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—Deja salir al microcéfalo —dije.
Abrió la compuerta. El alienígena estaba sentado serenamente ante la consola de los controles. No habló. Miranda le ayudó a salir de la cápsula. Los ojos del microcéfalo carecían de expresión. En realidad, nunca habían demostrado nada…
Vamos camino de regreso a los mundos de nuestra galaxia. La misión ha sido cumplida. Hemos recogido datos únicos e inapreciables. El microcéfalo no ha pronunciado una palabra desde que le sacamos de la cápsula. No creo que vuelva a hablar en su vida.
Miranda y yo realizamos nuestras tareas en total armonía. La hostilidad entre los dos ha desaparecido. Somos cómplices de un crimen y nos abruma la culpabilidad, aunque ninguno de los dos la admita ante el otro. Cuidamos a nuestro compañero de vuelo con todo cariño.
Alguien tenía que hacer las observaciones, después de todo. No había voluntarios. La situación exigía una solución por la fuerza o habríamos seguido en punto muerto.
Pero Miranda y yo nos odiábamos, dirán ustedes. En ese caso, ¿por qué habíamos de cooperar?
Al fin y al cabo, ambos somos humanos, Miranda y yo. El microcéfalo no. Ahí radica la diferencia. En último análisis, Miranda y yo decidimos que nosotros, los humanos, debíamos permanecer unidos. Hay lazos muy poderosos.
Corremos de regreso a la civilización.
Ella me sonríe. Ya no la encuentro odiosa. El microcéfalo continúa callado.