124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 22

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— Adiós, Jeserac — le dijo Alvin —. No puedo volver a Diaspar para despedirme de mis amigos: por favor, hazlo por mí. Di a Eriston y a Etania que volveré pronto; de no ser así, les quedaré muy reconocido por cuanto han hecho por mí. También te quedo a ti muy agradecido, aunque no hayas aprobado la forma en que he aprendido muchas de tus lecciones. Respecto al Consejo… ¡diles de mi parte que un camino que se abre una vez no puede cerrarse de nuevo por el simple hecho de aprobar una resolución!

* * *

La nave era ya sólo una simple manchita perdida en el cielo, hasta que Jeserac la perdió de vista. Apenas si vio cómo desaparecía; pero a sus oídos llegó el eco procedente de los cielos del más aterrador ruido de cuantos el Hombre había producido… el trueno lejano y persistente del aire que cae, milla tras milla, a lo largo de un túnel al vacío súbitamente en la distancia del firmamento.

Aún después de haberse perdido todo eco lejano de la nave espacial y quedar nuevamente el desierto con su calma infinita, Jeserac continuó allí inmóvil. Estaba pensando en el muchacho que se había ido… ya que para Jeserac, Alvin siempre sería un chiquillo, el único llegado a Diaspar desde que el ciclo del nacimiento y la muerte se habían roto, tanto tiempo atrás en el pasado. Alvin nunca crecería; para él, la totalidad del universo era una cosa para jugar con ella, un rompecabezas a resolver para su propia distracción y entretenimiento. En aquel juego, había encontrado el último y más terrible juguete que podía hundir lo que quedaba de la civilización humana… pero ocurriese lo que ocurriese, para él siempre seguiría siendo un juego.

El sol ya estaba muy bajo en el horizonte y un viento frío soplaba procedente del desierto. Pero Jeserac aguardó todavía dominando sus temores, hasta que de pronto, y por primera vez en su vida, vio las estrellas…

CAPÍTULO XVIII

Incluso en Diaspar, Alvin rara vez había visto un tal lujo y una tal comodidad como la existente en el interior de la nave espacial, una vez cerrada la cámara de compresión. Sea lo que hubiera sido en vida, por lo menos el Maestro no había sido un asceta. Hasta algo más tarde, Alvin no comprendió que todo aquel confort podría no ser una vana extravagancia y que aquel pequeño mundo tuvo que haber sido el hogar permanente del Maestro en muchas y largas jornadas entre las estrellas.

No aparecían controles visibles de ningún género, sino la ancha pantalla oval que cubría completamente la pared opuesta y que mostraba a las claras que no era aquella una habitación ordinaria y corriente. Alineadas en semicírculo ante ella, aparecían tres camas de poca altura y el resto de la cabina, ocupado por dos pequeñas mesas y un cierto número de sillas plegadas, algunas de las cuales obviamente no concebidas para soportar cuerpos humanos.

Cuando se hubo puesto cómodo frente a la pantalla, Alvin miró en busca del robot. Para su sorpresa, había desaparecido; después le localizó, tranquilamente suspendido contra el techo curvado de la cabina. Había traído al Maestro a través del espacio a la Tierra y después, como fiel sirviente, le había seguido hasta Lys. Ahora estaba otra vez dispuesto, como si los eones de tiempo pasado no hubieran contado, a llevar a cabo de nuevo sus deberes una vez más.

— Llévame a Lys. — La orden era bastante sencilla… pero ¿Cómo podría obedecerle la nave si ni él mismo tenía la menor idea de su situación geográfica?

Alvin no había considerado esta importante cuestión; pero al ocurrírsele, la máquina estaba ya moviéndose a través del desierto a una tremenda velocidad. Se encogió de hombros, aceptando agradecido el hecho de que disponía de sirvientes más sabios que él.

Resultaba difícil juzgar la escala de la imagen que corría sobre la pantalla; pero debieron transcurrir muchísimas millas por minuto. No lejos de la ciudad, el color del terreno había cambiado bruscamente hacia un gris sombrío y Alvin comprendió que deberían estar pasando sobre lo que en tiempos tuvo que haber sido el lecho de uno de los océanos perdidos de la Tierra. Diaspar estuvo en remotísimos tiempos no lejos del mar, aunque nunca vio ni la más ligera huella en los más antiguos registros e imágenes que se conservaban en la ciudad. Aunque la ciudad era antigua, los océanos tuvieron que haber desaparecido mucho tiempo antes de su construcción.

