123216.fb2 Guianeya - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Guianeya - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Alguna vez tendría que hablar y este momento lo esperaban con impaciencia las personas de la Tierra.

Y ahora, la forastera misteriosa se encontraba, en un caluroso mediodía de julio, en el paso a nivel de la línea del sharex, en medio de una llanura verde, en el centro de la tierra ucraniana.

¿Qué la había traído aquí? Ni la misma Mariña lo sabía. Guianeya había manifestado este deseo, y esto era suficiente para esforzarse en cumplirlo sin discutir. Sólo se podía suponer que la traía a Poltava el futuro aterrizaje en el cohetódromo de la Sexta expedición lunar. Otra causa era difícil de pensar.

Pero había un «pero» en esta cuestión, y los científicos de la Tierra hubieran dado todo por saber si le interesaba o no la Luna a Guianeya. El aclarar esta cuestión podría verter luz sobre muchas cosas que hasta ahora eran secretas.

Provocó duda el hecho de que nadie había hablado a Guianeya del regreso de la Sexta expedición. ¿De dónde podía saberlo?

Pero sea por lo que sea, Guianeya manifestó que quería ir a Poltava, señalando esta ciudad en el mapa.

Guianeya en sus viajes por la Tierra, bastante frecuentes y duraderos, utilizaba insistentemente el transporte terrestre y marítimo, pero no quería utilizar el aéreo. Y esta vez prefirió ir en vechebús aunque sabía que este viaje era más largo y agotador.

¿Podía ser que Guianeya quisiera ver de cerca la naturaleza de la Tierra?

Quedaba poco tiempo. Para el sharex, que iba a toda velocidad, cien kilómetros eran diez minutos. El grupo de pasajeros se dirigió hacia una pequeña elevación que se encontraba a unos cuarenta metros de la pista. No era tan interesante mirar desde abajo el paso del expreso.

Guianeya fue la primera que llegó a la pequeña colina. Eran rasgos característicos de esta muchacha la movilidad, la preferencia clara a la carrera en vez de la marcha, el movimiento impetuoso. Corrió ligeramente por una pendiente bastante inclinada, salvando los últimos metros de un salto.

Se dibujaba con precisión su silueta esbelta, sus hombros perfectamente torneados y la posición altiva de su cabeza en el fondo del cielo azul. A la luz solar, que hacía desaparecer desde lejos el matiz verdoso de su cuerpo, Guianeya se asemejaba a una estatua de color de bronce con un vestido corto, cegadoramente blanco.

 — ¡Muy bella! — dijo uno de los pasajeros del vechebús.

Marina era una buena deportista, pero en la subida a la colina se quedó unos diez metros atrás de su acompañada. Al encontrarse junto a ella involuntariamente prestó atención a la respiración tranquila y rítmica de Guianeya. La subida veloz, evidentemente, ni la había cansado, ni le había alterado el ritmo de los latidos del corazón.

 — Oigo un zumbido continuo — dijo Guianeya, extendiendo el brazo hacia aquella parte de donde debía aparecer el expreso.

Estaba todavía muy lejos, más allá del horizonte. Nadie en el mundo podría captar a esta distancia el ruido característico del sharex que iba a toda marcha. Pero Marina no dudó ni un segundo de que Guianeya en realidad oía este sonido. Muy frecuentemente tuvo ocasión de convencerse de la agudeza fenomenal del oído de la huésped.

Le vino a Marina a la memoria la frase de los cuentos infantiles que dice: «Oye cómo crece la hierba».

«Guianeya y nadie más que ella — pensó Marina — tiene esta capacidad. Sería curioso saber cuántos sonidos puede oír cuando nos parece que alrededor nuestro hay un silencio completo».

Del vechebús salió una voz metálica que advirtió:

 — ¡Se acerca el expreso!

También el conductor automático de la máquina oía el ruido del tren. El aparato cibernético poseía un sentido tan agudo como Guianeya.

Los pasajeros se apresuraron.

 — ¿Qué ha dicho? — preguntó Guianeya. Marina se lo tradujo.

 — Sí, cada vez está más cerca — confirmó la muchacha.

Los seis-siete metros de subida no fueron salvados por todos debido a su inclinación.

Un pequeño grupo de pasajeros ancianos se quedó a la mitad de la pendiente. Unas veinte personas se unieron a las dos muchachas.

