124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

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— ¿Por qué has vuelto de nuevo a Lys? — preguntó Seranis.

— Porque quiero convenceros a vosotros, lo mismo que a Diaspar, de que habéis cometido todos un grave error. — No añadió ninguna razón… la de que en Lys estaba el único amigo con quien estaba seguro de contar y cuya ayuda necesitaba en aquel momento.

Los senadores continuaron silenciosos, esperando a que continuase Alvin en su disertación, y éste comprendió que a través de los ojos de los allí presentes y escuchando por sus oídos, había muchas otras personas invisibles en la sala de conferencias, de poderosas inteligencias. El actuaba como representante de Diaspar y la totalidad de Lys estaba juzgándole por aquello que pudiera decir. Era una enorme responsabilidad y se sintió un tanto amilanado ante ella. Dominó valientemente sus pensamientos y continuó:

Su tema fue concretamente Diaspar. Pintó a la ciudad inmortal tal y como la había visto, soñando en el corazón del desierto, con sus enormes torres resplandeciendo como cautivos arco iris luciendo contra el cielo. Del tesoro de su memoria, recordó líricamente los cantos que los escritores y poetas antiguos habían escrito en alabanza de Diaspar, y se refirió al incontable número de hombres que habían empleado sus vidas en embellecer la ciudad. Ningún ser humano, por mucho tiempo que hubiera vivido, podría haber agotado los inmensos tesoros de la ciudad inmortal, ya que siempre existía algo nuevo. Contó con detalle algunas de las muchas maravillas que los hombres de Diaspar habían conseguido, tratando de calar en la mente de los que le escuchaban, para darles una visión aproximada, algunos de los encantos que los artistas del pasado habían creado genialmente para la eterna admiración de los hombres. Remarcó incluso, que la música de Diaspar era el último sonido que la Tierra hubiera esparcido entre las estrellas.

Le escucharon hasta el fin, sin interrumpirle y sin formularle preguntas. Cuando acabó, era ya bastante tarde y Alvin se sintió realmente cansado, tanto como jamás recordó haberlo estado en toda su vida. El esfuerzo y la excitación de aquel largo día había podido más que su voluntad y sin apenas darse cuenta se quedó profundamente dormido.

Cuando despertó, se halló en una habitación extraña y transcurrieron algunos momentos antes de darse cuenta de que no estaba realmente en Diaspar. Conforme retornaba su consciencia, la luz fue aumentando en su entorno hasta hallarse bañado en el suave y frío resplandor del sol de la mañana, filtrándose por las traslúcidas paredes. Permanecía en una especie de duermevela recordando los acontecimientos del día anterior y especulando sobre qué poderes y fuerzas tendrían ahora que ponerse en acción.

Con un suave y musical sonido, una de las paredes comenzó a replegarse sobre sí misma en una forma tan sutil y extraña que escapaba a sus propios ojos. Hilvar entró por la abertura y miró a Alvin con una expresión medio divertida y medio preocupada.

— Ahora que estás despierto, Alvin, tal vez quisieras explicarme cuál va a ser el próximo paso que vas a dar, al menos, y cómo vas a arreglártelas para volver aquí. Los senadores acaban de ir a echar un vistazo al sistema de transporte subterráneo, ya que no pueden comprender en modo alguno cómo viniste por él. ¿Fue así como viniste a Lys?

Alvin se tiró de la cama y se desperezó con fuerza mientras decía:

— Quizá será mejor que vayamos a su encuentro No quiero que pierdan el tiempo lastimosamente. Y respecto a la pregunta que acabas de hacerme… dentro de poco te mostraré la respuesta.

Casi habían llegado hasta el lago antes de alcanzar a los tres senadores, y ambos grupos se intercambiaron los saludos de rigor. El Comité de Investigación pudo comprobar que Alvin sabía a donde iba y su inesperado encuentro les dejó en cierta forma perplejos.

— Me temo que os confundí la noche pasada — dijo Alvin alegremente —. No vine a Lys por la antigua ruta; pero vuestro intento de cerrarla fue totalmente innecesario. De hecho y como cosa cierta, El Consejo de Diaspar también ha cerrado el otro extremo, con la misma falta de éxito.

Los rostros de los senadores eran un verdadero estudio de perplejidad mientras que una solución tras otra, discurría a través de sus mentes.

