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A medida que transcurrían los días y Sorak seguía viajando, alternando con el Vagabundo en el dominio de su cuerpo, el Diente del Dragón empezó a estar cada vez más cerca; ahora se encontraba ya a menos de un día de camino. El viaje había transcurrido con. relativa tranquilidad. A aquella altura, el joven no encontró ningún otro viajero y tampoco había demasiada fauna por encima de la zona de matorrales de la cordillera. Una vez que sobrepasó ese punto, el terreno se tornó extremadamente rocoso y solitario.

Su cuerpo estaba en perfecto estado físico, pero necesitaba descanso; y,? aunque Sorak podía retirarse -desaparecer- cuando se cansaba, dejando que el Vagabundo se hiciera cargo, el cuerpo que todos compartían poseía reservas limitadas de energía. Acampaba varias horas cada noche para que su cuerpo pudiera descansar, y, al alternar la personalidad que tomaba el control, Sorak consiguió realizar un buen promedio. En las pocas ocasiones en que encontró animales que pudieran ser peligrosos, Chillido hizo su aparición para comunicarse con ellos, y de este modo cualquier amenaza quedó anulada.

Sorak no comprendía por completo a Chillido, no de la misma forma en que comprendía a la Guardiana, al Vagabundo, a Eyron, a Poesía, a Kivara y a los otros. Había veces en que tampoco comprendía muy bien a Kivara, pero eso se debía a que Kivara era joven y no realizaba ningún esfuerzo auténtico por comprenderse se

a sí misma. Con Chillido era diferente ya que no era como ninguno de los otros, era más s" parecido a Tigra. No hablaba en el exacto sentido de la palabra, pero comprendía a los demás y podía hacerse comprender, aunque a un nivel bastante primitivo. Era igual que la comunicación paranormal que Sorak tenía con Tigra, y no habría tenido esa comunicación con el tigone de no haber sido por Chillido.

Los otros poseían todos personalidades definidas, pero Chillido poseía una habilidad de la que los otros parecían carecer: tanto podía tomar el control por completo como efectuar una mezcla de su personalidad con la de Sorak, lo que daba como resultado una curiosa clase de superposición en la que ambos estaban presentes y «fuera» al mismo tiempo. Era Chillido quien poseía la afinidad con Tigra; pero, aunque el tigone estaba ligado a Chillido, también se sentía ligado a Sorak, del que sabía que era un ser diferente de Chillido, aunque a la vez parte de él. Al animal no lo preocupaban las complejidades de tales relaciones y simplemente aceptaba a Sorak por lo que era.

El quinto día de viaje, un grupo de tigones se acercaron mucho al campamento nocturno de Sorak, si bien éste, gracias a la vigilancia de la Centinela, ya estaba enterado de que el grupo lo seguía desde hacía algún tiempo. En circunstancias normales, al encontrar a un viajero solo lo habrían atacado enseguida, pero la presencia de Tigra y la identificación psíquica de Chillido, que detectaban con sus propios poderes paranormales, los confundía. Aquello era algo completamente desconocido, sin precedentes, y no sabían cómo interpretarlo. Por una parte, lo que veían parecía ser un humano, pero olía a la vez a elfo y a halfling, y proyectaba a Chillido como una identidad tigone. Además, un tigone acompañaba a la extraña criatura. Esto último desconcertaba y trastornaba a los animales y, tras seguir a Sorak casi todo un día, se aventuraron más cerca de él por la noche, una vez que hubo encendido su fogata.

El muchacho no tomó ninguna medida hacia ellos, ni hostil ni defensiva, pero Chillido sí estableció contacto con ellos, proyectando mentalmente a la vez un reconocimiento no amenazador y un sutil dominio. Tigra permaneció cerca, indicando claramente al grupo su compenetración y relación con Sorak. Los animales se acercaron con cautela e indecisión, los más osados -los machos jóvenes- se adelantaron con olfateos vacilantes, sondas paranormales y desafiantes pautas de comportamiento, pero tanto Sorak como Chillido proyectaron una tranquila seguridad, una total carencia de temor e indiferencia ante las posturas desafiantes adoptadas por los animales.

Dado que, en realidad, los tigones no son más que gatos gigantes, la curiosidad no tardó en vencer a su cautela, y penetraron en el campamento para olfatearlos a él y a Tigra y hacer amistad. Desplegándose, se instalaron alrededor del fuego entre bostezos y estiramientos, y, justo antes de dormirse, Sorak vio cómo Tigra desaparecía entre los matorrales con una de las hembras jóvenes. Sonrió y por un instante envidió a su compañero la facilidad para entablar un sencillo acoplamiento con una hembra de su propia raza; una experiencia que él jamás conocería. Y con aquel triste pensamiento se durmió, rodeado por nueve enormes depredadores que lo habían aceptado como uno de ellos.

Durante parte del día siguiente viajó con el grupo, pero, al empezar a ascender por la montaña en dirección a las laderas bajas del Diente del Dragón, los enormes gatos con poderes paranormales se separaron de él. Sorak se preguntó si Tigra se marcharía con ellos para ocupar su puesto entre los suyos, pero el tigone permaneció junto a él. La hembra con la que el animal se había emparejado la noche anterior se rezagó brevemente y emitió unos cuantos rugidos lastimeros, pero Tigra no le prestó atención.

– ¿Estás seguro, viejo amigo? -inquirió Sorak en voz alta, mirando al animal que andaba a su lado.

Amigo, fue la respuesta mental que le transmitió el tigone. Protege.

Con semblante descorazonado, la hembra dio media vuelta y corrió a reunirse con los suyos.

– Muy bien, Tigra -dijo Sorak-. Tú y yo.

