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Si seguía adelante con esta teoría… silbó y murmuró luego:
– ¡Creo que lo tengo!
Aquellas palabras cobraban sentido. Las letras procedían del alfabeto fonético internacional o de algo parecido. El lenguaje había sido inglés, pero había pasado a tener una estructura análoga a la de las lenguas celtas de su tiempo. Había palabras que no podía traducir o cuyo significado sólo podía sospechar. En realidad, cada idioma admite palabras nuevas constantemente, y algunas de ellas se hacen más o menos permanentes. Y había que tener en cuenta posibles elisiones e intrusiones.
Pero no cabía duda. Aquí… ULISES SINGING BEAR; FAMOSO HOMBRE PETRIFICADO, ACCIDENTALMENTE… ESTASIS MOLECULAR DURANTE EXPERIMENTOS CIENTÍFICOS EN SIRACUSA, NUEVA YORK, LA ANTIGUA NACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA. ESTADO «PETRIFICADO» DESDE…
La fecha era ininteligible. No se utilizaban, por alguna razón, los números árabes. Pero la fecha tenía que ser el equivalente al 1985 después de Cristo. La fecha de la erección del monumento era también ilegible.
No importaba que fuese el 6985 después de Cristo o el 50.000 después de Cristo, aunque era más probable que la primera fecha estuviese más cerca de la realidad que la segunda. En cincuenta mil años el idioma se habría hecho totalmente irreconocible.
No importaba. Lo que importaba era que había estado en otro tiempo sentado allí sobre aquella plataforma de metal o plástico con aquella placa y que muchos visitantes, quizás millones, habían desfilado ante él y leído aquellas palabras (en diversas formas según los cambios del lenguaje) y contemplado sus inmóviles rasgos con asombro. Y también divertidos, pues los humanos no podían evitar los pensamientos irónicos ni siquiera en presencia de la muerte. Le contemplarían también con envidia, si hubiesen sabido que volvería a vivir después de que ellos fuesen polvo, muchos siglos después.
Se preguntó qué podría haberle sucedido. ¿Le habrían robado? O, más probable, ¿habrían sido localizados él y la plataforma en otro lugar y luego llevados allí? ¿Le habrían separado de la plataforma en el camino? ¡Quién podía saber lo sucedido!… Había sucedido además hacía tanto tiempo que siempre sería un misterio.
Alzó la cabeza, y Zhishbroom echó a andar delante de él. Bajaron varios pasillos y al final el neshgai se detuvo ante una pared encalada. Pronunció una palabra, y la pared pareció fundirse y luego se hizo borrosa, y luego se convirtió en un paso abierto. Ulises siguió al gigante a una pequeña habitación que parecía el interior de una pelota. Una sustancia reflectora y plateada cubría el interior en cuyo centro colgaba en el aire un inmenso disco plateado. Zhishbroom cogió a Ulises de una mano y le guió frente al disco. El disco colgaba vertical ante él y reflejaba su imagen.
Pero no reflejaba la de Zhishbroom, que estaba de pie detrás de él.
– Yo no soy capaz de leer el Libro -dijo el neshgai con tristeza, y añadió-: Llama cuando termines de leer. La puerta se abrirá. Te conduciré entonces ante Kuushmurzh, y podrás decirle lo que leíste.
Ulises no oyó salir al neshgai. Continuó contemplando su reflejo en el disco, y de pronto el reflejo desapareció. Fue como si se evaporara. Su carne se desvaneció capa a capa; sus huesos se perfilaron frente a él; pero también ellos se hicieron nada; sólo el disco quedó.
Dio un paso hacia adelante, pensando que no podía penetrar en el material sólido (¿pero cómo sabía que era sólido?) y luego estaba dentro. O creía estarlo. Como Alicia atravesando el espejo.
Aparecieron cosas a su alrededor como si hubiesen estado ocultas por una niebla invisible que se fundiera al sol de su presencia.
Continuó caminando y extendió una mano y no pudo tocar nada. Atravesó el gran árbol que había ante él, cruzó la oscuridad y salió por el otro lado. Una mujer, una hermosa mujer morena que sólo llevaba pendientes, un anillo en la nariz, anillos en los dedos, cuentas y dibujos pintados sobre la mitad de su cuerpo, cruzó ante él. Avanzaba con rapidez, como en una película en cámara rápida.
Las cosas corrían a su lado. Alguien incrementaba aún más la velocidad de la película. Luego la velocidad disminuyó, y se encontró ante otro árbol gigante a la luz de la luna. La luna llena era la luna que él había conocido antes de convertirse en piedra. El árbol era tres veces mayor que la mayor secoya de California. Había en su base varias entradas de las que salía una luz suave. Un joven de unos dieciséis años, con cintas y adornos en su enmarañado pelo y alrededor de sus orejas, dedos, pies, y otros apéndices, penetró en el árbol. Ulises le siguió por unas escaleras hacia arriba. No comprendía cómo podía subir por allí y sin embargo no ser capaz de tocar nada. Ni cómo su mano podía penetrar en el joven cuando intentaba tocarle.