Cientos de millas más tarde, el suelo se elevó visiblemente y recomenzó el desierto. En una ocasión, Alvin detuvo la nave sobre un curioso dispositivo de líneas entrecruzadas que se mostraban levemente a través de aquella sábana arenosa. Por un momento se sintió confundido; hasta darse cuenta, poco después, de que estaba sobre las ruinas de alguna ciudad olvidada. La visión duró poco y más pronto aún retiró sus ojos de ella; resultaba estremecedor contemplar que cientos de millones de hombres no hubiesen dejado tras de sí nada más que aquellas rayas en la arena…

La suave curva del horizonte, se alteró al fin, definiéndose en montañas que se hallaron bajo la nave apenas fueron divisadas. La máquina deceleraba ostensiblemente en aquel momento, reduciendo su velocidad y cayendo hacia tierra en un gran arco de unas cien millas de longitud. Bajo él se halla el territorio de Lys, con sus bosques y ríos sin fin formando una escena de incomparable belleza. Aquella visión le cautivó de tal manera, que durante un rato, no pudo continuar adelante. Hacia el este, la tierra aparecía oscurecida y sombreada y los grandes lagos surgían como enormes piscinas de un negro de noche. Pero en dirección al oeste y al crepúsculo, las aguas se movían y brillaban con los últimos toques de luz solar, enviándole los más bellos juegos de colores que jamás hubiese contemplado.

No resultó difícil localizar Airlee, lo que resultó una circunstancia afortunada, ya que el robot no podía conducirle más allá. Alvin así lo había esperado, alegrándose en cierta forma de las limitaciones de sus poderes. No era verosímil que el robot hubiera oído jamás hablar de Airlee, por tanto, la posición de la pequeña ciudad no habría sido jamás almacenada en sus circuitos y células de memoria.

Tras unos pequeños experimentos, Alvin llevó a la nave a una posición de reposo en la falda de la colina, desde donde vio por primera vez el territorio de Lys. Resultaba completamente fácil controlar aquella maravillosa nave espacial; sólo tenía que indicarle sus deseos generales, y el robot atendía inmediatamente los detalles. Tendría, naturalmente, que ignorar aquellas órdenes peligrosas o imposibles, según imaginó Alvin y ni que decir tiene que el joven no tenía la menor intención de dárselas, siempre que pudiese evitarlo.

Alvin estuvo bastante seguro de que nadie debió haberles visto llegar. Aquello era muy importante, ya que no sentía tampoco el menor deseo de mezclarse en una lucha mental con Seranis una vez más. Sus planes todavía eran vagos, en cierta forma. Se tendrían que correr algunos riesgos, hasta haber establecido ulteriores relaciones amistosas. El robot podría muy bien actuar como su embajador, mientras él permanecía seguro en la nave espacial.

No se encontró a nadie en su camino hacia Airlee. Resultaba extraño permanecer sentado en la astronave, mientras que su campo de visión se movía sin esfuerzo a lo largo del sendero que ya le era familiar, con los murmullos del bosque sonándole en sus oídos. Así y todo era incapaz de identificarse a sí mismo completamente con el robot. El esfuerzo de su control remoto era todavía muy considerable.

Era ya oscuro, en el anochecer, cuando llegó a Airlee, donde las casitas de la pequeña ciudad lucían inundadas de luz. Alvin se mantuvo en las sombras y casi llegó al hogar de Seranis antes de que fuese descubierto. Sé produjo de repente un irritado chillido y su vista se vio bloqueada por un furioso aletear de una masa de pequeñas alas. Se echó hacia atrás involuntariamente ante aquel asalto inesperado, hasta darse cuenta al instante de lo ocurrido. Krif expresaba de nuevo su resentimiento contra cualquier cosa que volase suspendido del aire sin tener alas.

No queriendo hacer daño a aquella bella, aunque estúpida criatura, Alvin llevó el robot a un punto de reposo, aun teniendo que soportar lo mejor que pudo los picotazos y ataques que parecían caer como una lluvia sobre el robot, proyección lejana de su propia personalidad. Aun estando sentado confortablemente a una milla de distancia no podía evitar lo que sucedía, hasta comprobar con gran alegría que apareciese Hilvar a investigar lo que estaba ocurriendo.

