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Detrás
Siete de espadas
Gray: posible fallo de un plan, discusiones, espionaje, éxito incompleto, esfuerzos inestables.
Crowley: política de apaciguamiento, que puede fracasar si una fuerza violenta y contraria a todo compromiso hace de ella su presa.
4.0: para qué están los amigos
… y regresé, con la facilidad de un nadador que se eleva, emerge y abre los ojos y la boca al aire. Abrí los míos a la noche. Escuché el sonido alborotado y burbujeante de una corriente que se movía sobre algo. Capté un tenue olor a peces muertos, cerveza, perfume y humo viejo. Y vi una fila tras otra de lucecillas eléctricas, balanceándose vigorosamente sobre mi cabeza. Mi Hyde personal me había llevado hasta la calle del Underbridge y me había dejado caer. Estaba de pie, con las piernas separadas y apoyadas en el hormigón irregular. Me agarré a un puntal de hierro que señalaba los límites de un viejo aparcamiento.
El Underbridge era antes una central eléctrica que le robaba al río parte de su energía a su paso por la presa. Todavía se generaba electricidad allí, pero a una escala mucho menor. Ahora el río alimentaba farolas, unos pocos tubos de neón, el sistema de sonido, el proyector de vídeo y las festivas tiras de luces que rodeaban el edificio. Cuando descendía el caudal del río, en verano, apagábamos las luces exteriores y el neón, y manteníamos el volumen bajo y los dedos cruzados. Sí, nosotros. La operación de Underbridge era la única cosa en la que yo me identificaba como parte de un grupo. No es que lo hiciera de mil amores pero allí reconocía el Negocio en funcionamiento. Tenía que trabajar con las habilidades que se me habían dado al nacer. Pagaba con mi independencia. La Feria es justa.
Era la primera vez que volvía en mí sin sentir molestias o dolor en alguna parte del cuerpo o en mi interior. Así que transcurrieron un minuto o dos antes de que me entrara el pánico. ¿Qué hora era? ¿Cómo había llegado hasta allí desde la Feria Nocturna, situada en la otra orilla, y qué había estado haciendo entretanto? ¿Seguían allí Dana y susamigos? ¿Habrían encontrado la tercera habitación? No, eso era imposible, al menos si no sabían lo que tenían que buscar, y ni siquiera Dana conocía la existencia de mi colección. ¿Habrían encontrado las escaleras y se habrían atrevido a bajar? De ser así, puede que todos se hubieran partido el cuello. Pero si habían logrado llegar al primer piso, quizá estuvieran detrás de mí en aquel mismo momento.
Una mirada frenética a mi alrededor confirmó que no era así, al menos de momento. Tampoco me seguía nadie más. Entonces me di cuenta de que lo mismo podían haber pasado meses desde que perdiera el sentido. Incluso podíamos ser grandes amigos. Era horrible.
La luna había salido sobre el río, encima de la Orilla. Así que debían de ser las nueve en punto, más o menos. Era una esfera granulosa, casi llena, velada por las nubes que convergían a su alrededor. El viento era frío, enfático y del oeste. Así pues, el Underbridge estaría pronto cerrado: se acercaba una tormenta.
Robert estaba en la puerta, con su cabellera negra y rizada suelta sobre los hombros y su vieja camiseta, la del símbolo del metro de Londres. Levantó una esquina de la boca yme saludó con la cabeza.
-No sabía que fueras a venir esta noche -dijo.
Tuve que aclararme la boca -¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había hablado? Era horrible- para poder decir:
-Ha sido un golpe de suerte, supongo.
-¿Tuya o mía? -preguntó, totalmente serio.
No estaba en condiciones de responder a eso, así que no lo hice.
-En realidad he olvidado qué día era. -Me encogí de hombros para dar más énfasis a mis palabras.
-Oh -dijo Robert.
Lo maldije en el fondo de mi corazón.
-Hum… ¿qué día es?
Con la infinita paciencia de una personaacostumbrada a tratar con borrachos, músicos y fanáticos de la tecnología, respondió:
-Domingo.
Había perdido un día y medio. Podría haber sido peor. Aunque también podría haber sido mucho mejor. Me relajé un poco.
-¿Quién hay?
-Theo, de momento. Y Spangler. Puede que luego venga alguien más.
