123771.fb2 Inmunidad diplom?tica - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf se encontraba en la frontera situada entre la sección en caída libre y la sección gravitatoria, con acceso a ambas. Cuadrúmanos obreros, con camisas y pantalones cortos amarillos, y unos cuantos planetarios bípedos, vestidos de la misma forma, trabajaban reparando la entrada principal a la zona gravitatoria. Miles, Ekaterin y Roic fueron escoltados por Bel y uno de sus acompañantes cuadris, pues el otro se había quedado de guardia en la zona de atraque de la Kestrel. Los obreros volvieron la cabeza para ver pasar a los barrayareses, con el ceño fruncido.

Recorrieron un par de pasillos y bajaron un nivel, donde encontraron la cabina de control en la puerta del bloque de detención de la zona de gravedad. Un cuadri y un planetario colaboraban para colocar en su marco una nueva ventana, posiblemente más resistente al fuego de plasma; más allá, otro cuadri vestido de amarillo daba los toques finales a un grupo de monitores mientras un cuadri uniformado en un flotador de Seguridad, los brazos superiores cruzados, observaba sombríamente.

En la zona cubierta de herramientas situada delante de la cabina encontraron a la Selladora Greenlaw y al jefe Venn, ahora con flotadores, esperándolos. Venn se aseguró de indicarle inmediatamente a Miles todas las reparaciones ya finalizadas y las que estaban todavía en progreso en detalle, con el coste aproximado y una crónica adjunta de todos los cuadris que habían resultado heridos en el embrollo, incluyendo nombres, rangos, diagnósticos y la tensión sufrida por sus familiares. Miles fue haciendo ruiditos de reconocimiento, aunque neutros, y contraatacó mencionando al desaparecido Solian y el siniestro testimonio de la sangre en la cubierta de la bodega de carga, con una breve disertación sobre la logística de su cuerpo expulsado y recogido por un posible conspirador exterior. Esto último hizo que Venn se callara, al menos temporalmente; su rostro se contrajo, como el de un hombre con dolor de estómago.

Mientras Venn se encargaba de facilitar la entrada a Miles al bloque de celdas, éste miró a Ekaterin y, un poco menos dubitativo, contempló el lugar, poco apetecible.

—¿Quieres esperar aquí o acompañarme?

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó ella, con una falta de entusiasmo en la voz que incluso Miles notó—. Ya sé que no traes a nadie si no es necesario, pero seguramente no te hago falta para esto.

—Bueno, tal vez no. Pero puede que sea un poco aburrido esperar aquí fuera.

—No padezco tu alergia al aburrimiento, amor, pero para serte sincera, esperaba poder echar un vistazo a la Estación mientras tú trabajas esta tarde. Las cosas que hemos visto por el camino parecían muy atractivas.

—Pero necesito a Roic. —Miles vaciló, dándole vueltas al problema triangular de seguridad.

Ella estudió a Bel, amistosa.

—Admito que me gustaría tener un guía, ¿pero de verdad crees que necesito un guardaespaldas?

Posiblemente alguien la insultara, pero sólo un cuadri que supiera de quién era esposa. En cualquier caso, Miles tenía que admitir que era improbable que nadie fuera a atacarla.

—No, pero…

Bel le sonrió cordialmente.

—Si acepta mi escolta, lady Vorkosigan, me encantaría mostrarle la Estación Graf mientras el lord Auditor lleva a cabo sus entrevistas.

Ekaterin sonrió aún más.

—Me gustaría mucho, sí, gracias, práctico Thorne. Si las cosas salen bien, como cabe esperar que salgan, tal vez no estemos aquí mucho tiempo. Creo que debo aprovechar la oportunidad.

Bel tenía más experiencia que Roic en todo, desde combate cuerpo a cuerpo hasta maniobras con la flota, y era mucho menos probable que se metiera en líos por ignorancia.

—Bueno…, muy bien, ¿por qué no? Disfruta. —Miles tocó su comunicador de muñeca—. Llamaré cuando esté a punto de terminar. Tal vez puedas ir de compras. —Los despidió, sonriente—. Pero no traigas a casa ninguna cabeza cortada. —Alzó la cabeza y vio a Venn y Greenlaw mirándolo con desazón—. Una… broma familiar —explicó débilmente. La desazón no remitió.

