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— Mira — Pavlysh saco del bolsillo la nota, rozada ya en los pliegues —. La releo por las noches.
— Da risa. Y me has encontrado aquí.
— Nada ha cambiado. Incluso como pájaro tienes tu encanto.
— ¿Quieres decir que, si fuera tortuga, todo cambiaria?
— Seguramente. Las tortugas me disgustan desde la infancia. Nunca tienen prisa.
— Por lo visto, soy una tonta, en fin de cuentas. Estaba segura de que cualquier persona que me viera así sentiría desencanto. Quería ocultarme.
— ¿Quiere decir que mi opinión no te era indiferente?
— No me era indiferente… pero no puedo siquiera bajar pudorosamente la mirada.
— Tápate con un ala.
Marina extendió el ala derecha, la levanto y se tapó con ella la cabeza.
— Excelente — dijo Pavlysh —. ¿Querías que le transmitiera una carta a tu padre?
— Sí. Ahora. Ya esta lista. La he grabado. Es una pena, no conocerá mi voz.
— No te apures. Yo se lo explicaré todo. Le diré que le traigo la carta y en seguida le pediré oficialmente tu mano.
— ¿Estas loco? ¡Pero si yo no tengo manos!
— Eso es un ardid bélico. Entonces, tu padre creerá que volverás a él sana y salva. iba yo, un brillante cosmonauta de la Flota de Altura, a pedirle la mano de su hija si no estuviera seguro de que había de obtenerla en fin de cuentas?
— Es usted muy vanidoso, cosmonauta.
— No; simplemente, oculto así mi timidez. Mi rival me aventaja en todo.
— ¿Van?
— En cuanto llegué a Proyecto, adivinó por qué había venido. Hubieras debido de oír como arremetió contra mí porque había volado a la Estación con el control manual.
— Tonto, pensaba en nosotros. Dormimos en las nubes. Pudiste matarme.
— Eso hace que él me supere más todavía en nobleza y fidelidad.
— Es mi amigo. Mi mejor amigo. Tu eres otra cosa. Hasta la vista, húsar Pavlysh.
El pájaro miraba hacia la puerta por encima del hombro de Pavlysh.
Allí estaba Van. Por lo visto, desde hacía un buen rato, y seguro que lo había oído todo.
— El carguero esta listo — dijo —, salimos ya.
Dio media vuelta, y el ruido de sus pisadas en la escalera de piedra acabo apagándose a lo lejos.
— Reponte — dijo Pavlysh, tocando la blanda ala del pájaro… Cuando el carguero hubo aterrizado en el planetoide, Van dijo:
— Vete, la nave te espera allí. Yo me quedo, hay que vigilar la descarga.
— Hasta más ver, Van, seguramente volveremos a encontrarnos, sin duda. La galaxia resulta pequeña.
Pavlysh tendió la mano.
— Si — dijo Van —, me había olvidado del todo.
Se agachó, sacó de la guantera un paquete cuadrado envuelto en plástico y dijo:
— Toma. Es un recuerdo.
— ¿Qué es?
— Ya lo verás en la nave.
Cuando Pavlysh desenvolvió el paquete, ya en la nave, vio un retrato de Marina con un fino marco de malaquita tallada.
Publicado en: Revista Literatura Soviética nº 12, 1986.
Traducción: Juan del Río.