Empezaba a hacer frío, y el joven se envolvió en la capa. A medida que el oscuro sol se alzaba en el cielo, la temperatura allá abajo en las desiertas mesetas se iba tornando abrasadora; pero, en la base del Diente del Dragón, el viento soplaba gélido alrededor de ambos. Sorak alzó los ojos hacia la imponente y curvada aguja que se elevaba sobre su cabeza y se preguntó cómo era posible que alguien pudiera escalarla. Los pyreens eran capaces de cambiar de forma, y por lo tanto poseían ciertas ventajas únicas. No obstante, la venerable Al´ ' Kali era de las más ancianas de su tribu; había vivido más de mil años y, si a su impresionantemente avanzada edad poseía aún la energía para cambiar de forma y escalar una cima tan intimidante, lo maravillaba pensar lo que debía de haber sido en la flor de la vida.

– Tendría que ser una araña de cristal para realizar esa escalada -dijo Sorak, mientras contemplaba la cima envuelta en nubes. Bajó la mirada hacia Tigra y añadió-: Y tú, amigo mío, desde luego no lo conseguirías. -Suspiró-. Las lunas gemelas estarán llenas esta noche. Si ella está ahí, tendré que llamarla, pero ¿cómo?

Chillido, respondió el animal.

– ¿Chillido? -Sorak negó con la cabeza-. No creo que pudiera realizar la llamada solo.

Quizá pueda Kether, sugirió la Guardiana desde el interior de su mente.

Sorak aspiró con fuerza, soltó aire y se mordió el labio inferior.

– Pero no sé cómo llamar a Kether.

Tampoco yo, respondió la Guardiana, ni tampoco los otros. Pero a lo mejor, si existe la necesidad y todos nosotros nos retiramos, Kether se manifestará.

– ¿Y si no lo hace?

Entonces tendré que hacer todo lo que pueda y esperar que sea suficiente para conseguirlo, replicó el ente. Estamos mucho más cerca de la cima de la montaña ahorade lo que estábamos allá en el desierto. a La llamada no tendrá que recorrer tanta distancia.

– Es cierto -concedió Sorak-. Tal vez la venerable Al'Kali Al´Kali te oiga… si es que sigue viva para realizar su peregrinaje. En cualquier caso, tendremos que apartarnos de este viento.

Iba a empezar a moverse en busca de refugio, pero descubrió que el Vagabundo ya había puesto a sus pies en marcha. El terreno era árido y rocoso, y bastante empinado, por lo que tuvo que inclinarse hacia adelante para andar. El viento helado le azotaba los cabellos y la capa, y el escarpado terreno dificultaba su avance, pero hacia el final de la tarde ya había encontrado un hueco donde una depresión en la rocosa ladera quedaba hasta cierto punto protegida de los elementos por varios peñascos enormes que habían caído de lo alto. Se introdujo en el hueco y dejó la mochila en el suelo; luego tomó unos sorbos de agua y echó también un poco en la boca de Tigra. El tigone se encontraba aquí más en su elemento que él, pero ni siquiera los grandes felinos se aventuraban alguna vez por encima de la zona de matorrales. Era un terreno inhóspito, que apenas ofrecía algo de caza o forraje. Una cosa era segura: él no podría permanecer allí por mucho tiempo.

¿Por qué hemos de quedarnos aquí?, preguntó Eyron.

– Debemos esperar a la venerable Al'Kali Al´Kali -respondió Sorak.

¿Para qué?, replicó Eyron con sequedad. ¿Para desenterrar un pasado que ya no importa? ¿Qué ganarás con averiguar las respuestas a estas preguntas sin sentido con las que no haces más que atormentarte?

– Saber quién soy, quizás.

Ya veo, ¿y no sabes quién eres? ¿Los diez años pasados en el convento villichi no te han enseñado nada?

– Las villichi no podían enseñarme lo que ellas nunca supieron.

Así que no sabes quiénes son tus padres; no sabes qué nombre te dieron al nacer. ¿Son esas cosas tan importantes?

– Lo son para mí, aunque no lo sean para ti.

Y, si averiguas estas cosas, ¿qué cambiarán? Jamás se te ha conocido por otro nombre que no sea Sorak. Tu nombre auténtico, sea el que sea, caerá sobre ti como una capa de tamaño equivocado. a Nunca conociste a tus padres y, por lo que sabes, tal vez ni siquiera estén vivos ya; pero, aunque lo estuvieran, serían unos desconocidos para ti.

– Puede ser. Pero, si aún viven, entonces puedo buscarlos. Aún soy su hijo. En ese sentido, jamás podremos ser desconocidos los unos para los otros.

¿Has considerado la posibilidad de que puedan haber sido ellos los que, te echaron? Podrías haber sido una criatura no deseada, el recordatorio viviente de su locura e indiscreción. Quizá lamentaran lo ocurrido entre ellos. Serías un doloroso recuerdo con un efecto contraproducente.

– Pero si se amaban…

Eso no es más que una suposición tuya. Al no tener ninguna evidencia de ello, es simplemente una ilusión. Elfos y halflings siempre han sido enemigos mortales. A lo mejor la tribu de tu padre atacó a la de tu madre, y tú eres el producto del saqueo.

– Supongo que es posible -dijo Sorak dubitativo.

Imagina una madre obligada a dar a luz al hijo de un odiado enemigo, de alguien que ha abusado de ella y la ha degradado. Una criatura que nunca será aceptada por su tribu; un niño que sería un recordatorio constante de su dolor y humillación. ¿Qué podría sentir una madre por un hijo así?

– No lo sé -replicó el joven.

Ya es suficiente, Eyron, intervino la Guardiana. Déjalo tranquilo. a

Tan sólo quiero que considere todos los aspectos de la cuestión, respondió el otro.

Y, como de costumbre, te concentras en los que son negativos, repuso la Guardiana. Has dicho tu opinión, y lo que has dicho no es imposible, aunque también es posible que una madre quiera a un niño aun en estas circunstancias, y no lo culpe del daño que se le haya hecho a ella… si damos por supuesto que sucedió así, algo de lo que ninguno de nosotros puede estar seguro. Si todo lo que sentía Si todo lo que sentía

po por r la criatura era aversión, ¿por qué lo conservó a su lado tanto tiempo? Sorak se limita a buscar la verdad.

