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—¿Sigue contaminada el agua? —preguntó Bryce.
—Me atrevería a decir que no. He hecho que me trajeran muestras de agua de los distritos superiores. Todo está bien allí. El personal de la traída ha hecho comprobaciones por su cuenta y asegura lo mismo. Evidentemente, lo que sea fue introducido en la canalización ayer a primera hora, llegó a la ciudad y en este momento ya ha desaparecido. Tal vez queden residuos en las cañerías. Yo aconsejaría no beber agua tampoco hoy.
—¿Y qué dice la farmacopea sobre la efectividad de esas drogas?
—Cualquiera puede adivinarlo —repuso Madison, encogiéndose de hombros—. Tú lo sabrás mejor que yo. ¿Desaparece?
—No en el sentido normal —dijo Bryce—. Lo que sucede es que el cerebro crea un circuito de redundancia y obtiene el acceso a un duplicado de los recuerdos afectados… Como si se pasara a otro carril, por así decirlo… Naturalmente, siempre que hubiera un duplicado del sector en cuestión y mientras ese duplicado no se haya borrado también. Algunas personas recobrarán retazos de su memoria en unos cuantos días o unas cuantas semanas. Otros no.
—Magnífico —terminó Madison—. Te tendré informado, Tim.
Bryce cortó la llamada y preguntó al empleado de Comunicaciones:
—¿Tiene ya ese transmisor? Colóquelo tras el oído de Su Señoría.
El alcalde se echó a temblar. El aparatito fue instalado en su sitio.
—Señor alcalde —dijo Bryce—, voy a dictarle un discurso y usted lo transmitirá a todos los medios de comunicación. Será lo último que le pediré que haga hasta que tenga la oportunidad de recuperarse, ¿de acuerdo? Escuche cuidadosamente lo que digo y hable despacio. Imagine que mañana es el día de las elecciones y que su trabajo depende de lo bien que quede ahora. No va a actuar en directo. Habrá un desfase de quince segundos y contamos con un circuito de prueba para corregir sus errores, de modo que no hay razón alguna para que se sienta en tensión. ¿Me sigue? ¿Lo hará lo mejor que pueda?
—Tengo la mente nublada.
—Limítese a escucharme y repetir ante la cámara lo que yo diga. Sus reflejos de político le ayudarán. Ésta es su oportunidad para convertirse en un héroe. Estamos viviendo un momento histórico, señor alcalde. Lo que hagamos hoy pasará a la historia, como pasaron los sucesos del terremoto de 1906. Vamos ya. Repita. Habitantes de esta maravillosa ciudad de San Francisco…
Las palabras salían con toda facilidad de los labios de Bryce. Y ¡oh, maravilla!, el alcalde las repetía con una voz clara, resonante. Mientras pronunciaba su discurso, Bryce sintió en su interior el impulso del poder. Por un momento, se imaginó que era el líder electo de la ciudad y no únicamente el dictador (nombrado por sí mismo) en una emergencia. Resultaba una sensación interesante, casi extática. Lisa, que le observaba actuar, le sonrió amorosamente.
También él sonrió al mirarla. En este momento de gloria casi lograba olvidar su dolor al comprender que había perdido todos los recuerdos de su vida con ella. Por lo visto, era lo único que había perdido. Con una selectividad estúpida, la droga había anulado todo cuanto pertenecía a sus primeros cinco años de matrimonio. Kamakura le había dicho, hacía pocas horas, que el suyo era el matrimonio más feliz de cuántos conocía. Y ahora todo había desaparecido. Por lo menos, y contra todas las probabilidades, Lisa había sufrido una pérdida idéntica. En cierto modo, el hecho resultaba así más soportable. Habría sido horrible que uno de ellos recordara los buenos tiempos y el otro no tuviera ni idea. Gracias a eso, casi podía ignorar el tormento de la pérdida mientras siguiera trabajando. Casi.
—El alcalde va a hablar dentro de un minuto —dijo Nadia—. ¿Quieres oírle? Explicará lo que está ocurriendo.
—No me importa nada —contestó tristemente el Fabuloso Montini.
—Se trata de una especie de epidemia de amnesia. Cuando salí antes, oí hablar de ello. Todo el mundo lo tiene. No sólo tú. Creíste que era un ataque. Pues no lo es. Estás perfectamente bien.
—Mi mente ha quedado deshecha.
—Sólo es temporal —la voz sonaba un poco demasiado aguda, nada convincente—. Tal vez sea algo que hay en el aire. Una droga que estaban experimentando y perdieron su control. Todos estamos metidos en ello. Tampoco yo logro recordar nada de la semana pasada.