Ekaterin le devolvió la sonrisa y se marchó del brazo que alegremente le ofreció Bel. A Miles se le ocurrió demasiado tarde que Bel era notablemente universal en sus gustos sexuales, y que tal vez tuviera que haberle dicho a Ekaterin que no tenía que ser especialmente delicada a la hora de rechazar las atenciones de Bel, si le dedicaba alguna. Pero seguro que Bel no… Por otro lado, tal vez se probarían la ropa por turnos.

Reacio, volvió al trabajo.

Los prisioneros barrayareses estaban hacinados en grupos de tres en celdas previstas para dos ocupantes, una circunstancia de la que Venn medio se quejó medio se disculpó. El Puesto de Seguridad Número Tres, le dio a entender a Miles, no estaba preparado para una invasión tan anormal de planetarios recalcitrantes. Miles murmuró su comprensión, aunque no necesariamente su simpatía, y se abstuvo de comentar que las celdas de los cuadris eran más grandes que los camarotes de la Príncipe Xav, donde dormían cuatro personas.

Miles empezó entrevistando al comandante del pelotón de Brun. El hombre se sorprendió al descubrir que sus hazañas merecían la atención de todo un Auditor Imperial, y como resultado empleó una pesada jerga militar en su relato de los hechos. El panorama que Miles descifró detrás de expresiones tan formales como «penetramos el perímetro» y «fuerzas enemigas concentradas» siguió provocándole escalofríos. Pero, aun admitiendo el distinto punto de vista, su testimonio no contradecía la versión de los estacionarios. Lástima.

Miles comprobó la historia del comandante del pelotón en otra celda llena de tipos, que añadieron detalles desafortunados pero no sorprendentes. Como el pelotón pertenecía a la Príncipe Xav, ninguno de ellos conocía personalmente al teniente Solian, destinado en la Idris.

Cuando salió, Miles intentó razonar con la flotante Selladora Greenlaw.

—Es impropio que sigan ustedes reteniendo a esos hombres. Las ordenes que seguían, desafortunadas tal vez, no eran de hecho ilegales según la definición militar barrayaresa. Si sus órdenes hubieran sido saquear, violar o masacrar a cuadrúmanos civiles, habrían tenido la obligación militar legal de resistirse a ellas, pero de hecho se les ordenó específicamente que no mataran. Si hubieran desobedecido a Brun, se habrían enfrentado a un consejo de guerra. Es un doble peligro, y una verdadera injusticia con ellos.

—Tendré en consideración su observación —dijo Greenlaw secamente. Lo que no dijo fue: «Unos diez segundos; luego la arrojaré por la compuerta más cercana.»

—Y, previsiblemente —añadió Miles—, no querrá tener a esos hombres retenidos aquí indefinidamente. Sin duda sería preferible que al irnos nos los lleváramos.

Greenlaw pareció aún más seca; Venn gruñó, desconsolado. Miles supuso que Venn se habría alegrado de que el Auditor Imperial se los llevara de inmediato, si el asunto no hubiera tenido consecuencias políticas. Miles no presionó, pero tomó nota del detalle para referencias futuras. Fantaseó un instante con la posibilidad de intercambiar a Brun por sus hombres y dejarlo allí para evidente beneficio del servicio del Emperador, pero no lo dijo en voz alta.

Su entrevista con los dos hombres de seguridad enviados inicialmente a recoger a Corbeau fue, a su modo, aún más espeluznante. El rango de auditor los intimidó lo suficiente para que expusieran una versión completa y sincera, aunque entre murmullos, del contratiempo. Pero expresiones tan poco afortunadas como «no intentaba romperle el brazo, intentaba arrancar a la puta muti de la pared y todas esas manos agarrándome me daban escalofríos… era como tener serpientes vivas enroscándose en mi bota», convencieron a Miles de que estaba frente a dos hombres a quienes no querría hacer testificar en público, al menos no en público en el Cuadrispacio. Sin embargo, pudo establecer el detalle significativo de que, en el momento del enfrentamiento, también ellos tenían la impresión de que el teniente Solian acababa de ser asesinado por un cuadri desconocido.