Y ahora yo. Qué curioso. ¿Es que nadie prestaba atención al tiempo? Tener a Robert en la puerta era un desperdicio. El Underbridge era creación suya y si hubiera tenido dos clones, el lugar habría funcionado mucho mejor en sus manos. Era mucho mejor que todos salvo yo… y yo contaba con algunas ventajas antinaturales. Con él, los destornilladores no se resbalaban y la aleación soldadora duraba tanto como un beso húmedo. Sus dedos eran capaces de trazar patrones sobre los controles deslizantes del tablero y ajustar la ecualización, haciendo que las canciones se sucedieran en los altavoces como los plisados de un único pedazo de tela. Tendría que haberme ofrecido a reemplazarlo en la puerta, pero no quería ser la primera cosa que viera cualquiera que se acercase al Underbridge.
Miré la sala principal, sus tres pisos, detrás de Robert. Los alargados ventanales mostraban las Profundidades, al otro lado del río, una silueta contra las nubes congregadas salpicada por la luz de las torres. El reflejo de la luna se había pegado a una de las caras de Ego como una moneda de plata mojada. Entonces pasó una nube sobre ella, como un dedo por un charco. Una vez había dicho que aquellas ventanas eran como un sistema de vídeo pasivo. La gente pagaba para ir a bailar debajo de aquella vista, especialmente cuando la ciudad se encogía de temor bajo los rayos y los truenos. Un gran espectáculo que no nos costaba un solo céntimo.
Junto a los grifos de cerveza había una docena de clientes, con aspecto perdido y avergonzado en todo aquel espacio vacío. Había alguien en la barra, claro, pero esa era una de las cosas de las que tanto Robert como yo estábamos exentos. Al otro lado de la sala, junto a las pantallas, una escalera de madera, alta y delgada introducía la cabeza en la confusa oscuridad de la estructura de las vigas. En la pista de baile había un haz de luz que cambiaba de color y posición. Un monótono reguero de comentarios e imprecaciones descendía regularmente desde lo alto de la escalera.
Robert inclinó la barbilla hacia allí y sonrió.
-Lleva así desde antes de que anocheciera.
-Iré a ver -dije-. Siempre le gusta que alguien se interese.
Me aproximé a la base de la escalera con cautela. No sería la primera vez que algún objeto sólido seguía la cascada de palabras que bajaba por la escalera.
-Qué hay, Spangler. ¿Qué pasa esta vez?
-Oh, nada, solo se ha jodido otra lente fresnel, nada más, y no hay forma de conseguir que esta mierda funcione a la hora del espectáculo. Ni siquiera sé si volverá a hacerloalguna vez y todo el sistema de iluminación está bien jodido en este lado de la sala porque me estoy quedando sin putas piezas.
-Es precioso -dije.
-Cuidado. -En ese momento soltó una llave inglesa, pero al otro lado de la escalera. Para cuando sus pies estuvieron sobre los peldaños que había a la altura de mi cara, mi ritmo cardiaco casi había recuperado la normalidad.
-Supongo que no piensas decir algo así como, «hola, Gorrión, ¿cómo te va?».
Bajó de un salto el último metro y me lanzó una mirada de asco. Spangler no era exactamente el más joven del equipo, pero se había apropiado de la distinción y habría sido contraproducente discutírsela. Llevaba la mitad de su cabellera castaña recogida en una trenza por debajo de la oreja. El resto de su cabeza, de la frente a la nuca, estaba rasurada y cubierta por tatuajes de carpas japonesas y nenúfares. Cuando volvía a crecerle el pelo en esta parte, era como si el estanque desarrollara un serio problema de algas.
-Ya sé cómo te va -dijo-. Genial. A ti nunca te sale nada mal.
-Nada de nada. Si lo prefieres, puedo tratar de tropezar cuando suba. -Tampoco yo tenía la costumbre de airear los detalles de mi vida, en efecto.
Spangler sacudió la cabeza, más asqueado todavía.
-Primeroayúdame con la puta escalera.
Lo hice y luego cogí una cerveza y subí de dos en dos las escaleras que había detrás de la barra y salí al balcón.
-¿Robby? -dijo la voz de Theo en cuanto abrí la puerta.
-No. Soy yo.
-¡Gorrión! -dijo, sorprendido y complacido-. ¿Qué haces aquí?
