123306.fb2 Harry Potter y el prisionero de Azkaban - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante.

—Conque estás aquí, Harry —dijo una voz.

Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó:

—¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí!

Harry miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago. Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia.

Stan saltó a la acera, tras ellos.

—¿Cómo ha llamado a Neville, señor ministro? —dijo nervioso.

Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado.

—¿Neville? —repitió frunciendo el entrecejo—. Es Harry Potter.

—¡Lo sabía! —gritó Stan con alegría—. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville!

¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz!

—Sí —dijo Fudge irritado—. Bien, estoy muy orgulloso de que el autobús noctámbulo haya transportado a Harry Potter; pero ahora él y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante...

Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry, y Harry se vio conducido al interior de la taberna. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.

—¡Lo ha atrapado, señor ministro! —dijo Tom—. ¿Querrá tomar algo? ¿Cerveza?

¿Brandy?

—Tal vez un té —contestó Fudge, que aún no había soltado a Harry.

Detrás de ellos se oyó un ruido de arrastre y un jadeo, y aparecieron Stan y Ernie acarreando el baúl de Harry y la jaula de Hedwig, y mirando emocionados a su alrededor.

—¿Por qué no nos has dicho quién eras, Neville? —le preguntó Stan sonriendo, mientras Ernie, con su cara de búho, miraba por encima del hombro de Stan con mucho interés.

—Y un salón privado, Tom, por favor —pidió Fudge lanzándoles una clara indirecta.

—Adiós —dijo Harry con tristeza a Stan y Ernie, mientras Tom indicaba a Fudge un pasadizo que salía del bar.

—¡Adiós, Neville! —dijo Stan.

Fudge llevó a Harry por el estrecho pasadizo, tras el farol de Tom, hasta que llegaron a una pequeña estancia. Tom chascó los dedos, y se encendió un fuego en la chimenea. Tras hacer una reverencia, se fue.

—Siéntate, Harry —dijo Fudge, señalando una silla que había al lado del fuego.

Harry se sentó. Se le había puesto carne de gallina en los brazos, a pesar del fuego.

Fudge se quitó la capa de rayas y la dejó a un lado. Luego se subió un poco los pantalones del traje verde botella y se sentó enfrente de Harry.

—Soy Cornelius Fudge, ministro de Magia.

Por supuesto, Harry ya lo sabía. Había visto a Fudge en una ocasión anterior, pero como entonces llevaba la capa invisible que le había dejado su padre en herencia, Fudge no podía saberlo.

Tom, el propietario, volvió con un delantal puesto sobre el camisón y llevando una bandeja con té y bollos. Colocó la bandeja sobre la mesa que había entre Fudge y Harry, y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.

—Bueno, Harry —dijo Fudge, sirviendo el té—, no me importa confesarte que nos has traído a todos de cabeza. ¡Huir de esa manera de casa de tus tíos! Había empezado a pensar... Pero estás a salvo y eso es lo importante.

Fudge se untó un bollo con mantequilla y le acercó el plato a Harry.

—Come, Harry, pareces desfallecido. Ahora... te agradará oír que hemos solucionado la hinchazón de la señorita Marjorie Dursley Hace unas horas que enviamos a Privet Drive a dos miembros del departamento encargado de deshacer magia accidental. Han desinflado a la señorita Dursley y le han modificado la memoria. No guarda ningún recuerdo del incidente. Así que asunto concluido y no hay que lamentar daños.

Fudge sonrió a Harry por encima del borde de la taza. Parecía un tío contemplando a su sobrino favorito. Harry, que no podía creer lo que oía, abrió la boca para hablar; pero no se le ocurrió nada que decir; así que la volvió a cerrar.

—¡Ah! ¿Te preocupas por la reacción de tus tíos? —añadió Fudge—. Bueno, no te negaré que están muy enfadados, Harry, pero están dispuestos a volver a recibirte el próximo verano, con tal de que te quedes en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa.

Harry carraspeó.

—Siempre me quedo en Hogwarts durante la Navidad y la Semana Santa

—observó—. Y no quiero volver nunca a Privet Drive.

—Vamos, vamos. Estoy seguro de que no pensarás así cuando te hayas tranquilizado —dijo Fudge en tono de preocupación—. Después de todo, son tu familia, y estoy seguro de que sentís un aprecio mutuo... eh... muy en el fondo.

No se le ocurrió a Harry desmentir a Fudge. Quería oír cuál sería su destino.

—Así que todo cuanto queda por hacer —añadió Fudge untando de mantequilla otro bollo— es decidir dónde vas a pasar las dos últimas semanas de vacaciones.

Sugiero que cojas una habitación aquí, en el Caldero Chorreante, y...

—Un momento —interrumpió Harry—. ¿Y mi castigo?

Fudge parpadeó.

—¿Castigo?

—¡He infringido la ley! ¡El Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!

—¡No te vamos a castigar por una tontería como ésa! —gritó Fudge, agitando con impaciencia la mano que sostenía el bollo—. ¡Fue un accidente! ¡No se envía a nadie a Azkaban sólo por inflar a su tía!

Pero aquello no cuadraba del todo con el trato que el Ministerio de Magia había dispensado a Harry anteriormente.

—¡El año pasado me enviaron una amonestación oficial sólo porque un elfo doméstico tiró un pastel en la casa de mi tío! —exclamó Harry arrugando el entrecejo—. ¡El Ministerio de Magia me comunicó que me expulsarían de Hogwarts si volvía a utilizarse magia en aquella casa!

Si a Harry no le engañaban los ojos, Fudge parecía embarazado.

—Las circunstancias cambian, Harry... Tenemos que tener en cuenta... Tal como están las cosas actualmente... No querrás que te expulsemos, ¿verdad?

—Por supuesto que no —dijo Harry.