124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

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La puerta que se descorrió silenciosamente, les dejó atónitos. No se había producido ningún ruido, ni ningún aviso, cuando toda una sección se desvaneció súbitamente ante sus ojos y quedó al descubierto el interior bellamente ornamentado y decorado ante sus propios ojos.

Era el momento de elegir y decidirse. Hasta aquel instante, podía haber vuelto la espalda, de haberlo deseado. Pero si entraba al interior de aquella puerta que parecía darle la bienvenida, sabía lo que podía ocurrirle, aunque no dónde pudiera conducirle. Dejaría ya de ser dueño de su propio destino, para quedar a merced de fuerzas desconocidas.

Apenas si Alvin vaciló. Tenía miedo de esperar demasiado, ante el temor de que si lo hacía, aquel momento no volvería a presentársele jamás o que seguramente perdería el valor para volver a enfrentarse con lo que tanto había anhelado en su loco deseo en busca del conocimiento. Khedrom abrió la boca en una ansiosa protesta; pero antes de que pudiera decir algo, Alvin ya había entrado en el misterioso vehículo. Se volvió para mirar al Bufón, que parecía petrificado frente a la entrada que acababa de franquear y durante unos breves instantes se produjo un denso silencio, como si cada uno esperase que hablara el otro.

La decisión fue tomada fuera de la voluntad de ambos. Se produjo un leve chasquido y la puerta abierta en la translúcida pared curvada del proyectil se cerró de nuevo. Aunque Alvin levantó la mano en un gesto de despedida, el largo cilindro metálico comenzó a deslizarse silenciosamente a lo largo del raíl. Antes de entrar en el túnel ya llevaba una velocidad superior a la de un hombre corriendo.

Tuvo que haber existido un tiempo en que cada día, millones de hombres realizaban tales viajes, en máquina básicamente igual a aquella, yendo desde sus hogares a sus lugares de trabajo. Desde aquel remoto pasado, el Hombre había explorado el Universo y vuelto de nuevo a la Tierra… había conquistado todo un Imperio y lo había dejado escapar de sus manos. Ahora aquel viaje volvía a hacerse de nuevo en una máquina donde legiones de hombres aventureros y ya olvidados, se habrían sentido completamente como en su propia casa.

Y constituía además, el más importante viaje que cualquier ser humano hubiese emprendido desde hacía mil millones de años.

* * *

Mystra había rebuscado la Tumba por más de una docena de veces aunque una sola hubiera sido suficiente, ya que no existía lugar en donde nadie pudiera esconderse. Tras la primera sorpresa, la chica comenzó a imaginar si lo que había estado siguiendo a través del Parque, no serían Alvin y Khedrom, sino sus imágenes proyectadas. Pero aquello resultaba absurdo; las proyecciones se podían materializar en cualquier lugar que se deseara visitar, sin la molestia de ir en persona. Ninguna persona en su sano juicio hubiese «paseado» su imagen proyectada durante un par de millas cuando podía hacerlo instantáneamente. No, eran realmente los propios Alvin y Khedrom a quienes había seguido hasta la Tumba de Yarlan Zey.

En alguna parte, por tanto, tenía que existir una entrada secreta. Ella podría igualmente buscarla, mientras esperaba que volviesen.

Como por azar, se perdió la reaparición de Khedrom, ya que estaba examinando una columna tras la estatua cuando el Bufón emergió del otro lado. Ella oyó sus pisadas, se volvió hacia él y comprobó que estaba solo.

— ¿Dónde está Alvin? — le preguntó excitada.

Al Bufón le llevó unos instantes el responderle. Aparecía confuso e irresoluto y Mystra tuvo que repetir la pregunta, antes de que Khedrom pareciese darse cuenta de la presencia de la joven. No pareció, de todos modos muy sorprendido de encontrarla allí.

— No sé dónde está ahora — repuso Khedrom —. Sólo puedo decirte que está en camino hacia Lys. Ahora sabes tanto como yo.

Nunca resultaba prudente tomar las palabras del Bufón al pie de la letra. Pero Mystra no tuvo necesidad de comprender que el Bufón no estaba en su papel en aquel momento. Le estaba diciendo la verdad… cualquiera que fuese su alcance y su significado.

CAPÍTULO X

Cuando la puerta se cerró tras Alvin éste se dejó caer en el asiento más próximo. Toda la fuerza de sus piernas, parecía haber desaparecido en un momento: por fin supo el significado del temor que había tenido siempre hechizados a sus conciudadanos de Diaspar. Sentía temblar todos sus miembros y su visión se hizo incierta y borrosa. De haber podido escapar a aquella misteriosa máquina ya en movimiento, lo hubiera hecho aún al precio de haber abandonado todos sus sueños.