Al aproximarse su dueño, Krif se marchó, todavía zumbando irritado. En el silencio que siguió, Hilvar se quedó mirando fijamente al robot durante unos instantes. Después, sonrió francamente.

— Hola, Alvin — dijo. Me alegro de que hayas vuelto. ¿O estás todavía en Diaspar?

De nuevo Alvin sintió una envidiosa admiración por la rapidez y la precisión de la mente de Hilvar.

— No — repuso, imaginando si su voz se oiría bien a través del robot —. Estoy en Airlee, y a poca distancia de ti. Pero voy a quedarme aquí por ahora.

Hilvar rió abiertamente.

— Creo que has hecho muy bien. Seranis ya ha olvidado lo sucedido, aunque por lo que respecta a la Asamblea… bueno, eso ya es otra cosa. De aquí a un rato habrá una conferencia… la primera que hayamos tenido jamás en Airlee.

— ¿Quieres decir que los consejeros han venido a reunirse en persona? Yo creía que con vuestros poderes telepáticos tales reuniones serían innecesarias.

— Y lo son; pero hay veces en que son deseables. No conozco la exacta naturaleza de la crisis; pero ya han llegado tres senadores y el resto están a punto de aparecer.

Alvin no pudo por menos de sonreír en la forma en que los acontecimientos de Diaspar se habían reflejado allí. A donde quiera que fuese, parecía ir dejando un rastro de consternación y alarma tras él.

— Creo que sería una buena idea — dijo a Hilvar— si yo pudiese hablar ante vuestra Asamblea… en tanto en cuanto pueda hacerlo con la suficiente seguridad.

— Sería mucho más seguro para ti que vinieses en persona — le contestó su amigo, si la Asamblea promete no tratar de asaltar tu mente otra vez. Además, yo estaré donde tú estés. Llevaré también a tu robot a los senadores… creo que se sentirán más bien trastornados al verlo.

Alvin volvió a sentir aquella sensación de aprecio hacia su amigo y de alegría Interior al seguir a Hilvar hacia su casa. Ahora se enfrentaría con los gobernadores de Lys en igualdad de términos, y aunque no sentía rencor contra ellos, era muy agradable saber que entonces era el dueño de la situación y en posesión de poderes que ni siquiera él mismo tenía una perfecta idea de su grandioso alcance.

Se cerró la puerta de la sala de la conferencia y transcurrió algún tiempo antes de que Hilvar atrajese la atención de los allí reunidos. Las mentes de los senadores, al parecer, se hallaban tan completamente inmersas en intercambios telepáticos, que resultaba difícil interrumpir sus silenciosas deliberaciones. Después y como con cierta reluctancia, se deslizó una de las paredes hacia un lado y Alvin movió su robot rápidamente al interior de la sala de conferencias.

Los tres senadores se quedaron helados en sus asientos, mientras que volaba hacia ellos; pero sólo una chispa de sorpresa cruzó el rostro de Seranis. Tal vez Hilvar le hubiese enviado ya un aviso previo o quizá ella lo hubiese esperado, pensando que más pronto o más tarde, Alvin volvería.

— Buenas noches — dijo cortésmente, como si aquella simple entrada hubiera sido la cosa más natural del mundo. He decidido volver con vosotros.

La sorpresa excedió a cuanto esperaba, ciertamente. Uno de los senadores, un joven con algunos cabellos grises, fue el primero en recobrar su compostura.

— ¿De qué forma viniste hasta aquí? —le preguntó.

La razón para la sorpresa era evidente. Al igual que Diaspar había hecho, Lys había puesto el transporte subterráneo fuera de todo servicio.

— Pues de la misma forma que la última vez — repuso Alvin, sin poder resistir la tentación de divertirse un poco a costa de los gobernadores de Lys.

Dos de los senadores miraron fijamente al tercero, que extendió los brazos en un gesto de chasqueada resignación. Entonces, el joven que se había dirigido a él por primera vez, habló de nuevo.

— ¿Y no tuviste… ninguna dificultad?