El joven vivía dentro del árbol con una docena más. Los apartamentos, o celdas, del árbol tenían unos cuantos elementos decorativos y mobiliario. Había una cama de un material parecido al musgo, algunas mesas que no levantaban más de un metro del suelo, una pequeña cocina, y algunos cacharros y cubertería. Había una caja de madera, pintada por algún aficionado, en un rincón. Contenía alimentos y diversos líquidos. Y eso era todo.
Abandonó el árbol y vagó por el parque, que empezaba a desvanecerse. Tenía una sensación de paso del tiempo. Mucho tiempo. Cuando las cosas se estabilizaron aún era de noche. La luna había cambiado. Evidentemente tenía una atmósfera y mares, pero no el aspecto de planeta completo que tenía la luna del mundo en el que había despertado. Crecían a su alrededor muchos árboles, mucho mayores que los tipos secoya, a través de los cuales pasaba como un espectro. Tenían un gran tronco central e inmensas ramas que iban radiándose con vástagos verticales que servían de apoyo y por último se inclinaban y se hundían en la tierra. Eran versiones mucho más pequeñas de Árbol que él conocía. Formaban pequeños pueblos, y en ellos crecían árboles que proporcionaban todos los alimentos que necesitaban los ciudadanos, salvo la carne.
Había también árboles que contenían laboratorios experimentales. Albergaban éstos gatos y perros con capacidad craneana mucho mayor que la de los animales de su época. Y había allí monos que habían perdido la mayor parte de su pelo y el rabo y caminaban erguidos. Y muchos animales más que evidentemente estaban modificando los ingenieros genéticos.
El mundo comenzó a moverse más deprisa y luego se vio en la luna sin ninguna sensación de transición. La Tierra colgaba, marrón, cerca del horizonte; pese a las masas de nubes pudo reconocer el extremo oriental de Asia.
El paisaje lunar era suave y bello. Había grandes árboles, plantas luminosas, aves y animales pequeños. Hacia el este asomaba la aurora. Luego apareció el sol e iluminó la falda occidental de una montaña, en tiempos pared de un cráter, supuso, suavizada por la erosión del viento y el agua. O quizás alterada por los poderes como de dioses de los seres que habían dado a la luna una atmósfera y océanos y transmutado los pétreos suelos en fértil y oscura tierra.
Los seres como dioses debían haber proporcionado también a la luna una rotación más rápida, porque el sol se alzó rápidamente y, en unas doce horas, se ocultó de nuevo. Por entonces Ulises había cruzado la zona como de parque y visto los árboles que crecían allí, y que albergaban hombres y varios tipos distintos de géneros y especies de seres inteligentes. Todos los pueblos no humanos, salvo uno, parecían descender de animales terrestres.
La excepción era unos bípedos altos y de piel rosada con pelo muy rizado del cuello para arriba, en los sobacos, en las regiones púbicas y en la parte posterior de las piernas. Su cara era bastante humana salvo la excrescencia carnosa, como una especie de lunar, que adornaba la punta de su nariz. Había muchos de éstos, indudablemente visitantes de un planeta de alguna estrella distante. Si tenían naves espaciales, no había ninguna a la vista.
Ulises continuó deslizándose como un fantasma sobre la superficie de la luna y luego penetró, invisible y suave como la brisa, en un árbol que contenía un laboratorio. Y vio allí a humanos y no humanos observando un experimento. Había una figura inmóvil dentro de un cubículo transparente de plástico. Era el objetivo de unos rayos fluctuantes y multicolores que le dirigía un instrumento parecido a un disparador láser. Este derramaba sus rayos, que atravesaban las paredes del cubículo y bañaban a la inmóvil figura.
Reconoció la estatua. Era él mismo.
Al parecer, los científicos intentaban restaurar el movimiento natural de sus átomos.
Sabía muy bien el éxito que tendrían.
Pero, ¿qué hacía él en la luna? ¿Había sido prestado a los científicos de allí por alguna razón que nunca conocería? Si así era, habrían tenido que enviarle de nuevo a la Tierra, aunque tardasen en hacerlo miles de años.
Tan bruscamente como había salido de la Tierra se vio de nuevo en ella. No sólo había atravesado espacio. También mucho tiempo.
La Tierra estaba desolada. Soplaban feroces vientos. Las capas polares se habían fundido y terremotos, volcanes en erupción y desprendimientos de masas costeras habían alterado la superficie de lo que quedaba de la Tierra.
