El mundo atraviesa dos estaciones en seis meses. ¿Debe sorprender que otras cosas también cambien mucho en ese tiempo?
Peter se había bajado de la red la revista Time de aquella semana y estaba echándole un vistazo. Noticias del mundo. Gentes. Acontecimientos.
Acontecimientos.
Nacimientos, matrimonios, divorcios, muertes.
No todos los acontecimientos eran tan, tan definidos. ¿Se notaban cosas como la desintegración de un romance? ¿Quién marcaba los malestares persistentes, los corazones vacíos? ¿Quién señalaba la muerte de la felicidad?
Peter recordaba cómo solían ser las tardes del sábado. Tranquilas. Cariñosas. Leyendo el periódico juntos. Mirando un poco de televisión. Yendo en algún momento al dormitorio.
Acontecimientos.
Cathy bajó las escaleras. Peter levantó brevemente la vista. Había esperanza al levantar los ojos, esperanza de ver a la vieja Cathy, la Cathy de la que se había enamorado. Los ojos volvieron al lector. Suspiró, sin histrionismo, no para los oídos de ella, sino para sí mismo, una exhalación pesada, intentando expulsar la tristeza de su cuerpo.
Peter había examinado su apariencia en aquella mirada rápida. Vestía un viejo jersey de la Universidad de Toronto y téjanos sueltos. Nada de maquillaje. El pelo peinado pero sin cepillar, que le caía en montones negros sobre los hombros. Gafas en lugar de lentillas.
Otro suspiro débil. Tenía tan buen aspecto sin aquellas lentes gruesas colgándole de la nariz…, pero no podía recordar la última vez que había llevado las lentillas.
No habían hecho el amor en seis semanas.
La media nacional era 2,1 veces por semana. Lo decía allí mismo, en Time.
Por supuesto, Time era una revista americana. Quizá la media fuese diferente en Canadá.
Quizá.
Aquel año había sido su decimotercer aniversario de bodas.
Y no habían hecho el amor en seis jodidas semanas. Seis semanas sin joder.
Él volvió a mirar. Allí estaba, en el tercer escalón, vestida como una maldita marimacho.
Ella tenía cuarenta y un años; su cumpleaños había sido el mes pasado. Todavía conservaba la figura; aunque no es que Peter la viese ahora muy a menudo. Aquellas camisetas y jerseys demasiado grandes y faldas largas —aquellos trapos con los que ahora se vestía— lo escondían todo.
Peter golpeó el botón de AvPág. Inclinó la cabeza, de vuelta a la lectura. Solían hacer mucho el amor las tardes del sábado. Pero, Cristo, si ella iba a vestirse de aquella forma. Había leído los tres primeros párrafos del artículo que tenía frente a él, y se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que decía, no había absorbido ni una palabra.
Miró una vez más. Cathy estaba todavía en el tercer escalón, mirándole a él. Los ojos se encontraron, pero ella apartó la vista, y, con la mano en el pasamanos de madera, entró en el salón.
Centrándose en la revista, Peter dijo:
—¿Qué te gustaría cenar?
—No sé —dijo ella.
No sé. El himno nacional de Cathylandia. Jesús, estaba harto de oírlo. ¿Qué te gustaría hacer esta noche? ¿Qué te gustaría cenar? ¿Quieres ir de vacaciones?
No sé.
No sé.
No sé.
Jódete.
—A mí me gustaría pescado —dijo Peter, y una vez más golpeó el botón de AvPág.
—Lo que te haga feliz —dijo ella.
Me baria feliz que me hablases., pensó Peter. Me haría feliz que no te vistieses de ese maldito modo todo el tiempo.
—Quizá deberíamos pedir algo fuera —dijo Peter—. Quizá pizza, o algo de comida china.
—Lo que quieras.
Pasó página, nuevas palabras llenando la pantalla.
Trece años de matrimonio.
—Quizá llame a Sarkar —dijo él, probando las aguas—. Salir y tomar algo con él.
—Si te apetece.
Peter apagó el lector.
—Maldita sea, no se trata de lo qué a mí me gustaría. ¿Qué te gustaría a ti?
—No sé.
Se había estado acumulando durante semanas, lo sabía, descomponiéndose en su interior, aumentando la presión, una explosión inminente, sus suspiros jamás liberaban la suficiente cantidad de lo que acumulaba, de lo que estaba listo para estallar.
—Quizá debería irme con Sarkar y no volver.
