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Las puertas del ascensor se abrieron; la vieja bruja del pelo de hormiguero salió, y Ron la siguió hasta perderse de vista. Harry hizo un movimiento para seguirlo, pero encontró su camino bloqueado cuando Percy Weasley entró en el ascensor, con la nariz enterrada en unos papeles que estaba leyendo.
Hasta que las puertas se cerraron de nuevo con un ruido metálico, Percy no se dio cuenta de que estaba en un ascensor con su padre. Levantó la vista, vio a Arthur, se puso rojo como un rábano y salió del ascensor en cuanto las puertas se abrieron otra vez. Por segunda vez Harry intentó salir, pero esta vez vio su camino bloqueado por el brazo de Arthur.
“Un momento, Runcorn.”
Las puertas del ascensor se cerraron y mientras bajaban otro piso, el se˜nor Weasley dijo:
“O´ı que pasaste información sobre Dirk Cresswell.”
Harry tuvo la impresión de que la ira del se˜nor Weasley no sólo era por haberse cruzado con Percy. Decidió que su mejor opción era hacerse el tonto.
“¿Perdón?” dijo.
“No finjas, Runcorn” dijo el se˜nor Weasley con fiereza. “Localizaste al mago que falsificó su árbol genealógico, ¿verdad?”
“Yo... ¿y qué si lo hice?” dijo Harry.
“Que Dirk Cresswell es diez veces mejor mago que tú” dijo el se˜nor Weasley con calma, mientras el ascensor bajaba todav´ıa más. “Y si sobrevive a Azkaban, tendrás que responder ante él, por no decir ante su mujer, sus hijos y sus amigos...”
“Arthur” le interrumpió Harry, “¿sabes que te están investigando, verdad?”
“¿Eso es una amenaza, Runcorn?” dijo el se˜nor Weasley elevando la voz.
“No” dijo Harry “¡Es un hecho! Están vigilando cada movimiento que haces...”
Las puertas del ascensor se abrieron. Hab´ıan alcanzado el Atrio. El se˜nor Weasley lanzó a Harry una mirada cáustica y salió del ascensor. Harry se quedó de pie, sacudido, deseando estar haciéndose pasar por cualquier otro excepto Runcorn... las puertas del ascensor se volvieron a cerrar.
Harry sacó la Capa de Invisibilidad y se la volvió a poner. Intentar´ıa sacar a Hermione por su cuenta mientras Ron se ocupaba de la oficina en la que llov´ıa. Cuando las puertas se abrieron, salió a un pasillo de piedra iluminado con antorchas bastante diferente a los pasillos con paneles de madera de los pisos superiores. Cuando el ascensor traqueteó de nuevo, Harry tembló ligeramente, mirando hacia la lejana puerta negra que marcaba la entrada al Departamento de Misterios.
Salió del ascensor, su destino no era la puerta negra, sino el vano de la puerta que recordaba situado al lado izquierdo, que daba a un tramo de escaleras que bajaba hasta CAPÍTULO 13. LA COMISI ÓN DE LOS NACIDOS DE MUGGLES
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las salas del tribunal. Su mente se llenó de posibilidades mientras las bajaba: todav´ıa ten´ıa un par de Detonador Trampa, ¿pero tal vez ser´ıa mejor simplemente llamar a la puerta de la sala, entrar como Runcorn y pedir hablar un momento con Mafalda? Por supuesto, no sab´ıa si Runcorn era lo suficientemente importante como para salir bien parado de esto, e incluso si lo consegu´ıa, la no reaparición de Hermione podr´ıa provocar una búsqueda antes de que saliesen del Ministerio...
Sumido en sus pensamientos, no registró de inmediato el extra˜no fr´ıo que lo estaba invadiendo, como si estuviese sumiéndose en la niebla. Con cada paso que daba hab´ıa más y más fr´ıo: un fr´ıo que le llegaba al fondo de la garganta y le desgarraba los pulmones. Y
entonces sintió ese sentimiento arrebatador de desesperación, de desesperanza, llenándolo, expandiéndose en su interior...
Dementores, pensó.
Y cuando alcanzó la base de las escaleras y se giró a la derecha vio una escena espantosa. El largo pasillo fuera de las salas estaba lleno de figuras altas y con capas negras, con las caras completamente ocultas, su aliento entrecortado era el único sonido en el lugar.
Los petrificados nacidos muggles tra´ıdos para ser interrogados se sentaban amontonados y temblando en bancos duros de madera. La mayor´ıa ocultaban los rostros entre las manos, quizás en un intento instintivo de escudarse de las codiciosas bocas de los dementores.
