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¡Salió en el telediario de los muggles!
Stan volvió a la primera página y rió entre dientes.
—Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario muggle, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo?
Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry.
—Deberías leer más el periódico, Neville.
Harry acercó la página a la vela y leyó:
BLACK SIGUE SUELTO
El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el másmalvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sidocapturado.
«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver aapresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», hadeclarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudgeha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos porhaber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido másremedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black estáloco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya seamago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que norevelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quiénlo creería si lo hiciera?»
Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con unrevólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan paramatarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita lamatanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personascon un solo hechizo.
Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno.
—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry.
—¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo?
—Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie?
—Sí —confirmó Ernie sombríamente.
Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo.
—Black era un gran partidario de Quien Tú Sabes —dijo.
—¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar.
Stan palideció hasta los granos. Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús.
—¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre?
—Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se... se me olvidó.
—¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora!
—Entonces... entonces, ¿Black era seguidor de Quien Tú Sabes? —soltó Harry como disculpa.
—Sí —confirmó Stan, frotándose todavía el pecho—. Sí, exactamente. Muy próximo a Quien Tú Sabes, según dicen... De cualquier manera, cuando el pequeño Harry Potter acabó con Quien Tú Sabes (Harry volvió a aplastarse el pelo contra la cicatriz), todos los seguidores de Quien Tú Sabes fueron descubiertos, ¿verdad, Ernie?
Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido Quien Tú Sabes, y se volvieron muy prudentes. Pero no Sirius Black. Según he oído, pensaba ser el lugarteniente de Quien Tú Sabes cuando llegara al poder. El caso es que arrinconaron a Black en una calle llena de muggles, Black sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce muggles que pasaban por allí.
Horrible, ¿no? ¿Y sabes lo que hizo Black entonces? —prosiguió Stan con un susurro teatral.
—¿Qué? —preguntó Harry
—Reírse —explicó Stan—. Se quedó allí riéndose. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco, ¿verdad, Ernie? ¿Verdad que está loco?
—Si no lo estaba cuando lo llevaron a Azkaban, lo estará ahora —dijo Ernie con voz pausada—. Yo me maldeciría a mí mismo si tuviera que pisar ese lugar, pero después de lo que hizo le estuvo bien empleado.
—Les dio mucho trabajo encubrirlo todo, ¿verdad, Ernie? —dijo Stan—. Toda la calle destruida y todos aquellos muggles muertos. ¿Cuál fue la versión oficial, Ernie?
—Una explosión de gas —gruñó Ernie.
—Y ahora está libre —dijo Stan volviendo a examinar la cara demacrada de Black, en la fotografía del periódico—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban,
¿verdad, Ernie? No entiendo cómo lo ha hecho. Da miedo, ¿no? No creo que los guardias de Azkaban se lo pusieran fácil, ¿verdad, Ernie?
Ernie se estremeció de repente.
—Sé buen chico y cambia de conversación. Los guardias de Azkaban me ponen los pelos de punta.
Stan retiró el periódico a regañadientes, y Harry se reclinó contra la ventana del autobús noctámbulo, sintiéndose peor que nunca. No podía dejar de imaginarse lo que Stan contaría a los pasajeros noches más tarde: «¿Has oído lo de ese Harry Potter?
Hinchó a su tía como si fuera un globo. Lo tuvimos aquí, en el autobús noctámbulo,
¿verdad, Ernie? Trataba de huir...»
Harry había infringido las leyes mágicas, exactamente igual que Sirius Black.
¿Inflar a tía Marge sería considerado lo bastante grave para ir a Azkaban? Harry no sabía nada acerca de la prisión de los magos, aunque todos a cuantos había oído hablar sobre ella empleaban el mismo tono aterrador. Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, había pasado allí dos meses el curso anterior. Tardaría en olvidar la expresión de terror que puso cuando le dijeron adónde lo llevaban, y Hagrid era una de las personas más valientes que conocía.
El autobús noctámbulo circulaba en la oscuridad echando a un lado los arbustos, las balizas, las cabinas de teléfono, los árboles, mientras Harry permanecía acostado en el colchón de plumas, deprimido. Después de un rato, Stan recordó que Harry había pagado una taza de chocolate caliente, pero lo derramó todo sobre la almohada de Harry con el brusco movimiento del autobús entre Anglesea y Aberdeen. Brujos y brujas en camisón y zapatillas descendieron uno por uno del piso superior; para abandonar el autobús. Todos parecían encantados de bajarse.
Al final sólo quedó Harry.
—Bien, Neville —dijo Stan, dando palmadas—, ¿a que parte de Londres?
—Al callejón Diagon —respondió Harry.
—De acuerdo —dijo Stan—, agárrate fuerte...
PRUMMMMBBB.
Circularon por Charing Cross como un rayo. Harry se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba. Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y se iría, no sabía dónde.
Ernie pisó el freno, y el autobús noctámbulo derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon.
—Gracias —le dijo a Ernie. Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de Hedwig—. Bueno —dijo Harry—, entonces, ¡adiós!