Ella se quedó de pie al otro lado de la habitación. Tras ella se elevaba la escalera. Parecía que le temblaba un poco el labio inferior. La voz sonaba baja.
—Si eso te hace feliz.
Se está desmoronando, pensó Peter. Se está desmoronando ahora mismo.
Peter volvió a conectar el lector de revistas pero inmediatamente lo apagó de nuevo.
—Ha acabado, ¿no? —dijo.
Trece años…
—Cristo —le dijo Peter al silencio.
Cerró los ojos.
—Peter…
Los ojos todavía cerrados.
—Peter —dijo Cathy—, me acosté con Hans Larsen.
Él la miró, con la boca abierta, el corazón desbocado. Ella no le miró a los ojos.
Cathy se movió vacilante al centro del salón. Hubo silencio entre ellos durante varios minutos. A Peter le dolía el estómago. Al final, con la voz ronca, dura, como si hubiese perdido el aliento, dijo:
—Quiero conocer los detalles.
Cathy habló con suavidad. No le miró.
—¿Importa?
—Sí, importa. Por supuesto que importa. ¿Cuánto hace que dura este… —hizo una pausa— este asunto? Cristo, nunca esperé tener que usar la palabra en este contexto.
El labio inferior le temblaba otra vez. Cathy dio un paso hacia él, como si quisiese sentarse a su lado en el sofá, pero vaciló cuando vio la expresión de su cara. En su lugar, se movió lentamente hacia una silla. Se sentó, cansada, como si el pequeño paseo al salón hubiese sido el más largo de su vida. Colocó cuidadosamente las manos sobre el regazo y las miró.
—No fue un asunto —dijo suavemente.
—¿Cómo demonios lo llamas? —dijo Peter. Las palabras eran de furia, pero el tono no lo era. Estaba vacío, sin vida.
—Fue… no fue una relación —dijo ella—. Realmente no. Simplemente sucedió.
—¿Cómo?
—Un viernes por la noche, después del trabajo. Tú no viniste esa vez. Hans me pidió que lo llevase hasta el metro. Volvimos junto al aparcamiento de la compañía y cogimos mi coche. Para entonces estaba desierto, y estaba muy oscuro.
Peter negó con la cabeza.
—¿En tu coche? —dijo. Hizo una pausa durante mucho tiempo, luego dijo, suavemente—: Tú —y la siguiente palabra salió lentamente, espontánea, expelida por los labios con un pequeño encogimiento de hombros, como si no hubiese otra palabra más exacta—, mujerzuela.
Ella tenía la cara hinchada y los ojos rojos, pero no lloraba. Movió la cabeza de un lado a otro, lentamente, como si intentase negar la palabra, una palabra que nadie había usado con ella antes, pero finalmente ella también se encogió de hombros, como si aceptase el término.
—¿Qué sucedió? —dijo Peter—. Exactamente ¿qué hicisteis?
—Hicimos el amor. Eso es todo.
—¿De qué forma?
—Sexo normal. Se bajó los pantalones y me levantó la falda. Él… él no me tocó en ningún sitio.
—¿Pero aun así estabas húmeda?
—Yo… yo había bebido demasiado —respondió ella.
Peter asintió.
—Antes no bebías. No hasta que empezaste a trabajar para ellos.
—Lo sé. Lo dejaré.
—¿Qué más pasó?
—Nada.
—¿Te besó?
—Antes, sí. Después no.
—¿Te dijo que te amaba? —dijo sarcástico.
—Hans se lo dice a todas.
—¿Te lo dijo a ti?
—Sí, pero… pero sólo son palabras.
—¿Se lo dijiste tú a él?
—Por supuesto que no.
—¿Te… te corriste?
Un susurro.
—No. —Y luego una lágrima le corrió por la mejilla—. Él… él me preguntó si me había corrido. Como si alguien lo hubiese hecho, en un mete saca como aquél. Él me lo preguntó. Dije que no. Y se rió. Se rió y se subió los pantalones.
—¿Cuándo sucedió?
—¿Recuerdas el viernes en que llegué tarde a casa y me duché?
—No. Espera… sí. Nunca te duchas por las noches. Pero eso fue hace meses…
—Febrero —dijo Cathy.
Peter asintió. De alguna forma, el hecho de que aquello hubiese sucedido tanto tiempo atrás lo hacía más soportable.
—Hace seis meses —dijo él.
