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—Ilia. Despierta.
Khouri se encontraba a la cabecera de Ilia, vigilaba los diagnósticos neuronales en busca de alguna señal que indicase que Volyova estaba recuperando la conciencia. La posibilidad de que pudiera haber muerto no se podía descartar, desde luego había muy pocas indicaciones visuales de que estuviera viva, pero los diagnósticos se parecían mucho a los que había visto antes de que Khouri hubiera hecho la excursión a la cámara del alijo.
—¿Puedo ayudarla en algo?
Khouri se giró de golpe, sorprendida y avergonzada al mismo tiempo. El servidor esquelético le acababa de hablar otra vez.
—Clavain… —dijo—. No creía que siguieras conectado.
—No lo estaba hasta hace un momento. —El servidor avanzó para salir de las sombras y se detuvo al otro lado de la cama, enfrente de Khouri. Se dirigió a uno de los trozos achaparrados de maquinaria que atendían la cama e hizo una serie de ajustes en los controles.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Khouri.
—Elevando su nivel de conciencia. ¿No es eso lo que querías?
—Yo… no estoy muy segura de si debería confiar en ti o destrozarte —le dijo ella.
El servidor se apartó de lo que hacía.
—Desde luego que no deberías confiar en mí, Ana. Mi objetivo principal es convencerte para que entregues las armas. No puedo utilizar la fuerza, pero sí la persuasión y la desinformación. —Luego metió un miembro debajo de la cama y le tiró algo con un gesto ágil.
Khouri atrapó un par de anteojos equipados con un auricular. Parecían los que se utilizaban a bordo de la nave, completamente normales, rozados y descoloridos. Se los puso y vio que la forma humana de Clavain revestía el marco básico del servidor. Oyó su voz por el auricular con un timbre y una inflexión humanas.
—Eso está mejor —dijo él.
—¿Quién te dirige, Clavain?
—Ilia me habló un poco de vuestro capitán —dijo el servidor—. No lo he visto ni oído, pero creo que debe de estar usándome. Me conectó cuando Ilia resultó herida y así pude ayudarla. Pero no soy más que una simulación de nivel beta. Tengo la pericia de Clavain y Clavain tiene una preparación médica detallada, claro que me imagino que el capitán debe de ser capaz de recurrir a muchas otras fuentes para ese tipo de cosas, incluidos sus propios recuerdos. Mi única conclusión es que el capitán no desea intervenir de forma directa, así que ha decidido utilizarme a mí como intermediario. Soy su marioneta, más o menos.
Khouri sintió la necesidad de discutir con él, pero no había nada en el comportamiento de Clavain que sugiriera que estaba mintiendo o que fuera consciente de una explicación más plausible. El capitán solo había salido de su aislamiento para orquestar su suicidio, pero ahora que el intento había fracasado y que Ilia había quedado herida en el proceso, él se había abandonado a una psicosis más oscura. Khouri se preguntó si eso convertía a Clavain en la marioneta del capitán o en su arma.
—¿Puedo confiar en que hagas algo, en ese caso? —Khouri desvió los ojos de Clavain para mirar a Volyova—. ¿Podrías matarla?
—No. —El hombre sacudió la cabeza con vigor—. Tu nave, o tu capitán, no me permitirían hacerlo. De eso estoy seguro. Y a mí tampoco se me ocurriría hacerlo, en cualquier caso. Yo no asesino a sangre fría, Ana.
—No eres más que un programa —dijo ella—. Y un programa es capaz de cualquier cosa.
—No la voy a matar, te lo aseguro. Quiero esas armas porque creo en la humanidad. Nunca he creído que los fines justifiquen los medios. Ni en esta guerra ni en ninguna otra puñetera guerra en la que haya servido. Si tengo que matar para conseguir lo que quiero, lo haré. Pero no antes de haber hecho todo lo que puedo para evitarlo. De otro modo no soy mejor que los demás combinados.
Sin previo aviso Ilia Volyova habló desde la cama.
—¿Por qué las quieres, Clavain?
—Yo podría hacerte la misma pregunta.
