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Jude dejó que Tizzie se pusiera en pie. La chica se inspeccionó el cuerpo en busca de magulladuras y se inclinó para remangarse la pernera izquierda del pantalón. En la rodilla tenía un corte. Dos regueros de sangre le corrían por la pantorrilla hacia el tobillo. Se los secó con la mano y volvió a bajarse el pantalón.
Tizzie aún no había respondido a la pregunta de Jude, por lo que éste le hizo otra más sencilla:
– ¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza.
– Lo peor ha sido el susto -dijo.
– Lo siento. No sabía que eras tú.
– Eso espero.
Y, encima, se dijo Jude, aún tendría que ser él quien se disculpase.
– ¿Me has seguido? -preguntó con una nota de dureza en la voz, pues no sabía a ciencia cierta cuál era el juego de Tizzie.
– Sí. Al menos hasta Jerome.
– ¿Y luego me seguiste hasta aquí?
– No exactamente -respondió ella tras una vacilación-. Sabía que vendrías a este lugar.
– Y conocías el camino, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Por qué me seguiste?
– Pensé que podía… ocurrirte algo. Pensé que tal vez ellos estuvieran aquí. O que vinieran a por ti.
– Comprendo.
Jude miró distraídamente alrededor y de pronto se dio cuenta de que buscaba algo en lo que sentarse, pues Tizzie y él iban a pasar allí un buen rato.
– Creo que ha llegado el momento de tener una larga charla -dijo.
– ¿Quieres que vayamos a nuestro escondite especial? La pregunta lo dejó atónito. Llevaba casi un cuarto de siglo sin pensar en aquello, pero cuando Tizzie lo dijo, el recuerdo regresó como un relámpago. Una cueva que frecuentaban en la infancia, apenas mayor que un armario. A ellos les gustaba ir allí porque la entrada era pequeña, inadecuada para los adultos.
– ¿Recuerdas el camino?
Jude notó sus dedos menudos y fríos cuando ella le cogió la mano, y comprendió lo asustada que se sentía la muchacha. Tizzie lo condujo hacia un pasadizo en cuya entrada Jude no se había fijado antes. El túnel era angosto, así que soltó la mano de su compañera y la siguió dirigiendo el haz de la linterna hacia sus pies. La joven pasó bajo una viga de sujeción y continuó con sorprendente rapidez, por lo que Jude casi tuvo que correr para no quedarse rezagado. Al pasar bajo la viga rozó con el hombro uno de los postes, que se movió ligeramente y provocó un pequeño desprendimiento de tierra y piedras.
Tizzie volvió la linterna hacia atrás, y a su luz Jude advirtió la expresión preocupada de la joven.
– Procuraré tener más cuidado -prometió. -Ya casi estamos.
Y así era. Tizzie se inclinó bajo una roca que sobresalía y Jude hizo lo mismo. Nada más entrar en la pequeña cámara, la reconoció. Había una especie de estrechas repisas de roca y se sentaron en dos de ellas sintiéndose como adultos de visita en un parvulario. Una de las paredes estaba manchada de regueros de cera, y Jude recordó las velas que de niño había visto arder allí, desprendiendo lagrimones de cera mientras Tizzie y él se hallaban sentados en aquellas mismas rocas planas.
Tizzie lo miró a los ojos y Jude percibió que, por primera vez en mucho tiempo, la mirada de la joven era franca y sincera. -No sé por dónde empezar -dijo Tizzie. -¿Qué tal si empiezas por el principio? -propuso Jude, no sin cierta sequedad.
– Recientemente he comenzado a recordar un montón de cosas, aunque hay otras muchas que aún se me escapan. Pero supongo que recuerdo más que tú. Algunos de mis primeros recuerdos son de esta sala, de estar aquí contigo. Veníamos mucho, a jugar y a charlar. Recuerdo lo a gusto y seguros que nos sentíamos, o al menos yo me sentía así, sabiendo que cerca de nosotros, en la cámara de al lado, había adultos trabajando, haciendo experimentos en el laboratorio…
– ¿Todo eso lo recordabas ya cuando nos conocimos? ¿Sabías entonces quién era yo?
– No. En absoluto. Por favor, Jude. Comprendo cómo te sientes, lo sospechoso que te puede resultar todo esto. Te juro que estoy de tu lado. Pero déjame que te cuente la historia completa. Si me interrumpes, no llegaremos a ninguna parte.
– Muy bien. Adelante.
– Vivíamos ahí fuera, en el edificio que albergaba las oficinas de la mina. ¿No te acuerdas? Yo lo reconocí nada más verlo. Los recuerdos están regresando en tropel a mi memoria. Cuando vivíamos aquí, la mina llevaba ya varios años cerrada. Supongo que, de algún modo, el grupo consiguió hacerse con la propiedad de estos terrenos. Cuando éramos pequeños, a nosotros no nos contaban nada. Recuerdo que sabíamos vagamente que nuestros padres eran científicos, que estaban haciendo grandes cosas y se trataba de algo muy secreto. El resto del mundo no lo comprendería y trataría de impedirles a nuestros padres seguir con lo que fuera que estuvieran haciendo.
