pueblo -le dije, sintiendo en la boca del estómago la mordedura delmiedo que acompaña al inicio de toda empresa arriesgada.

Tengo una buena visión nocturna, pero en aquel momento, inesperadamente, sentí el deseo de que la luna estuviera llena. Algo, la luna, una estrella, la última ventana iluminada de una casa, se reflejó por un instante en el ojo derecho de Sherrea y luego desapareció.

-¿Por qué? -preguntó.

-Josh me dijo que debía preguntarte.

-Cuando estuviste convaleciente, me preguntaba si habías hecho voto de no hacer preguntas ¿Y ahora las haces porque te lo han dicho?

Sentí la misma irritación que con Josh.

-¿Cuándo he hecho lo que me decían?

A nuestro alrededor se libraba una batalla de grillos, pero creo que pude oír cómo inhalaba Sher.

-Siempre -dijo-. Porque era el camino más fácil y cuando estabas en él se fijaban menos en ti.

Sentí unas terribles ganas de dar media vuelta y marcharme.

-Háblame del pueblo, Sher. Quiero saber.

-¿Por qué?

Pensé en el camello, en lo que Josh había dicho de que el carácter de aquel pueblo podía tener algo que ver con el zoo. Y el comentario frívolo de Frances sobre la escuela de cocina.

-Porque me gusta este sitio. Diría que no tienes por qué contarme nada si no quieres, pero si no quisieras, me lo habrías dicho, y a estas alturas ya estarías en la cama.

-Gorrión -dijo con una voz extraña e insustancial-. ¿Por qué quieres que te hable de eso?

Me volví entonces, y di tres pasos hacia la plaza. El movimiento liberó una idea. La postal en el suelo del ático deLeRoy, boca arriba frente a la única persona de la comunidad que había visto antes aquella imagen. Y los libros que estábamos buscando, almacenados en el lugar donde desencadenarían aquella avalancha cuando alguien los moviera, al igual que las cartas del Tarot, si uno cree en esas cosas, salen siempre del mazo en el orden correcto.

Y la amistad de Theo y Sher, dos personas a las que yo conocía; la amistad de Sher y China Black; mi encuentro con Frances en el puente. Y el hallazgo de mi cuerpo por parte de Mick, para empezar. Y antes, mi llegada a la ciudad; y antes incluso de eso, mi nacimiento a la vida. Nosotros, las cartas del Tarot, habíamos salido del mazo en el orden correcto.

Miré a Sherrea con los nervios crispados.

-Porque creo que he vislumbrado un secreto y no podré guardarlo si no conozco el resto. Porque quienquiera que está barajando las cartas tiene el mazo escondido. ¿Por qué me preguntó Josh si sabía algo sobre los hoodoo y luego me dijo que te preguntara por el pueblo?

Durante un momento, no respondió. Entonces dijo:

-Doncella, Madre y Vieja. No creo que llegaras a hacerlo.

-¿Hacer el qué? -dije, al límite de mi paciencia.

-Demostrar que sabías lo suficiente para comprender las respuestas, mierdecilla -me dijo con alegría-. Voy a buscar una vela. Si te pido que me esperes debajo del árbol grande, ¿confiarás en que volveré a responder a tus preguntas?

Así que la esperé debajo del gran árbol. Las estrellas asomaban entre las gruesas ramas. La hierba del círculo, cubierta de una película de rocío que reflejaba la luz, estaba más iluminada que el cielo.

Seguía sintiendo náuseas, como si mi estómago supiera algo que ignoraba mi razón, sobre lo que había preguntado, sobre lo que iba a averiguar. Me costó no marcharme a la granja y cerrar la puerta tras de mí. Me senté, apoyé la espalda en el tronco, me cogí las rodillas con los brazos y traté de no pensar en nada.

Entonces levanté la mirada y me encontré a Sher allí delante.

-Santos, y ni siquiera hemos llegado a la parte difícil -dijo.

-No sé de qué forma parte todo esto.

Se sentó en la hierba, frente a mí. Tenía en la mano una pequeña lámpara de cristal con estructura de latón y una vela dentro. La dejó en medio de nosotros, la encendió, y un agradable aroma a pino empezó a extenderse a nuestro alrededor.

-Te contaré la versión fácil. Joder, puede que hasta resulte un poco aburrido. ¿Qué sabes sobre el vudú?

-Es la magia. Según la definición de Crowley, la capacidad de obrar cambios por medio de la voluntad.

-¿Crees que funciona?

-No.

-Bien, porque sí que funciona, y no lo hace así. -Dejó que masticara aquello durante un momento, con el rostro impasible e iluminado erráticamente-. Vivimos en un sistema cerrado. La energía no se crea ni se destruye. Esto también se aplica a la energía mental, y al espíritu y las emociones: la materia con la que tratan la magia y la religión.

»Las personas que tratan con esta clase de energía, la intangible, reciben el nombre de doctores hoodoo. Alguien tiene una pésima vida amorosa o está siendo atacado por otro o quiere encontrar un trabajo mejor… Es algo así como ir al médico cuando estás enfermo. -Sonrió de repente, mirando la granja, y dijo-: Buenas noches Josh. En fin, la cuestión es que van al doctor hoodoo, quien posee un montón de energía y puede acumular más, la manipula en el sistema para favorecer a su cliente y pide a alguno de los elementos principales del sistema que mantengan las cosas estables.