— Entonces ¿cómo llegaste hasta aquí? —le preguntó el jefe del grupo. Entonces pareció surgir una chispa de comprensión en sus ojos y a Alvin le pareció que había comenzado a sospechar la verdad. Especuló sobre si la orden que había dado había sido interceptada a través de las montañas. Pero no dijo nada, limitándose a señalar hacia el cielo del norte.

Demasiado rápido para seguirse con la vista, algo en forma de una gran aguja plateada y luminosa se arqueó por sobre las montañas dejando detrás de sí un rastro de una milla de incandescencia. Se detuvo a unos veinte mil pies encima de Lys, permaneciendo allí como una estrella brillante. No se produjo deceleración ninguna, ni frenazo aparente en tan colosal velocidad. Se detuvo instantáneamente, de forma tal que los ojos que le habían seguido en su marcha cruzaron un cuarto del cielo aparente para volver a comprobar más atrás el sorprendente fenómeno de aquella fabulosa nave espacial. A los pocos instantes, pareció desprender de los cielos un trueno; el sonido producido por el aire al ser batido y aplastado por la violencia del paso de la nave. Un poco más tarde, la propia nave, brillando esplendorosamente a la luz del sol, se detuvo silenciosamente en la falda de una colina a un centenar de yardas de distancia.

Resultaba difícil decir quién estaba más asombrado; pero Alvin fue el primero en recobrarse. Conforme se aproximaban, casi corriendo hacia la nave, el joven se preguntó si siempre viajaría de aquella forma meteórica. El pensamiento era desconcertante, aunque lo cierto es que viajando en su interior, no se notaba la menor sensación de movimiento. Considerablemente más desconcertante, sin embargo, era el hecho de que el día de antes, aquella resplandeciente maravilla mecánica hubiera permanecido escondida bajo una espesa capa de roca dura como el hierro; la envoltura que aún retenía al ser liberada de las entrañas del desierto. No fue sino hasta que Alvin llego a la nave y se quemó los dedos al dejarlos posar incautamente sobre el casco, cuando comprendió lo sucedido. Cerca de la popa, aún quedaban restos de tierra; pero se habían fundido en lava. Todo lo demás había desaparecido, dejando al descubierto la Purísima estructura metálica que ni el tiempo, ni ninguna fuerza natural, pudo haberla afectado.

Con Hilvar a su lado, Alvin se irguió en la puerta abierta de la nave y se volvió hacia los silenciosos senadores. Quiso saber en qué estarían pensando y qué… por cierto, pensaría todo Lys. A juzgar de sus expresiones, parecía que se hallasen más allá de todo pensamiento…

— Voy a ir a Shalmirane — dijo Alvin— y volveré a Airlee en una o dos horas. Pero esto es sólo el principio, y mientras estoy ausente hay algo que quiero que sepáis. Este no es un aparato volador de cualquier clase, de la que los hombres utilizaban para volar sobre la Tierra en tiempos pasados. Es una nave estelar, una de las más rápidas jamás construidas por el genio humano. Si queréis saber dónde la encontré, tendréis que ir a Diaspar y encontrar allí la solución. Pero es preciso que vayáis, ya que Diaspar nunca vendrá aquí.

Se volvió hacia Hilvar y le hizo una señal hacia la puerta. Hilvar vaciló un solo instante, mirando el paisaje que le era tan familiar a su alrededor. Después se introdujo en la cámara de compresión.

Los senadores se quedaron observando hasta que la nave estelar que viajaba despacio, ya que era un corto espacio de recorrido, desaparecía hacia el sur. Después, el joven de cabellos grises, que encabezaba el grupo, se encogió filosóficamente de hombros y se volvió hacia sus colegas.

— Siempre os habéis opuesto a cualquier cambio — les dijo. Y hasta ahora habéis vencido. Pero no creo ahora que el futuro se encuentre de nuestra parte, en ningún grupo. Lys y Diaspar han llegado ambos al final de una era, y es preciso que saquemos de ello el mejor partido.

