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Skyler regresó corriendo a la casa grande, le gritó a Jude que no tardaría en volver y desapareció entre los robles. Cruzó a la carrera el terreno de ejercicios, dejó atrás los barracones y la pradera y siguió corriendo por el sendero que se adentraba en el bosque, hasta que al fin tuvo que detenerse para recuperar el aliento. A partir de allí siguió caminando a paso vivo y, en cuanto llegaba a una cuesta abajo, volvía a correr.
Sabía que era una estupidez cansarse de aquel modo. Se decía a sí mismo que debía ahorrar energías, pues no tenía ni idea de qué lo aguardaba en el faro, pero no podía evitarlo. Lo impulsaba una fuerza que estaba fuera de su control.
Tras doblar un recodo se encontró ante las dunas y el camino con las rodadas y vio la familiar imagen, la vieja torre con sus franjas rojas y blancas alzándose, incongruente, por encima de las copas de los pinos y recortándose contra el pálido azul del mar. Se detuvo un momento para contemplar el faro. Exteriormente, nada había cambiado, y resultaba imposible saber qué sorpresas albergaría en su interior.
Llegó a la base del faro y abrió la puerta de un empujón, lo cual hizo que los pájaros alzaran el vuelo en un frenesí de aleteos. Mientras las plumas sueltas se posaban en el suelo, Skyler comenzó a ascender por la escalera de caracol, moviéndose con el sigilo de un cazador que no desea espantar a su presa, fuera ésta cual fuera. Llegó a la brecha en la escalera, la saltó y siguió subiendo, sin apartar la mirada del pequeño pasadizo de la parte alta. Cuando llegó a él, hizo una pausa e intentó serenarse.
Se armó de valor, encajó las mandíbulas y siguió adelante. Cruzó el umbral y entró en el cuarto acristalado. Hacía calor y los rayos del sol producían mil destellos en el interior de la lente, por lo que fue como si hubiera entrado en una galería resplandecientemente iluminada.
Miró en torno. Miró cuanto había a la vista, al principio con rapidez, barriendo la cabina con la mirada, y luego lenta y metódicamente, para que no se le escapara ni un detalle. Miró la habitación, y la pasarela metálica circular, y el pasamanos, y la gigantesca lente, y el suelo, y el techo y las paredes. Examinó hasta el último centímetro del lugar.
Después de registrar el dormitorio principal y otro menor adjunto, Jude oyó un sonido procedente de un angosto pasillo. Era una especie de chirrido, y sonaba magnificado en el silencio de la vieja mansión, de forma que resultaba casi ensordecedor.
Lo primero que pensó Jude fue que el responsable del ruido era Skyler. Estaría abriendo o cortando algo. Pero en seguida se dio cuenta de que era imposible, pues Skyler se había ido hacía rato de la casa grande.
Fue hasta el comienzo del pasillo y quedó a la escucha. El sonido se interrumpió por un momento y luego siguió sonando. Procedía de las sombras y parecía como si fuera dirigido a él. Tanteó en busca de un interruptor de la luz y no encontró ninguno. Comenzó a avanzar lentamente por el angosto pasaje, tocando las paredes de ambos lados, adelantando tentativamente un pie antes de dar el paso, como si caminara sobre hielo delgado. A mitad de camino se detuvo y aguzó el oído; el sonido era irregular y no parecía producirlo un objeto inanimado.
Alguna persona… o algún animal lo está haciendo.
Continuó avanzando por el pasillo. Ya podía ver la habitación del fondo, anegada de luz por el sol que entraba a raudales por las ventanas. El ruido seguía sonando.
De pronto se interrumpió.
Jude echó a andar decididamente y entró en una habitación. Miró en torno. Nada se movía. Las paredes estaban cubiertas de un descolorido papel azul y en un rincón se veía un pequeño piano de cola al que le faltaban varias teclas. En la habitación no había más muebles.
Parte del techo se había venido abajo a causa de un árbol caído. Sobre el suelo, directamente debajo del agujero del techo, había un montón de fragmentos de escayola. Las tablas del entarimado de la habitación de arriba asomaban por los bordes del boquete, y a través de él entraba también la luz del sol, procedente de un hueco en el muro exterior. Lo más probable era que el sonido procediese de allí. Jude aguardó un minuto en silencio y sin moverse. El sonido se produjo de nuevo; las tablas del suelo de arriba temblaron ligeramente y parecieron doblarse bajo el peso de algo.
Jude dio un salto hacia atrás. De pronto, el ruido resultaba ensordecedor.