Si Sorak busca la verdad, es mejor que sepa que la verdad puede no ser agradable, replicó Eyron.

– Lo sé -dijo Sorak.

En ese caso, ¿por qué remover las turbias aguas del pasado?, inquirió Eyron. ¿Qué importa? Cada día que é pasa, tu vida vuelve a empezar, y es tuya para que hagas con ella lo que te plazca.

– Nuestra, quieres decir -corrigió Sorak-. Y tal vez ahí esté la clave de esta controversia. Yo no temo averiguar la verdad, Eyron, tanto si trae con ella felicidad como si es dolor. ¿Y tú?

¿Yo? ¿Por qué tendría que tener miedo yo?

– Ésa es una pregunta que sólo tú puedes contestar. Las preguntas que has planteado ya se me habían ocurrido a mí. De no haber sido así, sin duda habrías encontrado algún modo sutil de hacerme pensar en ellas. -Sonrió irónico-. A lo mejor ya lo has hecho, y ahora te limitas a intentar remachar en el clavo, a hacer hincapié en la incertidumbre afincada ya en mi mente. De todos modos, no pienso abandonar la tarea que me he fijado, aunque me lleve toda la vida cumplirla. Quizás, Eyron, tú encuentras una cierta seguridad en nuestra ignorancia de nuestro pasado, pero yo no. Si quiero llegar a saber adónde voy en esta vida, primero tengo que averiguar dónde he estado. Y quién fui.

¿Y qué sucede con lo que eres?, replicó Eyron.

– Eso es algo que nunca sabré realmente hasta que descubra quién era y de dónde vine.

Lo que eres, lo que todos nosotros somos, insistió Eyron, nació en las mesetas desérticas.

– No, allí fue donde estuvimos a punto de morir -repuso Sorak-. Y, si no encuentro al niño que vivió antes de eso, entonces realmente habrá muerto, y una parte de todos nosotros morirá también. Ahora, escucha a la Guardiana y déjame en paz. Tengo que aclarar mis ideas e intentar que Kether se manifieste.

De todas las entidades que formaban la tribu, Kether era la más misteriosa, y la que Sorak comprendía menos. En las otras, veía cómo partes de su fragmentada personalidad se habían desarrollado a partir de los plantones de rasgos de carácter para convertirse en identidades claramente diferenciadas con personalidad propia. La gran señora lo había ayudado a comprender cómo su parte femenina, esa parte femenina presente en todo ser del sexo masculino, se había fragmentado y convertido en tres entidades femeninas distintas de la tribu. La Guardiana abarcaba sus aspectos empáticos y protectores; Kivara había surgido de su naturaleza sensual, lo que explicaba su pasión y curiosidad y la aparente despreocupación por cualquier clase de moralidad; la Centinela correspondía a su personalidad intuitiva y siempre alerta, y a su deseo de seguridad.

Entre sus aspectos masculinos, el Vagabundo representaba el resultado de su naturaleza pragmática y de la fuerza que la motivaba, y también las características heredadas de sus antepasados elfos y halflings. Poesía era su parte chistosa y creativa, el niño juguetón de su interior que no se tomaba nada en serio y encontraba una alegría inocente en todo lo que lo rodeaba. Eyron era el cínico y el pesimista, su parte negativa convertida en un realista hastiado del mundo que sopesaba los pros y los contras de todo y desconfiaba del optimismo romántico. Chillido era una consecuencia de su afinidad halfling hacia las bestias y otras criaturas inferiores, un aspecto sencillo y simple de su propia naturaleza animal. Y la Sombra era la parte sombría y misteriosa de su subconsciente, que se manifestaba raras veces, pero con una fuerza aterradora, primitiva y espantosamente arrolladora. Existían al menos otros tres o cuatro aspectos profundamente enterrados en su interior, como por ejemplo su núcleo infantil, que Sorak no conocía realmente; pero era una falta de conocimiento basada en la ignorancia y no, como sucedía con Kether, en la incapacidad de comprender.

A lo mejor, como había sugerido la gran señora, Kether era una evocación de su yo espiritual. Sin embargo, a Sorak no le parecía que Kether surgiera de ningún punto de su interior. La entidad no había hablado nunca con la gran señora, de modo que lo que ésta sabía provenía únicamente de lo que Sorak le había contado de sus escasos contactos. Con la mayoría de los otros, lo que el joven experimentaba era conciencia y comunicación; pero, con Kether, era más bien como una visita " de un ser de otro mundo.

El ente sabía cosas que Sorak no podía justificar de un modo racional, ya que eran cosas que él no podía de ningún modo haber sabido. Y Kether era viejo, o al menos parecía muy anciano. Había una antigüedad en él, una sensación de estar aparte mucho más fuerte que nada de lo que Sorak había sentido con los otros. Parecía como si, al fragmentarse en una tribu de uno, una especie de portal místico se hubiera abierto en su mente y Kether hubiera penetrado desde algún otro nivel de existencia.

Kether conocía cosas acaecidas antes de que Sorak naciera. Hablaba de algo llamado la Era Verde y afirmaba haber estado vivo entonces, miles de años atrás. En las pocas ocasiones en que el joven había estado en contacto con ella, la misteriosa entidad etérea no había revelado gran cosa, pero lo que había revelado habían sido cosas totalmente desconocidas para Sorak.

Eyron fingía indiferencia hacia Kether porque éste no «se dignaba» hablar con él, pero lo cierto es que Sorak sentía que la huraña entidad en realidad lo temía. Tal vez «temor» no fuera la palabra adecuada. Eyron sentía miedo de Kether porque no podía explicar de dónde provenía éste. Kivara, por su parte, jamás lo mencionaba; a lo mejor ni siquiera sabía de su existencia. El Vagabundo casi nunca hacía comentarios, de modo que Sorak no podía saber qué sentía; y, en cuanto a la Centinela, era consciente de la existencia de Kether, pero tampoco ella decía nada. Y era difícil obtener una respuesta clara de Poesía sobre cualquier cosa. De todos los otros que formaban la tribu de uno, sólo la Guardiana había facilitado alguna información sobre Kether, pero incluso ella sabía muy poco. Con sus habilidades empáticas, había conseguido averiguar que Kether era bueno, y que su esencia era de una pureza tal como nunca la había conocido en otro ser; pero, cuando Kether aparecía, la Guardiana «desaparecía», como hacían todos los demás, y su conciencia en tales momentos quedaba limitada a la percepción de su presencia.