No era tan sólo el temor lo que le dominaba, sino una sensación de espantosa soledad. Todo lo que había conocido y amado quedaba en Diaspar y aun en el caso de que no sufriera peligro alguno su vida, muy bien pudiera suceder que jamás volviese a ver su mundo de nuevo. En aquel momento de desolación, no tenía ya importancia si el camino que emprendía le conducía al peligro o a la seguridad; todo lo que importaba era el sentirse alejado del hogar, de su mundo.

Sin embargo pronto pasó aquel estado de ánimo; aquellas oscuras sombras parecieron abandonar rápidamente su mente. Comenzó a prestar atención a cuanto le rodeaba y a ver lo que podía ir enseñándole aquel vehículo en el que viajaba inconcebiblemente antiguo. No le sorprendió a Alvin particularmente ni tan siquiera le maravilló, el que aquel enterrado medio de transporte pudiese funcionar todavía perfectamente tras haber pasado eones de tiempo. No estaba preservado en los circuitos de eternidad de los propios monitores de la ciudad; pero muy bien podían existir circuitos similares en cualquier otra parte, evitando su destrucción o envejecimiento.

Por primera vez se dio cuenta del indicador que aparecía formando parte de la pared delantera del vehículo. Mostraba un breve mensaje; pero que le infundía confianza:

LYS 35 minutos.

Mientras lo estuvo observando, cambió a 34. Aquello, al menos parecía una útil indicación, aunque no tuviese idea de la velocidad de la máquina, ni tampoco de la longitud del viaje que estaba llevando a cabo. Las paredes del túnel sólo eran un continuo borrón grisáceo y sólo la sensación de movimiento era la ligera vibración, que nunca hubiera comprobado, de no haberlas mirado.

Diaspar podría muy bien quedar ya a muchas millas de distancia en la lejanía y por encima se hallaría el desierto con sus dunas cambiantes. Tal vez en aquel mismo momento, pasaba raudo bajo las rotas colinas que con tanta frecuencia había observado desde las Torres de Loranne.

Su imaginación comenzó entonces a dirigirse hacia la misteriosa Lys, como si quisiera llegar antes que su cuerpo. ¿Qué clase de ciudad podría ser? Por muchos esfuerzos que hacía, sólo podía concebir una imagen similar a otra Diaspar a escala reducida. Se imaginó si aún existiría; pero después se aseguró a sí mismo que de otra forma distinta, aquella máquina no le conduciría tan suave y rápidamente a través de la tierra.

De repente, se produjo un cambio distinto en la vibración y bajo sus pies. El vehículo estaba reduciendo su marcha… no había duda. El tiempo tuvo que haber pasado más rápidamente de lo pensado: sorprendido en cierta medida, Alvin miró rápidamente al indicador, que en aquel instante, marcaba:

LYS 23 minutos.

Sintiéndose confundido y un tanto preocupado, pegó literalmente la cara contra uno de los costados de la máquina. Su velocidad aún hacía borrosas las paredes del subterráneo dando simplemente el aspecto de un gris constante, pero así y todo, pudo ir captando de tanto en tanto vistazos de marcadores que desaparecían casi al instante de aparecer. En cada una de aquellas desapariciones, las imágenes quedaban impresas en su retina por algunos segundos.

Después, sin previo aviso, las paredes del túnel parecieron apartarse de la máquina dando lugar a una impresionante expansión de espacio subterráneo. La máquina pasaba todavía a gran velocidad, a través de un enorme espacio vacío, mucho mayor que las cámaras de las vías rodantes de Diaspar.

Mirando cuidadosamente a través de la pared transparente de la máquina, Alvin siguió captando, bajo él, una intrincada red de postes indicadores, postes que se cruzaban y volvían a cruzarse para desaparecer entre una maraña de túneles a cada lado del camino que seguía. Un torrente de luz azulada pareció caer del techo, procedente de la arqueada bóveda y en silueta contra aquel resplandor, pudo descubrir las estructuras de otras grandes máquinas. La luz era tan brillante que le hacía daño en los ojos dándole a Alvin la impresión de que aquel lugar no era adecuado para los hombres. Un momento más tarde, su vehículo pasó como una flecha dejando atrás línea tras línea de cilindros como aquel en que viajaba, yaciendo inmóviles sobre su raíl conductor. Eran mucho más grandes que el suyo, lo que hizo suponer a Alvin que tales vehículos serían utilizados como transporte de mercancías. A su alrededor, aparecían agrupados incomprensiblemente para el joven, muchos mecanismos reunidos, todos silenciosos e inmóviles también.

Casi con la misma rapidez que había aparecido, aquella vasta y solitaria cámara, se desvaneció tras él. Su paso dejó un rastro de temor en la mente de Alvin, al comenzar a comprender por primera vez el significado del mecanismo de aquel gran mapa oscurecido existente bajo Diaspar. El mundo estaba mucho más lleno de maravillas de lo que había podido imaginar.

