La interrupción trastornó terriblemente a Alex.
El caballero se irguió para anunciar:
—El Honorable Clement Effingham —y las perneras de sus pantalones se sacudieron como un terremoto en el momento en que se disponía a entrechocar los talones. Pero la articulación falló La expresión se diluyó en su cara.
—Oh, yo… mi madre, señor Spinnel. Estábamos abajo en la otra mitad de su reunión, cuando se puso muy nerviosa. Corrió aquí, escaleras arriba… ¡oh, le pedí que no lo hiciera! Sabía que a usted le molestaría. ¡Pero usted debe ayudarme! —y entonces miró para arriba.
Los otros también miraron.
El helicoptero oscurecia la luna, meciéndose entre sus dos parasoles gemelos.
—Oh, se lo suplico —dijo el caballero—. Usted busque por alli. Tal vez haya vuelto a bajar. Tengo que —miró rápidamente a ambos lados— encontrarla.
Corrió en una dirección mientras todos los demás corrían en otras.
Un estallido sincopó repentinamente el zumbido. Ahora en un rugido, mientras los fragmentos de plástico del techo transparente caían por entre las ramas con un castañeteo, chocaban contra las rocas.
Pude meterme en el ascensor y ya había presionado el borde del cierre del maletín, cuando Halcón se zambulló por entre los pétalos. El ojo eléctrico empezó a desplegarlos. Di un puñetazo al botón de CERRAR PUERTA.
El muchacho se tambaleó, rebotó de hombros en dos paredes, luego recuperó el aliento y el equilibrio.
—Ojo, hay policías bajando de ese helicóptero.
—Elegidos uno a uno por Maud Hinkle en persona sin duda.
Me arranqué de la sien el otro mechón de pelo blanco. Lo metí en el maletín arriba de los guantes de plastiderm (arrugas, gruesas venas azules, largas uñas de cornalina) que habían sido las manos de Henrietta, y que ahora descansaban entre los pliegues de gasa de su sari.
Luego, el tirón hacia abajo del ascensor al detenerse. El Honorable Clement estaba todavía a medias en mi cara cuando se abrió la puerta.
Gris sobre gis, con una expresión de profundo desaliento en el rostro, el Halcón se escurrió entre las puertas. A sus espaldas, la gente bailaba en un primoroso pabellón decorado con lujo asiático (y mandala de tonalidades cambiantes en el cielo raso). Arty me ganó en llegar al CERRAR PUERTA. Entonces me dirigió una mirada extraña.
Yo me limité a suspirar y terminé de sacarme a Clem.
—¿La policía está allá arriba? —reiteró el Halcón.
—Arty —le dije, alustándome la hebilla del pantalón—, así parece. —El vehículo ganó velocidad.— Pareces casi tan nervioso como Alex. —Me encogí de hombros pare sacarme la chaqueta del frac, di la vuelta las mangas. saqué una muñeca y me arranqué la pechera almidonada con la corbata de moño negra, y la metí en el maletin junto con todas mis otras pecheras; di vuelta la chaqueta y me enfundé en el buen traje gris espigado de Howard Calvin Evingston. Howard (como Hank) es pelirrojo (pero no tan crespo).
El Halcón arqueó las cejas que no tenia cuando me saqué la peluca de Clem y sacudí mi propia cabellera.
—Veo que ya no anda por ahí con todas esas cosas abultadas en los bolsillos.
—Oh, ésas ya están a buen recaudo —dijo malhumorado—. Están a salvo.
—Arty —le dije adecuando mi voz al ingenuo registro de barítono inspirador de confianza de Howard— ha de haber sido mi vanidad descocada la que me hizo suponer que toda esa policía de Servicio Regular venía aquí sólo por mí…
El Halcón graznó literalmente.
—No se sentirían demasiado infelices si también me echaran el guante a mí.
Y desde su rincón, Halcón preguntó:
—Te has venido aquí con tu aparato de seguridad, ¿verdad, Arty?
—¿Y qué?
—Hay una forma en que puedes salir de ésta —me siseó Halcón. La chaqueta se le había abierto a medias sobre el estropeado pecho—. Y es que Arty te saque con él.
—Idea brillante —decidí—. ¿Quieres que te devuelva un par de miles por el servicio?
La idea no le causó ninguna gracia.
—No quiero nada de ti. —Se volvió a Halcón.— De ti necesito algo, chiquito. No de él. Mira, no estaba preparado para Maud. Si quieres que saque a tu amigo, tendrás que hacer algo por mí.
El muchacho parecia confundido.
Creí ver cierta presunción en la cara de Arty, pero se diluyó en una mueca de preocupación.
—Tienes que inventar alguna forma de llenar el vestíbulo de gente, y rápido.
Yo iba a preguntar por qué pero desconocía la magnitud del aparato de seguridad de Arty. Iba a preguntar cómo, pero el piso me empujó los pies y las puertas se abrieron de par en par.
—Si no lo puedes hacer —le gruñó el Halcón a Halcón— ninguno de nosotros saldrá de aqui. ¡Ninguno!
Yo no tenia idea de lo que iba a hacer el chico, Pero cuando me disponía a seguirlo al vestíbulo, el Halcón me asió por el brazo y siseó:
—¡¡Quédate aquí, pedazo de idiota!!
Di un paso atrás. Arty se apoyaba con todo su Peso en ABRIR PUERTA.
Halcón voló en dirección al estanque. Y se zambulló en él.
Llegó a los trípodes de tres metros y medio y empezó a escalar.
—¡Se va a lastimar! —murmuró el Halcón.
—No me digas —le dije, pero no creo que captara mi cinismo.
Por debajo del gran fuentón de fuego, Halcón hacia piruetas. De pronto algo se desprendió allí. Algo más sonó: ¡Clang! Y algo más cayó al agua con un chapoteo. El fuego se propagó veloz por el reguero y llegó al estanque, con llamaradas rugientes e infernales.
Una flecha negra con una cabeza dorada: Halcón se zambulló.
Me mordi el carrillo por dentro cuando sonó la alarma. Cuatro personas uniformadas avanzaban por la alfombra azul. Otro grupo que venia en dirección contraria, vio las llamas y una de las mujeres gritó. Yo solté el aire de los pulmones, pensando que la alfombra, las paredes y el cielo raso tenían que ser a prueba de incendio. Pero la idea se me perdió de vista ante los casi dieciocho metros de infierno.
Halcón salió a la superficie junto al borde del estanque en el único lugar libre de llamas, rodó sobre la alfombra, tapándose la cara con las manos. Y rodó, y rodó. Entonces se puso de pie.
Otro ascensor volcó su carga de pasajeros boquiabiertos y boqueantes. Una dotación franqueaba ahora las puertas con equipos extintores La alarma seguía sonando.