¿Qué era exactamente Kether? Sorak no tenía forma de saberlo. Presentía que se trataba de un espíritu, la sombra de un ser que había vivido en el remoto pasado o incluso una representación de todas sus vidas pasadas. La gran señora le había contado que existía una continuidad a través de las innumerables vidas sucesivas de la que la mayoría de la gente no era consciente de una forma nítida, pero que de todos modos estaba allí. Quizá Kether fuera una manifestación de esta continuidad, o quizá fuera alguna otra clase de ser, un ser espiritual capaz de cruzar desde otro mundo para poseerlo.

– Preguntas -musitó Sorak para sí mientras se acurrucaba en su capa, envolviéndose bien en ella mientras el viento silbaba a través del hueco en el que se había refugiado-. Todo son preguntas, nunca respuestas. ¿Quién soy? ¿Qué soy y qué e va a ser de mí?

Tigra se apretó aún más contra él al percibir su necesidad de calor. El muchacho pasó la mano por la enorme cabeza del animal y lo acarició con dulzura.

– ¿Quién lo sabrá, Tigra? Tal vez simplemente me congele aquí arriba entre estas rocas, y ése sea el final de todo.

No te congelarás, dijo la Guardiana. Habría sido una estupidez venir de tan lejos sólo para fracasar. Aclara tus ideas, Sorak. Tranquiliza tus pensamientos, y a lo mejor Kether aparecerá.

«Sí -pensó Sorak-, pero ¿desde dónde? ¿Desde algún punto de mi interior? ¿De dentro de mi propia mente fragmentada, o de algún otro lugar, un lugar que no puedo ver ni sentir ni comprender?»

Aspiró con fuerza; luego expulsó el aire despacio y repitió el proceso varias veces mientras intentaba calmarse y entrar en un estado de serena abstracción. Concentrándose en su respiración, relajó los músculos y se dedicó a escuchar únicamente el viento y el sonido de su propio hálito. Tal y como le habían enseñado en el convento villichi, cerró los ojos y poco a poco se fue sumiendo en un tranquilo estado de meditación, mientras respiraba de forma regular y profunda…

– ¿Sorak?

Sus párpados se abrieron con un aleteo. Lo primero que vio fue que había anochecido y que las dos lunas brillaban llenas en el cielo. Lo segundo que observó fue que ya no tenía frío. El viento no había amainado, aunque ya no soplaba con tanta fuerza, pero a pesar de ello sentía calor. Y, finalmente, distinguió la figura que se encontraba justo en la abertura del hueco donde se había acurrucado, apoyada contra la roca. Era una figura delgada cubierta por una capa con capucha, una anciana con una larga melena blanca que le caía por el pecho y los hombros.

– Por segunda vez has vuelto a llamarme, y he venido. Sólo que esta vez no encuentro a un niño, sino a un elfling adulto.

– ¿Venerable Al´ ¨ Kali? -musitó Sorak, poniéndose en pie despacio y un poco vacilante.

– No hay necesidad de ser tan formales -repuso ella-. Puedes llamarme Lyra.

– Lyra -dijo-. ¿Te…, te llamé?

– Tus poderes no han disminuido -contestó la mujer-. De hecho, han aumentado. Acerté al llevarte al convento villichi; parece que te han educado bien.

El joven sacudió la cabeza, sintiéndose un poco aturdido.

– No recuerdo… Parece que fue hace un momento. Aún era de día y… -Entonces comprendió lo que debía de haber sucedido; había perdido un período de tiempo, como había sucedido muchas veces antes cuando uno de los otros se manifestaba por completo. Sin embargo, en este caso, ni él ni ninguno de ellos recordaba nada de lo sucedido durantes esas horas perdidas. Aunque se sentía un poco entumecido por haber estado sentado allí tanto tiempo, sentía una sensación de calor por todo el cuerpo y una profunda paz interior. Kether. Kether había acudido, a manifestarse y a lanzar la llamada que ni él ni ninguno de los otros podría haber realizado, la llamada que había llegado hasta Lyra Al'Kali Al´Kali en la cima del Diente del Dragón, igual que había sucedido diez años antes.

– Ven -dijo Lyra, tendiéndole la mano-. Hay una quebrada seca que baja por la ladera de la montaña a poca distancia al oeste de aquí. Sigue su curso hasta que llegues a un estanque salado, donde termina. Acampa allí y enciende un fuego. No tardará en amanecer, y tengo que realizar mis oraciones. Me encontraré contigo allí poco después de salir el sol.

Dio media vuelta y empezó a ascender por entre las rocas, en dirección a la cima, con el viento azotando su capa mientras ascendía con pasos firmes y decididos. En un momento dado, la capa pareció hincharse como unas alas, y de repente la mujer se elevó por los aires. La metamorfosis había tenido lugar en un instante, más deprisa de lo que el ojo podía seguirla, y Sorak contempló asombrado cómo el pterrax se elevaba hacia el cielo, las largas alas correosas extendidas mientras surcaba las corrientes de aire. El ave desapareció de su vista en cuestión de segundos.