Alvin dio otro vistazo al indicador. No había cambiado, le había llevado menos de un minuto atravesar aquella gran caverna. La máquina aceleraba de nuevo, aunque apenas si se notaba la sensación de mayor movimiento y las paredes laterales del subterráneo continuaban pasando a una velocidad que le fue imposible calcular.

Le pareció una eternidad, cuando volvió a ocurrir de nuevo aquel cambio de vibraciones. Entonces, el indicador marcaba:

LYS 1 minuto.

Aquel solo minuto que faltaba para su destino, fue el más largo que Alvin hubiera conocido en toda su vida. La máquina se movía cada vez más lentamente; ya no era una sencilla pérdida de velocidad; el vehículo iba a detenerse de un instante a otro.

Suave y silenciosamente, el largo cilindro se deslizó fuera del túnel dirigiéndose a otra caverna que podía considerarse como una hermana gemela de la existente en Diaspar. Por un momento, Alvin se hallaba tan excitado que apenas si podía ver nada con claridad; la puerta se había abierto mucho tiempo antes de comprobar que tenía que abandonar la maquina como fin del viaje. Al salir del vehículo subterráneo, miró de pasada al indicador. Las palabras habían cambiado y entonces el mensaje que allí aparecía claramente iluminado, le resultó infinitamente confortante:

DIASPAR 35 minutos.

Mientras que comenzó a buscar la salida de aquella cámara, Alvin sintió el primer toque de que podría hallarse frente a una civilización diferente de la que procedía. El camino que conducía hacia la superficie, se extendía claramente ante sus ojos, por un bajo y amplio túnel al extremo de la caverna, y conduciendo hacia arriba… un regular tramo de escaleras. Aquello era algo extremadamente raro en Diaspar; los arquitectos de la ciudad habían construido rampas o corredores inclinados, allí donde quiera que existía cualquier cambio de nivel. Aquello era sólo la supervivencia de los antiguos tiempos en que los robots se habían movido sobre ruedas y para los cuales, las escaleras constituían una barrera imposible.

La escalera era corta y finalizaba contra unas puertas que se abrieron automáticamente al aproximarse Alvin. Caminó por una pequeña habitación parecida a la que había conducido a los pies de la Tumba de Yarlan Zey y no le sorprendió cuando minutos más tarde, las puertas volvieron a abrirse para mostrarle un corredor abovedado que se elevaba lentamente hacia un punto donde observó un semicírculo de cielo. No había existido sensación alguna de movimiento; pero Alvin estuvo seguro que debió haberse elevado a varios centenares de pies. Se dio prisa en subir corriendo la rampa hacia la abertura abierta a la luz del sol, con todos sus temores ya olvidados en la prisa por ver lo que se extendía ante sus ojos en aquel lugar.

De pronto se halló a sí mismo de pie en la falda de una pequeña colina y por un instante creyó de nuevo hallarse en el centro del Parque de Diaspar. Pero aun siendo aquello un Parque, era demasiado enorme para captarlo mentalmente. La ciudad que había esperado hallar, no se apreciaba por ninguna parte. Por todo cuanto— su vista pudo alcanzar en la lejanía y en todas direcciones, no apareció más que bosques y llanuras recubiertas de hierba.

Después, Alvin levantó sus ojos hacia el horizonte, y allí por sobre los árboles, y surgiendo de derecha a izquierda como un fantástico arco que parecía abrazar el mundo, apreció una línea pétrea que dejaba enanas a las más gigantescas construcciones de piedra existentes en Diaspar. Se hallaba tan lejana que sus detalles se perdían en la distancia; pero había algo respecto a su silueta, que Alvin halló desconcertante. Poco a poco, sus ojos fueron acostumbrándose a la escala de aquel panorama colosal. Y comprendió entonces que aquellas lejanas murallas de piedra, no eran construcciones humanas.

El tiempo no había dominado todas las cosas; la Tierra todavía poseía montañas de la que sentirse orgullosa.

Durante mucho tiempo Alvin siguió de pie e inmóvil a la boca del túnel, acostumbrándose lentamente al extraño mundo en donde había ido a parar. Se hallaba tremendamente impresionado por el impacto causado por el tamaño y el espacio; aquel anillo de neblinosas y lejanas montañas habría podido abarcar una docena de ciudades tan grandes como Diaspar. Por mucho que lo intentó, no pudo descubrir traza alguna de la presencia de vida humana. Así y todo, el camino que conducía hacia abajo por la colina, daba la impresión de estar bien conservado, y no pudo hacer nada mejor que aceptar su guía.