No había explicación para lo sucedido o para lo que había causado el holocausto global. Posiblemente fuesen la causa las inmensas gotas luminosas que cruzaban el humo que cubría la agostada Tierra. Pero nadie había que pudiese explicar. El humo desapareció y el aire volvió a ser claro salvo por las grandes tormentas de polvo. Pequeños grupos de seres inteligentes, y los animales que se habían refugiado bajo tierra con ellos, salieron. Sembraron semillas y cultivaron pequeñas parcelas de tierra. Plantaron también algunos árboles pequeños salvados bajo tierra.
Las gotas aparecieron de nuevo y se situaron sobre las colonias durante un tiempo. Sólo una actuó. Desprendió rayos energéticos que calcinaron el arbolito en que estaban los cuarenta supervivientes del homo sapiens.
Los otros seres inteligentes, hombres gato, hombres perro, hombres leopardo, hombres oso y hombres elefante no fueron atacados. Al parecer, los que manejaban las gotas (si es que no eran entidades vivas) querían exterminar sólo al homo sapiens.
Los hombres murciélago eran una forma modificada del homo sapiens, y también habían sido exterminados.
Pero cuando las gotas desaparecieron, salieron de sus escondites nuevos hombres murciélago.
Los esclavos de los neshgais y los vroomaws no eran humanos. Descendían de monos mutados. Por eso no les habían atacado las gotas.
Continuó caminando por la superficie de la Tierra. El tiempo se deslizaba a su paso y él se deslizaba sobre el tiempo. Ahora cada gran masa de tierra tenía sólo un árbol. Los árboles habían evolucionado y todos los de una masa de tierra se unían y fundían hasta convertirse en uno solo. Todos crecían y crecían. Los seres inteligentes, uno a uno, se fueron a vivir en su superficie. Llegaría un momento en que el Árbol se extendería por todo el continente. Sólo las regiones costeras se verían libres de él, porque el agua salada frenaba su crecimiento. Pero el Árbol podía evolucionar de modo que superase este freno, y lo haría. Y entonces cada Árbol continental se fundiría con el otro rindiendo su individualidad a través de algún mecanismo vegetal que Ulises no comprendía. Tendría un cerebro, una identidad, un cuerpo. Y sería el dueño del planeta. Por los siglos de los siglos. Amén.
A menos que los neshgais y el dios de piedra pudiesen derrotarle.
Ulises tuvo la sensación de volver a salir del disco… una Alicia recelosa, pensó.
Después, hablando con el sumo sacerdote, formuló su propia teoría respecto al Libro de Tiznak. El sumo sacerdote tenía una explicación teológica para las extrañas cosas que les ocurrían a los lectores del Libro. Nesh dictaba la experiencia según lo que consideraba que cada lector debía encontrar en el Libro. Pero el sumo sacerdote admitía que su explicación podía ser un error. No era un dogma.
Ulises pensó que el que había hecho el disco, fuese quien fuese, había puesto en él un registrador del pasado. Este registrador probablemente no existiese cuando sucedieron los acontecimientos que reflejaba. La peculiaridad del Libro (una de ellas) era que contenía lo que Ulises sólo podía describir como «puntos resonantes» Es decir, las demandas individuales de cada lector despertaban en el Libro aquello que interesaba al lector. Era lo mismo que elegir un libro sobre un determinado tema histórico en una biblioteca. El Libro, trabajando por medios mentales, detectaba lo que el lector quería saber y luego proporcionaba la información a su modo.
– Eso puede ser cierto -dijo el sumo sacerdote. Miró a Ulises con sus ojos azul oscuro desde debajo de su tricornio-. Tu explicación puede ajustarse a los hechos sin chocar por ello con la explicación oficial de que Nesh dicta los contenidos. Después de todo, quien hiciese el disco lo hizo porque Nesh le pidió que lo hiciera.
Ulises hizo una inclinación. No tenía sentido discutir aquello.
– ¿Comprendes ahora por qué el Árbol es una entidad inteligente y es nuestro enemigo? -preguntó el sumo sacerdote.
– El Libro me explicó que eso era así.
El sumo sacerdote sonrió y dijo:
– ¿Pero tú no crees necesariamente en el Libro?
Ulises pensó que era mejor no contestar. Estaba seguro, y podría haberlo dicho, de que gran parte de lo que contenía el Libro era cierto, pero que el disco lo habían construido seres inteligentes, y que toda criatura de carne y hueso podía cometer errores o estar equivocada. Pero, si decía eso, el sumo sacerdote le contestaría que el disco no podía equivocarse, puesto que Nesh había dictado su contenido, y Nesh, único dios, no podía cometer error alguno.
Cuando volvió al aeropuerto, había cambiado su actitud hacia Thebi. Ya no era la posible madre de sus hijos. Dudaba mucho que ella o cualquier esclava o vroomaw pudiesen concebir de él. Aunque parecían una forma levemente alterada de homo sapiens, probablemente tuviesen una estructura cromosómica distinta. Thebi probablemente fuese estéril respecto a él. Había pasado tiempo suficiente para demostrarlo.