La hoguera se había consumido hasta dejar tan sólo un rescoldo, y justo acababa de amanecer cuando Sorak despertó junto a la orilla del pequeño lago de montaña. Se sentía saciado, y comprendió que el Vagabundo había cazado mientras él dormía aunque no se veía ni rastro de la pieza. Como sabía lo mucho que el joven lo aborrecía, el ente tenía siempre buen cuidado de no enfrentar al muchacho con las pruebas de haber comido carne, de modo que Sorak ignoraba qué había alimentado su cuerpo. Lo prefirió así. Tenía los cabellos húmedos, por lo que se dijo que el Vagabundo, o quizás alguno de los otros, se había bañado en el estanque de agua dulce situado junto al lago salado. El lago se encontraba en una elevación que quedaba bastante por debajo de las laderas inferiores del Diente del Dragón, por lo que la mañana era agradablemente fresca, todo un cambio comparado con el frío cortante de la noche anterior.

Mientras se alzaba a una posición de sentado, Sorak vio un rasclinn que trotaba por la orilla del lago en dirección a él. Las orejas de Tigra se irguieron al olfatear a la perruna criatura, cuya plateada piel resplandecía bajo el sol matutino. El animal no representaba ningún peligro para el joven, ya que su dieta era exclusivamente vegetariana, con un organismo de un eficiencia tan sorprendente que le permitía extraer vestigios de metal de casi cualquier tipo de planta, incluso l T as venenosas, a las que el rasclinn era inmune. Esto proporcionaba a su piel una textura de una dureza extrema, casi metálica, una piel muy apreciada por los cazadores, que la vendían para confeccionar armaduras. Los rasclinn solían ser pequeños, menos de un metro desde la cruz al suelo y con un peso de apenas veinte kilos; sin embargo, éste era un ejemplar grande, y al descubrir a Sorak trotó ansioso hacia él en lugar de correr en dirección opuesta. El tigone no hizo ningún movimiento hacia él, y Sorak no tardó en descubrir el motivo. Parpadeó y vio cómo Lyra se alzaba de su posición a cuatro patas y se limpiaba las manos en la capa.

– Estos viejos huesos no hacen más que crujir estos días -suspiró mientras se aproximaba al campamento del muchacho-. Y a cada año que pasa sienten más el frío. -Se acomodó en el suelo junto a los rescoldos de la hoguera, les arrojó unos cuantos trozos de madera, y se calentó junto a las llamas. Su anciano rostro estaba arrugado como un viejo pergamino, pero en sus ojos brillaba aún la energía-. Supongo que no llevarás contigo un poco de aguardiente tiriano…

– Sólo tengo agua -dijo Sorak-, pero puedes beber cuanta quieras. Las aguas del estanque son dulces y frías, y he vuelto a llenar mi odre en ellas.

– Entonces el agua servirá perfectamente -respondió Lyra, aceptando el odre y lanzando un chorro a su boca-. ¡Ahhh! Viajar da mucha sed. Y, puesto que siempre estoy viajando, siempre estoy sedienta. Pero un poco de aguardiente tiriano habría sido muy bien recibido tras ese helado viaje.

– ¿Qué es aguardiente tiriano?

La mujer enarcó las cejas, sorprendida.

– Ah, claro. Has llevado una vida muy protegida en el convento villichi; pero, por lo que recuerdo, las villichi elaboran un vino excelente a base de grosellas rojas.

– Lo he probado -dijo Sorak-, pero no me gustó. Lo encontré demasiado dulce para mi gusto.

– Bien, entonces, puede que te gustase el aguardiente tiriano. No es dulce, sino ácido, y maravillosamente suave; pero ten cuidado de acercarte a él con cuidado las primeras veces que lo pruebes. Más de una copa hará que tu cabeza dé vueltas, y lo más probable es que despiertes a la mañana siguiente con un dolor de cabeza formidable y la bolsa vacía.

– No me son desconocidos los dolores de cabeza -repuso Sorak-, y ni siquiera tengo una bolsa.

– Tienes mucho que aprender, si has de aventurarte alguna vez al interior de las ciudades -respondió Lyra con una sonrisa.

– Tengo mucho que aprender, de todos modos -replicó Sorak-. Y es ése el motivo de que haya venido a buscarte. Esperaba que podrías indicarme el camino del conocimiento.

– De modo que has abandonado el convento para encontrar tu camino en este mundo -dijo ella meneando la cabeza-. Es lo correcto. El convento fue un buen campo de entrenamiento para ti, pero la escuela de la vida tiene mucho que enseñar, también. ¿Cuál es el conocimiento que buscas?

– Averiguar quién soy. Siempre he sentido una carencia al no saber quiénes eran mis padres o de dónde procedo. Ni siquiera sé mi nombre auténtico, y siento que debo averiguar estas cosas antes de poder descubrir el propósito de mi vida. Esperaba que pudieras ayudarme, puesto que fuiste tú quien me encontró y me llevó al convento.

– ¿Pensabas que podía decirte todo esto? -inquirió la mujer.

– Tal vez no -respondió Sorak-, pero pensé que si había dicho algo cuando me encontraste, a lo mejor lo recordarías. Si no, al menos podrías decirme dónde me encontraste, y yo podría iniciar mi búsqueda desde allí.

– Estabas casi moribundo cuando te encontré en el desierto -repuso Lyra, negando con la cabeza-, y no dijiste una sola palabra. En cuanto al lugar donde te encontré, ya no lo recuerdo. Seguí tu llamada y no presté atención al lugar. Un trecho de desierto se parece mucho a otro. En cualquier caso, no veo cómo eso podría ayudarte. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Diez años? Cualquier rastro se habrá extinguido hace ya mucho; incluso las señales paranormales que hubieran quedado se habrían vuelto borrosas, a menos que fueran sumamente potentes, como las que a veces quedan grabadas en el terreno a causa de una gran batalla.

– ¿Entonces no puedes ayudarme? -quiso saber Sorak, sintiendo cómo el desánimo se apoderaba de él.

– No dije eso -respondió Lyra-. No puedo facilitarte las respuestas que buscas, pero quizá pueda ayudarte. Es decir, suponiendo que aceptes mi consejo.

– Claro que lo aceptaré. Sin ti, no tendría vida. Tengo una deuda contigo que jamás podré pagar.

– A lo mejor podrás pagarla, y ayudarte a ti mismo a la vez -dijo Lyra-. ¿Conoces el objetivo de los pacificadores? ¿Te han enseñado la Disciplina del Druida?

