123306.fb2
Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
—Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz.
Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre. —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?
Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
—Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes 16 de octubre.
—Lavender tembló—. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido... —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.
Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor; y le dijo:
—Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.
Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron.
—Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía?
—Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba.
—¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal!
—exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
—Bueno, hay una especie de cruz torcida... —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos... Lo siento...
Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad... Así que vas a sufrir; pero vas a ser muy feliz...
—Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.
—Ahora me toca a mí... —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—.
A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia... —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota... ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar. Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza... parece un hipo..., no, una oveja...
La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry.
—Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry Todos se quedaron en silencio, expectantes.
La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
—El halcón... querido, tienes un enemigo mortal.
—Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe.
Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración. Nunca la habían visto hablar así a un profesor. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.
—La porra... un ataque. Vaya, vaya... no es una taza muy alegre...
—Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.
—La calavera... peligro en tu camino...
Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó.
Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.
—Mi querido chico... mi pobre niño... no... es mejor no decir... no... no me preguntes...
—¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la taza de Harry.
—Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.
—¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.
—¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.
El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia... Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.
—No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.
La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.
—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.
—Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.
—¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo.
—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor; recoged vuestras cosas...
Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.
Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto. Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.