»Mis padres estaban implicados en el secreto, y los tuyos también. Había otros, pero no sé ni quiénes ni cuántos eran. Lo cierto es que no logro acordarme de los detalles importantes, aunque bien sabe Dios que llevo una semana intentándolo, desde la visita a mi familia. Siempre había pensado que yo era por entonces demasiado pequeña para recordar lo que ocurrió antes de que mi familia se instalase en White Fish Bay, pero me equivocaba. Simplemente, había bloqueado los recuerdos. Hasta hace una semana.
«Creo que me acuerdo de tu padre. De tu madre, no. Ella, como tú mismo dijiste, murió unos años antes. Pero ahora, cerrando los ojos, recuerdo el día en que tu padre se fue contigo, y casi puedo ver el coche alejándose por el camino. Yo tenía la sensación de que había ocurrido algo terrible y vergonzoso. Cuando tú, al reencontrarnos, me contaste el incidente, éste me resultó familiar, como si yo hubiera soñado algo parecido. Después de hablar con mis padres, lo recordé todo nítidamente. Rememorar aquella sensación de que algo terrible había ocurrido fue lo que desencadenó el resto de los recuerdos.
»Mis padres me contaron que nos habían ordenado a todos que jamás volviéramos a hablar de tu padre. Así que su nombre y el tuyo simplemente desaparecieron. Hubo una gran discusión, una pelea entre los padres, y ése fue el motivo de que tu padre y tú os fuerais. No conozco todos los detalles porque a mis padres sigue desagradándoles hablar del tema. No obstante sospecho que la ruptura se produjo debido a que tu padre se opuso a algo relacionado con los trabajos de investigación. Creo saber de qué se trató, pero a eso ya llegaremos más tarde.
»E1 grupo se llamaba el Laboratorio. Y sus componentes estaban convencidos de que las investigaciones sobre la prolongación de la vida que estaban realizando llegarían a cambiar el mundo. Y la figura central era un científico apellidado Rincón. Cuando oí ese nombre en labios de Skyler no me sonó de nada. No recuerdo a Rincón. Pero lo que sí recuerdo es que había alguien que era muy importante. Ya sabes que los niños tienen una percepción casi instintiva del orden jerárquico existente entre los adultos. Saben quién es el que manda y quién es el que obedece. Yo sabía que había una persona a la que todas las demás veneraban. Alguien que, para ellos, era como el sol. Creo que Rincón vivía en aquella mansión de una población por la que pasamos, la mansión Palmer. Recuerdo que los adultos peregrinaban hasta allí para entrevistarse con él.
»Por algún motivo que ignoro, Rincón tenía un enorme poder sobre ellos. De todas maneras, los niños nunca lo veíamos, y no tengo ni idea de cuál era su aspecto. Sin embargo, nosotros sabíamos que él estaba allí. Y, supuestamente, Rincón era bueno, honrado y extraordinariamente brillante. Por eso era el jefe.
Jude sentía ganas de formular infinidad de preguntas. De momento, no se había enterado de casi nada nuevo, aunque las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar con mayor precisión.
Sacó un cigarrillo y lo prendió. Vio media vela tirada en el suelo, la colocó en la pequeña repisa cubierta de manchas de cera y la encendió. Su llama llenó la cueva de sombras, haciendo que ésta pareciera aún más pequeña.
– Continúa -dijo.
– Había otros dirigentes, médicos mayores, como los llama Skyler. Cuando, la semana pasada, mis padres emplearon ese mismo término, estuve a punto de lanzar un grito de sorpresa. En cuanto a Baptiste, no sé quién es. Hay otras personas que tienen gran importancia en ese grupo, como mi tío Henry. Ignoro dónde encaja mi tío, pero desempeña el papel de emisario del Laboratorio. Creo que hace de puente entre el grupo y el mundo exterior. Viéndolo en retrospectiva, imagino que él y los demás, tus padres y los míos incluidos, eran los miembros fundadores del grupo.
Tizzie hizo una pausa y contempló cómo un lagrimón de cera resbalaba vela abajo.
– No sé si tú lo recordarás, yo no lo recordé hasta que mi padre me habló de ello, pero a nosotros comenzaron a educarnos ya de pequeños. Creo que sobre todo nos impartían enseñanzas científicas, y todos los niños nos sentíamos unos auténticos privilegiados, pues íbamos a ser pequeños pioneros. Un día, algún tiempo después de tu marcha, nos obligaron a ir a un colegio normal del valle. Creo que fue por imposición de las autoridades del estado. Recuerdo que un gran autobús amarillo subía a la montaña a buscarnos y nos devolvía a casa después de las clases. Era divertido. Pero un buen día nos encontramos con que teníamos nuestra propia escuela allí mismo, instalada en una especie de viejo hotel. Recuerdo que a mí me supo mal, porque me gustaba bajar al valle y mezclarme con todos los demás niños. Ellos me parecían normales, y me gustaba lo de recitar el juramento de la bandera y lo de recortar en cartulina la flor oficial del estado. Todo aquello hacía que me sintiera unida al mundo exterior.
