123306.fb2
—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.
—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!
Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.
—Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.
—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.
Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.
Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.
Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa.
Ron pegó la oreja a la puerta.
—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?
Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.
—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.
—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?
Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.
—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.
—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.
Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.
—¿Qué es, Hagrid?
Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta: Estimado Señor Hagrid:
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a unalumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía delprofesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentableincidente.
—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.
Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.
Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo queconcierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar curso a la quejaoficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto será, por lo tanto,llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugarel día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinaslondinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifodeberá permanecer atado y aislado.
Atentamente...
Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.
—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo.
Seguro que lo consideran inocente.
—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.
Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo.
—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!
Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos».
Pero Buckbeak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.
—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.
—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak...
Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.
—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.
Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.
—Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa. Nos puedes llamar como testigos...
—Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.
Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ron implorándole ayuda.
—Eh... ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.
Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:
—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme...
Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.
—Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.
—De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione.
—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?