—Son mis puñeteras armas.
Khouri estudió la figura de Volyova, pero no parecía más despierta que cinco minutos antes.
—Lo cierto es que no te pertenecen —dijo Clavain—. Siguen siendo propiedad combinada.
—Os ha llevado un huevo de tiempo reclamarlas, ¿no?
—No soy yo el que las está reclamando, Ilia. Yo soy el hombre majo que ha venido a quitártelas de las manos antes de que lleguen las personas desagradables de verdad. Entonces serán problema mío, no tuyo. Y cuando digo desagradables, hablo en serio. Trata conmigo y estarás tratando con alguien razonable. Pero los combinados ni siquiera se van a molestar en negociar. Se limitarán a coger las armas sin preguntar.
—La historia de la deserción sigue pareciéndome un poco difícil de creer, Clavain.
—Ilia… —Khouri se inclinó un poco más sobre la cama—. Ilia, por ahora Clavain da igual. Hay algo que necesito saber. ¿Qué has hecho con las armas del alijo? Solo he encontrado trece en la cámara.
Volyova lanzó una risita antes de responder. Khouri pensó que parecía divertirle su propia astucia.
—Las dispersé. He matado dos pájaros de un tiro. Las he puesto fuera del alcance de la mano de Clavain, desperdigadas por el sistema. También dejé que se pusieran en modo autónomo de disparo contra la maquinaria inhibidora. ¿Cómo les va a mis preciosidades, Khouri? ¿Los fuegos artificiales son impresionantes esta noche?
—Hay fuegos artificiales, Ilia, pero no tengo ni puta idea de quién está ganando.
—Al menos la batalla todavía continúa. Eso tiene que ser una buena señal, ¿no? —La mujer no hizo nada visible, pero un globo aplastado surgió de golpe sobre su cabeza. Se parecía muchísimo a una de esas burbujas de pensamiento de los dibujos. Aunque el ataque del arma del alijo la había dejado ciega, ahora llevaba unos esbeltos anteojos grises que se comunicaban con los implantes que el proxy de Clavain le había instalado en la cabeza. En algunos aspectos, ahora tenía una visión mejor que antes, pensó Khouri. Podía ver en todas las longitudes de onda y bandas no electromagnéticas que ofrecían los anteojos, y podía aprovechar los campos generados por las máquinas con mucha más claridad de lo que le había sido posible hasta ahora. Pero a pesar de todo eso, y aunque no decía nada, debía de sentirse asqueada por la presencia de aquellas máquinas ajenas en su cráneo. Ese tipo de cosas siempre le habían repugnado, y ahora solo las aceptaba por necesidad.
El globo proyectado era más una alucinación mutua que un holograma. Estaba cuadriculado con las líneas verdes de un sistema ecuatorial coordinado, más abombado en el ecuador y más estrecho por los polos. La eclíptica del sistema era un disco lechoso que abarcaba la burbuja de lado a lado, salpicado de muchos símbolos anotados. En el medio estaba el duro ojo naranja de la estrella, Delta Pavonis. Una mancha de color bermellón formaba el cadáver destrozado de Roc, con un núcleo de color rojo más duro y destacado que indicaba la inmensidad con forma de corneta del arma inhibidora, inmovilizada ahora en fase rotativa con la estrella. La estrella en sí estaba cuadriculada con brillantes líneas de contorno de color lila. Se veía que el punto de la superficie de la estrella que estaba justo debajo del arma estaba abombándose hacia dentro a lo largo de una octava parte del diámetro de la estrella, a una cuarta parte de distancia de la médula en la que ardía la energía nuclear. De la depresión surgían furiosos anillos de color violeta blanquecino de materia en su punto de fusión, congelados como las ondas de un lago, pero esos puntos calientes de fusión eran simples chispas comparadas con la central eléctrica del núcleo en sí. Y sin embargo, por inquietantes que fuesen estas transformaciones, la estrella no era el centro inmediato de atención. Khouri contó veinte triángulos negros en el mismo cuadrante aproximado de la eclíptica en el que estaba el arma inhibidora, y supuso que esas eran las armas del alijo.