Se dirigió a un pequeño armario empotrado, en el que encontró una escoba. Fue con ella hasta debajo del boquete y la levantó. Empujó con fuerza las tablas sueltas, saltó hacia atrás y en ese momento algo se desplomó desde el techo. Algo vivo, que se retorció en el aire. Un animal con larga cola y escamas. Cayó de costado, lanzó un gruñido, se incorporó y corrió a un rincón, desde donde miró a Jude con malévola expresión. Era un lagarto de más de medio metro.
Esa gente tenía a estos bichos como animales de compañía, pensó Jude al tiempo que daba media vuelta para salir de la habitación.
Salió de la casa grande, cerró la puerta principal a su espalda, bajó la escalinata y aguardó a Skyler bajo el roble cuyo tronco habían utilizado en tiempos Skyler y Julia para dejarse los mensajes. Al cabo de media hora, vio aparecer a Skyler a lo lejos. Según se acercaba, Jude advirtió que su expresión era extraña y su forma de caminar, mecánica.
Skyler se sentó a su lado y cogió la piedra. Explicó que, al mirar desde una de las ventanas de la casa grande, había visto que la piedra se había movido. Nadie excepto Julia conocía aquella señal. Había corrido hacia el faro y lo había registrado todo. Al final, en un rincón de la cabina había encontrado un papel escondido bajo una piedra.
Era una nota de Julia, escrita sin duda el mismo día en que murió. Un último mensaje, dejado con amor.
La joven había descubierto las contraseñas a fuerza de observar a los que manejaban el ordenador y las había anotado para él.
– Para obtener acceso a los archivos, son necesarias dos palabras -dijo Skyler, que parecía ofuscado-. Primero, «Bacon», y luego «Newton».
Recitó para Jude el dístico que ellos habían repetido tantas veces a lo largo de los años.
La Naturaleza v sus leyes yacían ocultas en la noche; Bacon dijo «¡Hágase Newton!», y todo se iluminó.
– ¿Crees que…? -empezó a preguntar Jude, quien trataba de escoger las palabras con gran cuidado-, ¿que ése fue el motivo de su muerte? ¿Que alguien la vio o que de algún modo se enteraron de lo que estaba haciendo?
– Sí -contestó Skyler.
El joven tenía la nota de Julia en la mano, pero no se la mostró a Jude. En vez de ello, la dobló cuidadosamente y se la guardó en un bolsillo.
Durante dos horas, registraron el resto de la isla. Examinaron todos los edificios: la casa de la comida, la despensa, el barracón de las mujeres, la casa de invitados, el hangar del aeródromo, e incluso la caseta de filtros de la vieja piscina. Y en todas partes vieron los grandes daños que había producido el huracán. Al caer, los árboles habían roto tejados y paredes. En el interior de los edificios vacíos sólo encontraron unas cuantas cosas olvidadas en los pasillos y las habitaciones: calcetines, camisas, cinturones, pilas eléctricas, sábanas, almohadas.
Era imposible saber a ciencia cierta qué había ocurrido. Sin duda, el lugar había sido evacuado; los miembros del Laboratorio se habían llevado sus pertenencias y sus archivos médicos. ¿Se efectuó la evacuación en momentos de pánico, quizá mientras el huracán se aproximaba? Parecía poco probable. Se habían llevado demasiadas cosas en un tiempo demasiado breve. ¿Habrían regresado después de la tormenta? Eso también parecía improbable, pues, de haber sido así, el fango estaría lleno de pisadas delatoras.
Así que lo más probable era que se tratara de una evacuación planeada y metódica que se llevó a efecto antes incluso de que se pronosticase la llegada del huracán. Pero tal posibilidad suscitaba nuevas preguntas. ¿Por qué lo habían hecho? Al cabo de dos horas de rebuscar entre los restos, Jude y Skyler no habían conseguido ni una sola pista. Ni siquiera sabían cómo lo habían hecho, qué clase de barcos se usaron ni dónde habían fondeado. Por no mencionar la más crucial de las preguntas: ¿Adonde se habían dirigido los barcos?
Un misterio más, se dijo Jude.
¿Por que será que siempre que avanzamos un paso a continuación retrocedemos dos?
En pie junto a Skyler sobre un pequeño promontorio desde el que se divisaba el campus, Jude consultó su reloj. Aún faltaban dos horas para la cita con Homer. Desde aquel punto, podía ver casi todos los edificios que habían registrado. Al menos, habían sido metódicos, ya que habían mirado en cada una de las habitaciones de cada uno de los edificios. No les quedaba nada por inspeccionar.
Y entonces Skyler se acordó de un lugar que no habían registrado.
– Deberíamos mirar en la guardería. Está en una isla adyacente, no muy lejos. Creo que, con la marea adecuada, es fácil cruzar, aunque yo nunca he ido por allí.