Sorak asintió.

– Bien. En ese caso conocerás la existencia de los profanadores y los reyes- – hechiceros que desangran a nuestro mundo. Te habrán hablado de los dragones. ¿Qué sabes del avangion?

– Es una leyenda -respondió Sorak, encogiéndose de hombros-. Un mito para que los oprimidos mantengan viva una esperanza.

– Eso es lo que cree mucha gente -replicó Lyra-. No obstante, la historia es mucho más que una leyenda. El avangion es real. Vive, aunque todavía es un hombre.

– ¿Quieres decir que alguien ha iniciado realmente la metamorfosis? -pregunto el muchacho, sorprendido-. ¿Quién?

– Nadie sabe quién es, y nadie sabe dónde se lo puede encontrar. Al menos, nadie que yo haya encontrado nunca ha afirmado conocer la localización del mago eremita, o su verdadero nombre. Lo conocen sólo como el Sabio, ya que el saber su auténtico nombre daría poder a sus enemigos, entre los que se incluyen todos los reyes- – hechiceros. Sin embargo, existen algunos que conocen su existencia, y que reciben comunicaciones suyas de vez en cuando, ya que ello renueva la esperanza en su causa. La Alianza del Velo es un ñ o de tales grupos, los pyreens son otro. Y la gran señora de las villichis también conoce su existencia, y ahora la conoces tú.

– ¿La gran señora Varanna lo sabía? -se extrañó Sorak-. Pero ¡si ella nunca me habló de esto! ¿Y qué tiene que ver conmigo este mago eremita?

– ¿Varanna te dio a Galdra, verdad?

– ¿Galdra? -Sorak frunció el entrecejo.

– Tu espada -aclaró Lyra.

Sorak levantó la espada y la funda elfas que descansaban junto a él.

– ¿Esto? No mencionó que tuviera un nombre.

– ¿Lleva algo escrito en su hoja, no es así? -dijo Lyra-. Hay unas antiguas runas en las que se lee la siguiente inscripción: «Fuerte en espíritu, bien templado, forjado en la fe».

– Sí -repuso Sorak-. Dije que era un sentimiento noble, y la señora contestó que era más que eso, que era un credo. Que, mientras lo respetara, el arma siempre me serviría bien.

– Y así será; a menos, claro está, que no te la regalaran, y tú la robaras.

– No soy un ladrón -protestó el joven, herido en su orgullo.

– No pensaba que lo fueras -dijo Lyra con una sonrisa-; pero me gusta ver que eres orgulloso. Eso significa que eres fuerte de espíritu, y, mientras tu espíritu

se mantenga fuerte, Galdra permanecerá bien templada. Su hoja está forjada en la fe, la fe de aquel que la empuñe. Mientras mantengas esa fe, la hoja de Galdra jamás te fallará, y su filo atravesará cualquier obstáculo que encuentre.

Sorak extrajo la espada a medias de la funda.

– ¿Por qué no me dijo la señora ninguna de estas cosas?

– Tal vez quería que te las contase yo -respondió ella.

– ¿Por qué?

– Porque fui yo quien le dio la espada. Y sabía que, al dártela a ti, me enviaba un mensaje.

– No comprendo. -Sorak sacudió la cabeza-. ¿Esta espada es tuya? Creía que era elfa.

– Lo fue, hace mucho, mucho tiempo -explicó Lyra-. Y la espada nunca fue realmente mía. Me la entregaron en depósito, y con el tiempo se la di a Varanna para que la custodiara.

– Me dijo que se la habían dado como regalo de un servicio que había prestado -dijo Sorak.

– Así fue -repuso ella con una sonrisa-. Y ahora lo ha prestado.

– Hablas en clave.

– Perdóname -Lyra lanzó una risita-, no quería confundirte. Empezaré por el principio. Hubo un tiempo, hace muchos siglos, en que los elfos eran diferentes de como son ahora. Hoy en día, los elfos de Athas están desperdigados por todas partes, sin unidad entre las diferentes tribus, y han caído en la decadencia, o quizá los han arrastrado a ella. Las tribus nómadas se dedican por lo general al contrabando y al robo, mientras que los que habitan en las ciudades son comerciantes de dudosa reputación, que probablemente estafarán a sus clientes o les venderán mercancía robada. Oirás mencionar la expresión «Tan astuto como un elfo» o «Tan carente de honor como un elfo», pero hubo un tiempo en que los elfos eran gente orgullosa y honrada, artesanos y guerreros expertos, con una gran cultura propia. Y, en lugar de ser bandas desperdigadas de vagabundos que viven al día, eran tribus poderosas unidas bajo un rey.

Cuando era joven, conocí a uno de esos reyes. Se llamaba Alaron, y fue el último de su estirpe.

»Alaron tenía al menos doce esposas y sin embargo no pudo engendrar un hijo en ninguna de ellas. Rajaat, el más poderoso de los profanadores, lo había maldecido con un conjuro que lo convirtió en estéril. Rajaat buscaba destruir el reino de las tribus elfas, porque éstas eran una amenaza para él, y así pues se dedicó primero a eliminar a la dinastía reinante, y luego a sembrar la discordia entre las tribus con derecho a sentarse en el trono cuando finalizara el mandato de Alaron. Para obtener la ayuda de elfos de estas tribus, utilizó el soborno siempre que le fue posible, y magia cuando el soborno fracasaba, y finalmente consiguió dividir a las tribus en facciones enemistadas. El reino se desintegró, y Alaron se vio obligado a huir al bosque, donde expiró a causa de sus heridas. Yo lo encontré, como te encontré a ti, medio muerto; pero, al contrario que en tu caso, yo ya no podía hacer nada por él. Antes de morir, me entregó su espada, una espada famosa entre las tribus elfas bajo el nombre de Galdra, la espada de los reyes. Él sabía que ya no le serviría, porque había perdido la fe y se moría.