—Este es el estado del juego —dijo Volyova—. Una imagen de la batalla en tiempo real. ¿No tienes celos de mis juguetes, Clavain?
—No tienes ni idea de lo importantes que son esas armas —dijo el servidor.
—¿Ah, no?
—Suponen la diferencia entre la extinción y la supervivencia de toda la especie humana. Nosotros también sabemos algo de los inhibidores, Ilia, y sabemos lo que pueden hacer. Lo hemos visto en mensajes del futuro; la raza humana al borde de la extinción, casi aniquilada por completo por las máquinas de los inhibidores. Nosotros los llamábamos los lobos, pero no cabe duda de que estamos hablando del mismo enemigo. Por eso no puedes derrochar aquí las armas.
—¿Derrocharlas? Yo no las estoy derrochando. —Parecía haber sufrido una ofensa mortal—. Las estoy utilizando de forma táctica para retrasar el proceso inhibidor y ganar un tiempo muy valioso para Resurgam.
La voz de Clavain se hizo más aguda.
—¿Cuántas armas has perdido desde que comenzaste la campaña?
—Ninguna, para ser precisos.
El servidor se arqueó sobre ella.
—Ilia…, escúchame con mucha atención. ¿Cuántas armas has perdido?
—¿Qué quieres decir con «perdido»? Tres armas funcionaron mal. Para que veas lo que es la ingeniería combinada, en tal caso. Otras dos fueron diseñadas para que se utilizaran solo una vez. Yo a eso no lo llamo «pérdidas», Clavain.
—¿Así que los disparos con los que han respondido los inhibidores no han destruido ningún arma?
—Dos armas han sufrido algunos daños.
—Quedaron destruidas por completo, ¿no es cierto?
—Sigo recibiendo telemetría de sus arneses. No sabré el alcance de los daños hasta que examine la escena de la batalla.
La imagen de Clavain se apartó de la cama. Se había puesto, si eso era posible, un poco más pálido que antes. Cerró los ojos y murmuró algo por lo bajo, algo que casi podría haber sido una plegaria.
—Para empezar tenías cuarenta armas. Ya has perdido nueve de ellas según mis cálculos. ¿Cuántas más, Ilia?
—Todas las que hagan falta.
—No puedes salvar Resurgam. Te estás enfrentando a fuerzas que están por encima de tu comprensión. Lo único que estás haciendo es desperdiciar armas. Tenemos que conservarlas hasta que podamos utilizarlas como debe ser, de una forma que de verdad suponga una diferencia. Esta es solo una avanzadilla de los lobos, pero habrá muchos más. Sin embargo, si podemos examinar las armas, quizá podamos hacer más como ellas, miles.
Volyova volvió a sonreír, Khouri estaba segura de haberla visto.
—Y todas esas bonitas palabras de hace un momento, Clavain, eso de que los fines no justifican los medios, ¿te has creído una sola palabra de eso?
—Todo lo que sé es que si desperdicias las armas, todos en Resurgam morirán de todos modos. La única diferencia es que morirán más tarde y sus muertes quedarán ocultas por las de millones más. Pero entrega ahora las armas y todavía habrá tiempo para marcar la diferencia.
—¿Y dejar que mueran doscientas mil personas para que millones puedan vivir en el futuro?
—Millones no, Ilia. Miles de millones.
—Por un momento me habías convencido, Clavain. Casi empezaba a creer que quizá fueras alguien con quien yo podría hacer un trato. —Sonrió, como si fuera la última vez que fuera a sonreír en su vida—. Me equivoqué, ¿no es cierto?
—No soy un mal hombre, Ilia. Solo soy alguien que sabe con toda exactitud lo que hay que hacer.
—Como tú has dicho, ese es siempre el tipo más peligroso.
—Por favor, no me subestimes. Me voy a llevar esas armas.
—Estás a semanas de aquí, Clavain. Para cuando llegues, estaré más que lista para ti.
La figura de Clavain no dijo nada. Khouri no tenía ni idea de qué debía leer en esa falta de respuesta, pero la inquietó mucho.