Jude sólo tardó un segundo en comprender a qué se refería su compañero: a la colonia de niños que formaba parte del Laboratorio. Semanas atrás, cuando oyó a Skyler hablar de ellos, pensó que eran otra generación de clones. Y, lo mismo que Skyler, se había olvidado totalmente de ellos.
Skyler ya estaba siguiendo un camino que discurría en dirección norte entre los bosques. Jude caminó tras él. El bosque era denso y, mirando el suelo del sendero por el que caminaban, Jude vio gran cantidad de huellas de cascos.
Veinte minutos más tarde llegaron a la costa septentrional. Jude, que estaba sin aliento -él mismo no se había dado cuenta de lo de prisa que habían avanzado-, se apoyó en un árbol para tomar aire. Una vez hubo recuperado el resuello, miró en torno.
Aquella parte del litoral era mucho más abrupta. Los árboles habían sido reemplazados por un mar de crecida hierba que se extendía ante ellos verde y dorado. Más allá estaba el océano, cuyas olas batían contra la rocosa orilla. A la izquierda se hallaba la isla, a no más de doscientos metros. Pero parecían doscientos metros sumamente peligrosos. Un istmo de roca casi totalmente sumergido comunicaba con la pequeña isla y, si querían llegar a ella, no tendrían más remedio que cruzar por él. Cualquier ola un poco grande podía lanzarlos al canal, donde la fuerte corriente que se formaba entre las dos masas de tierra los arrastraría.
– ¿Sabes si la marea está subiendo o bajando? -preguntó Jude por encima del ruido del oleaje.
– No lo sé a ciencia cierta, pero creo que está subiendo. Sin embargo, creo que podremos cruzar.
– Sí, pero… ¿podremos regresar?
Skyler se encogió de hombros. Tan fatalista ademán fue clara indicación de lo mucho que al joven le dolía aún recordar a Julia.
– Supongo que sí -fue cuanto dijo.
Volvió al bosque y un minuto más tarde regresó con dos grandes ramas para usarlas a modo de bastones. Luego se quitó los zapatos, ató un cordón con otro, se los puso en torno al cuello y se remangó los pantalones. Jude hizo lo mismo.
Skyler abrió la marcha avanzando de lado, sin perder de vista el oleaje, tanteando con el pie izquierdo hasta encontrar un apoyo seguro antes de mover la pierna derecha. Utilizó el bastón para apoyarse en él cuando recibía el embate de las olas. Pese a todas estas precauciones, su avance fue sorprendentemente rápido.
Jude lo observaba y, una vez Skyler se hubo alejado diez metros, lo siguió e imitó sus movimientos lo mejor que pudo. El agua estaba tibia y las rocas del fondo se hallaban cubiertas de algas resbaladizas. Mantener el equilibrio le resultaba más difícil de lo que al principio había pensado, ya que las corrientes que se arremolinaban en torno a sus piernas no dejaban de cambiar de dirección y velocidad. Por dos veces, sólo el bastón lo libró de caer al agua. En determinado momento, alzó la vista y vio un pequeño barco de pesca anclado en alta mar, a menos de un kilómetro.
No tardaron en llegar al centro del istmo, y el agua se hizo menos profunda. A partir de allí avanzaron con más rapidez y al cabo de menos de un minuto estaban ya en la otra orilla. Skyler se sentó en el suelo para ponerse los zapatos y Jude lo imitó.
– ¿Ves ese barco de ahí? -preguntó Jude.
– Sí. Está pescando. En esta zona siempre hay alguno.
– Sí, claro.
Skyler miró en torno.
– No te imaginas lo extraño que se me hace estar aquí. Cuando éramos pequeños, ni siquiera nos permitían acercarnos. Así que, como es natural, fantaseábamos sobre este lugar, nos hacíamos todo tipo de preguntas.
– ¿Acerca de qué?
– Acerca de los niños. ¿Quiénes eran? ¿A qué fines estaban destinados?
– Este lugar debía de daros mucho miedo.
– No creas que tanto. Aunque supongo que, en el fondo, todos sentíamos el temor de que los niños fueran a ocupar nuestros puestos…
– Y probablemente no andabais muy desencaminados.
– Sí, supongo que dimos en el clavo. Y, teniendo en cuenta que nosotros somos clones, lo más probable es que ellos también lo sean, sólo que más jóvenes. Pensándolo bien, resulta lógico. De ese modo, cuando nuestros órganos envejezcan, será posible usar los suyos. Otro gran avance en la búsqueda de la longevidad -dijo Skyler sin ocultar su rencor, mirando fijamente a Jude, como si de algún modo lo hiciera responsable-. De todas maneras, el caso es que no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar aquí, si es que encontramos algo.