—¿Y a mí qué me importa? —exclamó Montini—. La mayoría de la gente no tiene memoria ni siquiera en estado normal. ¿Pero y yo? ¿Y yo? Estoy arruinado, Nadia. Quisiera verme ya en la tumba. No tiene lógica que siga viviendo.
Sonó la voz del locutor:
—Señoras y caballeros, Su Señoría, Elliot Chase, alcalde de San Francisco.
—Vamos a oírle —dijo Nadia.
El alcalde apareció en la pantalla mural, con rostro solemne y la expresión de «vamos a enfrentarnos a un desafío, ciudadanos». Montini le miró, se encogió de hombros y apartó la vista.
—Habitantes de esta maravillosa ciudad de San Francisco —comenzó el alcalde—. Acabamos de pasar la jornada más difícil de nuestra historia desde hace casi un siglo, desde la terrible catástrofe de 1906. La Tierra no ha temblado hoy, ni hemos sido devorados por el fuego. Sin embargo, todos hemos sufrido la dura prueba de una calamidad repentina. Como todos ustedes saben ya, los habitantes de San Francisco se han visto afligidos desde anoche por lo que podemos llamar una epidemia de amnesia. Ha habido una pérdida masiva de memoria, que va desde los casos leves de un simple olvido a la pérdida casi total de identidad. Los científicos que trabajan en el Hospital Fletcher Memorial han logrado determinar la causa de este desastre único y repentino. Al parecer, saboteadores criminales contaminaron el sistema de abastecimiento de aguas con drogas de uso prohibido y que tienen la facultad de disolver las estructuras de la memoria. El efecto de estas drogas es temporal. No existen motivos de alarma. Incluso los más gravemente afectados descubrirán que van recuperando poco a poco la memoria. Y tenemos razones de peso para confiar en una recuperación total en cuestión de horas o de días.
—Está mintiendo —dijo Montini.
—Los criminales responsables no han sido detenidos todavía, pero esperamos su arresto de un momento a otro. El área de San Francisco es la única región afectada, lo que significa que las drogas fueron introducidas en el sistema de abastecimiento de aguas justo en los límites de la ciudad. Todo sigue normal en Berkeley, en Oakland, en Marin County y demás áreas circundantes. En nombre de la seguridad pública he ordenado que se cierren los puentes de San Francisco, interrumpiendo asimismo el tránsito rápido en el área de la bahía y demás medios de acceso a la ciudad. Confiamos en mantener dichas restricciones hasta mañana por la mañana por lo menos. Su propósito es prevenir el desorden y evitar la posible llegada de elementos indeseables a la ciudad mientras persiste el problema. Nosotros, habitantes de San Francisco, somos autosuficientes y por demos subvenir a nuestras necesidades sin interferencia del exterior. No obstante, me he puesto en contacto con el presidente y el gobernador, quienes me han asegurado toda la asistencia posible. El abastecimiento de aguas se halla al presente libre de contaminación y se están tomando todas las precauciones para impedir que se repita este crimen contra un millón de inocentes. Sin embargo, me informan de que aún pueden quedar residuos de la droga en las cañerías y que el peligro se mantendrá unas cuantas horas. Se recomienda, pues, que beban la menor cantidad de agua posible hasta que reciban más noticias y que hiervan la que deban utilizar. Por último, les diré que el señor Dennison, jefe de policía, las demás autoridades de la ciudad y yo dedicaremos todo nuestro tiempo a las necesidades de la ciudad mientras dure la crisis. Probablemente no tendremos la oportunidad de aparecer ante ustedes para informes posteriores. Por lo tanto, he tomado la decisión de nombrar un Comité de Salud Pública, formado por distinguidos científicos y hombres de leyes de San Francisco, como cuerpo coordinador que colabore en el gobierno de la ciudad y en la información a sus ciudadanos. El presidente de dicho Comité es el famoso veterano de tantas hazañas espaciales, el comandante Taylor Braskett. Las noticias referentes al desarrollo de la crisis les serán comunicadas por el comandante Braskett en el transcurso de la tarde. Recuerden que habla en nombre de las autoridades de la ciudad. Gracias.
Braskett apareció en pantalla. Montini gruñó:
—¡Mira a quién fueron a elegir! ¡A un patriota maníaco!
—Pero la droga desaparecerá —insistió Nadia—. Tu mente volverá a la normalidad.
—Conozco esas drogas. No hay esperanza. Estoy acabado —el Fabuloso Montini se dirigió a la puerta—. Necesito aire fresco. Voy a salir. Adiós, Nadia.