Había estado limpiando una de las pletinas. Llevaba un palo con la punta envuelta en algodón en la mano derecha como si fuera una pequeña antorcha. Había un cigarrillo liado a mano en la esquina de su boca y se podía oler la mezcla de tabaco y marihuana que acostumbraba a fumar. El aire mismo parecía trepidar, inundado de luz por las decenas de velas de todo tipo que siempre encendía en el cuarto.
-Vengo a ver cómo te cargas tu propio trabajo -repuse.
Se sacó el cigarrillo de la boca, lo miró e hizo una mueca.
-Bueno, por eso estoy limpiando este trasto.
-Si respondo a eso, tendremos una conversación recurrente, joder.
-Y no meramente redundante. Me alegro de que estés aquí, tío. Si viene mucha gente, esta noche podemos montarla.
Las películas favoritas de Theo eran Wild in the Street, La Daga y la Rosa, Easy Rider y Leary. Eso afectaba a su vocabulario. Con la escasa luz de la habitación, parecía brillar un poco. Llevaba una chaqueta de algodón blanco, cuyo último propietario había sido, o bien camarero o bien celador en un manicomio, y una camisade cuello largo por debajo. Los indicadores de volumen de dos pletinas y la mesa de mezclas se reflejaban en sus gafas de montura metálica y las luces que Spangler había instalado en el suelo teñían de rojo su pelo castaño. Casi sin darme cuenta, me encontré preguntándome qué otras luces brillarían sobre él cuando no estuviera trabajando. Hacía cuatro años que conocía a Theo y no sabía dónde vivía ni lo que hacía antes de que saliera la luna. Nunca había visto nada raro en él, pero de repente lo pensé y me pareció chocante. Una paranoia, supongo… pero entre las lagunas mentales, los muertos vivientes y los cazadores de vampiros, ¿no tenía derecho a preguntarme lo que hacían mis conocidos cuando yo no estaba allí?
-Puede que no me quede toda la noche -le advertí.
-Me parece bien. Es posible que luego venga Liz para sustituirte.
Uno de sus tacones golpeteaba furiosamente la pata de la silla en la que estaba sentado. Él no parecía darse cuenta, como si el movimiento estuviera controlado por un segundo cerebro.
Al cabo de un momento, dije:
-Aparte… puede que… alguna vez… venga alguien preguntando por mí. -Bueno, escúpelo ya-. Estoy en un pequeño lío.
Cerró la tapa de la pletina y me miró fijamente. Resultaba desagradable ser el único destinatario de toda esa energía.
-¿Alguien se ha fijado en ti? Perdona -dijo, sin duda en respuesta a mi expresión-. ¿Algo serio?
-No, no. Una tontería. Solo que no quiero que me encuentren.
-Pues nada más fácil. -Se levantó, subió las escaleras por las que yo había bajado y cerró la puerta de un puntapié. Las llamas de las velas se inclinaron violentamente-. Estás trabajando, tío. No se te puede molestar.
-Esa es la idea, sí. Pero puede queesta gente tenga contactos.
-¿En la ciudad? -Empezó a dar vueltas al bastoncillo de algodón entre sus dedos.
-Yo estaba pensando más bien en los que se consiguen sacrificando pequeños animales. Pero sí -dije al acordarme del apartamento de Dana-, puede que también tengan alguno de esos.
Theo se mordió el labio inferior.
-Mala cosa. Si se tratara solo de un brujo *bastaría con contratar a otro brujo. Pero si la ciudad se mosquea con nosotros, estamos acabados, ya lo sabes.
Me senté en la consola y encendí las dos pletinas de vídeo y el conmutador A/B.
-Nos necesitan. Formamos parte del circo.
Se sentó a mi lado y me miró a la cara.
-Lo que tenemos aquí -dijo, con la voz del alcaide de La leyenda del indomable- es un error de perspectiva. Nosotros generamos electricidad por la gracia de Dios y A. A. Albrecht. No sé Dios, pero Albrecht puede cortar el suministro cuando quiera.
-Theo, ¿qué pueden hacernos? ¿Cambiar el curso del río?
Theo sacudió la cabeza con tristeza.
-La gente de la ciudad otorga las licencias para el hardware, vende el combustible, recibe el veinticinco por ciento de la energía generada y un canon sobre el resto, por mucho que te moleste. ¿Qué hacemos si los inspectores nos confiscan los generadores? -Hizo un ademán hacia las llamas temblorosas que cubrían el balcón-. ¿Encender velas y cantar?