»Me rogó que la tomara -continuó- y la mantuviera a salvo, de modo que jamás cayera en manos de los profanadores, ya que la hoja se haría añicos si intentaban utilizarla, y Alaron no quería ver destruido el símbolo de la casa real elfa. «Fui condenado a no tener jamás un hijo», me explicó, «y una gloriosa tradición muere conmigo. Los elfos son ahora un pueblo derrotado. Toma a Galdra y manténla a salvo. Nuestra esperanza de vida es como el parpadeo de un ojo para un pyreen, por lo tanto es posible que, algún día, tengas éxito donde yo he fracasado, y encuentres a un elfo digno de esta espada. Si no es así, entonces ocúltala a los profanadores. Al menos los privaré de esto.» Y, tras estas palabras, murió.

«Alaron fue siempre mi amigo -continuó Lyra-, y no podía negarle aquello. Oculté la espada y, a medida que pasaban los años, la fui cambiando de un escondite a otro, sin estar nunca segura de que estuviera a salvo. Luego, un día, al cabo de muchos años, encontré a una joven sacerdotisa villichi que iba en peregrinaje, y esa sacerdotisa era Varanna. Yo había sido sorprendida y herida por un dragón joven que me confundió con un humano, y estaba demasiado débil para curarme a mí misma; Varanna se detuvo a ayudarme, y percibí la bondad de su corazón y también que e é l destino la preparaba para ser gran señora. Comprendí que en ningún lugar estaría más segura el arma que me habían confiado que en el convento villichi y se la entregué a Varanna, explicándole lo que era y lo que representaba, y ella la ha guardado todos estos años.

Sorak bajó los ojos hacia la espada, luego los levantó para mirar a Lyra con expresión perpleja.

– Pero… ¿por qué me la dio, entonces?

– Porque sabía que yo lo aprobaría -respondió Lyra, con una sonrisa-. Varanna comprendió por qué te había llevado a ella. Hace diez años, cuando oí tu llamada, sentí tu poder. Y, cuando te encontré, percibí lo que eras… y lo que podrías llegar a ser. La espada ha sido un lazo especial entre Varanna y yo, pero la tenía sólo en depósito.

– ¿Para mí? -inquirió Sorak, contemplándola con expresión sorprendida-. Pero yo no pertenezco a la casa real elfa. Si la estirpe se extinguió con Alaron, como dices, entonces yo no puedo tener ningún derecho sobre esta espada. Y ni siquiera soy un elfo puro.

– No obstante, corre sangre elfa por tus venas -dijo Lyra-, y Alaron sabía que Galdra jamás pasaría a su sucesor puesto que el linaje moría con él. Su única esperanza era que algún día apareciera alguien digno del arma. Varanna creyó que tú eras digno de ella, y yo percibo el potencial que hay dentro de ti, pero aún debes probar esa valía. No a mí y tampoco a Varanna, sino a ti mismo y a la espada. Buscas respuestas a la cuestión de tu origen que yo no puedo darte, pero sí sé quién puede hacerlo. Tan sólo la magia preservadora del Sabio es lo bastante poderosa y pura para ayudarte. Pero antes deberás buscarlo, y en tu búsqueda le serás útil a él, a mí y a tus antepasados.

– ¿Cómo?

– Aliándote con él contra los profanadores -contestó Lyra-. El Sabio es muy poderoso, pero tiene muchos enemigos, motivo por el que debe permanecer escondido y aislado. El sendero de la metamorfosis para convertirse en avangion es largo y arduo, y conlleva mucho dolor y sufrimiento. Cada fase de la transformación requiere rituales que se tarda años en realizar. La distracción es el enemigo de todo mago, y no existe distracción tan grande como ser buscado por aquellos que desean arrebatarte la vida. El Sabio es el mago más buscado de todo Athas, pues representa una amenaza al poder de los profanadores. Y sin embargo es también el más vulnerable, ya que, si dirigiera sus energías contra los profanadores, ello interferiría con el proceso de transformación. Recuerda también que los profanadores pueden acumular su poder mucho más deprisa que aquellos que siguen la Senda del Protector, y, mientras el Sabio trabaja para completar su metamorfosis, los poderes aliados contra él se vuelven más fuertes aún.

– Sigo sin ver qué parte tengo yo en todo esto -protestó Sorak.

– Tu parte ya ha sido escrita por los hados, Sorak -respondió ella-. Las villichi te han educado en la Disciplina del Druida, para seguir la Senda del Protector. En sí mismo, ello te coloca ya en oposición a los profanadores. Al buscar al Sabio, también debes unirte a él, ya que es el único modo de que puedas encontrarlo; pero te advierto que no será una tarea fácil y que resultará peligrosa. Aquellos que buscan al Sabio para matarlo también te buscarán a ti, de la misma forma en que persiguen a los miembros de la Alianza del Velo y a todos los protectores que luchan en su contra.

– De modo que mi papel es apoyar a la Alianza del Velo y a todos aquellos que se enfrentan a la magia profanadora mientras busco a este mago eremita -dijo Sorak-. Me dices que para encontrarlo tengo que conseguir de alguna forma que se dé cuenta de que lo busco, y demostrarle mi valía mediante actos en contra de sus enemigos.

Lyra asintió.

– Recuerda que todos los reyes-hechiceros, sus templarios y sus secuaces hace ya muchos años que buscan al Sabio, y han utilizado tanto la magia como el subterfugio en sus esfuerzos.

– Así que demostrar quién soy no será fácil -repuso Sorak con un movimiento de cabeza-. Comprendo.

– Existe, claro está, otra posibilidad -continuó Lyra-. Todo depende de ti. Tu vida es tuya para dirigirla como quieras. Quizás exista un modo de que encuentres las respuestas a tus preguntas sin tener que consultar al Sabio. O a lo mejor, al saber lo que arriesgas, ya no consideres tan importantes esas preguntas. Cuando te marches de aquí podrás elegir seguir un camino diferente y no tomar parte en el conflicto por el alma de Athas. Eso eres tú quien debe decidirlo, y, si ésa es tu elección, yo la respetaré. Todo lo que debes hacer en ese caso es devolverme a Galdra, y serás libre de hacer lo que desees.