La nave se cernía sobre ella, apenas contenida por su prisión de andamios. Las luces internas del Ave de Tormenta estaban encendidas, y en la fila superior de las ventanas de la cubierta de vuelo Antoinette vio la silueta de Xavier inmersa en el trabajo. Tenía un compad en una mano y un puntero agarrado entre los dientes, y estaba encendiendo antiguos conmutadores de palanca que tenía por encima de su cabeza mientras tomaba sus típicas y diligentes notas. Todo un contable, pensó la joven.
Antoinette colocó con suavidad su exoesqueleto en posición vertical. De vez en cuando, Clavain permitía que la tripulación disfrutara de unas cuantas horas en condiciones de gravedad e inercia normales, pero este no era uno de esos períodos. El exoesqueleto le producía a Antoinette decenas de ampollas permanentes allí donde las almohadillas de apoyo y los sensores de movimiento háptico le tocaban la piel. De una forma perversa, casi estaba deseando llegar alrededor de Delta Pavonis para poder desembarazarse por fin de los esqueletos.
Le echó un buen vistazo al Ave de Tormenta. No la había visto desde aquella vez que se había ido y se había negado a entrar en lo que ya no le parecía su territorio. Tenía la sensación de que habían transcurrido meses, y parte de la ira, aunque no toda, había remitido.
Pero todavía estaba bastante cabreada.
Su nave, desde luego, estaba lista para la lucha. Para el ojo inexperto no se había producido ninguna alteración drástica en la apariencia externa del Ave de Tormenta. Las armas extra que se habían injertado, además de los elementos disuasivos ya presentes, solo significaban unos cuantos bultos más, pinchos y asimetrías que debían sumarse a las ya existentes. Con fábricas que producían armamento por toneladas, no había sido demasiado difícil desviar parte de esa manufactura hacia ella, y Escorpio había estado más que dispuesto a hacer la vista gorda. Remontoire y Xavier incluso habían trabajado juntos para acoplar las armas más exóticas a la red de control del Ave de Tormenta.
Durante un tiempo, Antoinette se había preguntado por qué sentía la necesidad de luchar. No se consideraba dada a la violencia o a los gestos heroicos. Los gestos estúpidos y sin sentido, como el de enterrar a su padre en un gigante gaseoso, eran otra historia.
Trepó por la nave hasta que llegó a la cubierta de vuelo. Xavier siguió trabajando después de que ella entrara. Estaba demasiado absorto en lo que estaba haciendo, y debía de estar acostumbrado a que ella nunca visitara el Ave de Tormenta.
La joven se acomodó en el asiento que él tenía al lado y esperó a que su amigo notara su presencia y levantara los ojos del trabajo. Cuando lo hizo, el joven se limitó a asentir y le dio espacio y tiempo para decir lo que necesitara. Antoinette lo agradeció.
—¿Bestia? —dijo en voz baja.
La pausa que se produjo antes de que Lyle Merrick contestara no pudo ser más larga de lo habitual, pero a ella le pareció una eternidad.
—¿Sí, Antoinette?
—He vuelto.
—Sí… Eso tenía entendido. —Hubo otro largo intervalo—. Me alegro de que hayas vuelto.
La voz tenía el mismo tono que siempre, pero algo había cambiado. Antoinette suponía que Lyle ya no se sentía obligado a imitar a la antigua subpersona, aquella a la que había sustituido dieciséis años antes.
—¿Por qué? —le preguntó ella con tono seco—. ¿Me has echado de menos?
—Sí —dijo Merrick—. Sí, así es.
—No creo que pueda perdonarte jamás, Lyle.
—Jamás querría ni esperaría tu perdón, Antoinette. Desde luego, no lo merecería.
—No, desde luego que no.
—¿Pero entiendes que le hice una promesa a tu padre?
—Eso es lo que Xavier dijo.
—Tu padre era un buen hombre. Antoinette. Solo quería lo mejor para ti.
—También lo mejor para ti, Lyle.
—Le debo mucho. No podría discutirlo.
—¿Cómo vives con lo que hiciste?