Yo ya sabía todo eso. A fin de cuentas, por esa misma razón, la turbina que tenía en el tejado estaba camuflada como una tubería. Pero el Underbridge siempre me había parecido -y me seguía pareciendo- demasiado grande, demasiado importante, demasiado visible como para estar a merced de la ciudad.
-Si nos cierran estarán bien jodidos.
-Hay gente haciendo cola para montar un garito como este. Si la ciudad nos cierra, no tiene más que darle nuestra licencia al siguiente aspirante, que se limpiará los mocos mejor que nosotros. Los niños de la noche se irán sin ningún problema. Para Robby sería la hostia de malo, tío.
Supongo que también sabía todo esto.
-Muy bien -dije. Al otro lado de las ventanas, la luna se había escondido entre los bancos de nubes. Me sentía… Tardé unos instantes en identificar la sensación: como si no tuviera a nadie-. Si ocurre algo, me aseguraré de que no os salpique.
-Lo siento, Gorrioncito -dijo Theo.
Me encogí de hombros.
-Puede que no pase nada. Vamos a currar.
Los monitores uno y dos tenían barras de colores y el tres sólo nieve en el tres, lo que significaba que o bien estaba averiado o bien lo estaba la cámara colgada de la estructura superior. Esperaba que fuera el monitor. La cámara era una de las cinco o seis que había visto en toda mi vida, y eso que me dedicaba a buscar cosas parecidas. Tenía montones de funciones por control remoto y un zoom de 20 aumentos, y siempre había sospechado que era material militar, utilizado en su día para espiar dictadores sudamericanos. Pero, ¿quién soy yo para juzgar a nadie?
Pulsé varios interruptores y, finalmente, salí al balcón, me colgué de una de las vigas y, alargando el brazo todo lo posible, logré alcanzar los conectores de la cámara. La cámara giró sobre el trípode y tuve que sujetarme en la viga.
-¡Cuidado con las putas luces! -gritó Spangler desde abajo. Se lo habría tenido merecido si me cayera sobre él. Avancé a rastras por la estructura y comprobé el estado del monitor. Funcionaba, ta-chán.
-Detesto que hagas eso -dijo Theo.
-¿Alguna vez te has preguntado cómo eran las cosas cuando todo este material era nuevo? -le pregunté, señalando el mezclador, las pletinas y el equipo de vídeo.
La luz tiñó de un rosa opaco loscristales de sus gafas.
-Seguro que había demasiada gente -dijo, pero su tono de voz fue mucho más elocuente.
Las luces se apagaron, la habitación quedó a oscuras y retumbó un trueno desde varios kilómetros de distancia. Introduje una cinta en una de las pletinas e hice un fundido en negro en las dos pantallas que había al otro lado de la sala. En el borde de mi campo de visión se encontraba la mano de Theo sobre la mesa de mezclas, trabajando con el sonido mientras yo lo hacía con la imagen.
-Así que no les dejes que te cojan, ¿de acuerdo?-dijo Theo en el último momento, cuando yo tenía demasiadas cosas que hacer como para responderle. Tampoco sé lo que habría podido decir.
Unos extraños chirridos empezaron a moverse por la sala y se entrelazaron con los quejumbrosos bajos como los mugidos de unas vacas sumergidas. La imagen que había escogido para empezar era el viejo patrón blanco y negro que se usaba para hacer pruebas, acompañada por un reloj que realizaba una cuenta atrás: nueve, ocho, siete, seis… Al llegar a uno se detuvo y empezó a fundirse, destilando lentamente colores iridiscentes sobre losanillos y cruces monocromas. Theo habría dicho que era como comerse un trippy.
De repente, Theo cambió suavemente de pletina y empezó a sonar algo que hacía thump-thump-thump contra una armónica que repetía chigga-chigga-chigga. Así que también cambié de fuente. Yo sabía cómo funcionaba la mente de Theo, y tenía preparado un fragmento de una película bélica de hacía cincuenta años que arrojaba a lacara delespectador un asalto con un rifle automático: un musculitos bronceado con una expresión despectiva debajo del visor, escupiendo plomo caliente, ¡budda, budda-thwakow! Dirigí una sonrisa a Theo: eso por tu chigga-chigga. Me devolvió la sonrisa y, activando los controles de la consola, despertó a un riff deflauta que desgarró la habitación y me obligó a volver a mi propia consola para buscar la siguiente imagen. Solo estábamos empezando a calentarnos.