La línea del sharex se destacaba aquí claramente. Como una superficie húmeda (estaban tan pulidos), brillaban los «rieles» semicirculares. La exactitud geométrica de éstos producía la ilusión visual de que abajo, en vacío, continuaban cerrando la superficie y formando un sólido apoyo tubular cortado a lo largo. Por esto se llamaba «ferrocarril de garganta».

Pero el nombre tenía también un motivo histórico. La primera línea del sharex fue construida en forma de un semitubo. Sólo pasado algún tiempo se llegó a la conclusión de que la parte inferior no era necesaria, de que incluso disminuía la velocidad, creando un rozamiento excesivo. La reducción de la superficie de los «rieles» podía compensarla completamente el aumento de la cantidad de bolas en la superficie de apoyo del mismo sharex. Esta racionalización, propuesta y calculada por el entonces joven ingeniero Víktor Murátov, hermano carnal de la acompañante de Guianeya, dio resultados brillantes: la velocidad del expreso aumentó instantáneamente en un veinte por ciento.

La forma de la vía se cambió, pero se conservó el nombre primitivo.

El sharex se acercaba. Ahora lo oía no sólo Guianeya. Parecía como si zumbara una gruesa cuerda muy tensa, en un lugar, todavía tras el horizonte, pero ya cerca.

 — ¿No nos lanzará de aquí? — preguntó con temor uno que estaba junto a Marina.

 — ¡Qué dice usted! — respondió otro —. Estamos a treinta metros de la vía.

El conductor automático del vechebús se hizo de nuevo oir como si hubiera escuchado esta conversación.

 — Se recomienda no estar de pie sino sentados en la tierra — dijo clara y pausadamente.

Todos se apresuraron a cumplir este consejo. Pero después de haber escuchado la traducción Guianeya permaneció de pie. Marina que estaba sentada se levantó apresuradamente. No podía permitir que la huésped confiada a su tutela pudiera caer debido a su falta de preocupación y, a lo mejor, recibiera una pequeña lesión. Poniéndose al lado de Guianeya sujetó a la muchacha fuertemente por los hombros.

Guianeya se sonrió y a su vez abrazó el talle de Marina.

«Ahora no caeremos», pensó Marina, sintiendo en todo el cuerpo el seguro apoyo de esta mano fina, delicada en apariencia, pero tan fuerte.

Quería sostener a Guianeya, pero resultó que ésta la sostenía a ella.

«Suceda lo que suceda ahora no caeremos aunque pasen velozmente dos sharex», dijo una vez más para sí.

 — ¿Esta vía la ha construido su hermano? — preguntó inesperadamente Guianeya.

Marina se estremeció. ¡Esto ya es demasiado! Nunca había mencionado a su hermano en las conversaciones, cumpliendo el ruego de Víktor. No quería que la huésped supiera su parentesco. Guianeya conocía muy bien a Víktor sin sospechar que éste es hermano de Marina. ¿Quién se lo podía haber dicho? ¿De dónde sabía que precisamente Víktor había propuesto la idea de la construcción de esta vía?

Unos ojos grandes, tan poco corrientes, miraban atentamente a Marina esperando la respuesta..Una sonrisa apenas perceptible se marcaba en los labios verdosos de una bella boca curvada. Y no por primera vez acudió a la mente de Marina la idea de que Guianeya fingía, de que ella sabía el idioma de la Tierra y secretamente leía los diarios y las revistas.

 — No — contestó maquinalmente Marina en su lengua natal —. No la construyó, sino que propuso la idea.

 — ¿Qué ha dicho usted? — preguntó Guianeya.

«¡Si finge, es con mucho arte! Pero ¿puede ser que no sepa el ruso, sino otro idioma cualquiera?”

Marina tradujo al idioma de la huésped lo que había dicho.

 — ¡Allá viene! — dijo uno refiriéndose al sharex.

En la lejanía, allí donde los «rieles» de la vía parecían fundirse en una línea recta fina, apareció un refulgente punto. Se acercaba vertiginosamente. El zumbido bajo, alargado, se intensificaba cada segundo.

El «chófer» del vechebús amablemente informaba:

 — El sharex marcha a una velocidad de seiscientos y diez kilómetros por hora, o sea, de ciento sesenta y nueve y diecisiete centésimas de metro por segundo.

Mientras resonaba esta frase, el expreso había recorrido cerca de dos kilómetros y se encontraba ya muy cerca. Se podía ver la forma alargada, idealmente aerodinámica del cuerpo del vagón de cabeza, construido de metal plateado. Detrás del expreso se extendía la cola del torbellino de aire que podía verse claramente a los rayos solares.