Jude asintió con la cabeza. Él había estado pensando lo mismo. De nuevo le asombró el hecho de que su cerebro y el de Skyler parecieran funcionar en tándem. En un montón de cosas eran parecidísimos, aunque en el fondo eran totalmente distintos. Reparó en que Skyler, en terreno conocido, parecía sentirse más seguro de sí mismo. Y Jude volvió a sentirse orgulloso de su gemelo; pero también picado en su amor propio.
– ¿Sabes…? Ahora que estoy aquí y lo veo todo con mis propios ojos -dijo señalando con un amplio movimiento del brazo la isla que acababan de abandonar-, todavía me cuesta creer que esto sea cierto. O sea, es totalmente inconcebible que algo así exista frente a las costas de Georgia, el laboratorio privado de un loco que se dedica a producir seres humanos con fines experimentales.
Skyler lo miró por un largo momento sin decir nada, y luego se puso en pie.
– Continuemos adelante -fue cuanto dijo-. Sígueme.
Se hallaban totalmente rodeados por la alta hierba de las marismas. Desde el lugar en que se encontraban saltaba a la vista que aquella segunda isla era mucho menor. Medio centenar de metros más adelante había una línea de árboles. En aquel punto, la isla se ensanchaba, aunque seguía siendo lo bastante estrecha como para que se pudiera cruzar a pie en cinco o diez minutos. No se veía ningún edificio, ni otra indicación de que hubiera habitantes más que un pequeño sendero abierto entre la hierba.
Siguieron el camino hasta llegar a la altura de los árboles, donde el sendero desapareció. A partir de allí se vieron obligados a avanzar abriéndose paso entre la maleza, que era más tupida que en la primera isla. Había todo tipo de arbustos espinosos que se les enganchaban en los pantalones y les arañaban los brazos. Su avance fue lento, pero al fin consiguieron llegar a una pequeña pradera.
Fue entonces cuando lo oyeron por primera vez.
Era un extraño sonido que les llegó fantasmalmente transportado por el viento, similar a un quejido, claramente humano, pero distinto a cuanto ellos habían oído anteriormente.
Se miraron y, sin articular palabra, echaron a correr a través de la pradera. Delante había un grupo de altas palmeras y, a través de sus gruesos troncos, divisaron, a lo lejos, una edificación.
Al acercarse, distinguieron un muro de ladrillo de metro y medio de altura, coronado por alambre de espinos. Parecía sólido e inexpugnable, sin una sola abertura. El ruido sonaba ahora más alto. Siguieron el muro hasta un recodo en ángulo recto y luego hasta otro recodo igual. Allí los árboles eran más escasos y se divisaba una avenida, una pequeña caseta de ladrillo y, a lo lejos, un embarcadero. No se veía ni a una alma.
Skyler y Jude caminaron hasta la puerta de acceso al recinto, que era lo bastante ancha para permitir el paso de un vehículo y cuyas dos puertas se hallaban abiertas. Las cruzaron y se encontraron el patio principal de un viejo edificio de estilo colonial francés, provisto de galerías y porches, y con el tejado de tejas. En las paredes se veían grietas; en el suelo, tejas caídas; las ventanas estaban rotas. En el centro del patio se alzaba un gran roble, cuyas ramas colgaban tan bajo que los líquenes que pendían de ellas casi rozaban el suelo.
Comprendieron inmediatamente que allí había alguien. No por lo que vieron, sino por los sonidos -un murmullo, una tos, un gemido, unos susurros- que parecían proceder del sombrío interior del edificio.
La puerta más próxima daba a una especie de oficina que estaba vacía. Vieron un taburete junto a una repisa sobre la cual el viento movía las hojas de un libro. Junto al libro, una taza en cuyo fondo había una capa de café seco.
Contigua a la oficina encontraron una habitación grande y tenebrosa. En la puerta tuvieron que detenerse debido a la fetidez. Olía a podredumbre y a enfermedad. Entraron y, una vez sus ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra, comenzaron a distinguir formas y movimientos: había gente sobre los colchones desnudos pegados a una de las paredes. No se trataba de personas normales, sino de figuras menudas y arrugadas que se volvían lentamente hacia ellos para mirarlos.
– Dios bendito -dijo Jude-. ¿Qué es esto?
Se acercaron a un pequeña criatura desnuda que permanecía tumbada de espaldas, con la vista en el techo. Parecía un niño, pero resultaba difícil estar seguro. Era totalmente lampiño, hasta el punto de carecer incluso de cejas y pestañas. La piel de su enorme cráneo era fina, arrugada y casi transparente, y bajo ella eran visibles las pulsantes venas. No debía de medir mucho más de metro veinte, pero estaba grotescamente proporcionado: cabeza enorme, rostro pequeño, mandíbula prognática, ojos saltones y nariz grande con forma de pico. En la piel tenía infinidad de manchas amarillo parduscas. El pecho era estrecho, el abdomen prominente, las rodillas huesudas y los órganos sexuales parecían hipertróficos.