Se oyó algo que podría haber sido una carcajada, o incluso una risita de autodesprecio.
—A la parte de mí que más importaba no le inquieta mucho esa cuestión, ¿sabes? Al yo de carne y hueso lo ejecutaron. Yo no soy más que una sombra, la única sombra que no encontraron los borracabezas.
—Una sombra con un instinto de supervivencia muy evolucionado.
—Una vez más, eso es algo que nunca negaría.
—Quiero odiarte, Lyle.
—Adelante —dijo él—. Ya hay millones que lo hacen.
La joven suspiró.
—Pero no me lo puedo permitir. Esta sigue siendo mi nave. Tú la sigues dirigiendo, me guste o no. ¿Cierto, Lyle?
—Yo ya era piloto, seño…, quiero decir, Antoinette. Ya tenía un conocimiento íntimo de las operaciones de una nave espacial antes de mi pequeño contratiempo. No me ha resultado difícil integrarme en el Ave de Tormenta. Dudo que una auténtica subpersona pudiera ser un sustituto adecuado.
La mujer se rió con desprecio.
—Oh, no te preocupes. No voy a sustituirte.
—¿Ah, no?
—No —dijo ella—. Pero por razones pragmáticas. No puedo permitírmelo, no sin fastidiar mucho el rendimiento de mi nave. No quiero pasar por la curva de aprendizaje que supone integrar un nuevo nivel gamma, sobre todo ahora.
—Esa me parece razón suficiente.
—No he terminado. Mi padre hizo un trato contigo. Eso significa que hiciste un trato con la familia Bax. No puedo renegar de eso, ni aunque quisiera. No sería bueno para el negocio.
—Estamos un poco lejos de cualquier oportunidad de negocio, Antoinette.
—Bueno, puede. Pero hay otra cosa. ¿Estás escuchando?
—Por supuesto.
—Vamos a entrar en batalla. Y tú vas a ayudarme. Y con eso me refiero a que vas a pilotar esta nave y a obligarla a hacer lo que a mí me salga de los cojones. ¿Entendido? Y quiero decir todo. Por mucho peligro que yo corra con ello.
—La promesa de protegerte también formaba parte del acuerdo al que llegué con tu padre, Antoinette.
Esta se encogió de hombros.
—Eso fue entre tú y él, no conmigo. De ahora en adelante, yo corro mis propios riesgos, incluso si son del tipo que podría matarme. ¿Estamos?
—Sí… Antoinette.
La chica se levantó del asiento.
—Ah, y otra cosa más.
—¿Sí?
—Se acabó lo de «señorita».
Khouri había bajado a la zona de acogida, quería dar la cara y en general hacer todo lo que pudiese para tranquilizar a los evacuados y que supiesen que no los había olvidado, cuando sintió que la nave entera daba un tumbo hacia un lado. El movimiento fue repentino y violento, lo suficiente para tirarla y terminar estrellándola contra la pared más cercana, con las consiguientes magulladuras. Khouri maldijo mientras mil posibilidades le cruzaban la mente como rayos, pero sus pensamientos quedaron de inmediato ahogados bajo el inmenso rugido de pánico que emanó de los dos mil pasajeros. Oyó chillidos y gritos, y pasaron muchos segundos antes de que el sonido comenzara a desvanecerse convertido en un murmullo general de inquietud. El movimiento no se había repetido, pero cualquier ilusión que tuviesen de que la nave era un objeto sólido e inmutable acababa de ser aniquilada.
Khouri se puso de inmediato en modo de limitación de daños. Comenzó a recorrer el laberinto de particiones que dividía la cámara y ofreció poco más que un gesto tranquilizador a las familias e individuos que intentaban detenerla para preguntarle qué pasaba. En ese punto, ella misma todavía estaba intentando entenderlo.
Ya se había acordado que sus adjuntos inmediatos se reunieran en caso de que ocurriera algo inesperado. Se encontró con que una docena la esperaba, todos con una expresión poco menos aterrada que la de las personas que tenían a su cargo.
—Vuilleumier… —dijeron casi al unísono a su llegada.