«Las cosas cambiaron en cuanto tuvimos nuestra propia escuela, lo recuerdo muy bien. El día que vinieron los representantes del Departamento de Educación hicimos una comedia ante ellos. En previsión de la llegada de los inspectores, habíamos preparado unas lecciones y habíamos arreglado el aula de clase. Hicimos recortes de papel en forma de hojas, o de copos de nieve o algo así, y los pegamos en la ventana, como si la nuestra fuera una escuela normal y corriente. Lo hicimos para engañarlos. No fue más que una farsa para que los inspectores creyeran que estábamos recibiendo el mismo tipo de educación que el resto de los niños. Naturalmente, no era así.
»Lo que más vivamente recuerdo fue la vergüenza que sentí al tener que mentir y el hecho de que mi padre me dijera que en aquel caso mentir estaba justificado. Este fin de semana, cuando mi padre me dijo que se estaba muriendo y que a mi madre le ocurría lo mismo, me pidió que no le dijera nada a ella. Me dijo que en aquel caso la mentira estaba justificada. Y fue entonces cuando recuperé la memoria de golpe. Recordé la escuela, y mis juegos en la mina contigo. Todo me vino bruscamente a la cabeza. Fue asombroso.
– De niña, en Milwaukee, ¿no sabías nada de la historia de tus padres?
– Pues la verdad es que no. Me parecía que, por algún extraño motivo, eran distintos. De pequeña, fantaseaba con la idea de que fueran científicos y estuvieran trabajando en un proyecto supersecreto. Como el Proyecto Manhattan de Los Álamos. Me contaba a mí misma que sus investigaciones eran importantísimas y que un día se harían muy famosos, pero que, de momento, había que mantener el secreto. No podíamos decir ni una palabra, porque había fuerzas malignas decididas a desbaratar los trabajos de mis padres. Aunque todo era pura fantasía, muchos de los elementos de esa fantasía eran reales, y yo, de algún modo, debí de percibirlo.
– ¿Sabías tú a qué tipo de investigaciones científicas se dedicaban tus padres?
Tizzie respondió sin una vacilación.
– Sólo hasta cierto punto. Sabía que la vida era importante, y la longevidad deseable. Sabía que yo debía ampliar mis horizontes, llenar mi cerebro de conocimientos científicos. Y también sabía que cuidar de mi propio cuerpo era importante. Ésos fueron los valores que me inculcaron en la infancia.
»En especial el cuidado del cuerpo. Siempre que me ocurría algo malo, que me resfriaba, que me cortaba o, en el peor de los casos, que me rompía un brazo, las atenciones llovían sobre mí. A fin de cuentas, mi padre era médico y ningún cuidado era excesivo. A la más mínima me administraban antibióticos. Tizzie tomó aire. Estaba llegando a la parte más difícil. -Ahora bien, si lo que quieres saber es si yo, cuando necesité el riñón, estaba al corriente de lo que sucedía, si supe de dónde procedía el órgano, entonces la respuesta es no. Lo que te conté era cierto. De jovencita, cuando tenía quince o dieciséis años (es asombroso hasta qué punto había reprimido estos recuerdos) me puse enferma. Tuve una infección que no me trataron a tiempo y que llegó a revestir una considerable gravedad. Estaba siempre con fiebre y era tan doloroso orinar que me aguantaba las ganas, con lo cual agravé aún más el problema. No quería decirle nada a mi padre, pero él terminó dándose cuenta y me administró gentamicina. Durante un tiempo parecí mejorar, pero luego sufrí una recaída y me puse mucho peor. Recuerdo que me llevaron a un hospital de Milwaukee y me conectaron a una máquina de diálisis. Y luego, un día, me operaron. La intervención se efectuó en una pequeña clínica. No recuerdo gran cosa de la operación, sólo que estuve mucho tiempo en cama y que falté tanto a clase que tuvieron que ponerme un profesor particular.
Tizzie hizo una breve pausa como si buscara las palabras adecuadas.
– Nunca me paré a preguntarme de dónde había salido aquel riñón. ¿Por qué me lo iba a preguntar? Yo en aquella época no era más que una chiquilla. Pero lo que sí resulta extraño es que creo que desde entonces no había vuelto a pensar en la operación. En algún momento debió de parecerme raro, porque, como ahora sé de sobra, los ríñones para trasplantes siempre han escaseado. Además, mucho después de la operación, se me hizo extraño que no me hubieran administrado drogas inmunodepresoras, ni me hubieran sometido a ningún régimen especial, pero la verdad es que nunca llegué a captar el pleno significado de todas aquellas circunstancias. Luego, cuando Skyler nos habló de Julia y de su operación, algo hizo clic en mi cabeza, pero no terminé de atar cabos hasta que mi padre me lo contó todo. Me quedé horrorizada. Al menos mi padre tuvo la vergüenza de mostrarse contrito.
La joven volvió a fijar la mirada en la vela.
– Pero, si he de ser sincera, debo admitir que me sentí rara, como si en alguna medida yo siempre hubiera sabido algo de todo aquello, aunque no se me ocurre cómo llegué a sospecharlo. Porque lo cierto es que nunca me dijeron nada. ¿Te imaginas, decirle a una niña que le han trasplantado un órgano perteneciente a alguien criado exclusivamente con ese propósito? Además, yo no sabía nada de los clones, e incluso ignoraba que existieran. Supongo que, inconscientemente, siempre supe que algo horrible estaba sucediendo.