Era un ser peculiar que guardaba cierto parecido con un pájaro. Mientras lo observaban, abrió las pestañas y los miró en silencio con ojos que eran negros pozos sin fondo. Estaba más allá del alcance de Jude y Skyler, totalmente ido. Los dos hombres tuvieron la extraña sensación de estar contemplando los ojos vidriosos de un anciano en su lecho de muerte.
Al parecer, aquello era una especie de pabellón de hospital, sólo que no se veían por ningún lado ni médicos ni enfermeras. La presencia de los dos hombres no produjo ningún tipo de reacción en las criaturas. Los gemidos que los habían llevado hasta allí habían cesado, y el lugar se hallaba sumido en un extraño silencio, roto ocasionalmente por un quejido o una tos. El único movimiento era el de un ventilador de techo, que giraba lentamente, revolviendo los olores del vómito y la diarrea y repartiéndolos por todo el pabellón.
– Los dejaron abandonados -le dijo Jude a Skyler en un susurro.
Skyler, que lo miraba todo con expresión de furia, no respondió.
Había más seres sobre los mugrientos colchones. Algunos parpadeaban al aproximarse Skyler y Jude, y éste era el único indicio de que reparaban en la presencia de ambos. Otros seguían con los ojos cerrados, sin apenas respirar, exhaustos y resignados.
Algunos parecían sollozar en silencio. En el segundo pabellón volvió a sonar el gemido que habían oído cuando se hallaban al otro lado del muro. Procedía de una muchacha, y cuando trataron de ayudarla, ella quedó de nuevo en absoluto silencio, una momia de piel arrugada y ojos rodeados por oscuros círculos.
Muchos de ellos eran similares al primer muchacho que habían visto, con el mismo cuerpo pajaril. La única diferencia era que algunos tenían pelo. Un pelo finísimo y totalmente blanco.
Skyler y Jude entraron en un tercer pabellón. Allí, algunos eran capaces de caminar, pero lo hacían torpemente y con las piernas muy abiertas, como si les costase un gran esfuerzo moverse.
Skyler se aproximó a un muchacho que caminaba lentamente en círculos.
– ¿Quién eres? -le preguntó-. ¿Qué te ocurre?
El muchacho se detuvo, encogió los hombros, frunció el entrecejo y lo miró, asombrado. Luego, sin decir palabra, fue a un rincón, se sentó, se puso a chuparse el pulgar y comenzó a mover ligeramente el cuerpo hacia adelante y hacia atrás.
En el cuarto pabellón había tres cadáveres cubiertos de moscas. El olor era tan fétido que Skyler y Jude no se pudieron quedar allí más que unos segundos.
En conjunto, habría un par de decenas de aquellos pobres seres. Ninguno medía más de metro veinte, y la mayor parte no alcanzaba siquiera el metro. Parecían exosqueletos en los que la criatura interior se hubiese encogido y secado.
Jude tomó a Skyler por un brazo y lo llevó bajo el roble que crecía en el centro del patio. El hombre tenía el estómago revuelto y sentía ganas de vomitar, pero logró contenérselas.
Se quedaron allí plantados varios minutos, demasiado atónitos para hablar. Al fin Skyler se repuso de la impresión y miró a Jude a los ojos.
– Parecen niños. Tienen estatura de niños. Pero cuando los miras a los ojos y ves el sufrimiento que hay en ellos, parecen ancianos. ¿Qué es todo esto?
– No lo sé. Nunca había visto nada parecido. Es sencillamente horripilante.
– Están esperando la muerte, eso salta a la vista.
– Pero… ¿qué dolencia padecen?
– Eso sólo Dios lo sabe.
– ¿Piensas que nacieron así?
– No, no lo creo. ¿Por qué los habrán abandonado para que mueran? Alguien debía cuidar de ellos. Alguien debía alimentarlos.
Se quedaron de nuevo en silencio.
– Tenemos que hacer algo -dijo al fin Skyler.
– Sí; pero… ¿qué?
En la parte posterior del patio principal encontraron una fuente y llenaron un cubo con su agua. Luego, con unos vasos que había en una especie de despensa, recorrieron los tres pabellones yendo de colchón en colchón, ofreciendo agua a cada uno de los niños. La mayor parte no la quiso, y el agua se derramó sobre sus mejillas hundidas, pero otros la bebieron ansiosamente, a grandes tragos. Skyler, preocupado por la higiene, trataba lavar cada vaso después de cada uso, pero esto llevaba tanto tiempo que pronto dejó de hacerlo y se limitó a ir llenando y sirviendo vaso tras vaso.
