122717.fb2
– Bueno, ¿dónde estábamos? -preguntó Tizzie sujetando la copa de chardonnay por el pie y mirando a Jude a los ojos.
– Bueno, vamos a ver -dijo Jude tras dar un sorbo a su whisky-. Me estabas hablando de los estudios hechos en Minnesota. Ayer, después de charlar contigo, me fui a la biblioteca y me informé más acerca de algunos de ellos.
– ¿Y…?
– Tenías razón. Crean adicción. Comprendo por qué los científicos se sienten atraídos por ellos.
– No sólo los científicos. Los escritores y poetas también. Shakespeare y Dostoievski, sin ir más lejos.
– Lo comprendo. Son historias apasionantes, que parecen salidas de Las mil y una noches. Lo de los dos gemelos japoneses separados que contrajeron tuberculosis en las mismas fechas. Y los dos eran también tartamudos…
– Kazuo y Takua.
– Exacto. Y uno llegó ser sacerdote cristiano y el otro se dedicó a robar y terminó en prisión.
– Y pese a ello, en el fondo, los dos eran idénticos. Ambos eran hombres inseguros y sin apenas voluntad que necesitaban someterse a algo que les impusiera su disciplina. Los dos se entregaron a actividades que les arrebataron sus vidas.
– Y Tony y Roger, los dos gemelos que, al encontrarse tras veinticuatro años de separación, se pusieron a vivir juntos y comenzaron a vestir y a actuar de modo igual, así que, para todos los efectos, se convirtieron en una única persona.
– Eso se debió a la debilidad de carácter. Ninguno de los dos se sentía completo sin el otro, y cada uno de ellos trataba de convertirse en el otro.
Ahora Jude no estaba utilizando el magnetófono, sólo el cuaderno de notas. Había escogido un sitio de ambiente más informal -preferible para aquel tipo de entrevista- y había sugerido que, después de trabajar, tomaran una copa. Por lo que, aquella cálida tarde de junio, se hallaban sentados a una mesa de la terraza de Lumi, un café restaurante situado en la avenida Lexington. La brisa agitaba las hojas del árbol que crecía en un cercano parterre de la acera. El perro salchicha de un hombre de traje azul y pajarita roja estaba olisqueando el tronco.
Tizzie vestía un traje de chaqueta azul oscuro. Al parecer, la joven no llevaba blusa, lo cual le permitía a Jude verle las clavículas y el collar de perlas. No pudo por menos de decirse que Tizzie tenía un excelente aspecto, y tuvo que recordarse que estaban allí para trabajar.
– ¿Cómo explicas las similitudes en lo referido a la personalidad? -preguntó-. El hecho de que los gemelos separados al nacer terminen teniendo caracteres tan parecidos.
– Es complicado. La bibliografía resulta confusa. En 1998, Bouchard publicó un trascendental artículo que sentó las bases para futuras investigaciones. Básicamente, en él se hacía un estudio comparativo de gemelos separados al nacer y de gemelos que se habían criado juntos. Bouchard llegó a la conclusión de que entre ellos no existían diferencias sustanciales: unos y otros comparten más o menos la misma cantidad de rasgos personales.
– Lo cual vuelve a ir en contra del sentido común.
– La cosa empeora. Según ciertos estudios, los gemelos separados al nacer se parecen más entre sí que los que crecen juntos.
– ¿Más? ¿Cómo es posible?
Ella sonrió, bebió un largo sorbo de vino y dejó la copa en la mesa.
– La teoría más convincente es que a veces los gemelos que se crían juntos hacen grandes esfuerzos por distinguirse el uno del otro. Quieren desarrollar sus propias identidades, lo cual es comprensible. La dinámica emocional existente entre los gemelos que crecen juntos es más complicada de lo que alcanzamos a imaginar.
– Pero resulta paradójico. ¿Cómo es posible que unos gemelos que se ven por primera vez alcanzada ya la mediana edad puedan ser más parecidos que unos gemelos que han crecido en la misma casa? Eso va en contra de lo que el sentido común nos dice, que el carácter lo forman las vivencias, la familia y la educación.
– Admito que cuesta creerlo. ¿Será que, a fin de cuentas, todas esas cosas, la familia, la vida de hogar, los estudios, no tienen la importancia que se les atribuye? ¿Será que no importa que nuestros padres nos adoren o que no nos hagan caso, que nuestros hermanos nos presten su apoyo o nos hagan la vida imposible, que los abuelos nos inculquen las tradiciones del pasado o que se encuentren en la tumba? ¿Será que nada de todo ello nos marca irremediablemente?
– Yo creo que sí nos marca. A mí me parece indiscutible que dos personas que viven en el mismo ambiente tienen muchas más posibilidades de parecerse entre sí. Piensa en todas las influencias comunes: ir a la misma guardería, escuchar los mismos sermones dominicales, recibir los mismos abrazos maternos y los mismos correazos paternos. ¿Carece todo ello de importancia?