Al pie de la colina, el camino desapareció entre grandes árboles que casi le ocultaban el sol. Mientras Alvin caminaba a su sombra, una extraña mezcla de colores, perfumes y sonidos, pareció darle la bienvenida. Sintió el rumor del aire entre las hojas de los árboles, que ya conocía; pero bajo otros mil vagos ruidos que no le decían nada a su mente. Le asaltaron colores desconocidos, y perfumes y olores que ya se habían perdido de la memoria de su raza. La tibieza, la profusión de perfumes y colores y la invisible presencia de millones de criaturas vivientes, le rodearon produciéndole casi una física violencia.

Llegó frente a un lago, casi sin previo aviso. Los árboles que existían a su derecha, terminaron súbitamente, para dar paso ante sus ojos, a una enorme extensión de agua, salpicada con las verdes manchas de pequeñas islas. Jamás había visto Alvin en toda su vida semejante cantidad de agua; por comparación las grandes piscinas de Diaspar con sus grandes estanques, apenas sí eran unos insignificantes charquitos. Se encaminó lentamente al filo del lago y llenó sus manos con aquel agua tibia que fue dejando escurrir entre sus dedos.

El gran pez plateado que de repente pasó ante sus ojos, bajo la superficie clara del lago, fue la primera criatura no humana que jamás hubiera visto Alvin. Le produjo una sensación de total extrañeza; pero así y todo, su conformación especial pareció despertar en lo íntimo de Alvin una fascinadora familiaridad. Moviéndose entre el líquido elemento, en aquella especie de vacío verdoso de las aguas del lago, con tan leve movimiento de sus pequeñas aletas, parecía la verdadera encarnación del poder y la velocidad. Allí estaban incorporadas en la carne viviente, las graciosas líneas de las grandes naves que una vez surcaron los cielos de la Tierra. La evolución y la ciencia habían llegado a la misma respuesta y el trabajo de la naturaleza se había perpetuado y continuado.

Al fin Alvin se sustrajo al encanto hechizante del lago y continuó a lo largo del camino, acariciado por el viento. El bosque se cerró de nuevo sobre él; pero por menos tiempo que antes. A poco, el camino terminó sobre un gran claro de media milla de anchura y dos veces más largo… y Alvin comprendió por qué no había visto hasta entonces traza alguna de seres humanos.

Aquel espacio abierto, aparecía lleno de edificios pequeños de dos pisos de altura, coloreados en suaves sombras de tal forma que prestaban descanso a los ojos a plena luz del día. La mayor parte eran de un diseño limpio y funcional, aunque otros aparecían de un estilo arquitectónicamente complejo, implicando el uso de esbeltas columnas y graciosas piedras labradas. En aquellos edificios, que parecían muy antiguos, se empleaban los viejos diseños del arco punteado de una inconmensurable antigüedad.

Mientras caminaba lentamente en dirección a la población, Alvin seguía todavía luchando para captar su entorno. Nada le era familiar; incluso el aire era distinto, con su toque de vida misteriosa y desconocida. También lo era la gente de alta talla y cabellos dorados que discurría entre los edificios con tal gracia inconsciente, que se hizo evidente para Alvin que procedía de una reserva diferente de los hombres y mujeres de Diaspar.

Aquellas personas no parecieron darse cuenta de la presencia de Alvin, lo que resultaba extraño, ya que su vestido era totalmente distinto. Desde que la temperatura jamás cambiaba en Diaspar, los vestidos eran puramente ornamentales aunque con frecuencia extremadamente elaborados. Allí daban el aspecto de ser algo funcional, concebidos y diseñados para su uso más que para su ostentación, consistiendo frecuentemente en una simple banda de tejido arrollada alrededor del cuerpo.

No fue sino hasta que Alvin se halló en el interior de la población, que la gente de Lys reaccionó ante su presencia y entonces su respuesta tomó una forma más bien inesperada. Un grupo de cinco hombres emergió de una de las casas y comenzó a dirigirse hacia él con un propósito decidido… como si ciertamente, le hubiesen estado esperando. Alvin sintió una fuerte excitación y oyó casi el latir de su sangre en las venas. Pensó en los funestos encuentros que tenían que haber tenido otras razas en mundos lejanos. Aquellos a quienes se encaraba entonces, eran de su misma especie, pero ¿no podrían haber cambiado y divergido sustancialmente en los eones de tiempo transcurridos desde que Diaspar se había encerrado en sí misma?

La delegación se detuvo a unos cuantos pies de distancia de Alvin. El que parecía hallarse al frente del grupo, le sonrió, levantando la mano en el viejo gesto de amistad.

— Pensamos que sería mejor encontrarte aquí —le dijo. Nuestro país es muy diferente de Diaspar, y el paseo que hay desde el terminal hasta aquí, proporciona al visitante una oportunidad para que se vaya… aclimatando.

Alvin aceptó la mano que se le ofrecía; aunque por unos instantes estuvo indeciso en la respuesta. Entonces comprendió por qué los demás habitantes de la población le habían ignorado tan completamente.