En el interior de un cobertizo encontraron una pala y la utilizaron para cavar tres tumbas a la izquierda de la puerta de acceso a los terrenos. Después llegó el momento más terrible. Se taparon bocas y narices con sendos trapos y entraron en el último pabellón. El hedor era insoportable; Jude sufrió un acceso de arcadas pero no llegó a vomitar. Cubrieron uno de los cadáveres con una sábana, atrapando bajo ella a docenas de moscas y haciendo que otras muchas zumbaran furiosamente a su alrededor, y envolvieron el pequeño cuerpo con el improvisado sudario. Luego, sin aparente esfuerzo, Skyler se echó el cadáver al hombro y lo llevó hasta una de las tumbas, en cuyo fondo lo depositó cuidadosamente. A continuación procedieron a cubrir la fosa con paletadas de tierra.
Cuando se disponían a volver a por el segundo cuerpo, Skyler agarró a Jude por un brazo.
– ¡Escucha! -dijo.
Jude no oyó nada.
– Voces -explicó Skyler-. Estoy seguro de que las he oído.
El joven subió por una escalera exterior que daba al segundo piso. En éste había una pequeña torre, y Skyler encontró una escalera vertical que subía hasta ella. Desde lo alto de la torre, divisaron parte de la isla que se extendía en derredor del edificio. La exuberante vegetación concluía en un perímetro herboso tras el cual estaba ya la playa.
Al otro lado del recinto, vieron seis u ocho tumbas recién cavadas. O sea que alguien ha estado aquí, y tal vez haya huido al vernos llegar, se dijo Jude.
Al mirar en la dirección por la que habían llegado, hacia el istmo y la mayor de las dos islas, vieron lo que Skyler había oído: cuatro lanchas ancladas en aguas poco profundas y unos hombres que iban vadeando en dirección a la orilla. Parecían ir armados. Otros ya estaban en tierra y se habían desplegado estratégicamente, impidiendo el acceso a isla Cangrejo. Skyler y Jude estaban atrapados.
– ¿Quiénes son? -preguntó Skyler.
– No tengo ni la más remota idea, pero no parecen muy amistosos.
– Quizá sean del FBI.
– Puede que sí. Y puede que no.
Skyler se volvió y miró hacia el océano.
– El barco de pesca ha desaparecido. Probablemente, formaba parte de la operación.
Permanecieron allí unos segundos, temerosos al tiempo que fascinados.
– Bueno, aquí no podemos quedarnos -dijo al fin Skyler.
Señaló hacia el extremo oriental de la isla, donde la costa sobresalía y el bosque de cipreses, arces y brezos llegaba más cerca de la orilla.
– Deberíamos ir hacia allí -afirmó.
– Hacia allí esperan que vayamos.
– Porque ése es el lugar más lógico.
Jude permaneció inmóvil y Skyler, irritado, lo fulminó con la mirada.
– Si te quedas aquí, tratando de adivinar lo que piensan ellos, terminarán atrapándote. Si no vienes conmigo, me iré solo. No pienso quedarme esperando.
Skyler dio media vuelta y comenzó a bajar por la escalera vertical. En cuanto su cabeza hubo desaparecido, Jude lo siguió. Llegaron a la planta baja y cruzaron el patio sin dejar de oír los gemidos y las toses de los enfermos. Dejaron atrás la tumba y las dos fosas que aún seguían abiertas y salieron del recinto.
En cuanto llegaron al bosque los árboles y la vegetación los envolvieron y se sintieron más protegidos. Pero sabían que no podían permanecer allí escondidos. Desde lo alto de la torre se habían dado cuenta de lo pequeña que era la isla; si aquellos hombres organizaban una batida, no tardarían en dar con ellos.
Cuando apenas habían avanzado cincuenta metros por el bosque, Skyler se desvió a la izquierda. Jude fue tras él y los dos siguieron el cauce de un arroyo bastante caudaloso. El terreno no tardó en convertirse en un pantano de cuyas oscuras aguas surgían árboles y una enmarañada vegetación. Los insectos zumbaban por doquier. Skyler se metió en el agua y comenzó a vadear. Jude lo siguió, yendo con mil ojos por si había serpientes, que a él lo horrorizaban.
Resultaba difícil encontrar sitios en los que hacer pie y no despegarse de Skyler. Éste se volvía de cuado en cuando a mirarlo y le indicaba por señas que se diera prisa. Jude comenzó a mascullar maldiciones y dejó de mirar a su compañero para concentrarse en cada paso que daba. Sudaba a mares. Cada pierna le pesaba una tonelada. Se sentía agotado y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar.