Cuando salió del interrogatorio, le dijo a Venn:

—Creo que será mejor que hable en privado con el alférez Corbeau. ¿Puede buscarnos un sitio?

—Corbeau ya tiene su propia celda —le informó Venn fríamente—. Como resultado de las amenazas recibidas por parte de sus camaradas.

—Ah. Lléveme con él entonces, por favor.

La puerta de la celda se descorrió para revelar a un joven alto, sentado en silencio en un camastro, los codos sobre las rodillas, la cara sobre las manos.

Los círculos de contacto metálicos del implante neural característicos de los pilotos de salto brillaban en sus sienes y en la mitad de su frente, y Miles triplicó mentalmente los recientes costes de formación del joven oficial para el Imperio. Corbeau alzó la cabeza y frunció el ceño, confundido al ver a Miles.

Era un barrayarés típico: moreno, de ojos castaños, con tez olivácea que los meses en el espacio habían vuelto pálida. Sus rasgos regulares le recordaron un poco a Miles a su primo Iván cuando tenía esa misma edad. El enorme moratón que tenía en un ojo estaba remitiendo volviéndose de un verde amarillento. Llevaba la camisa del uniforme abierta, las mangas subidas. Algunas cicatrices pálidas e irregulares zigzagueaban por la piel expuesta, señalándolo como víctima de la plaga de gusanos sergyaranos de hacía algunos años; evidentemente había crecido, o al menos había sido residente, en el nuevo planeta colonia de Barrayar durante la dura época anterior al perfeccionamiento de los pesticidas orales.

—Alférez Corbeau —dijo Venn—, éste es el Auditor Imperial de Barrayar, lord Vorkosigan. Su Emperador lo manda como enviado diplomático oficial para representar a su bando en las negociaciones con la Unión. Desea entrevistarlo.

Corbeau hizo una mueca de alarma, se puso de pie y agitó la cabeza nerviosamente ante Miles. La diferencia de altura entre ambos se puso rápidamente de manifiesto, y Corbeau frunció el ceño, cada vez más confundido.

Venn añadió, no con amabilidad, sino puntilloso:

—Debido a los cargos que se le imputan y a su petición de asilo, todavía pendiente de revisión, la Selladora Greenlaw no le permitirá apartarlo de nuestra custodia en este momento. —Corbeau exhaló un poco de aire, pero siguió mirando a Miles con la expresión de alguien a quien presentan una serpiente venenosa—. Él se ha comprometido a no ordenar que le fusilen —añadió Venn, sarcástico.

—Gracias, jefe Venn —dijo Miles—. Seguiré a partir de aquí, si no le importa.

Venn entendió la indirecta y se marchó. Roic ocupó su silencioso puesto de guardia junto a la puerta de la celda, que siseó al cerrarse.

Miles indicó el camastro.

—Siéntese, alférez.

Él también se sentó en el otro camastro, frente al joven, y ladeó la cabeza estudiándolo brevemente mientras Corbeau volvía a ocupar su sitio.

—Deje de hiperventilar —añadió.

Corbeau tragó saliva.

—Milord —consiguió decir.

Miles entrelazó los dedos.

—Es usted sergyarano, ¿no?

Corbeau se miró los brazos, e hizo un amago de bajarse las mangas.

—No nací allí, milord. Mis padres emigraron cuando yo tenía cinco años. —Miró al silencioso Roic con su uniforme marrón y plata, y añadió—: ¿Es usted…? —Se tragó la pregunta.

Miles prosiguió por él:

—Soy hijo del virrey y la virreina Vorkosigan, sí. Uno de ellos.

Corbeau esbozó un mudo «Oh». Su expresión de terror reprimido no disminuyó.

—Acabo de entrevistar a los dos patrulleros de la flota que fueron enviados a recuperarlo tras su permiso en la Estación. Dentro de un momento, me gustaría escuchar su versión de esos hechos. Pero antes… ¿Conocía usted al teniente Solian, el oficial de seguridad de la flota komarresa a bordo de la Idris?

Los pensamientos del piloto estaban tan claramente concentrados en sus propios asuntos que tardó un instante en comprender la pregunta.