La mayoría de las noches, nuestra colaboración tropezaba con alguna pieza; algo se estropeaba o fallaba. Todo lo que teníamos era antiguo y casi nada de ello estaba preparado para soportar un nivel de uso industrial, como el que nosotros le dábamos. El ritual que se repetía todas las noches al cierre convertía la sala de control en un taller en el que nos dedicábamos a reparar todo lo destruido durante el espectáculo. Pero aquella noche parecía que teníamos a los hados de nuestro lado.
Christopher Lee le hincó los dientes a alguien mientras Theo daba entrada a un horrible y reverberado alarido de Morticia y, al otro lado de la ventana, un relámpago quebraba el aire entre dos nubes. Uma Thurman, con una mirada capaz de fundir el vidrio, le tendía una mano resplandeciente a la Bestia, en el remake deForman de LaBella y…, mientras Theo enviaba a las vigas la notaaguda y quejumbrosa de un cantante de Zimbabwe y la lluvia convertía la vista del exterior en una imagen de moiré. Los relámpagos estallaban sobre la ciudad como salvas de artillería. La cima de Ego estaba perdida entre las nubes, pero los edificios que cubrían la forma de obelisco del Foshay parecían dedos extendidos. Theo activó las dos pletinas al mismo tiempo y fue alternando entre algo que era solo percusión y algo que era solo voz. Yo pasé a la cámara deltecho y empecé a recorrer la pista de baile en vertiginosos picados, deteniéndome de vez en cuando en una persona u otra.
Tenía montones para elegir. El lugar parecía haberse llenado de repente. Pero eso sólo quería decir que estaba concentrándome en lo que estaba haciendo. Entonces, en una de mis pasadas a baja altura, reparé en una mano que se agitaba y un rostro ovalado que miraba directamente a la cámara. Con un sobresalto, hice zoom.
-Dios mío -dije en voz alta-. Es Sher.
La puntiaguda barbilla y los grandes y oscuros ojos de Sherrea bajo la masa negra y púrpura del pañuelo llenaron mi monitor. En ese mismo momento volvió la mirada hacia las pantallas y vio un perfil suyo de más de tres metros de altura. Miró de nuevo la cámara y me enseñó el dedo corazón.
-¿Qué pasa? -preguntó Theo.
-Es alguien que conozco -dije, esta vez lo bastante alto para que me oyera-. No sabía que hubiera venido.
Theo miró el monitor, donde Sher estaba encogiéndose de hombros con movimientos inquisitivos.
-Oh, Sherrea -dijo, asintiendo-. Genial. Encárgate de la música e iré a buscarla. Necesito un descanso.
Se marchó mientras yo seguía tratando de preguntarle de qué la conocía y de decidir por qué me sorprendía que la conociera.
Una persona sola puede ocuparse de todo el hardware de la sala de control. Lo único que pasa es que no puedes hacer tantas cosas y no es tan divertido. Para la siguiente canción elegí They Want My Four Wheel Drive, de The Blues Guys, una copia por cortesía de mis archivos. El original me lo había vendido en el norte de Texas un tipo que conocía al ingeniero que había dirigido la grabación y a la mitad del grupo. Un estupendo ejemplo del nuevo sistema de distribución musical.
Gran parte del material que había en el Underbridge lo había traído yo. Era otro de los elementos que había sumado a mi plato de la balanza: Robert ponía el lugar y un porcentaje de las ganancias y yo pagaba con antigüedades y rarezas genuinas para los clientes. Además, como todo buen coleccionista, no podía guardarme mi material. Necesitaba una audiencia que se quedase boquiabierta delante de las gemas.
Estaba poniendo la persecución de coches de The French Conection cuando entró Sherrea. Había tardado bastante y me pregunté si Theo habría querido ponerle sobre aviso de mis problemas personales. Tendría gracia. A ese respecto, Sherrea le sacaba algunos puntos de ventaja.
-Hola -dijo-. ¿Quieres que me encargue de la música o el vídeo?
-¿Sabes manejarlo? -le pregunté. Había dado por hecho que era una tecnófoba. La mayoría de los adivinos * lo eran. O al menos eso pensaban ellos.
-Santos* -suspiró. Nunca había oído a nadie suspirar tan alto-. Vosotros los fanáticos del hardware siempre pensáis que hacen falta lecciones de Dios para manejar estos trastos. La próxima vez, tu significador vaa ser la Suma Sacerdotisa. ¿Audio o vídeo?