– ¿Cuántos como tú… como nosotros… no sé cómo llamarnos…? Sí, prototipos. ¿Cuántos prototipos existen?
– No lo sé a ciencia cierta. Veinte o treinta. Repartidos por todo el país. Todos son hijos de los miembros fundadores del Laboratorio. El pasado fin de semana le pregunté a mi padre cómo pudieron ser capaces de hacer algo tan terrible. Lo que me respondió en resumidas cuentas fue que ellos consideraban que nos estaban dando un gran don, el don de la longevidad. Ellos mismos no podrían disfrutar de largas existencias, y por entonces, no te olvides que hablamos de fines de los años sesenta, sus propias investigaciones no estaban demasiado avanzadas. No podían producir clones de adultos y, en aquella época, muchos de los científicos estaban convencidos de que nunca llegarían a conseguirlo. Pero producir clones de niños pequeños era bastante más sencillo.
«Cuando mi padre me explicó el proceso, parecía sentirse casi orgulloso. Tomas el óvulo fertilizado, separas sus células en una etapa temprana de su desarrollo y colocas sus núcleos en otros óvulos. Luego, éstos se congelan y pueden volverse a activar cuando se desee. A tu madre le fue implantado el óvulo años más tarde. Por eso Skyler es más joven que tú y Julia es… era… más joven que yo. Pensándolo bien (y yo he tenido tiempo para reflexionar a fondo sobre el tema) si crías clones para que sirvan como donantes de órganos, es lógico que quieras que los clones sean de menor edad que los clonados. Los órganos deben ser jóvenes y fuertes.
– Pero la clonación resultaría inútil para las enfermedades hereditarias, ya que los clones también terminarían desarrollándolas.
– Sí, probablemente. Pero el órgano del clon no habría sufrido ningún tipo de daño ambiental y, en ese sentido, sería más fuerte. Y el trasplante sería eficaz para todas las dolencias contraídas por contagio. Y, como es lógico, también para cualquier tipo de accidente.
La joven se aproximó más a Jude.
– Además, hay otra cosa. Puede que en la isla existan clones aún más jóvenes. Ya oíste a Skyler hablar de la guardería, ese lugar próximo a la isla. Tal vez la usen para ese fin. -¿Tus padres te lo dijeron? -No con todas las palabras. Pero yo lo deduje. -¿Por qué no te lo contaron todo?
– No lo sé. Es como si tuvieran miedo de algo. Hasta donde alcanza mi memoria, siempre los recuerdo atemorizados. Parece que ellos también rompieron con el Laboratorio. No fue un caso tan traumático como el de tu padre, ni tampoco se trató de una ruptura total, pero también se separaron del grupo. Debió de ocurrir cuando yo tenía alrededor de seis años. Fue entonces cuando nos trasladamos a Milwaukee. Yo apenas recuerdo nada de lo que ocurrió, y lo que tal vez llegué a saber o lo he olvidado o lo he borrado inconscientemente de mi memoria.
«Pero de ciertas cosas sí me acuerdo. Recuerdo, por ejemplo, que de pronto parecía sobrarnos el dinero. Y también recuerdo que mis padres parecían preocupados por algo. Se encerraban en su dormitorio a hablar en voz baja. Y tras el traslado a Wisconsin, no nos desconectamos por completo del Laboratorio. Mi tío Henry venía con cierta frecuencia a visitarnos, así que la separación debió de ser amistosa. A pesar de que, sin duda, fue una separación. -Háblame de tu tío Henry.
– Es el hermano de mi madre. Lo recuerdo de toda mi vida. Nunca me ha caído bien. Es más, hay algo en él que me resulta francamente repulsivo. No me gusta la sumisión que mis padres manifiestan hacia él. Es como si mi tío tuviera un poder especial sobre ellos.
– ¿Qué clase de poder?
– No tengo ni idea. Él parece disfrutar viéndolos sometidos a su influjo. Mis padres están enfermos y hacen todo lo que él ordena. Él dice que están trabajando en una vacuna para curarlos, y utiliza eso para coaccionarme. El pasado fin de semana, el tío Henry apareció por la casa y al entrar habló un momento conmigo. Me dijo que quería que yo hiciera algo. -¿El qué?
– No lo sé a ciencia cierta… Me dijo que ya me lo explicaría. Pero su actitud era muy rara. Estoy casi segura de que me va a pedir que te espíe.
– ¿Que me espíes? ¿Y qué piensas responder? Tizzie lo fulminó con la mirada. -Me negaré, como es natural.
– Tizzie, antes dijiste que temías que ellos me hubieran seguido hasta aquí. ¿Quiénes son ellos?
– Jude -dijo mirándolo a los ojos y utilizando por primera vez su nombre-, te aseguro que lo ignoro. Ya te he contado todo lo que sé.
– ¿Sabes dónde está el Laboratorio, la isla? -No, pero probablemente eso podremos deducirlo de lo que nos cuente Skyler.