— En absoluto — repuso Alvin en el acto, determinado a incrementar la confusión de sus oyentes. Comprobó entonces que su éxito era indiscutible —. He vuelto de nuevo — continuó —, por mi propia y libre voluntad y porque tengo algunas importantes noticias para vosotros. Sin embargo, en vista del anterior desacuerdo, permanezco fuera de vuestra vista por el momento. Si aparezco en persona ante vosotros, ¿prometéis no intentar de nuevo el restringir mis movimientos?

Nadie respondió durante un rato, y Alvin estuvo seguro de que mientras tanto se estaban intercambiando rápidas impresiones telepáticas. Al final, Seranis habló en nombre de todos.

— No intentaremos controlarte de nuevo, Alvin, aunque no pienso que antes tuviéramos éxito.

— Muy bien, pues. Estaré en Airlee tan pronto como pueda.

Alvin esperó que el robot estuviese de vuelta; después, con mucho cuidado, dio instrucciones a la nave estelar e hizo que se las repitiera. Estaba seguro de que Seranis no faltaría a su palabra; pero de todas formas, prefería tener salvaguardada su línea de retirada, por lo que pudiera ocurrir.

La cámara de compresión se cerró silenciosamente tras él al abandonar la nave. Un momento después, se oyó un murmurante silbido apagado, como un silencioso grito de sorpresa y el aire dejó paso a la nave que saltaba al espacio. Por unos instantes, una mancha oscura salpicó el cielo estrellado, para desaparecer de la vista casi al momento.

Hasta no desvanecerse por completo, Alvin no cayó en la cuenta de que había hecho una ligera y preocupante equivocación posible, que muy bien pudiera acarrearle el desastre de todos sus planes. Había olvidado que los sentidos del robot eran mucho más agudos que los suyos propios y que la noche era mucho más oscura de lo que habría esperado. Más de una vez perdió el sendero por completo, en su camino hacia Airlee y varias veces apenas si pudo evitar el chocar contra los árboles. En los bosques reinaba una casi completa oscuridad y una vez vio algo bastante grande de tamaño que se dirigía hacia él a través de la espesura. Se produjo un ligero aleteo y dos ojos de color esmeralda le miraron a la altura del pecho. Llamó a aquella criatura con voz suave y una lengua increíblemente larga raspeó contra su mano. Momentos después un cuerpo poderoso se frotaba afectuosamente contra él y se marchó sin el menor ruido. No pudo tener idea de lo que habría sido.

A poco, las luces de la pequeña población brillaron entre los árboles que tenía frente a él y ya no tuvo necesidad de la guía que le hubiese podido ofrecer el sendero de acceso a Airlee, ya que bajo sus pies se extendía todo un río de una intensa luz azul. El musgo sobre el que caminaba, era luminiscente y sus pisadas iban dejando oscuras manchas que desaparecían lentamente tras él. Fue una hermosa entrada en Airlee y queriendo comprobar aquel misterioso musgo fluorescente, Alvin tomó un puñado entre sus manos que brilló durante unos minutos antes de desvanecerse su luminiscencia.

Hilvar le salió al encuentro al exterior de la casa y por segunda vez le presentó a Seranis y a los senadores. Le saludaron con una especie de bondadosa y algo retraída cortesía y respeto. Si quisieron saber a dónde habría ido a parar el robot, al menos no lo dieron a entender.

— Lo lamento mucho comenzó a decir Alvin— de que tuviera que abandonar vuestro país en una forma tan poco digna. Es posible que os interese saber que fue casi tan difícil como el abandonar Diaspar… — Dejó unos instantes en suspenso su discurso para que hiciera efecto su observación, para continuar—: He hablado a mi pueblo respecto a lo que es Lys e hice cuanto estuvo en mis manos para darles la más favorable de las impresiones. Pero Diaspar no quiere saber nada con vosotros. A despecho de cuanto pude decirles en vuestro favor, Diaspar se muestra enemiga de contaminarse con una cultura inferior y quiere evitarlo por todos los medios.

A Alvin le resultó de lo más satisfactorio el presenciar las reacciones de los senadores e incluso la educada Seranis enrojeció visiblemente ante sus palabras. De poder enfrentar a Diaspar y a Lys lo suficientemente, su problema estaría casi más que medio resuelto. Cada una de las dos partes se hallaba tan ansiosa de demostrar la superioridad de su forma de vida, que las barreras existentes entre los dos territorios pronto habrían caído para siempre.