-Vídeo -dije débilmente-. Theo ha estado en la música toda la noche.
Se sentó frente al conmutador A/B, se quitó el pañuelo de la cabeza y empezó a buscar entre las cintas. Yo, mientras tanto, pensaba en los 27 Various, Reptile Zoo, la Lilly Guilder de antes de la cura de desintoxicación y… ¿Qué clase de música le gustaba a Sherrea? La luz de las velas se reflejaba en los bordados de su chaqueta vaquera: sedas, cuentas y nudos célticos, runas y símbolos de protección hechos con hebra de metal. No parecían haber servido de mucho contra la lluvia. Tenía los hombros empapados.
-¿Qué tal la tormenta? -pregunté.
-Solo es agua, pero, joder, cuánta agua. Theo dice que alguien te busca.
Así que había acertado.
-¿Te ha dicho eso? No es exactamente así. No es nada importante.
Metió una cinta en la consola B y me miró.
-Claro. Robby dice que al llegar estabas como una pastilla de jabón y tenías pinta de haber dormido con la ropa puesta. Nada importante.
Bueno, es que había dormido con la ropa puesta. Me di cuenta también de que le llamaba Robby. Me sentía como si estuviera mirando por la ventana un lugar en el que había vivido antes.
-Spangler me ha soltado una llave inglesa encima -dije.
-Oh, perdona por preguntar. Solo pensé que si había algo que pudiera hacer, tal vez lo mencionaras. -Parecía estar tratando de mostrarse sarcástica, cosa que hacía con frecuencia. También parecía dolida. Levanté la mirada y nuestros ojos se encontraron. Sher no era de las que apartaban la mirada en momentos así. Pero yo sí.
-No es nada grave -dije mientras daba la vuelta a una cinta y volvía a dársela-. Ya está resuelto.
Puso una cinta en la pletina B: una serie de tomas de la cabeza de una margarita, seguida por la imagen fragmentada de un nautilus que cobraba vida cuando los pedazos volvían a reunirse.
-Gorrión -dijo-, si lo que quieres es que todo el mundo pase de ti, dilo, y dejaremos que te vayas a la mierda.
Estuve a punto de echarme a reír a carcajadas. Si había sido un impulso consciente lo que me había impedido hacerlo, tendría que haberlo anulado. En lugar de hacerlo, dije:
-Es importante para mí.
-¿Por qué? ¿Qué es tan privado como para enfadarse con todo el mundo por mantenerlo así?
Por un mero instante, sentí la tentación de contárselo.
Pero entonces entró Theo, con una botella de cerveza en cada mano, y cerró dando un portazo.
-¿Quién quiere una birra?
-Hazte cargo -le dije-. Me toca descansar a mí. -En ese momento me fijé en el tercer monitor. La cámara, que no estaba enviando la señal a ninguna de las pantallas, seguía enfocando la puerta principal. Vi a Robert apoyado en el umbral, delante de un par de niños de la noche que acababan de llegar y, detrás de estos, un pelo rosado y corto, una gran sonrisa blanca, gafas… no, nada de gafas.
Cogí el mando a distancia de la cámara e hice un zoom hacia allí. No eran los amigos de Dana los que me habían encontrado. Eran los otros. El hombre de gris.
Entonces percibí, por el rabillo del ojo, el cambio en las luces de la sala que significaba que la imagen de las pantallas había cambiado.
-¡Sher, no! -grité, pero era demasiado tarde. La toma de la cámara estaba en la pantalla de la izquierda. Giré la cámara tan deprisa que seguro que los borrachos se marearon y Sher apretó el interruptor al mismo tiempo, pero no sirvió de nada. El tío de gris se había enterado de que alguien en la sala de control estaba observándolo.
Sher estaba pálida como la tiza y tenía los ojos muy abiertos.
-Lo siento -dijo con voz tenue. Nunca había visto a Theo tan quieto.
-Tengo que irme -dije-. Usaré las escaleras de atrás.
-¿Y tenemos que encargarnos nosotros? -preguntó Theo con educación.
Sher lo miró.
-Sí -dijo-. Exactamente. -Se levantó, se estiró, flexionó las manos y dirigió la mirada hacia la pista de baile.