—Lo vi una o dos veces en algunas de nuestras paradas anteriores, milord. No puedo decir que lo conociera. Nunca subí a bordo de la Idris.

—¿Tiene alguna idea o teoría sobre su desaparición?

—No…, en realidad no.

—El capitán Brun piensa que puede haber desertado.

Corbeau hizo una mueca.

—Típico de Brun.

—¿Por qué de Brun especialmente?

Corbeau intentó hablar, se detuvo; parecía aún más desgraciado.

—No sería adecuado que criticara a mis superiores, milord, ni comentara sus opiniones personales.

—Brun tiene prejuicios contra los komarreses.

—¡Yo no he dicho eso!

—Eso ha sido un comentario mío, alférez.

—Oh.

—Bueno, dejémoslo por el momento. Volvamos a sus problemas. ¿Por qué no respondió a la orden de regreso de su comunicador de muñeca?

Corbeau se tocó las muñecas desnudas; sus captores cuadrúmanos le habían confiscado los comunicadores.

—Me lo había quitado, y lo dejé en otra habitación. Debí de quedarme dormido y no lo oí sonar. Lo primero que supe de la orden de regreso fue cuando esos dos… —Se debatió un instante, y luego continuó amargamente—: Esos dos matones vinieron a aporrear la puerta de Garnet Cinco. La hicieron a un lado…

—¿Se identificaron adecuadamente y le entregaron sus órdenes con claridad?

Corbeau hizo una pausa, su mirada se volvió penetrante.

—Admito, milord —dijo lentamente—, que oír al sargento Touchev anunciando: «Muy bien, amante de mutis, se acabó el espectáculo», no me pareció exactamente: «El almirante Vorpatril ha ordenado que todo el personal de Barrayar vuelva a sus naves.» No de entrada, al menos. Acababa de despertarme, ya sabe.

—¿Se identificaron?

—No…, no verbalmente.

—¿Mostraron algún documento?

—Bueno…, iban de uniforme, con sus bandas en el brazo.

—¿Los reconoció usted como miembros de seguridad de la flota, o pensó que era una visita privada…, un par de camaradas llevando a cabo una venganza racial por su cuenta?

—Yo… hum. Bueno…, ambas cosas no son mutuamente excluyentes, milord, según mi experiencia.

«En eso el chico tiene razón, por desgracia.» Miles tomó aire.

—Ah.

—Fui lento, estaba todavía medio dormido. Cuando me empujaron, Garnet Cinco pensó que me estaban atacando. Ojalá no hubiera intentado… No le pegué a Touchev hasta que la tiró de su silla flotante. Llegados a ese punto… todo se fue al garete.

Corbeau se miró los pies, calzados con zapatillas de fricción penitenciarias.

Miles se echó hacia atrás. «Lanza un cabo a este chaval. Se está ahogando.»

—Sabe, su carrera no está necesariamente acabada todavía —dijo con suavidad—. No está, técnicamente, ausente sin permiso mientras esté involuntariamente confinado por las autoridades de la Estación Graf, al igual que la patrulla de Brun. Por el momento, se encuentra en un limbo legal. Su formación como piloto de salto y la cirugía a la que ha sido sometido harían de usted una pérdida costosa, desde el punto de vista del mando. Si hace los movimientos adecuados, podría salir limpio de ésta.

Corbeau torció el gesto.

—Yo no… —Se calló. Miles hizo un ruidito para animarlo—. Ya no quiero mi maldita carrera —estalló Corbeau—. No quiero ser parte de… —hizo un gesto inarticulado para señalar a su alrededor— esto. Esta… idiotez.

Reprimiendo cierta compasión, Miles preguntó:

—¿Cuál es su posición actual…, cuánto tiempo lleva alistado?

—Me alisté para un periodo de cinco años, con la opción de reengancharme o pasar a la reserva para los siguientes cinco. Llevo tres años, me faltan todavía dos.

A los veintitrés años, se recordó Miles, dos años todavía parecían mucho tiempo. Corbeau apenas podía ser más que un aprendiz de piloto en esa etapa de su carrera, aunque su destino en la Príncipe Xav implicara unas cualificaciones superiores.

Corbeau sacudió la cabeza.