– Aparentemente, sí carece de importancia -contestó Tizzie-. Tal vez todas esas cosas no pesen mucho a la hora de formar nuestros caracteres. Quizá lo que determina nuestra identidad son otros factores.
– ¿Qué factores?
– Hay dos posibilidades -respondió ella después de dar un sorbo a su vino-. La primera es que la personalidad tenga raíces genéticas mucho más profundas de lo que creemos, que se desarrolle de forma más o menos autónoma, como una película que se va desenrollando de una bobina. Ésa es una posibilidad que resulta bastante sobrecogedora, ya que no deja mucho espacio para la enmienda… para eso que llamamos libre albedrío.
– ¿Y la segunda?
– Pues que, simplemente, no hemos logrado identificar los factores que resultan decisivos en la formación de la personalidad. Tal vez se trate de experiencias tan profundas y básicas de la primera infancia que se impongan a otras posteriores. Quizá se trate de formas distintas de enfrentarse a la propia existencia. O de aceptar las pérdidas o la idea de la muerte. O quizá sea algo mental, relacionado con el modo como nuestro cerebro interactúa con el mundo exterior, de cómo asimilamos las experiencias. Exteriormente, las cosas pueden resultar muy parecidas para dos personas cualesquiera. Pero interiormente, esas dos personas podrían estar viviendo en dos universos totalmente distintos y separados. Para ellos, la vida nunca podría ser, no ya igual, sino ni siquiera parecida.
Tizzie hizo girar el vino en su copa.
– No sé si conoces parejas de gemelos idénticos. Casi todo el mundo conoce alguna. Y lo que resulta muy curioso es que, aunque los gemelos sean muy parecidos, en cuanto los tratas un poco, no tienes la menor dificultad en distinguir al uno del otro. Y es que, como personas, son auténticamente distintos. Y, naturalmente, hay un hecho que demuestra hasta qué punto es eso cierto.
– ¿A qué te refieres?
– A que, aunque es perfectamente posible enamorarse de un gemelo, no conozco ni un solo caso en el que alguien se haya enamorado de los dos. Los cónyuges de gemelos idénticos resultan invitados fantásticos para los reality shows. Ya sabes: «¿cómo consigue usted no sentirse atraída por su cuñado?», y cosas así. Pero lo cierto es que en la vida real el conflicto no suele plantearse. Lo que resulta aún más interesante, desde el punto de vista de lo que nos es posible averiguar por medio de la investigación, es contemplar la cuestión desde la perspectiva de los gemelos. Los gemelos idénticos separados al nacer ¿se sienten atraídos por el mismo tipo de persona?
»En lo referente a sus vidas amorosas, existan muchas coincidencias. Comienzan a salir con chicas o chicos más o menos al mismo tiempo, tienen los mismos problemas y disfunciones sexuales, se divorcian más o menos las mismas veces, e incluso, en el caso de las mujeres, comienzan a tener la regla al mismo tiempo. Pero en lo de elegir pareja la cosa no está tan clara y existen opiniones contrapuestas. Según un estudio realizado en Minnesota, los cónyuges suelen ser tremendamente distintos. Sin embargo, otros estudios tienden a indicar lo contrario. Quizá lo que ocurra es que, a fin de cuentas, lo que no entendemos es el amor.
Jude se dio cuenta de que la copa de su compañera estaba vacía y la interrogó con la mirada. Tizzie asintió con una sonrisa y él llamó al camarero para pedirle otro vino y otro whisky.
– En el tema de los gemelos hay muchas cosas sin explicar -continuó la joven-. Supongo que por eso me atrae. Todavía nos encontramos en la etapa de las preguntas fundamentales. Tomemos por ejemplo a los gemelos fraternos: como todos sabemos, se producen cuando dos óvulos distintos son fertilizados al mismo tiempo. Pero… ¿sabías que incluso ellos comparten una serie de rasgos físicos, mucho mayor que los hermanos normales, y que, por ejemplo, sus dentaduras son más simétricas? ¿Por qué demonios tiene que suceder eso?
»En algunos casos, tal vez los gemelos fraternos procedan de un mismo óvulo que se escinde antes de la fertilización. No lo sabemos. Para empezar, ni siquiera sabemos por qué se producen los nacimientos de gemelos, qué es lo que hace que caigan dos óvulos o que uno de ellos se divida. Pero lo que sí sabemos, al menos ahora, es que ocurre con más frecuencia de lo que se sospechaba.
– ¿A qué te refieres?
– Ahora que disponemos de los ultrasonidos para detectar embarazos incipientes, nos hemos encontrado con que el embarazo doble es un fenómeno muchísimo más frecuente de lo que las estadísticas indican. Más o menos, hay un parto de gemelos por cada noventa alumbramientos. Pero, aunque te cueste creerlo, un embarazo de cada ocho, comienza siendo de gemelos.
– Es asombroso.
– Sí que lo es. Los ginecólogos cuentan historias sumamente interesantes. Un día una mujer aparece por la consulta, el doctor la examina con ultrasonidos y descubre que lleva en su seno dos pequeños embriones. Cuatro semanas más tarde, regresa y ya sólo hay un embrión.