-Entonces habrá que hacerlo. -Se encogió de hombros, sacó un destornillador de buen tamaño de la caja de herramientas, encajó la punta entre la puerta y el marco y lo hundió con todas sus fuerzas-. La puerta se ha vuelto a quedar encajada. Joder.
-Lo siento. -Y era cierto. Pero no sabía qué hacer.
-Largo de aquí -me dijo Theo con una expresión tan vacía como una cinta virgen. Salí por la otra puerta y eché el cerrojo.
Antes he dicho que tenía un sitio en el Underbridge. Era aquel. Entré casi sin darme cuenta, sin pensar que no había nada en aquella habitación del tamaño de un lavabo que pudiera ayudarlos a dar conmigo: un colchón, una muda y un cepillo de dientes. Puede que la austeridad de mi modo de vida los conmoviera y decidieran dejarme en paz. Empecé a sentirme más que culpable. El tío del pelo rosa parecía peligroso y yo estaba dejando que Theo y Sher se encargaran de disculparse en mi nombre. Bueno, ¿qué podía hacer? Abrí la otra puerta y salí a la escalera de emergencia.
Caía una lluvia constante y vaporosa y todo estaba iluminado. En algún sitio, a varias manzanas de distancia, sonaba una alarma de incendios. Confié en que el ruido acumulado bastara para ahogar el sonido que hice al bajar corriendo por los peldaños metálicos.
De hecho, no todos los bajé corriendo. Cinco de ellos los bajé en picado, porque me había olvidado de que cuando las cosas se mojan se vuelven resbaladizas. Y los tres últimos me los salté por completo y aterricé sobre el pavimento. Estaba empezando a creer que iba a salir de allí cuando algo pequeño y duro me apretó el cráneo sobre la oreja derecha y una voz femenina, teñida de ironía, me dijo:
-Querida, debes de pensar que somos increíblemente estúpidos. ¿De verdad pensabas que no íbamos a vigilar la otra puerta?
Me quedé completamente inmóvil, porque sospechaba lo que tenía sobre la oreja y no sabía si debía decirle que había sido un terrible descuido por mi parte. Porque yo sabía que el hombre del traje gris tenía una compañera.
-Las manos a la espalda -dijo. Lo hice y algo me atenazó las muñecas. ¿Unas esposas? No, aquellos tíos no eran de la seguridad de la ciudad, eso lo sabía. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había hecho?
-¿Qué queréis de mí? -pregunté, incapaz de disimular el temblor de mi voz.
Se me plantó delante. Sí, era un arma lo que tenía en la mano. Debajo del sombrero de hombre que llevaba asomaba aquel pelo de color cereza que recordaba haber visto en la Feria desde lejos. Su tez tenía una palidez traslúcida, el color de los ricos. El dinero era un excelente protector solar. Sus ojos eran fríos, de un gris apagado y me resultaban familiares… oh.
-Estabas con los niños de la noche. Junto al Odeón -le dije. Me había olvidado de respirar, lo que hacía que mis frases brotaran atropelladamente-. Con un hueso en la nariz.
Aquello pareció complacerla.
-¡Muy bien! Ni siquiera tengo que fingir la voz. Bueno: ¿quién eres en este momento?
Me quedé mirándola.
-Vale, no creo que tu otra mitad sea tan buen actor como para fingir esa expresión. Sigues siendo ese pequeño carroñero…, cómo se llama…, ¿estornino? Gorrión.
Detrás de mí, oí que la puerta de acero se cerraba violentamente y unos pies bajaban corriendo la escalera de incendios.
-Joder, Myra -dijo el tío del pelo rosa-. A veces me siento como un puto sabueso. La próxima vez te encargas tú de perseguirlo.
Estaba temblando por algo: adrenalina, rabia, impaciencia, puede que todas ellas a la vez. Yo lo sentía a mi espalda y tenía la impresión de que mi piel trataba de refugiarse en la parte delantera de mi cuerpo.
-Dusty, cariño -dijo la pelirroja, Myra-. Tú te llevas toda la diversión mientras yo me quedo aquí, esperando bajo la lluvia, así que, ¿de qué te quejas?
Me aclaré la garganta y dije:
-¿Has…? ¿Había alguien allí cuando has salido?
Dusty me rodeó y entró en mi campo de visión. Dejó pasar unos segundos, puede que estudiando mi cara. Entonces esbozó una de sus enormes y fluorescentes sonrisas.