—Veo las cosas de modo distinto, últimamente. Actitudes que antes daba por hechas, chistes, observaciones, la manera en que se hacen las cosas… ahora me molestan. Rechinan. Gente como el sargento Touchev, el capitán Brun… ¡Dios! ¿Siempre fue así de horrible?

—No —respondió Miles—. Éramos mucho peores. Puedo asegurárselo personalmente.

Corbeau lo miró de arriba abajo.

—Pero si todos los hombres de mente progresista se hubieran largado entonces, como piensa usted ahora, ninguno de los cambios que he visto en mi vida habrían tenido lugar. Hemos cambiado. Podemos cambiar aún más. No instantáneamente, no. Pero si todos los tipos decentes dimiten y sólo quedan los idiotas para dirigir el espectáculo, no será bueno para el futuro de Barrayar. Cosa que sí me importa.

A Miles le sorprendió lo apasionadamente cierta que se había convertido esa afirmación últimamente. Pensó en los dos replicadores en aquella sala protegida de la Mansión Vorkosigan. «Siempre pensaba que mis padres podían arreglarlo todo. Ahora es mi turno. Santo Dios, ¿cómo ha sucedido esto?»

—Nunca imaginé un lugar como éste. —Corbeau señaló tembloroso a su alrededor, y Miles dedujo que ahora se refería al Cuadrispacio—. Nunca imaginé a una mujer como Garnet Cinco. Quiero quedarme aquí.

Miles tuvo la desagradable impresión de que estaba delante de un joven desesperado que tomaba decisiones definitivas basándose en estímulos pasajeros. La Estación Graf era atractiva a primera vista, cierto, pero Corbeau había crecido en un país a cielo abierto con gravedad real, con aire real… ¿Se adaptaría, o se apoderaría de él la tecno-claustrofobia? Y la joven por quien se proponía arrojar su vida por la borda, ¿merecía la pena, o Corbeau demostraría ser un pasatiempo divertido para ella? ¿O, con el tiempo, un grave error? Demonios, se conocían desde hacía apenas unas semanas… Nadie podía saberlo, menos que nadie Corbeau y Garnet Cinco.

—Quiero dejarlo —dijo Corbeau—. No lo soporto más.

Miles lo intentó otra vez.

—Si retira su petición de asilo político en la Unión antes de que los cuadrúmanos la rechacen, todavía podríamos aprovechar su ambigüedad legal y hacerla desaparecer, sin más consecuencias para su carrera. Si no la retira, el cargo por deserción seguirá adelante y le hará un daño enorme.

Corbeau alzó la cabeza.

—¿Esa pelea que la patrulla de Brun tuvo con la seguridad cuadri no es suficiente? El médico de la Príncipe Xav dijo que probablemente sí.

La deserción ante el enemigo se castigaba con la muerte en el código militar barrayarés. La deserción en tiempo de paz se castigaba con largos periodos de tiempo en puestos extremadamente desagradables. Ambas posibilidades parecían un desperdicio excesivo.

—Creo que haría falta retorcer legalmente las cosas para llamar batalla a ese episodio. Para empezar, definirlo así va directamente en contra del deseo manifiesto del Emperador de mantener relaciones pacíficas con este importante punto comercial. Con todo…, con un tribunal suficientemente hostil y una defensa entregada… Yo no diría que enfrentarse a un consejo de guerra sea una jugada inteligente, si se puede evitar. —Miles se frotó los labios—. ¿Estaba usted borracho, por casualidad, cuando el sargento Touchev fue a recogerlo?

—¡No!

—Hum. Lástima. Estar borracho es una defensa maravillosamente segura. No es política ni socialmente radical, ya ve. ¿Supongo que no…?

Los labios de Corbeau se tensaron, llenos de indignación. Miles advirtió que sugerirle que mintiera sobre su estado etílico no saldría bien. Lo cual le daba una buena opinión del joven oficial, cierto, pero no le facilitaba el trabajo.

—Sigo queriendo dejarlo —repitió Corbeau, testarudo.

—Me temo que los cuadris no sienten mucho afecto por los barrayareses esta semana. Confiar en que le garanticen asilo para resolver su dilema me parece un grave error. Tiene que haber media docena de formas mejores para solucionar sus problemas, si abre la mente a posibilidades tácticas más amplias. De hecho, casi cualquier otra opción sería mejor que ésta.