—Sí —dijo ella, y luego, las palabras como un trío de balas rompiéndole el corazón—. La primera vez.
Todas las preguntas estúpidas le vinieron a la mente. ¿Quieres decir que hubo otras? Sí, Peter, exactamente eso es lo que quiere decir.
—¿Cuántas veces?
—Dos más.
—Para un total de tres.
—Sí.
—¿Pero «asunto» no es la palabra adecuada para esto? —sarcástico de nuevo.
Cathy estaba en silencio.
—Cristo —dijo Peter en voz baja.
—No fue un asunto.
Peter asintió. Él sabía qué tipo de persona era Hans. Por supuesto que no había sido un asunto. Por supuesto que no había amor de por medio.
—Sólo sexo —dijo Peter.
Cathy, sabiamente, no dijo nada.
—Cristo —dijo de nuevo Peter. Todavía tenía el lector de revistas en la mano. Lo miró, pensando que debía arrojarlo al otro lado de la habitación, estrellándolo contra la pared. Después de un momento, se limitó a arrojarlo sobre el sofá que estaba a su lado. Rebotó en silencio sobre los cojines—. ¿Cuándo fue la última vez? —dijo.
—Hace tres meses —dijo ella, con voz débil—. He estado intentando reunir el coraje para decírtelo. No… no creía que pudiese. Lo he intentado antes en dos ocasiones, pero simplemente no podía hacerlo.
Peter no dijo nada. No había una reacción apropiada, ninguna forma de encararlo. Nada. Un abismo.
—Pensé… pensé en matarme —dijo Cathy después de una larga pausa, con la voz apagada como el viento de la mañana—. Pero nada de veneno o cortarme las venas, nada que pareciese un suicidio. —Le miró a los ojos brevemente—. Un accidente de coche. Iba a estrellarme contra un muro. De esa forma, todavía me amarías. Nunca sabrías lo que había hecho, y… y me recordarías con amor. Lo intenté. Lo tenía todo preparado, pero… pero cuando finalmente lo hice, desvié el coche. —Las lágrimas le corrían por las mejillas—. Soy cobarde —dijo finalmente.
Silencio. Peter intentó encontrarle sentido a todo aquello. No tenía sentido preguntar si iba a irse con Hans. Hans no quería una relación, no una relación real, no con Cathy o cualquier otra mujer. Hans. Maldito Hans.
—¿Cómo pudiste hacerlo con Hans? ¿Precisamente con Hans? —preguntó Peter—. Sabes lo que es.
Ella miró al techo.
—Lo sé —dijo suavemente—. Lo sé.
—Siempre he intentado ser un buen marido —dijo Peter—. Lo sabes. Te he apoyado de todas las formas posibles. Hablamos de todo. No hay problema de comunicación, ninguna forma en que puedas decir que no te escucho.
La voz de ella sonó enfadada por primera vez.
—¿Sabías que durante meses he estado llorando antes de dormir?
Tenía un par de ventiladores de dormitorio que usaban como generadores de ruido blanco, para apagar los sonidos del tráfico del exterior, así como los ronquidos ocasionales.
—No había forma en que pudiese saberlo —dijo. Él había notado ocasionalmente que ella temblaba a su lado mientras él se quedaba dormido. Medio consciente, había dado por supuesto que se estaba masturbando; mantuvo esa idea para sí.
—Tengo que pensar sobre esto —dijo lentamente—. No sé muy bien lo que quiero hacer.
Ella asintió.
Peter echó la cabeza atrás, y dejó escapar un largo y desigual suspiro.
—Cristo, tengo que reescribir por completo los últimos seis meses en mi mente. Las vacaciones que hicimos a Nueva Orleans. Eso fue después de que tú y Hans… Y la vez en que estuvimos en la casa de campo de Sarkar durante un fin de semana. Eso también fue después. Ahora todo es diferente. Todo ello. Cada imagen mental de esa época, cada momento feliz… falso, manchado.
—Lo siento —dijo Cathy, muy suavemente.
—¿Lo sientes? —La voz de Peter era de hielo—. Podrías sentirlo si hubiese sucedido sólo una vez. ¿Pero tres veces? ¿Tres jodidas veces?
A Cathy le temblaban los labios.
—Lo siento.
Peter volvió a suspirar.
—Voy a llamar a Sarkar y veré si está libre para cenar.
Cathy estaba callada.
—No quiero que vengas. Quiero hablar a solas con él. Tengo que pensar en esto.
Ella asintió.