Alzó la vista hacia Skyler y vio que éste había desaparecido.
Parpadeó y miró de nuevo. Frente a sí, el pantano concluía, y entre las siluetas de los árboles se veía el cielo azul perla. Habían llegado a la orilla.
Jude se disponía a salir del bosque cuando de pronto vio a Skyler corriendo hacia él.
– ¡Atrás! -gritó-. ¡El pesquero! ¡Ha vuelto!
Jude giró sobre sus talones y ambos volvieron a correr por el pantano.
– Creo que me han visto -dijo Skyler sin aliento-. Yo ni siquiera me he dando cuenta de que estaban allí hasta que casi me doy de bruces con ellos.
Continuaron a la carrera, chapoteando, sin importarles ya hacer ruido, y sólo se detuvieron al llegar a una orilla sólida. Subieron a tierra firme y permanecieron inmóviles y en silencio, con el agua chorreándoles de los pantalones. Aguzaron el oído. A lo lejos, delante, entre los árboles, se oía un murmullo de voces de timbre metálico. Alguien hablaba por una radio, probablemente por un walkie-talkie. Estaban rodeados.
– Tenemos que encontrar un escondite -dijo Skyler-. Ésa es nuestra única esperanza… y no es gran cosa.
Miraron en torno y los dos lo vieron a la vez: el gran cráter que habían dejado las raíces de un enorme árbol derribado por el huracán. El hueco estaba parcialmente cubierto de ramas y hojas y ellos echaron más. Luego saltaron al fondo, se cubrieron totalmente de vegetación muerta y quedaron a la espera. Aguardaron durante largo rato.
Al principio, sólo se oían los sonidos naturales del bosque. Después comenzaron a sonar los walkie-talkies, a través de los cuales llegaban voces y órdenes. Resultaba imposible saber a qué distancia se encontraban los que producían tales ruidos, ni de qué dirección procedían éstos. Poco a poco, los sonidos se fueron alejando hasta que al fin desaparecieron por completo. Pero entonces otro ruido tomó su lugar. El de unos pasos que se aproximaban entre la vegetación, firmes, seguros de su camino. Iban derechos hacia el escondite de Skyler y Jude. Los pasos sonaron cada vez más fuertes hasta que al fin se detuvieron junto al cráter.
Jude y Skyler contuvieron el aliento. Jude permanecía petrificado, con un enorme nudo en el estómago. Skyler trató de mirar entre las hojas. Le pareció ver las punteras de dos viejos zapatos. Percibió junto a su cabeza el murmullo de las hojas del suelo al moverse, y de pronto notó en el costado el doloroso aguijonazo de la punta de un bastón.
Cogido por sorpresa, lanzó un grito.
Se puso en pie de un salto, agarró el extremo del bastón y comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas. De pronto vio quién sostenía el otro extremo y se quedó inmóvil y boquiabierto. Jude, en el fondo del cráter, no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.
– ¡Dios mío! -exclamó el atónito Skyler-. ¿Realmente eres tú?
– ¿Y quién esperabas que fuese? -respondió una voz que a Skyler le resultó muy familiar.
Jude se puso de pie y las hojas se desprendieron de su cuerpo como si fueran escamas. Allá arriba había un viejo negro que empuñaba un largo bastón.
El negro lo miraba sorprendido.
– ¿Y tú quién eres? -preguntó.
Skyler lanzó una larga y sentida risa de alivio.
– Jude -dijo-. Te presento a Kuta. Kuta, te presento a Jude.
Jude salió del agujero, le dio la mano al viejo y quedó sorprendido por el vigor del apretón del otro. Kuta retrocedió un paso y lo miró de arriba abajo negando ligeramente con la cabeza.
– Si no lo veo, no lo creo -dijo-. Bueno, supongo que habrá que dar muchas explicaciones -añadió al tiempo que giraba sobre sus talones y echaba a andar de regreso hacia la playa-. Pero creo que será mejor dejarlas para otro momento y otro lugar. En estos instantes, lo principal es sacaros de aquí cuanto antes.
Kuta le pidió al dueño del barco, un joven gullah llamado Jonah, que se adentrara en el mar hasta perder de vista la isla, para luego navegar un trecho con rumbo sur y dirigirse por último hacia tierra. Vieron con alivio que ninguna lancha los seguía.
Al cabo de cuarenta y cinco minutos, el barco llegó a una pequeña aldea de pescadores gullah. Skyler vio con satisfacción que Kuta parecía ser una figura respetada. Ordenó a un joven que fuera a recoger el Volvo de Jude y Skyler, y el muchacho obedeció inmediatamente.