Corbeau negó con la cabeza, mudo.

—Bien, piénselo, alférez. Sospecho que la situación seguirá siendo pantanosa hasta que descubra qué le pasó al teniente Solian. En ese punto, espero desenmarañar este lío rápidamente, y la posibilidad de que cambie usted de opinión podría acabarse entonces bruscamente.

Se puso en pie. Corbeau, tras un instante de incertidumbre, se incorporó y saludó. Miles le devolvió el saludo asintiendo brevemente y se acercó a Roic, que habló por el intercomunicador de la celda para que les abrieran la puerta.

Salió, el ceño fruncido y pensativo, para encontrarse con el flotante jefe Venn.

—¡Quiero a Solian, maldición! —le dijo Miles, enfurruñado—. Esta desaparición suya no deja en mejor posición su organización de seguridad que la nuestra, ¿sabe?

Venn se lo quedó mirando, pero no rebatió su comentario.

Miles suspiró y se llevó el comunicador de muñeca a los labios para llamar a Ekaterin.

Ella insistió en reunirse de nuevo con él a bordo de la Kestrel. Miles se alegró de tener la excusa de escapar de la deprimente atmósfera del Puesto de Seguridad Número Tres. No podía achacarlo a la ambigüedad moral, ¡ay! Peor, ni siquiera podía llamarlo ambigüedad moral. Estaba claro qué bando tenía razón, y no era el suyo, maldición.

La encontró en su pequeño camarote, colgando en una percha su uniforme marrón y plata de la Casa Vorkosigan. Ekaterin se dio la vuelta y lo abrazó, y él ladeó la cabeza para un beso largo y apasionado.

—Bien, ¿cómo fue tu aventura con Bel por el Cuadrispacio? —preguntó él, cuando pudo volver a respirar.

—Muy bien, creo. Si Bel alguna vez quiere cambiar de trabajo, creo que podría dedicarse a las relaciones públicas de la Unión. Me parece que he visto todas las partes interesantes de la Estación Graf en el poco tiempo que hemos tenido. Vistas espléndidas, buena comida, historia… Bel me ha llevado hasta el sector de caída libre más profundo para ver las partes que se conservan de la vieja nave de salto que trajo a los cuadris a este sistema. La tienen como si fuera una especie de museo… Cuando llegamos estaba llena de pequeños escolares cuadris rebotando en las paredes. Literalmente. Eran increíblemente monos. Casi me recordó un altar de antepasados de Barrayar.

Lo soltó, e indicó una gran caja decorada con brillantes y pintorescas imágenes y esquemas que ocupaba la mitad del camastro inferior.

—Encontré esto para Nikki en la tienda del museo. Es un modelo a escala del Supersaltador D-620, modificado con la configuración de hábitat orbital, la nave en la que escaparon los antepasados de los cuadrúmanos.

—¡Oh, demonios, le gustará!

Nikki, a los once años, todavía no había dejado atrás la pasión por todo tipo de naves espaciales, en especial las naves de salto. Todavía era demasiado pronto para averiguar si el entusiasmo se convertiría en una vocación adulta o caería por la borda, pero desde luego aún no había menguado. Miles miró con más atención la imagen. La vieja D-620 era una nave sorprendentemente extraña, una bestia, y en la versión de este artista parecía más bien un enorme calamar gigante agarrando un puñado de latas.

—Réplica a gran escala, supongo.

Ella la miró, vacilante.

—No mucho. Era una nave grande. Me pregunto si debería haber escogido el modelo más pequeño. Pero no se desmontaba como ésta. Ahora que la tengo aquí, no estoy segura de dónde ponerla.

Ekaterin, en su faceta maternal, era muy capaz de compartir la cama con todas las cosas que fueran encontrando por el camino, todo por el bien de Nikki.

—Al teniente Smolyani le encantará buscar un sitio donde guardarla.

—¿De verdad?

—Tienes mi garantía personal.