Todo aquello se parecía tranquilizadoramente a lo que supongo que contenían los libros de ciencia que le había llevado a Paulo aquel día. Demasiado tranquilizador para ser toda la verdad. En una especie de maniobra de autodefensa inversa, me aferré a una molesta inconsistencia.

-¿Qué tienen que ver los loa con todo eso?

Sherrea sacudió la cabeza.

-Confía en mí, no te conviene saber eso todavía.

-Entonces, ¿lo que acabas de contarme no es verdad?

-Estoy tratando de explicártelo en orden para que tenga sentido. Mira, el vudú no es clavar alfileres en manzanas. El vudú es toda la energía y la atención que pones en aquello que haces. En todo lo que haces. El trabajo de tus manos, hecho con toda tu atención, se convierte en un recipiente lleno de energía que puedes transferir a otra persona. Hacer pan es vudú. Igual que trabajar un jardín. O arreglar un amplificador, o enseñar a otra persona a hacerlo. Si lo haces como Dios manda, con toda tu atención y sabiendo de dónde viene y adónde va cuando te abandona. El proceso del que forma parte. Y hay que concentrarse en mover energía, no dinero.

-Entonces, ¿estamos hablando de un negocio?

-No es lo mismo -dijo con exagerada paciencia- generar dinero por lo que uno hace que hacerlo por dinero. Si no lo haces por amor, o porque piensas que hay que hacerlo, vete y deja que lo haga otro. Y si nadie lo hace, puede que eso signifique que no haya que hacerlo.

Una polilla había empezado a asaltar la lámpara. Había luciérnagas sobre los macizos de flores y algo, puede que una lechuza, levantó el vuelo entre el ramaje y desapareció en la oscuridad. Pensé en la ciudad, en las estructuras y reglas de todos sus intercambios. Me acordé de todos aquellos en los que había tomado parte, hasta el último.

-Eso suena muy bien. Pero la gente no vive así. Quiere que se le pague por su trabajo. Quiere compensaciones. No hay nada -dije, casi a mi pesar- gratis.

-Eso es cierto. Es tu puta religión, ¿no? Y el resto de la congregación está formada por gente como Albrecht o Beano.

Estaba furiosa. Su expresión resultaba difícil de interpretar bajo aquella luz antinatural, pero su voz estaba llena de rabia y sus hombros, perfilados contra el cielo, estaban tiesos, como si fuera a levantarse y marcharse.

-No -dije-. Pero supongo que actuar según sus principios se ha convertido en un reflejo. Además, me ha costado cara. Si la abandono ahora, será como decir que he sufrido sin ninguna razón.

-Fue por una buena razón -replicó en voz muy baja. La polilla era más ruidosa que ella-. Sobrevivisteis y estáis aquí. Tú tuviste que pagar sus tarifas, y en su moneda. No había tiempo para nada más.

Bajé la mirada hasta mis tobillos cruzados y la dejé allí.

-En cualquier caso, mientras la energía, la energía de todas clases, siga moviéndose por el sistema, todo es gratis. Pero en cuanto bloqueas parte de ella o la sacas de la circulación… bam. La retroali-mentación es enorme. Tu te guardabas tu energía, no la ponías en nada de lo que hacías, y todavía estás pagando por ello. Albrecht, el muy capullo, la guarda en cajas y la esconde en el sótano en cuanto la tiene. Y todo el mundo paga por ello.

»Cuando el sistema entero está así de jodido, hace falta más de un doctor hoodoo. Ya no basta con enderezar las cosas para un solo individuo. Lo que se necesita es un grupo de gente cuyo trabajo consiste en mantener circulando la energía, mostrarle a los demás cómo se hace y asegurarse de que las cosas siguen igual aun cuando ellos no estén. -Se echó hacia atrás, apoyó las manos en las rodillas y me miró.

-¿Y ya está? -pregunté-. Todavía no has respondido a la primera pregunta. ¿Qué tiene todo eso que ver con el pueblo?

-Oh, piensa un poco, Gorrión. No te hará daño.

Creo que en realidad ya lo sabía. Solo tuve que encajar los hechos en mi cabeza. Una comunidad de gente que producía alimentos y entretenimiento para los demás, que no tenía tienda, ni tan siquiera un sistema de trueque regulado. Un pueblo que había enviado al norte una manada de bueyes almizcleros y había hecho todo lo posible por mantener con vida a unos tigres. La gente que me había salvado la vida solo porque había que hacerlo.

-Oh -dije, y-. ¿Todo el pueblo?

-Exacto -dijo Sherrea-. Te presento a Ingeniería Hoodoo.

Aquello no fue el fin. Yo tenía preguntas y ella aclaraciones que hacer. Pero, no mucho después, regresé a solas a la granja.

O no del todo a solas. Me acompañaba la sensación de algo vislumbrado, algo que flotaba sobre mí, algo que acabaría por revelarse, lo quisiera yo o no. Había tenido miedo de encontrarlo en las explicaciones de Sherrea. Ahora, hubiera preferido que apareciese. Estaba impidiéndome apreciar las luciérnagas.