-¿Te preocupa que le haya hecho daño a alguien? No, he revuelto un poco el lugar, pero la gente está sana y salva. Aunque sé dónde encontrarlos si llego a necesitarlo.
-¿Qué queréis? -dije de nuevo, y esta vez con tono de auténtica súplica-. ¿Queréis que os diga algo? Os lo diré. No hace falta que me hagáis nada. No hace falta que se lo hagáis a nadie.
-Eso está bien -dijo Myra. Me cogió del codo y me empujó hacia la vereda que discurría junto a la orilla del río. La lluvia había convertido la tierra en barro. Nunca había pensado que fuese tan difícil caminar con las manos atadas a la espalda.
Podía sentir el movimiento de los arcanos mayores, las cartas que decían que mi futuro estaba en otras manos. Tenía problemas muy serios y sin embargo todo parecía estar ocurriendo a cierta distancia de mí. Lo único que tenía que hacer era dejarme llevar por aquella gente, por otras manos: así de simple. Me obligarían a hacer lo que quisieran, bueno o malo. No tenía elección ni responsabilidad.
Había una pequeña furgoneta eléctrica de reparto aparcada en el camino. Era de color marrón oscuro y en la puerta del conductor ponía «Ajustes Kincaid» en letras doradas. Me pregunté si iba a averiguar cómo era por dentro. Pensé que podía empezar a gritar y rezar para que alguien viniera antes de que pudieran cerrarme la boca y hacerme desaparecer. Menuda estupidez. ¿Quién iba a acudir?
La pelirroja me empujó contra el guardabarros delantero y el capó mojado. A continuación introdujo el pie entre mis tobillos y me obligó a separar las piernas. Iba a tirarme al suelo. Un escalofrío prolongado e incontrolable me recorrió.
-Dusty -dijo-. Coge esto y no dejes de vigilarla.
-¿«La»? -preguntó Dusty.
Una voz fuerte dijo desde atrás y desde arriba:
-Separaos de la furgoneta. Gorrión, apártate de ellos.
Era la voz de Theo. Nunca le había oído gritar. Estaba en lo alto de las escaleras, junto a Sher, quien también empuñaba una pequeña pistola con la que estaba apuntando a Myra y Dusty.
Oh, Theo, no. ¿Es que no recordaba su propio consejo? ¿No sabía que lo que estaba haciendo era conseguir que el Underbridge pareciera un puto estorbo? ¿Cómo podía hacer eso por alguien que nunca había hecho nada por él?
Dusty seguía teniendo el arma de Myra. Así que sonrió y, con un movimiento brusco, la levantó hacia ellos. Me había abalanzado sobre él, sin darme cuenta de que lo hacía y sin saber muy bien lo que pensaba conseguir, cuando alguien hizo explotar todo el aire que nos rodeaba. O al menos, a juzgar por el sonido, es lo que pareció.
Volví en mí sobre el barro, incapaz de oír nada, mirando las punteras de los zapatos de Dusty. Mi nariz no olía otra cosa que la pólvora. No podía levantarme porque tenía las manos atadas a la espalda, así que rodé sobre el cuerpo.
Un sonriente Dusty estaba apuntando con la pistola a la escalera de incendios. Theo seguía en el mismo sitio, con una expresión de sorpresa arquetípica en los labios. Sher estaba pegada a la puerta por la que habían salido, con los ojos en blanco y el rostro pálido. Todo estaba… Volví a mirar a Theo. Estaba mirándose el brazo derecho. Era como si alguien le hubiera derramado un tintero dentro de la manga de su chaqueta blanca y la mancha estuviera extendiéndose. Vi que sus labios se movían. ¿Sería grave? Lo único con sentido que podía pensar era «lo siento» y a él no le hubiera servido de nada.
Entonces alguien dijo junto a la furgoneta: -Si intentas eso conmigo te parto en dos, Pippermint -y yo pensé, ¿es que no hemos tenido suficiente drama por una sola noche?
Hice lo que pude por incorporarme y me encontré frente a Myra. Tenía un rifle automático en las manos, que supongo había sacado de la furgoneta. Estaba apuntando a Dusty y parecía asquerosamente satisfecha consigo misma.
<a l:href="#_ftnref17">*</a>(N. del T.: en castellano en el original)
<a l:href="#_ftnref18">*</a>(N. del T.: en castellano en el original)