– ¿Qué tal se lo está tomando él? -¿Te refieres a lo de que yo sea idéntica a Julia? -Sí.
– Está confuso. Y furioso. Skyler sabía desde la noche que te conoció que Julia y yo éramos idénticas. Vio mi retrato en tu mesilla de noche.
– ¿Ah, sí? ¿Y por qué no dijo nada?
– No lo sé. Imagino que estaba asustado. No sabía si debía o no fiarse de nosotros. -¿Y ahora?
– Ahora él ya se ha dado cuenta de que yo ignoraba lo de Julia y parece haberse tranquilizado.
– O sea que habéis hablado de ello -dedujo Jude haciendo un esfuerzo para que su voz sonara normal. -Sí.
– Ya. ¿Y cuándo tuvisteis esa conversación? -Ayer mismo. Cuando tú te marchaste en el coche. Y antes también habíamos hablado algo. Por cierto, ¿adonde fuiste ayer?
__A la reserva india Verde. Localicé mi partida de nacimiento. Y también la tuya.
__Y fue así como lo supiste.
– Fue así como lo supe a ciencia cierta. Llevaba algún tiempo sospechando. Desde el principio, Skyler se comportó contigo de un modo extraño. Cuando tú estás presente, no puede disimular sus sentimientos, pese a lo mucho que lo intenta. O no te mira en absoluto o no te quita ojo. Y luego estaba lo de tu operación y lo de la operación de Julia. Demasiada coincidencia. Tú no figuras en el registro nacional de trasplantes de órganos (eso lo supe por Hartman), así que comprendí que tu operación había sido clandestina. Y había otros pequeños detalles que también encajaban, como, por ejemplo, el hecho de que Julia y tú fuerais miopes. -Comprendo.
– Pero, aparte de eso, había dos cosas que realmente me preocupaban. -¿Cuáles?
– En primer lugar, que no me hubieras contado la verdad inmediatamente, lo cual parecía indicar que tú formabas parte de la conspiración. Luego, cuando Skyler nos explicaba la historia completa mientras veníamos hacia aquí, dijo algo que se me quedó grabado. A Julia la mataron porque descubrió algo en los archivos, sabía demasiado y se había convertido en una amenaza. Pero cuando Skyler nos describió el cadáver que encontró sobre la mesa de mármol, dijo que le habían extraído todos los órganos internos. Yo me pregunté por qué hicieron tal cosa, y sólo se me ocurrió un motivo: querían conservarlos para hacer uso de ellos en el futuro. Por si tú los necesitabas. Tizzie se recostó en la pared de roca horrorizada. -Jude, me siento fatal. Todo esto me produce unos terribles remordimientos. Qué idea tan grotesca y terrible, producir un clon. Y yo me siento responsable de ello. Julia era como una hermana, una gemela… sólo que más joven. Aunque yo no tuve nada que ver con su creación, me siento responsable. Fue algo que hicieron para mí, así que es casi como si también yo lo hubiera hecho. Yo me quedé con su riñón. Yo fui la causa de que ella sufriera. Y luego ella murió de un modo horrible, y también me siento culpable de ello.
Jude se aproximó a Tizzie y se arrodilló a su lado. Ella le dirigió una débil sonrisa.
– ¿Y sabes algo realmente extraño? Todo esto es tan terrible que ni siquiera me atrevo a pensar en ello. Pero quiero averiguar lo más posible acerca de Julia. Cuando Skyler habla de ella, cuando la describe con tanto amor, podría pasarme horas escuchándolo -dijo Tizzie, y Jude asintió comprensivo con la cabeza-. Creo que supe casi desde el principio… Bueno, no desde el mismo principio, porque, gracias a ti, Skyler y yo nos conocimos en la cama, pero desde la primera vez que lo oí mencionar el nombre de Julia, supe que ella y yo éramos la misma. -No exactamente la misma. Recuerda todo lo que me contaste cuando nos conocimos.
– Vale. No éramos la misma. Pero éramos similares, muy similares, estábamos íntimamente conectadas. Y me di cuenta por la reacción de Skyler. Tienes razón, actúa de modo extraño cuando yo estoy delante. Y cuando me mira del modo que tú has descrito… Su mirada refleja amor. Así debía de mirarla a ella. Es entonces cuando más unida a Julia me siento. Guardaron silencio por unos momentos. -De todas maneras -siguió Tizzie-, lamento todo lo que está ocurriendo.
Jude se sintió embargado por una oleada de afecto hacia ella, y se dio cuenta de que llevaba tiempo sin experimentar aquella sensación.
– Quiero preguntarte una cosa -dijo-. Cuando nos conocimos y yo te entrevisté… ¿Estuvo organizado nuestro encuentro? -¿A qué te refieres?
– A si te dijeron que debías conocerme. ¿Actuaste siguiendo instrucciones?
Ella puso una mano sobre la de él. -No. Fuiste tú el que vino a verme, ¿no lo recuerdas? -Sí, y eso es lo que me desconcierta.