Sorak levantó la espada y sostuvo la vaina sobre las palmas de las manos mientras la contemplaba con intensidad.

– No -dijo por fin-. De no haber sido por ti, habría muerto en el desierto. Y, si no hubiera sido por la señora Varanna, no habría tenido un hogar durante estos últimos diez años. Y, de no ser por estas preguntas que me han atormentado toda mi vida, podría haber dispuesto de un poco de paz de espíritu. Me quedaré con el arma y acometeré esta tarea. -Sonrió con ironía-. Además, no tengo nada mejor que hacer.

– Jamás dudé ni por un momento que no fueras a responder así -dijo ella con una risita satisfecha.

– Pero ¿cómo he de iniciar la búsqueda? -inquirió Sorak.

– Encamínate a la ciudad más cercana -indicó Lyra-, que en este caso es Tyr, situada hacia el oeste en un valle en las estribaciones de estas montañas. Cuando llegues a los cerros inferiores, encontrarás senderos que conducen a la ciudad, y podrás divisarla desde la loma. La ciudad de Tyr fue gobernada por un rey-hechicero llamado Kalak, pero lo asesinaron y su jefe de templarios, Tithian, intentó sucederlo. Ahora es Tithian quien ha desaparecido y la ciudad la gobierna un consejo de asesores, cuyos jefes disfrutan del apoyo de la gente. No obstante, se trata de un gobierno inestable, y los profanadores que siguen en Tyr intentarán sin duda derrocarlo; por si esto fuera poco, las otras ciudades se han enterado de que Tyr ya no posee un rey-hechicero, y de que Tithian y el resto de los templarios de Kalak ya no gobiernan. Es posible que la ciudad esté a punto de ser invadida. Sin duda será un lugar de intrigas, con muchas facciones compitiendo por el poder, y a los recién llegados se los mirará con suspicacia. Se é precavido. Recuerda que has llevado una vida de reclusión entre las hermanas villichis, y una ciudad como Tyr ofrece innumerables tentaciones y está repleta de criminales de todo tipo. No confíes en nadie, busca motivos ocultos tras toda oferta amistosa y, sobre todo, vigila tu espalda.

– Lo haré -aseguró Sorak-. ¿Qué debo hacer cuando llegue a Tyr?

– Debes intentar entrar en contacto con la Alianza, del Velo -indicó Lyra-. No será fácil. Kalak está muerto, Tithian ha desaparecido y el poder de los templarios ha sido doblegado, pero los que componen la Alianza del Velo han visto cambiar el poder en demasiadas ocasiones para salir al descubierto. Estarán en guardia, y recuerda que no tienen ningún motivo para confiar en ti. Por lo que saben, podrías ser un espía enviado a infiltrarse en su red clandestina. No te recibirán con los brazos abiertos. Debes esperar que te pongan a prueba.

– Suena muy diferente de la vida que he conocido -suspiró Sorak.

– Y lo es -asintió Lyra-. Pero, si buscas respuestas a tus preguntas y un propósito a tu vida, debes estar preparado para nuevas experiencias. En muchas cosas, estás mejor preparado que la mayoría, ya que te han adiestrado y educado en las artes del combate y los poderes paranormales; pero descubrirás que es bastante diferente intentar sacar partido de esa educación en el mundo exterior. Anda con cuidado y piensa bien las cosas.

– Lo haré -afirmó Sorak-. ¿Te volveré a ver?

– Quizá. -Lyra sonrió-. Si no, ya sabes dónde puedes encontrarme… cada año por estas fechas. Y, si no me presento a mi peregrinaje anual, entonces sabrás que he muerto.

– Quiero darte las gracias por tu ayuda y tu bondad para conmigo -dijo Sorak-. Te debo la vida. Eso es algo que nunca olvidaré. Si alguna vez hubiera algo que pudiera hacer por ti…

– Ten éxito en tu tarea y sigue la Senda del Protector -repuso Lyra-. Eso es todo lo que pido. Hazlo, y me consideraré pagada.

– Desearía que hubiera algo más que pudiera hacer -insistió él. Se volvió y cogió su mochila, la abrió y rebuscó en su interior-. Sé que no es mucho, una pequeñez; pero, a excepción de Galdra, es lo único de valor que poseo. Había una chica allí en el convento, alguien muy especial para mí, y… bueno, cuando se cepillaba los cabellos, yo cogía los cabellos sueltos de su cepillo para trenzarlos en un cordón. Nunca lo supo, y yo había pensado que… bueno, eso no es importante. Es todo lo que tengo para dar, y me sentiría honrado si lo aceptaras.

Encontró el cordón trenzado con los cabellos de Ryana y lo sacó de la mochila; luego se giró para ofrecérselo a Lyra.

– Considéralo como una muestra de mi… -Su voz se apagó. La pyreen ya no estaba allí; miró a su alrededor rápidamente, pero no había ni rastro de ella. Y entonces dirigió la mirada hacia el lago y vio un pequeño embudo de aire que volaba a ras de la superficie del agua y se perdía veloz en la distancia.

Consérvalo, Sorak, le transmitió Lyra mentalmente. lo que significa para ti. La oferta en sí ya es un regalo y lo atesoraré siempre.

Y acto seguido desapareció.

Sorak bajó la vista hacia el delgado cordón fuertemente trenzado que había tejido con mechones sueltos de los cabellos de Ryana. Ella pertenecía a su pasado ahora. Había querido dar algo a Lyra, y esto era todo lo que tenía que realmente valorase; todo lo que le quedaba de la vida que había dejado atrás y de sus sueños sobre lo que podría haber sido. Galdra, la espada de los reyes elfos, representaba lo que aún podía ser. Un talismán para el pasado, uno para el futuro. Resultaba apropiado.

Se ató el cordón alrededor del cuello.