Algunos estaban acompa˜nados por sus familias, otros se sentaban solos. Los dementores se deslizaban de un lado a otro delante de ellos, y el fr´ıo y la desesperanza, y la desesperación del lugar se cernieron sobre Harry como una maldición...
Lucha contra esto, se dijo, pero sab´ıa que no pod´ıa conjurar aqu´ı un patronus sin descubrirse al instante. As´ı que se movió hacia delante tan silencioso como pudo, y con cada paso que daba el entumecimiento pareció invadir su cerebro, pero se forzó a pensar en Hermione y Ron, que le necesitaban.
Moverse entre las altas figuras negras fue terror´ıfico: los rostros sin ojos ocultos bajo las capuchas se giraron cuando pasó, y estaba seguro que le hab´ıan sentido, sentido, tal vez, una presencia humana que todav´ıa ten´ıa alguna esperanza, alguna capacidad de recuperación...
Y entonces, abrupta y asombrosamente entre el silencio congelado, una de las puertas de las mazmorras de la izquierda se abrió de golpe, y resonaron gritos en su interior.
“No, no, tengo sangre mezclada. ¡Os digo que tengo sangre mezclada! Mi padre era un mago, lo era, comprobadlo, Arkie Alderton, es un conocido dise˜nador de escobas voladoras, comprobadlo, os digo... quitadme las manos de encima, quitadme las manos...”
“Esta es tu última advertencia” dijo la voz suave de Umbridge, mágicamente amplifi-cada de modo que sonaba claramente por encima de los desesperados gritos del hombre.
“Si te resistes, serás sometido al beso del dementor.”
Los gritos del hombre se apagaron, pero resonaron sollozos secos por el pasillo.
“Sacadlo de aqu´ı” dijo Umbridge.
Dos dementores aparecieron en el umbral de la sala del tribunal, agarrando con sus manos podridas y con costras los antebrazos de un mago que parec´ıa estar desmayándose.
Se deslizaron por el pasillo con él, y la oscuridad que los segu´ıa se tragó al hombre de vista.
“Siguiente... Mary Cattermole” llamó Umbridge.
Una mujer peque˜na se levantó; estaba temblando de la cabeza a los pies. Su cabello CAPÍTULO 13. LA COMISI ÓN DE LOS NACIDOS DE MUGGLES
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oscuro estaba recogido en un mo˜no y llevaba una túnica larga y simple. Su cara estaba completamente pálida. Cuando pasó entre los dementores, Harry la vio estremecerse.
Lo hizo instintivamente, sin ningún tipo de plan, porque odiaba verla entrar sola a la mazmorra: cuando la puerta empezó a cerrarse, se deslizó en la sala del tribunal detrás de ella.
No era la misma sala en la que una vez hab´ıa sido interrogado por uso incorrecto de la magia. Esta era mucho más peque˜na, aunque el techo estaba igualmente elevado; provocaba el sentimiento claustrofóbico de estar atrapado en el fondo de un profundo pozo.
En ella hab´ıa muchos más dementores, propagando su aura helada por todo el lugar; estaban de pie como centinelas sin rostro en las esquinas más alejadas de la alta y elevada plataforma. All´ı, detrás de una balaustrada, se sentaba Umbridge, con Yaxley a un lado, y Hermione, con la cara tan pálida como la de la se˜nora Cattermole, al otro. A los pies de la plataforma, un gato de pelo largo y brillante color plateado merodeaba de arriba abajo, de arriba abajo, y Harry se dio cuenta de que estaba all´ı para proteger a los acusadores de la desesperación que emanaba de los dementores: esto era para que lo sufriera el acusado, no los acusadores.
“Siéntese” dijo Umbridge, con su voz suave y sedosa.
La se˜nora Cattermole fue tropezando hasta una silla solitaria en el medio del suelo delante de la plataforma. En el momento en que se sentó, unas cadenas se cerraron en los apoyabrazos de la silla y la inmovilizaron a ella.
“¿Es usted Mary Elizabeth Cattermole?” preguntó Umbridge.
La se˜nora Cattermole dio un simple y tembloroso asentimiento con la cabeza.
“¿Casada con Reginald Cattermole del Departamento de Mantenimiento Mágico?”
La se˜nora Cattermole se echó a llorar.
“No sé donde está, ¡se supon´ıa que se iba a encontrar conmigo aqu´ı!”
Umbridge la ignoró.