– El otro murió.
– Exacto.
– O sea que, mientras estábamos en el útero, unos cuantos de nosotros tuvimos hermanos gemelos de los que nunca llegamos a tener la menor noticia.
– Más que unos cuantos. Según los cálculos, entre el diez y el quince por ciento de nosotros comienza la vida uterina con un hermano acurrucado a nuestro lado, o peleándose con nosotros, o besándonos… ya que todo ello, por cierto, ocurre en el interior del seno materno.
– Y nosotros somos los supervivientes.
– Sí. La gran lucha darwiniana. Comienza con el espermatozoide nadando hacia el óvulo, pero no termina ahí, sino que continúa durante el embarazo.
– Increíble.
– Pero cierto. Esto viene ocurriendo desde tiempos inmemoriales, pero nadie se había dado cuenta. Una semana, la futura madre tiene una pequeña hemorragia a la que no atribuye importancia, y eso es todo. Una vida ha terminado antes siquiera de que tuviera oportunidad de comenzar, por así decirlo. El fenómeno incluso tiene un nombre.
– ¿Cuál?
– Gemelos evanescentes.
Jude lo anotó.
– Gemelos evanescentes. Me gusta. Suena muy teatral.
– Muchas personas sienten la vaga impresión de que en algún momento de su existencia han tenido un gemelo -continuó ella mirándolo fijamente-. No es nada que puedan concretar, sólo la sensación de que hay o ha habido alguien a quien se sintieron increíblemente unidos. En algunos casos, resulta ser cierto y, sin que el interesado lo supiera, tuvo un hermano gemelo del que fue separado y que se crió en otra parte. En los demás casos… ¿quién sabe? Quizá se trate de un recuerdo prenatal. No existe ningún motivo por el que el cerebro no pueda rememorar algo que ocurrió en el interior de la matriz.
»Por cierto… Veo que estás tomando notas con la mano izquierda, así que eres zurdo.
– Sí, ¿por qué?
– Resulta interesante.
– ¿Qué tiene de interesante?
– Pues que entre los gemelos se da la zurdera con mayor frecuencia que entre la población normal. No me sorprendería que en cualquier momento saliera alguien asegurando que todo zurdo no es sino la imagen opuesta de un gemelo desaparecido.
Jude dejó de tomar notas y clavó la mirada en su compañera. Pero no logró descubrir si ésta bromeaba o no, aunque en sus labios había una leve y maliciosa sonrisa.
Llegó el camarero con las bebidas. Jude dio un largo sorbo de whisky y notó el ardor en la garganta. Tizzie se pasó la mano por el rubio y lustroso cabello, que le caía suavemente sobre los hombros.
Se produjo un breve momento de incómodo silencio, y Jude decidió romperlo.
– ¿Sabes…? En la biblioteca leí algunos de tus trabajos.
– ¿Ah, sí? -dijo ella, complacida-. ¿Y qué te parecieron?
– No están mal -contestó Jude tomando una actitud de juez severo.
– ¿No están mal? ¿Eso es todo?
– Son prometedores. Me gusta tu estilo.
– Comprendo -dijo ella mirándolo por encima del borde de su copa-. Supongo que te refieres a mi estilo de escribir.
– Desde luego. Al uso de la metáfora, del color local, del melodrama, de todos esos recursos lingüísticos. No tenía ni idea de que la lectura del Journal of Personality and Social Psychology pudiera resultar tan apasionante.
– ¿Qué te parece el desarrollo de personajes?
– Fantástico.
– Bueno, la modestia me obliga a admitir que un buen editor puede hacer maravillas.
– No me digas. -Jude hizo una pausa y añadió-: Personalmente, yo jamás me he encontrado con uno.
– ¿Con un buen editor?
– En realidad, nunca he oído esas dos palabras pronunciadas en una misma frase.
– Ja, ja -exclamó ella-. ¿Por qué lo dices? ¿Por animosidad profesional?
– No, nada de animosidad. En todo caso, odio.
– Comprendo. Eso es lo que ocurre con las relaciones desequilibradas. Por un lado, está el poder, y por el otro lado, sólo…
– … sólo el encanto.
Tizzie sonrió.
– Conozco un chiste… -comenzó él, pero se interrumpió en seguida.
– Cuenta.
– No, es muy malo.
– Da lo mismo, quiero oírlo -le pidió ella con aparente sinceridad.
– Bueno, pues resulta que un reportero y un editor van arrastrándose por el desierto, muertos de sed. De pronto, llegan a un oasis. El reportero echa a correr y se pone a beber, feliz como una perdiz. Mira hacia atrás, y ¿qué ve? El editor está en la orilla orinando en la pequeña charca. «Oye, ¿qué estás haciendo?», grita. El editor levanta la cabeza y contesta: «Mejorar el agua.»
Tizzie se echó a reír mientras él apuraba el contenido de su vaso.
– ¿Quieres otro whisky? -preguntó la joven-. ¿Qué tal si lo pides doble, en honor de tu gemelo desaparecido?