– Me gustaste en cuanto te vi. Sin embargo, sospecho que alguien, de un modo u otro, movió los hilos para conseguir que tú y yo nos encontrásemos. -Pero… ¿por qué?
– Quizá estaban preocupados por ti y querían vigilarte. A fin de cuentas, Skyler ya había escapado. Quizá adivinaron que trataría de encontrarte.
– Eso ya lo había pensado, pero es absurdo. Podrían haberse limitado a liquidarme… No parece que tengan muchos escrúpulos a la hora de despachar a la gente.
– Ésa es una medida muy extrema. Y, además, pone sobre alerta a la policía.
– De acuerdo, pero entonces… ¿para qué iban a enviar a una espía que ignoraba cuál era su cometido?
– ¿Qué quieres decir?
__¿Para qué iban a enviar a una informante que luego no les informaba? A no ser, claro, que sí les hayas informado.
Tizzie lo miró con ojos llameantes.
– Supongo que me merezco esas palabras. Pero quiero que sepas que no es así. Creo que ése era el plan que ellos tenían inicialmente. Pero en cuanto conocí a Skyler y comenzamos a desentrañar la verdad, el plan dejó de ser posible. Te lo juro. Yo sería incapaz de hacer una cosa así.
Algo en el tono de la joven hizo que Jude sintiera la convicción de que decía la verdad. Y le gustó el hecho de que ella, en vez de contrita, se mostrase indignada.
– Lo de que tu especialidad es el estudio de los gemelos, ¿es cierto?
– Claro. ¿Cómo iba a fingir una cosa así?
– Pues menuda coincidencia.
– No creo que sea coincidencia. Siempre me interesaron las investigaciones sobre los gemelos separados al nacer. Y ahora, naturalmente, comprendo por qué. Inconscientemente, yo sabía que tenía una gemela.
Jude aguardó medio segundo antes de hacer la siguiente pregunta.
– Dime una cosa -comenzó-. Cuando cenamos juntos en Brighton Beach, cuando hicimos el amor por primera vez… Todo era real, ¿verdad? Quiero decir que nadie lo planeó.
– Claro que no. Ellos se limitaron a propiciar nuestro encuentro, como el de dos protozoos en un disco de Petri. Simplemente, dejaron que la naturaleza siguiera su curso… Dios mío -exclamó Tizzie de pronto-. Hay algo que no se me había ocurrido. Ellos tenían motivos para creer que nos enamoraríamos. Porque eso es lo que ocurrió entre Skyler y Julia. Sabían lo que iba a ocurrir. Fuimos como… marionetas.
Jude la observó un momento. No cabía duda de que Tizzie era una mujer atractiva. Pero él se resistía a considerar la posibilidad de que sus sentimientos hacia ella estuvieran determinados por los genes.
Le pareció oír un sonido en la distancia, pero no dijo nada. La tomó entre sus brazos, y ella apoyó la cabeza en su hombro. Permanecieron así varios minutos, hasta que Tizzie se retiró secándose los ojos con el dorso de la mano.
– Hay algo en lo que tienes razón -dijo Jude-. Los tipos a quienes nos enfrentamos, quienesquiera que sean, son poderosos. Se consideran invencibles. Si nos enfrentamos a ellos, nuestras probabilidades de éxito son muy escasas. Pero tenemos algo a nuestro favor.
– ¿El qué?
– No saben a qué carta quedarse con nosotros. Creen que tú estás de su lado… o que podrías estarlo si te presionasen un poco. En cuanto a mí… No lo entiendo, pero parecen creer que, de algún modo, puedo serles útil. Supongo que por eso no me han matado todavía.
Jude se disponía a formular otra pregunta pero no llegó a hacerla.
En aquel momento, el lejano sonido se hizo más intenso, se convirtió en un amenazador estruendo y la pequeña cueva en la que se hallaban se estremeció perceptiblemente. Jude miró a Tizzie y vio el temor reflejado en sus facciones. Una corriente de aire apagó la vela.
Localizaron a tientas sus linternas y las encendieron.
– ¿Qué ha sido eso? -murmuró Tizzie.
– ¡Un derrumbe!
Salieron corriendo del escondite, enfilaron el pasadizo que habían utilizado poco antes, llegaron a la gran caverna del laboratorio y luego al túnel principal. Tras recorrer dos metros se detuvieron frente a una gran nube oscura, una cortina de polvo que los envolvió y entró en la caverna.
– ¡Volvamos atrás! -gritó Tizzie.
Retrocedieron hasta el interior de la gran cueva para esperar a que el polvo se asentase. Jude sintió que sus temores crecían hasta convertirse en un claustrofóbico pánico, el inmencionable terror a ser enterrado vivo. Los músculos de su abdomen se crisparon, y sintió como si por sus venas circulase metal fundido.
– Me resulta imposible creer que haya sido un accidente -dijo Jude-. Alguien nos oyó. O sabían que estábamos aquí dentro. Ellos provocaron el derrumbe.
– No les habría sido difícil hacerlo. Pero, cuando pasé por él, ese túnel ya me pareció muy inseguro. Quizá sólo fue un accidente.
Él la miró escéptico.
– ¿Desde cuándo tienes esa fe en las coincidencias?