—¿Qué coño acaba de pasar? —preguntó uno—. Tenemos huesos rotos, fracturas, gente cagada de miedo. ¿No debería habernos advertido alguien?
—Hemos evitado una colisión —dijo ella—. La nave detectó un trozo de rocalla que se dirigía hacia ella. No tuvo tiempo para alejarla de un disparo, así que se movió. —Era mentira y ni siquiera a ella le sonaba convincente, pero por lo menos era una especie de explicación racional—. Por eso no hubo ningún aviso. —Y añadió como si se le acabara de ocurrir—: En realidad, eso es bueno. Significa que los subsistemas de seguridad siguen funcionando.
—Usted nunca dijo que no lo harían —le dijo el hombre.
—Bueno, pues ahora tenemos la certeza, ¿no? —Y con eso les dijo que hicieran correr la voz de que no había que preocuparse por el movimiento repentino, y que se aseguraran de que todos los heridos recibían los cuidados que necesitaban.
Por fortuna, no había muerto nadie y los huesos rotos y las fracturas resultaron ser fisuras limpias que se podían atender con procedimientos sencillos, no hizo falta sacar a nadie de la cámara y llevarlo a la bodega médica. Pasó una hora, y luego dos, y descendió una calma nerviosa. Su explicación, al parecer, había sido aceptada por la mayor parte de los evacuados.
Genial, pensó. Ahora todo lo que tengo que hacer es convencerme a mí misma.
Pero una hora después la nave se volvió a mover.
Esta vez fue menos violento que antes, y el único efecto fue hacer que Khouri se tambaleara y estirara a toda prisa los brazos para buscar un punto de apoyo. Maldijo, pero ahora menos sorprendida que molesta. No tenía ni idea de lo que les iba a decir a los pasajeros a continuación, y su última explicación iba a empezar a parecer muy poco convincente. Decidió, de momento, no ofrecer ninguna y dejar que sus subordinados descifraran lo que había pasado. Les daría tiempo, y quizá se les ocurriera algo mejor de lo que se le podía ocurrir a ella.
Volvió a ver a Ilia Volyova, pensando todo el rato que pasaba algo. Tenía una sensación de dislocación que no terminaba de comprender. Era como si cada superficie vertical de la nave estuviera ladeada de forma infinitesimal. El suelo ya no estaba perfectamente nivelado, de tal modo que las aguas residuales de las zonas inundadas se acumulaban más en un lado del pasillo que en el otro. Allí donde chorreaba por las paredes ya no caía en vertical, sino en un pronunciado ángulo. Para cuando llegó a la cama de Volyova, ya no podía hacer caso omiso de los cambios. Costaba caminar erguida, y se encontró con que era más fácil y seguro moverse de muro en muro.
—Ilia.
Esta estaba, por fortuna, despierta, absorta en el hinchado juguetito de su monitor de batalla. El nivel beta de Clavain estaba a su lado; los dedos del servidor formaban un capitel meditabundo bajo su nariz, mientras veía la misma imagen abstracta.
—¿Qué pasa, Khouri? —dijo la voz áspera de Volyova.
—Algo le está pasando a la nave.
—Sí, lo sé. Yo también lo sentí. Y Clavain.
Khouri se puso los anteojos y entonces los vio bien a los dos, la mujer enferma y el anciano de cabello blanco que permanecía paciente a su lado. Daba la sensación de que se conocían de toda la vida.
—Creo que nos estamos moviendo —dijo Khouri.
—Algo más que solo moviéndonos, diría yo —respondió Clavain—. Acelerando, ¿no? La vertical local está cambiando.
Tenía razón. Cuando la nave estaba estacionada en una órbita generaba una gravedad propia haciendo girar algunas secciones de su interior. Los ocupantes sentían que los lanzaban hacia fuera, en sentido contrario al largo eje de la nave. Pero cuando la Nostalgia por el Infinito estaba bajo propulsión, la aceleración creaba otra fuente de gravedad falsa en un exacto ángulo recto con la pseudofuerza generada por el giro. Los dos vectores se combinaban para dar una fuerza que actuaba formando un ángulo entre ambos.