Se acomodaron en torno a una mesa situada en el centro de un terreno baldío. De una casa cercana llegaban deliciosos aromas a sopa de mariscos y pescado frito, los manjares del festín que estaban preparando para ellos. Abrieron cervezas y, mientras la noche caía y las pequeñas luces de las luciérnagas salpicaban la penumbra del anochecer, todos contaron sus historias.
Primero Skyler relató su fuga de la isla y sus aventuras en Nueva York. Después Jude contó su encuentro con Skyler y la gran impresión que le produjo encontrarse con alguien que se parecía tanto a él. Mientras hablaba, los congregados en torno a la mesa los miraban, maravillándose de la enorme similitud entre los dos.
Cuando llegaron las humeantes ollas, todos se sirvieron generosas raciones y abrieron nuevas latas de cerveza. Fue entonces cuando Kuta tomó la palabra. Contó que la noche en que Skyler abandonó la isla, él oyó cómo un grupo de mayores y ordenanzas salían de la casa grande. Antes de que llegaran a su cabaña, corrió a esconderse, después de detenerse en su casa sólo un momento para recoger su trompeta. Los mayores y los ordenanzas registraron la cabaña, y Kuta supuso que buscaban a Skyler.
Luego Skyler desapareció. Kuta se enteró de que Julia había muerto, y presenció su entierro desde lejos, observando con tristeza cómo bajaban el ataúd a la tumba.
Kuta decidió que no seguiría llevando pescado a la casa grande, por lo que dejó de estar informado de lo que allí ocurría. Sin embargo, los rumores que le transmitieron los compañeros que seguían yendo por la casa parecían indicar que en el lugar había un gran revuelo. Se lo estaban llevando todo. Durante días y días estuvieron cargando en barcos cajas y más cajas.
Las cosas alcanzaron su punto crítico con el huracán. Debido a que éste amenazaba ser el peor en muchas décadas, un barco lleno de policías llegó a la isla con órdenes de evacuarla. Por lo que a Kuta le habían contado, los mayores se negaron. Insistieron en que tenían derecho a quedarse allí y se fortificaron en el interior de la casa grande. Pero unos cuantos géminis aprovecharon la ocasión para marcharse, y la policía les dio escolta hasta el continente. Skyler supuso que aquél debió de ser el pequeño grupo de compañeros que le tomó en serio cuando él trató de advertirles de que el Laboratorio era peligroso.
– ¿Y sabes qué les ocurrió a los que se fueron? -preguntó Skyler a Kuta.
El viejo movió negativamente la cabeza. A Skyler se le ocurrió una posibilidad que le puso la carne de gallina, una idea tan estremecedora que el joven no se atrevió a expresarla en voz alta: quizá aquellos clones que, como él, decidieron marcharse al continente, eran los que habían sido asesinados por el «ladrón de visceras» del que tanto hablaban los periódicos. Esto al principio le pareció demasiado fantástico, pero cuanto más pensaba en ello, más probable le parecía. ¿Por qué, si no, se molestarían en hacer algo tan horrible como eviscerar-los? Sólo podía ser alguien que fuera igualmente capaz de abandonar a su suerte a los niños de la isla, para que murieran de hambre o de una horrible enfermedad.
Trató de no pensar en aquellas cosas.
Kuta explicó que había oído al disc-jockey poner un disco suyo, haciendo de pasada el comentario de que un viejo «amigo de la isla» había vuelto a la ciudad. Kuta supo inmediatamente a quién se refería Bozman.
Tras algunas cervezas más, Kuta los deleitó con unos cuantos solos de trompeta. Pero Jude y Skyler no estaban para fiestas. Se sentían demasiado impresionados por lo que habían visto en la isla.
Aquella noche Skyler durmió en el sótano de una casa de madera situada en las proximidades de la playa. El aire era cálido y fragante, como en los días de su juventud. Jude dormía en una cama pegada a la pared opuesta -Skyler podía oír su acompasada respiración- y Kuta se hallaba en una de las habitaciones de arriba. Por primera vez en mucho tiempo, Skyler se sentía seguro, casi a gusto.
Había algo que lo inquietaba, un comentario que Kuta había hecho poco antes de que todos se retirasen a dormir. No es que fuera gran cosa, pero se le había quedado grabado y no lograba quitárselo de la cabeza.
Una vez todos hubieron contado sus historias, Kuta miró a Skyler, después a Jude, luego otra vez a Skyler, y comentó:
– No dejáis de decir que Skyler es más joven que Jude, pero la verdad es que me parecéis idénticos. Si no me hubierais dicho lo contrario, creería que erais de la misma edad.
Y todos los demás estuvieron de acuerdo: Skyler era idéntico a Jude. ¿Qué había sucedido con la diferencia de edades? ¿Por qué nadie la advertía?