Ésta trató de detenerle, pero él la rechazó. Se dirigió al Marina Park y de él pasó al Club Náutico. El portero le dejó entrar y no volvió a prestarle atención. Montini se dirigió al muelle. «Dicen que la droga es temporal. Que desaparecerá… Que la mente recobrará la claridad. Lo dudo mucho». Miró las aguas, oscuras y aceitosas, que brillaban reflejando las luces del puente. Exploró su memoria, tan afectada, calibrando los vacíos. Secciones enteras de su memoria habían desaparecido. Como cuando se derrumban los muros de un edificio, dejando al aire la estructura. No podía vivir así. Cuidadosamente, gruñendo por el esfuerzo, bajó por una escalerilla de metal hasta el agua y se alejó del muelle. El agua estaba espantosamente fría. Los zapatos le pesaban hasta agobiarle. Se dirigió nadando hacia la isla de la antigua prisión, pero no sería capaz de mantenerse a flote mucho tiempo. Dejándose arrastrar por las olas, hizo una vez más inventario de su memoria, repasando lo que le restaba. Menos que suficiente. Para probar si aún conservaba el don, intentó recordar el discurso del alcalde y descubrió que las palabras se confundían unas con otras. Ya nada importa, se dijo. Y dejó que su cuerpo se hundiera.
Carole insistió en pasar la noche del jueves con él.
—Ya no somos marido y mujer —le recordó Paul—. Estamos divorciados.
—¿Desde cuándo eres tan convencional? Vivimos juntos antes de casarnos, lo mismo podemos vivir juntos después de haber estado casados. A lo mejor estamos inventando un nuevo pecado, Paul. Relaciones postmatrimoniales.
—Esa no es la cuestión. La cuestión es que llegaste a odiarme por mis problemas financieros y que me dejaste. Si intentas volver ahora conmigo, vas contra tu propia decisión lógica y deliberada del pasado enero.
—Para mí, aún faltan cuatro meses para ese enero que dices —rebatió ella—. No te odio. Te quiero. Te he querido siempre y siempre te querré. No consigo imaginar cómo llegué a separarme de ti, pero, en cualquier caso, no recuerdo el divorcio, ni lo recuerdas tú entonces, ¿por qué no podemos seguir a partir del punto en que se borró todo de nuestra memoria?
—Entre otras cosas, porque da la casualidad de que ahora eres la esposa de Pete Castine.
—Eso me suena completamente irreal. Como algo que hubieras soñado.
—Freddy Munson me lo dijo. Y es verdad.
—Si volviera ahora con Pete —dijo Carole—, me sentiría en pecado. ¿Quieres que me meta en la cama con Pete simplemente porque se supone que me he casado con él? No le quiero. Te quiero a ti. ¿No puedo quedarme aquí?
—¿Pero y si Pete…?
—¡Si Pete, si Pete, si Pete…! En mi conciencia, sigo siendo la señora de Paul Mueller, y en tu conciencia también. Así que al diablo con Pete, y con lo que Freddy Munson te haya dicho y con todo lo demás. Esta discusión es estúpida. Dejémosla. Si quieres que me vaya, dímelo ahora bien claro. De otro modo, me quedo.
No podía decirle que se fuera.
Sólo tenía la litera pequeña, pero se las arreglaron para compartirla. Era incómoda; sin embargo, resultó divertido. Paul llegó a sentirse como si de nuevo tuviera veinte años. Por la mañana, tomaron juntos una buena ducha y, luego, Carole salió a comprar algunas cosas para el desayuno, ya que les habían cortado el servicio y él no podía pedir el desayuno apretando un botón. Ante la puerta, un robot le habló en el momento en que Carole salía:
—Se ha solicitado ya el decreto de servicio personal, señor Mueller. Ahora está pendiente de juicio.
—No te conozco —dijo Mueller—. ¡Lárgate!
Hoy, se dijo, iría a buscar a Freddy Munson y, como fuera, conseguiría de él algún dinero. Compraría los instrumentos que necesitaba y empezaría a trabajar otra vez. Que el mundo exterior enloqueciera; mientras él pudiera trabajar, todo iría bien. Si no lograba encontrar a Freddy, tal vez el crédito de Carole le permitiera hacer las compras. Estaba legalmente divorciada de él, y sus problemas de crédito no la afectarían. Siendo la señora de Peter Castine, sin duda dispondría de un par de los grandes para pagar a Metchnikoff. Probablemente los bancos estarían cerrados hoy por la crisis de amnesia, pensó Mueller, pero sin duda Metchnikoff no le pediría a Carole el pago en efectivo. Cerró los ojos e imaginó lo agradable que sería crear cosas de nuevo.
Hacía una hora que se había ido Carole. Cuando regresó con la bolsa de la compra, Pete Castine iba con ella.