Miles le dedicó una breve reverencia con una mano sobre el corazón. Se preguntó si comprar un par de naves más para los pequeños Aral Alexander y Helen Natalia, ya que estaban allí, pero la conversación con Ekaterin sobre juguetes adecuados a la edad, repetida varias veces durante su estancia en la Tierra, probablemente no necesitaba otro ensayo.

—¿De qué hablasteis Bel y tú?

Ella sonrió.

—De ti, principalmente.

El pánico asomó como algo apenas más autoincriminador que una sonriente pregunta.

—¿Sí?

—Bel tenía mucha curiosidad por saber cómo nos habíamos conocido, y obviamente se estaba devanando los sesos para encontrar una manera de preguntármelo sin ser descortés. Me dio lástima y le conté un poco sobre cómo te conocí en Komarr, y sobre después. Dejando aparte todas las partes clasificadas, nuestro noviazgo parece rarísimo, ¿sabes?

Él lo reconoció encogiéndose tristemente de hombros.

—Me he dado cuenta. No se puede evitar.

—¿Es cierto que la primera vez que os visteis le disparaste a Bel con un aturdidor?

Evidentemente, la curiosidad no era sólo unidireccional.

—Bueno, sí. Es una larga historia. De eso hace mucho tiempo.

Los ojos azules de Ekaterin chispearon de diversión.

—Eso tengo entendido. Eras un absoluto lunático cuando eras más joven, según dicen todos. No estoy segura, si te hubiera conocido entonces, de si me habría sentido impresionada u horrorizada.

Miles reflexionó sobre esto.

—Yo tampoco estoy seguro.

Ella volvió a sonreír y lo rodeó para tomar una bolsa de ropa de la cama. Sacó una densa cascada de tela de un tono gris azulado que hacía juego con sus ojos. Se convirtió en un traje de salto de un oscilante material aterciopelado con puños largos abotonados en las muñecas y los tobillos, lo cual daba a las perneras un leve aspecto de mangas. Se lo colocó encima.

—Eso es nuevo —aprobó él.

—Sí, puedes ir a la moda con gravedad y usarlo con eficacia en caída libre… —Soltó el atuendo y acarició su pelusa sedosa.

—Supongo que Bel evitó cualquier impertinencia que pudieran haberte dicho por el hecho de ser barrayaresa mientras habéis estado por ahí.

Ella se enderezó.

—Bueno, no he tenido ningún problema. Bel se encontró con un tipo de aspecto extraño… Tenía los pies y las manos más largos y estrechos que he visto. Había también algo curioso en su pecho, bastante grande. Me pregunté si lo habían alterado genéticamente para algo especial o si era algún tipo de modificación quirúrgica. Supongo que se conoce a todo tipo de gente aquí, tan cerca del Nexo. Le insistió a Bel para que le dijera cuándo se permitiría a los pasajeros subir a bordo, y dijo que había un rumor de que habían permitido a alguien recoger su cargamento, pero Bel le aseguró (¡firmemente!) que no se había dejado a nadie subir a las naves desde que fueron bloqueadas. Sería uno de los pasajeros de la Rudra, preocupado por sus pertenencias, supongo. Dio a entender que los cargamentos retenidos estaban expuestos al pillaje y los hurtos de los estibadores cuadris, cosa que no le sentó nada bien a Bel.

—Me lo figuro.

—Luego quiso saber qué estabas haciendo tú y cómo iban a responder los barrayareses. Naturalmente, Bel no dijo quién era yo. Le dijo que si quería saber qué estaban haciendo los barrayareses, era mejor que se lo preguntara a uno directamente, y que se pusiera en la cola para pedir una cita contigo a través de la Selladora Greenlaw, como todos los demás. Al tipo no le hizo demasiada gracia, pero Bel amenazó con escoltarlo de vuelta a su alojamiento con los de seguridad de la Estación y con confinarlo allí si no dejaba de dar la lata, así que se calló y se fue corriendo a buscar a Greenlaw.

—Bien por Bel. —Miles suspiró y agitó los hombros tensos—. Supongo que será mejor que vuelva a tratar con Greenlaw.

—No, no deberías —dijo Ekaterin con firmeza—. No has hecho más que hablar con comités de gente molesta desde esta mañana a primera hora. La respuesta, supongo, es: no. La pregunta es: ¿te has parado a almorzar o a descansar?

