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 — Ella puede equivocarse — dijo Stone con su habitual tesonería.

Pero según se aclaró muy pronto, Guianeya no se había equivocado.

El comunicado de la Séptima expedición lunar fue acogido en la Tierra con atención, pero sin una alarma particular. Los que la recibieron, discutieron la noticia y llegaron a la deducción, de que a la Tierra, es decir, a todo lo que fue construido en ella por las personas, no le podía amenazar ningún peligro. ¡Qué podían hacer al enorme planeta dos pequeños «huevos» de cuarenta metros de longitud cada uno, tuvieran lo que tuvieran dentro! Incluso la explosión de los dos satélites, cuya fuerza superase en cien veces la potencia de su completa aniquilación, no causaría ni la más pequeña destrucción, encontrándose a tal distancia de la superficie de la Tierra. Sólo se podía pensar de que en los satélites se hubiera puesto algo nocivo para la población de la Tierra, lo más probable, la fuente de una potente radiación que actuara sobre los organismos vivos. Y esto podía ocurrir sólo en el caso de que en realidad se hubiera pensado causar daño a las personas sobre lo cual muchos dudaban grandemente.

Pero no había ningún fundamento para no creer en las palabras de Guianeya. Se había recibido una señal de alarma y era necesario tomar las medidas de defensa, que fueron adoptadas rápida y organizadamente.

El Servicio cósmico recibió la orden de que saliera inmediatamente la astronave «Guerman Titov» en persecución de los satélites y que los destruyera. Sólo en esta nave había sido instalada, ya hace tiempo, la catapulta con antigás. No había tiempo para armar otra nave más en ayuda de la «Titov»

Los radioobservatorios y las estaciones de rayos cósmicos reforzaron las observaciones de todas las radiaciones que se dirigían a la Tierra procedentes del cosmos.

Y virtualmente pasados sólo contados minutos después de haber sido recibido el telegrama sobre la salida de la Luna de los dos satélites-exploradores (por antigua costumbre se les continuaba llamando así), ésitos fueron captados por los vigilantes rayos de los radares, por los objetivos de los telescopios visuales, por los potentes tentáculos de los gravímetros, instalados en numerosos satélites artificiales de la Tierra.

Los dos «huevos», coloridos por una parte y, por la otra, como antes, invisibles, después de haber salido de su base lunar sólo habían podido volar unas cuantas horas.

Fue muy útil lo que hizo la Séptima expedíción al «ahuyentar» a los satélites. Los «huevos» no habían podido todavía alejarse en d espacio cuando fueron alcanzados por la «Titov» casi en el mismo lugar: sobre el meridiano de las islas Hawai.

En este momento reinaba sobre el Océano Pacífico una noche profunda. No fue mucha la gente que pudo ver el brillo resplandeciente de los relámpagos de la aniquilación, proclamando que habían dejado de existir los dos satélites de un mundo extraño.

¿Habían podido cumplir en algún grado aquello para lo que estaban destinados? ¿O dejaron de existir sin ninguna utilidad para sus amos?

La respuesta a estas preguntas fue recibida pasadas dos horas de su destrucción.

Y las dos preguntas obtuvieron una respuesta positiva.

Los satélites tuvieron tiempo de causar daño, aunque no grande. Hubo que tomar medidas para purificar la atmósfera y recurrir a intervenciones médicas en relación con los que fueron afectados por las radiaciones de los satélites. Las instalaciones montadas en ellos, por lo visto, comenzaron a actuar inmediatamente después de su salida de la Luna.

Pero los satélites no pudieron cumplir por completo su fin. En este sentido su pérdida había sido inútil.

Las personas supieron antes de lo esperado lo que les amenazaba, con qué querían sorprender a los habitantes de la Tierra los compatriotas de Guianeya.

Su objetivo quedó claro.

Involuntariamente se sonrieron al saberlo los que estaban al corriente de los acontecimientos, que hasta ahora eran pocos: destacados científicos, funcionarios del servicio cósmico, personal de los observatorios.

Fue demasiado burdo el cálculo, demasiado bajo habían calificado la ciencia y la técnica de la Tierra los compatriotas de Guianeya. Si incluso ellos estuvieron por primera vez en la Tierra durante la Edad Media, debían haber tenido en cuenta las leyes del desarrollo de la sociedad, que no podían ser desconocidas para ellos.

Pero nada previeron y por esto se equivocaron.

 — No sería cosa de risa — dijo una de los más destacados físicos de la Tierra, la profesora Marlen Frezer — si ellos hubieran realizado su idea hace unos siglos. E incluso en los últimos siglos, las personas estaban divididas por el régimen de explotación, sus acciones hubieran causado la muerte de numerosos pueblos subdesarrollados que entonces existían. Pero ahora, entre nosotros... ¿Quién puede causar daño a la humanidad unida?

