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En el interior del monte se veía una incandescente masa amarilla, blanda, dúctil. Salía muy lento por entre las almenadas rocas.
Pavlysh no podía apartar la mirada de la bola de plumas blancas que caía al agua.
— ¿A donde vas? — grito Goguia —. ¿Te has vuelto loco?
Pavlysh corría hacia el agua. El pájaro, arrastrado por una ola de aire, caía como una hoja desprendida de un árbol, girando impotente.
Debía de caer a unos cien metros de la orilla, pero una ráfaga de viento lo acercó a tierra, y Pavlysh, sin pensar siquiera si la profundidad sería muy grande, corrió, hundiéndose en el barro; resbalaba y procuraba no perder el equilibrio; la tierra se sacudía y parecía escapar de debajo de los pies.
Al principio, el fondo subía en dulce pendiente, y la sucia agua le llegaba a las rodillas cuando había dado ya unos veinte pasos.
El pájaro cayó en la laguna. Tenía un ala recogida, y la otra yacía en el agua. Parecía de algodón, carente de vida. La profundidad aumentó de súbito, y Pavlysh se hundió hasta la cintura. Cada paso le costaba un esfuerzo terrible, el agua de la laguna bullía y se arremolinaba, aunque la capa de ceniza en su superficie amortiguaba la agitación, como se arremolina la espuma en una cazuela de sopa hirviente.
La corriente, lenta, arrastraba el pájaro hacia el centro de la laguna, y Pavlysh se apresuraba; consciente de que con el mono puesto no podría nadar, pedía a la suerte que la profundidad no se hiciera mayor y que le bastaran las fuerzas y el tiempo para llegar a donde flotaba el pájaro blanco.
En el mismo momento en que tocaba el borde del ala, perdió pie. Sin soltar el ala, temeroso de que las plumas se desprendieran, Pavlysh tiró del pájaro, hundiéndose más y más en el agua. No se sabe como hubiera terminado aquel ejercicio acrobático, si Pavlysh no hubiera sentido de pronto que alguien tiraba de el hacia atrás. Por unos segundos, siguió manteniendo su precario equilibrio, hasta que, por fin, venció la inercia, y el pájaro se deslizo fácilmente por el agua hacia la orilla.
Sin soltar el ala, Pavlysh miro atrás. Goguia, con agua por la cintura, había asido a Pavlysh del mono. Tenía los ojos furiosos y asustados y abrió varias veces la boca antes de poder pronunciar:
— Yo… Pudo usted… llegar tarde…
Levantaron el ligero cuerpo del pájaro, que se les escapaba de las manos, y lo llevaron a la orilla. La cabeza del ave pendía desmayada, y Pavlysh la sostenía con la mana libre. Una película semitransparente velaba los ojos del ave.
— Quedó aturdido — dijo Pavlysh.
Goguia no lo miraba: tenía los ojos puestos en la orilla.
Pavlysh puso también allí la mirada. La lava, que escapaba como una viscosa lengua por una fisura del monte, parecía querer cortarles la salida a la orilla.
— ¡Toma a la izquierda! — gritó Pavlysh.
El flayer se hallaba al otro lado de la lengua de lava y parecía una pompa de jabón sobre el fondo del ocaso.
Hubieron de adentrarse de nuevo en la laguna, hundiéndose casi hasta la cintura, para evitar el agua hirviente y eludir el muro de vapor que se alzaba donde se juntaban la lava y el mar.
Posteriormente, Pavlysh recordaba con dificultad como alcanzaron el flayer y metieron en el al pájaro, cuya ala se resistía a plegarse y no pasaba por la escotilla…
Pavlysh tomo altura sobre la isla y voló hacia el océano.
— Se acabó — dijo —. Hemos escapado, ahora llegaremos a casa como sea.
Cuando Goguia hubo obturado la escotilla, Pflug examinó el pájaro.
Pavlysh conectó la radio.
— ¿Hasta cuando se puede callar? — gritaba, indignada, una voz conocida —. Sí, ¿hasta cuando? ¡Llevamos ya media hora llamándolos!
— No había tiempo — dijo Pavlysh —, hubimos de entretenernos en la isla. ¿Ha regresado Dimov?
— Están al legar — respondió la misma voz —. Sí, dígame, ¿Quién le da derecho a vulnerar las reglas de enlace por radio? ¿Qué chiquillada es esa? ¿Quién gobierna el flayer? ¿Eres tu Goguia? Te prohibiré volar, y ni siquiera Dimov podrá defenderte. En cuanto abandono por dos días la Estación, todo anda cabeza abajo.
— ¿Es usted, Spiro? — preguntó Pavlysh.
— Yo. ¿Quién pilota el flayer, pregunto?
— Pavlysh.
— ¡Ah, ya veo! ¿Es que en la Flota de Altura no les enseñan a mantener comunicación con el centro?
— No se apresure, Spiro — dijo cansadamente Pavlysh —. Vuelo ahora a poca velocidad. Espérennos dentro de media hora. Preparen la mesa de operaciones.
— ¡Aguarda, no desconectes! — grito Spiro —. ¿Envío otro flayer para que te ayude?
— ¿Para qué? ¿Para qué vuele al lado?
— ¿Quién es la víctima?
Pavlysh se volvió hacia Pflug.
— ¿Qué tiene Alan? Seguramente debemos comunicarlo.
— No es Alan — dijo Pflug —, es Marina. Se ha fracturado un ala.
— Dame el micrófono…
En la Estación se llamaba la Cima a una gran sala, abierta en la roca sobre las dependencias básicas, habilitada especialmente para las bioformas-pájaros. Había en la Cima una cabina de reconocimiento médico y reservas de comida para las aves; se encontraban también allí sus dictáfonos y los demás aparatos que solían utilizar.
Pavlysh y Marina se hallaban en la sala de la Cima, el sentado en una silla y ella, acomodada en un nido hecho de una ligera y tupida red que había tejido Van.
Pavlysh no podía hacerse de ninguna de las maneras a la voz metálica de Marina. Comprendía que aquello no era más que un dispositivo, ya que el pico no estaba adaptado para articular. Pero, al escucharla, procuraba imaginarse la voz de Cenicienta cuando la viera en la luna. El blanco pájaro levantaba las alas y las extendía.
— Tengo reflejos extraños. A veces se me antoja que fui siempre pájaro. No puedes imaginarte lo que es planear sobre el océano y subir a la altura de las nubes.
— Soñaba en eso durante la infancia.
— Me gustaría volar sobre la Tierra. Aquí todo aparece desierto.
— No seas pájaro siempre.
— Si quiero, lo seré.
— No hagas eso — objeto Pavlysh —. Yo te esperaré. Me permitiste buscarte después de los dos primeros años de tu aislamiento.
— ¿Encontraste aquella necia esquela?
— No era necia.