—Alrededor de una décima parte de gravedad —añadió Clavain—, o por ahí. Lo suficiente para distorsionar la vertical local en cinco o seis grados.
—Nadie le ha pedido a la nave que se mueva —dijo Khouri.
—Creo que decidió moverse sólita —dijo Volyova—. Me imagino que por eso experimentamos algunas sacudidas antes. El refinado control de nuestro anfitrión está un poco oxidado. ¿No es así, capitán?
Pero el capitán no le respondió.
—¿Por qué nos movemos? —preguntó Khouri.
—Creo que eso podría tener algo que ver —dijo Volyova.
El juguetito aplastado de la imagen de la batalla se hinchó un poco más. A primera vista no había cambiado demasiado. Las armas del alijo que quedaban seguían desplegadas, junto con el mecanismo de los inhibidores. Pero había algo nuevo, un icono que no recordaba que estuviera antes desplegado. Se estaba metiendo como una flecha en el ruedo de la batalla, en un ángulo oblicuo a la eclíptica, exactamente como si entrara desde el espacio interestelar. A su lado había un racimo parpadeante de números y símbolos.
—¿La nave de Clavain? —Preguntó Khouri—. Pero eso no es posible. No esperábamos verla hasta dentro de varias semanas…
—Al parecer nos equivocamos —dijo Volyova—. ¿Verdad, Clavain?
—No podría especular en ninguno de los casos.
—Su corrimiento al azul estaba cayendo demasiado deprisa —dijo Volyova—. Pero no creí lo que me demostraban mis sensores. Nada capaz de hacer un vuelo interestelar podría decelerar tan rápido como parecía frenar la nave de Clavain. Y sin embargo…
Khouri terminó la frase por ella.
—Lo está haciendo.
—Sí. Y en lugar de estar a un mes de distancia, estaba a dos o tres días, quizá menos. Muy listo, Clavain, lo admito. ¿Cómo has hecho ese truquito, si me permites preguntarlo?
El nivel beta sacudió la cabeza.
—No lo sé. Esa información concreta se eliminó de mi personalidad antes de que me transmitieran aquí. Pero puedo especular tan bien como tú, Ilia. O bien mi contrapartida tiene un motor más poderoso que cualquiera de los conocidos por los combinados, o tiene algo preocupantemente parecido a la tecnología de supresión de la inercia. Tú eliges. En cualquier caso, yo diría que no son lo que llamaríamos buenas noticias, ¿no te parece?
—¿Estás diciendo que el capitán vio que se acercaba la otra nave? —preguntó Khouri.
—Puedes estar segura —dijo Volyova—. Todo lo que yo veo, lo ve él.
—Entonces, ¿por qué nos estamos moviendo? ¿Es que no quiere morir?
—Aquí no, al parecer —dijo Clavain—. Y no ahora. Esta trayectoria nos devolverá al espacio local de Resurgam, ¿no?
—En unos doce días —confirmó Volyova—. Lo que me parece demasiado tiempo para que sirva de nada. Claro que eso es suponiendo que se limite a una décima parte de gravedad…, y en última instancia no le hace falta. A una gravedad podría llegar a Resurgam en dos días, por delante de Clavain.
—¿Y de qué servirá eso? —preguntó Khouri—. Somos tan vulnerables allí como aquí. Clavain puede alcanzarnos donde quiera que vayamos.
—No somos tan vulnerables, ni de lejos —dijo Volyova—. Todavía tenemos trece de las malditas armas del alijo, y la voluntad de utilizarlas. No me imagino qué motivo tiene el capitán en el fondo para movernos, pero sí sé una cosa: hace que la operación de evacuación sea muchísimo más fácil, ¿no te parece?
—¿Crees que por fin está intentando ayudar?
—No lo sé, Khouri. Admito que es una posibilidad teórica evidente, eso es todo. De todos modos, será mejor que se lo digas a Thorn.
—¿Decirle qué?
—Que empiece a acelerar las cosas. El atasco quizá esté a punto de cambiar.