 — Tenemos que reconocer — completó sus palabras otro científico — que nos equivocamos en lo que se refiere a los plazos de los lanzamientos de los satélitesexploradores.

Por lo visto aparecieron cerca de la Tierra no hace mucho tiempo. De aquí resulta que sus «amos» también visitaron la Tierra hace poco y por eso todavía son menos comprensibles sus errores en el cálculo. Para equivocarse de esta forma es necesario poseer un concepto extraordinariamente alto de sí mismo, una soberbia inaudita en el trato con otros y un profundo desprecio hacia todos los que consideran inferiores a ellos.

Nadie en la Tierra tenía la menor sospecha de cuan cerca de la verdad estaba este científico.

Todo peligro había desaparecido.

¡Ahora! ¿Pero en el futuro?

¿Se podía esperar un nuevo ataque?

Podría tener lugar, pero no habría que temerlo viendo entre el pueblo de Guianeya habían aparecido personas como Riyagueya. Era evidente que la humanidad desconocida había alcanzado un nivel de desarrollo tal que son imposibles actos de hostilidad contra otra humanidad.

Era un enigma como seres con una ciencia y técnica tan potentes, pudieron pensar e intentar llevar a cabo el inhumano plan de obligar a la población del globo terráqueo a desaparecer de la faz del planeta, a desaparecer de forma «natural», haciendo cesar la natalidad, y ellos mismos ocupar los lugares que quedaban vacíos.

Esto testimoniaba, primero, la superpoblación de su propio planeta, y segundo, el bajo nivel moral.

Pero era incompatible, desde el punto de vista terrestre, el bajo nivel moral con el altísimo desarrollo de la técnica.

El conocido historiador y filósofo Andréi Pérventsev publicó un artículo, al poco tiempo de estos acontecimientos, en el que exponía sus puntos de vista sobre todos los aspectos de estos enigmas.

Según su criterio era necesario buscar la única explicación en casos análogos existentes en la historia terrestre.

Las leyes del desarrollo de la sociedad de los seres racionales son en todas partes aproximadamente iguales. Pero la diversidad de la naturaleza es infinita, e infinitos los caminos de desarrollo de los seres racionales. Tanto más cuando se trata del Universo.

Hace más o menos cien años, Alemania, uno de los países más desarrollados de la Tierra, sumió al mundo en una guerra devastadora, llevando a la realidad la doctrina de la destrucción de otros pueblos... ¿Acaso la posesión de las fuerzas termonucleares no demuestra la existencia de una alta técnica? Sin embargo, hubo un tiempo en que las personas que estaban en posesión de esta técnica, prepararon una catástrofe nuclear, que amenazó a la humanidad con la misma suerte que le preparaban los compatriotas de Guianeya.

«La naturaleza de los explotadores — deducía como conclusión Pérventsev — es siempre y en todas partes igual. Para mí no hay ninguna duda de que en el planeta de Guianeya existía, en el tiempo cuando fue pensado el plan, un régimen de explotación altamente desarrollado. Ahora, con toda probabilidad, este régimen ha dejado de existir o vive los últimos días. Lo que hizo Riyagueya nos convence de esto».

Pérventsev era el que estaba más próximo a la verdad, pero, por ahora, no lo sabían.

Una cosa estaba clara: Un acto tan hostil, como el que conocieron las personas de la Tierra, era una rarísima excepción. Y no había ningún fundamento para pensar que esta excepción pudiera repetirse.

La intervención cósmica, según había dicho justamente Frezer, podría haber tenido éxito en los tiempos de la juventud de la sociedad humana. Pero nunca cuando las personas se han unido y juntas pueden defenderse de cualquier peligro.

Es invencible la sociedad que vive formando una familia amiga y cohesionada, que ha alcanzado las altas cumbres de la ciencia y técnica.

7

 — Esto comienza a intranquilizarme — dijo Marina.

Se levantó y defendiéndose los ojos con la palma de la mano miró hacia la lejanía del mar, refulgente por miríadas de lucecillas.

Las olas azul esmeralda del Mar Negro llegaban perezosamente a la orilla. Una neblina nacarada ocultaba la línea del horizonte. Y allá, en la lejanía se divisaba como colgado en el aire, un barco blanco. Estaba tan lejos que parecía inmóvil. Era un día casi sin viento, de vez en cuando se sentía un ligero soplo que no traía frescor, sino bochorno.

La negra cabeza de Guianeya no se veía por ninguna parte.

 — Nada admirablemente — dijo indolente Víktor Murátov.

 — Ha pasado más de una hora.

 — ¿Qué quieres decir con esto?

 — Que me intranquiliza.

Raúl García se irguió apoyándose en los codos.

 — Vamos a buscarla — propuso.