El polvo se había posado formando una fina capa que cubría una mesa metálica próxima. Jude miró hacia la boca del túnel, ya perfectamente visible una vez la nube de polvo se convirtió en una fina niebla cuyas partículas relucían a la luz de las linternas.
Se metieron en el túnel para investigar, con buen cuidado de no tocar las paredes y avanzando de puntillas, como si estuvieran caminando sobre una frágil capa de hielo. Tizzie entró primero y Jude no hizo nada por impedírselo. Cada vez le costaba más respirar. La joven se detuvo, él se le acercó y ambos dirigieron los haces de las linternas hacia el montón de tierra y cascotes que tenían ante sí. Esperaban ver algún hueco, pero no fue así. El muro de piedras y tierra, que llegaba desde el suelo hasta el techo, parecía impenetrable. Tizzie lo rozó con la punta del pie.
– Cristo -murmuró Jude-. Ahora sí que estamos listos.
– Quizá podamos salir excavando con cuidado. Podríamos amontonar la tierra en el interior de la gruta.
Jude apuntó la linterna hacia el techo, por una de cuyas grietas seguía cayendo un fino chorro de polvo.
– A lo mejor, pero lo más probable es que sólo consigamos empeorar nuestra situación. Una vez el techo ha cedido, no hay nada que le impida que la tierra siga cayendo.
– Regresemos -propuso ella, y Jude sintió un considerable alivio al salir del túnel.
De nuevo en el interior de la caverna, procedieron a examinar todas las paredes en busca de un hueco, de un resquicio, de cualquier cosa que pudiera indicar la existencia de una salida. Lo único que encontraron fue el túnel que conducía a su escondite. Tizzie entró a investigar, pero Jude permaneció en la caverna, observando cómo el haz de la linterna de sus compañera iluminaba las paredes de piedra debilitándose cada vez más y más hasta que desapareció por completo.
Le apetecía muchísimo un cigarrillo, y se palpó el bulto de la cajetilla en el bolsillo, pero sabía que fumar sería un acto estúpido y egoísta. No podía malgastar el poco oxígeno que les quedaba. Volvió a mirar en torno tratando de calcular el tamaño de la caverna. ¿Cuánto les duraría el aire?
A falta de algo mejor que hacer, comenzó a pasear de arriba abajo considerando qué posibilidades tenían de salir con bien de aquello. Llegó a la conclusión de que éstas eran escasas, casi nulas.
Tan enfrascado en sus pensamientos estaba que no advirtió el regreso de Tizzie y, cuando ésta habló, respingó a causa del sobresalto.
– Nada -dijo la joven en tono de resignación-. No hay modo de salir de aquí.
En cuanto despertó en la habitación del motel, con las sábanas arrugadas y empapadas en sudor, Skyler comprendió que algo malo, terrible, le ocurría. Su malestar se había agravado de un modo espantoso. Otras veces se había sentido enfermo, pero jamás se había encontrado tan mal.
La cabeza le ardía y sentía un dolor terrible en el pecho. La violencia de los accesos de dolor lo asustó. Le castañeteaban los dientes y toda la cama parecía estremecerse con sus temblores. Sintió un frío febril y se envolvió en las mantas; luego sintió un calor sofocante y tuvo que quitárselas de encima. Tenía la garganta seca y estaba muerto de sed.
Cuando los escalofríos pasaron, se incorporó, desnudo. Poco a poco, se fue desplazando hacia el borde de la cama y logró poner en el suelo los pies, que le pesaban como si fueran de plomo. Apoyándose en el cabecero, se levantó y fue tambaleándose hasta el vestíbulo. Consiguió llegar al baño, encendió la luz y abrió un grifo. Retiró la cubierta de plástico de un vaso, lo llenó de agua y lo vació de un trago. Se bebió otro. De pronto se sentía exhausto. Alzó la vista hacia el espejo y le horrorizó la imagen que vio reflejaba. Sus ojos parecían carentes de vida, eran como dos globos vidriosos hundidos en el fondo de las cuencas y rodeados de oscuros círculos. La piel estaba pálida y macilenta, y parecía colgar de las mejillas hundidas. Sus labios no eran más que unas líneas rosadas y blancas, flanqueadas por escamas de piel reseca.
Una nueva oleada, no supo bien si de calor o de frío, lo envolvió de nuevo. Sus piernas cedieron y cayó de rodillas al suelo. El vaso se le escapó de la mano y se rompió contra el lavamanos. Se dejó caer del todo, se hizo un ovillo en el suelo y así permaneció hasta que el espasmo hubo pasado. Los escalofríos fueron perdiendo intensidad, y Skyler, intentando recuperar el sentido del equilibrio, fijó la mirada en el soporte para cepillos de dientes que había en la pared.
Transcurrido más de un minuto, salió a gatas del baño, se quedó un rato sentado sobre la moqueta, recuperó parte de sus fuerzas, logró llegar a la cama y se desplomó, exhausto, sobre ella. Permaneció unos momentos semiinconsciente y finalmente abrió los ojos. Las sábanas estaban llenas de manchas. Enfocó la mirada y vio que las manchas eran de color rojo oscuro. Sangre. Se miró las pantorrillas, los muslos, los brazos. Tenía sangre en el pecho. La sangre procedía de la mano. Se había cortado con un cristal.