—Hum… Bueno, no. ¿Cómo lo sabes?

Ella simplemente sonrió.

—Entonces el siguiente punto en tu agenda, milord Auditor, es una agradable cena con tu esposa y tus viejos amigos. Bel y Nicol van a llevarnos por ahí. Y después, vamos a ir al ballet cuadri.

—¿Nosotros?

—Sí.

—¿Por qué? Quiero decir, tendré que comer en algún momento, supongo, pero que me vaya por ahí en mitad del caso para, hum, divertirme, no le hará gracia a ninguno de los que esperan que resuelva este lío. Empezando por el almirante Vorpatril y su personal, me atrevo a decir.

—A los cuadris les entusiasmará. Están orgullosísimos del Ballet Minchenko, y que te vean mostrar interés por su cultura sólo puede hacerte bien. La compañía sólo actúa una o dos veces por semana, dependiendo del tráfico de pasajeros y la estación… ¿Tienen estaciones aquí? Bueno, de la época del año. Así que puede que no tengamos otra oportunidad. —Sonrió con picardía—. Todas las entradas estaban vendidas, pero Bel hizo que Garnet Cinco tirara de algunos hilos y nos consiguió un palco. Ella se reunirá con nosotros allí.

Miles parpadeó.

—Quiere contarme algo sobre su relación con Corbeau, ¿no?

—Me imagino que sí.

Al ver la expresión de duda en su nariz arrugada, Ekaterin añadió:

—He averiguado algo más sobre ella. Es una persona famosa en la Estación Graf, una celebridad local. El ataque de la patrulla barrayaresa apareció en las noticias; como es una artista, la fractura del brazo la tiene temporalmente apartada del trabajo, además de ser algo horrible en sí mismo… A los ojos de los cuadris, fue culturalmente extraofensivo.

—¡Oh, magnífico! —Miles se frotó el puente de la nariz. No era sólo su imaginación: le dolía la cabeza.

—Sí. Así que, ¿cuánto vale, en puntos de propaganda, que vean a Garnet Cinco en el ballet charlando cordialmente con el enviado de Barrayar, todo perdonado y amigable?

—¡Ajá! —él vaciló—. Mientras no acabe largándose airada porque no puedo prometerle nada respecto a Corbeau. Es una situación peliaguda, y el chico no está siendo todo lo listo que debería.

—Al parecer ella es una persona temperamental, pero no estúpida, o eso me ha dado a entender Bel. No creo que Bel me haya pinchado para concertar esto para que se convierta en un desastre público… ¿Tal vez tienes motivos para pensar lo contrario?

—No…

—De todas formas, estoy seguro de que sabrás manejar a Garnet Cinco. Sólo demuestra tu encanto habitual.

La visión que Ekaterin tenía de él, se recordó Miles, no era exactamente objetiva. Gracias a Dios.

—Llevo todo el día intentando encantar a los cuadris sin ningún éxito visible.

—Si dejas claro que te cae bien la gente, le resulta difícil resistirse. Y Nicol tocará en la orquesta esta noche.

—¡Oh! Será interesante oírlo.

Ekaterin era muy observadora. Miles no tenía ninguna duda de que se había pasado la tarde captando vibraciones culturales que iban más allá de las modas locales. El ballet cuadri lo era.

—¿Llevarás tu bonito vestido nuevo?

—Por eso lo he comprado. Honramos a los artistas vistiéndonos para ellos. Ahora, ponte el uniforme de la Casa Vorkosigan. Bel vendrá a recogernos pronto.

—Será mejor que me ciña al color gris. Tengo la sensación de que desfilar con uniforme barrayarés delante de los cuadris es ahora mismo una mala idea, diplomáticamente hablando.

—En el Puesto de Seguridad Número Tres, probablemente. Pero no tiene sentido que te vean disfrutando de su arte si parecemos un par de planetarios anónimos. Esta noche, creo que deberíamos parecer lo más barrayareses posible.

El que lo vieran con Ekaterin merecía también unos cuantos puntos, pensó Miles, aunque no tanto por propaganda como por pura exhibición de masculinidad. Se dio un golpecito en la costura del pantalón, donde no colgaba ninguna espada.

—Bien.