Volvió la cabeza y se fijó en la mesilla de noche, sobre la que había una lámpara y un teléfono. Alargó la mano, levantó el receptor y se lo apretó contra la oreja. No oyó la señal de línea. Sobre la mesilla había una cartulina con instrucciones. La cogió pero fue incapaz de leer las borrosas letras. Tiró del aparato por el cordón y pulsó números al azar. En el receptor sonó un extraño sonido. Era inútil. Dejó el teléfono, giró sobre sí mismo hacia la pared, cerró el puño y comenzó a golpear en ella. Sin duda, Tizzie lo oiría y acudiría a ayudarlo. Pero no fue así. Se tumbó boca arriba y trató de pensar. Se puso un brazo sobre la frente y de pronto notó que un líquido le corría por el rostro. Se incorporó, vio que la pared que había golpeado tenía manchas de sangre, y se dio cuenta de que el tabique no comunicaba con el dormitorio de Tizzie, sino con el baño de su propia habitación. Le pareció oír que el agua seguía corriendo.
Se derrumbó sobre las sábanas y se quedó adormilado. Pero su sueño no fue tranquilo y reparador, sino agitado y angustioso. Se despertó una vez, vio que en la habitación había menos luz y volvió a perder el sentido. Tuvo una pesadilla: volvía a estar en la isla y lo perseguían los ordenanzas y los perros. Él corría desesperadamente a través de las marismas, pero el agua le obstaculizaba los movimientos y sus perseguidores estaban cada vez más y más cerca. Llegó a un claro y los perros se abalanzaron sobre él. Lo rodearon, lo hicieron recular hasta un árbol. Los animales gruñían y mostraban los dientes… estaban a punto de lanzársele a la garganta… Se incorporó en la cama jadeante y sudoroso.
Miró en torno intentando orientarse. La luz del baño estaba encendida, iluminaba la moqueta del exterior y arrojaba sombras alargadas sobre la pared. Oyó el rumor de agua corriendo. Encendió la lámpara de la mesilla y vio que las sábanas, la pared y su propio pecho estaban manchados de sangre seca. Alzó la mano y examinó la herida, sobre la que se estaba formando una gruesa costra. Debía de haber perdido mucha sangre. Quizá por eso se sentía tan débil.
Trató de incorporarse, notó de nuevo el dolor en el pecho, se recostó y volvió a intentarlo minutos más tarde. Esta vez fue capaz de ponerse en pie y permaneció casi inmóvil unos segundos, inclinándose primero hacia un lado y luego hacia el contrario. A duras penas llegó a la silla en la que había dejado los pantalones. Trabajosamente, se apoyó en la pared y, no sin esfuerzo, consiguió sentarse y ponerse los pantalones. Descansó unos momentos intentando recordar lo que deseaba hacer. Estaba totalmente desorientado.
Se levantó de nuevo, siempre tembloroso, y caminó muy despacio hasta la puerta, que tenía echada la cadena. Trató de soltarla, pero la mano le temblaba de tal modo que le resultó imposible hacerlo. Hizo girar el pomo; la puerta se abrió diez centímetros y quedó bloqueada. A través del resquicio, Skyler divisó parte del estacionamiento y notó que el aire era cálido y seco. Ya estaba anocheciendo.
Cerró la puerta y apoyó un hombro en ella. Luego, con la otra mano y concentrándose al máximo, logró descorrer la cadena. Agarró de nuevo el tirador y lo hizo girar lentamente. Al retroceder un paso estuvo a punto de perder el equilibrio. Abrió del todo la puerta. El aire, caliente y pesado, lo abofeteó. Salió a la galería, se agarró a la barandilla con ambas manos y se dobló sobre ella. Utilizándola como apoyo, echó a andar como si estuviera borracho y comenzó a descender posando cada vez los dos pies en el mismo peldaño.
Tardó largo rato en bajar la escalera. Hizo tres o cuatro paradas para descansar, siempre agarrando el pasamanos con todas sus fuerzas, consciente de que si se sentaba, si cedía al abrumador deseo de descansar, no volvería a levantarse. Cuando logró llegar al final del tramo tuvo que enfrentarse a un nuevo dilema. Estaba en terreno abierto, sin nada a lo que agarrarse. No se veía a nadie en las inmediaciones. ¿Cómo iba a cruzar el estacionamiento?
Se llenó los pulmones de aire y se lanzó hacia adelante, obligándose a adelantar los pies para evitar desplomarse. Terminó casi corriendo, echado hacia adelante como un árbol a punto de caer. De este peculiar modo, descalzo, con el pecho al aire y cubierto de sangre, logró cruzar el estacionamiento. Se abrió paso entre las ramas de un seto e irrumpió en la oficina del motel. Alzó la vista justo a tiempo para ver cómo la boca de la recepcionista formaba un óvalo perfecto. El grito no salió inmediatamente de la garganta de la mujer, pero cuando lo hizo fue ensordecedor, y rompió la calma del crepúsculo como un hachazo.