— Me temo que tienes razón — fue la respuesta sombría que se produjo. Esto es una crisis y Alvin sabe muy bien lo que ha dicho, al indicarnos que tenemos que ir a Diaspar. Ellos ya tienen noticias nuestras, por lo que resulta inútil seguir ocultando nada. Creo que es mucho mejor que nos pongamos en contacto con nuestros antiguos parientes… y creo que podremos hallarlos mucho más ansiosos de cooperar ahora.

— ¡Pero el sistema de enlace subterráneo está cerrado en ambos lados!

— Podemos abrir otro, no se tardará mucho en Diaspar hacer lo mismo.

Las mentes de los senadores, tanto los de Airlee como demás esparcidos por la totalidad del territorio de Lys, Consideraron la proposición sinceramente detestable. Pero al final, no vieron otra alternativa.

Mucho antes de lo que hubiese tenido derecho a esperar, la semilla sembrada por Alvin, estaba comenzando a florecer.

* * *

Las montañas estaban todavía inmersas en la sombra cuando llegaron a Shalmirane. Desde la altura a que volaban, el gigantesco embudo de la fortaleza parecía algo que no y sin importancia; parecía imposible que el destino de la Tierra hubiese dependido una vez de aquel círculo de ébano.

Cuando Alvin llevó la nave a un punto de reposo entre las ruinas, junto al lago, la desolación más absoluta se cerró sobre ellos, de forma sobrecogedora. Abrió la cámara de compresión y la quietud mortal del lugar pareció entrar en el interior de la nave del espacio. Hilvar, que apenas si había hablado durante el viaje, preguntó con calma:

— ¿Por qué has vuelto aquí otra vez?

Alvin no respondió hasta haber llegado al borde del lago.

— Quería mostrarte cómo era esta nave del espacio. También esperaba que el pólipo surgiese a la existencia una vez más; siento que estoy en deuda con él y quisiera decirle lo que he descubierto.

— En tal caso, tendrás que esperar — replicó Hilvar —. Creo que has vuelto demasiado pronto.

Alvin lo había esperado también; había sólo una remotísima esperanza, y no se sintió decepcionado al ver de cerca la realidad.

Las aguas del lago continuaban en una paz total, ya no se oía el latido rítmico que tanto les había sorprendido en su primera visita. Se arrodilló al borde del agua y miró a sus frías y oscuras profundidades.

Como diminutas campanillas, translúcidas, arrastrando unos tentáculos casi invisibles, aparecían bajo la superficie una infinita cantidad de pequeñas criaturas vivientes yendo de un lado a otro. Alvin sumergió la mano y captó una de ellas en el hueco; pero tuvo que arrojarla inmediatamente al sentir la quemadura instantánea de la piel, mientras profería una ligera exclamación de sorpresa y malestar.

Algún día… — quizás en años, tal vez en siglos en el futuro porvenir— aquellas medusas carentes de significado se reunirían de nuevo, y el gran pólipo volvería a renacer con todas sus memorias y recuerdos pasados eslabonados y con su consciencia surgiendo como una chispa, de nuevo a la existencia. Alvin pensó de qué forma recibiría los descubrimientos que él había hecho; podría ser muy bien que no le gustase saber la verdad relativa al Maestro. Ciertamente que sería muy difícil admitir el que todas aquellas edades de paciente espera habían sido en vano.

¿Sería así, en realidad? Por desilusionadas que aquellas criaturas tuviesen que estar en su día, su larga vigilia tendría al final su recompensa. Como por una especie de milagro, ellas habían preservado un fabuloso conocimiento del pasado del mundo, que de otra forma se habría perdido para siempre. Entonces, podrían descansar, al fin, y su credo seguiría el mismo camino que otras formas de fe hubieron seguido en la historia del mundo, creyéndose eternas.

CAPÍTULO XIX

Hilvar y Alvin volvieron en reflexivo silencio hacia la nave estelar que les aguardaba. Despegaron y al instante, la fortaleza de Shalmirane era de nuevo una oscura sombra hundida en el gigantesco embudo del cráter. Durante unos segundos, dio el aspecto de un enorme ojo sin párpados que mirase fija y eternamente hacia el espacio, hasta que pronto se perdió en el gran panorama del territorio de Lys.

Alvin no hizo nada para controlar la nave; continuaron subiendo hasta que la totalidad de Lys yacía extendida a sus pies, como una isla verde en un mar ocre. Jamás en su vida se había visto Alvin a tanta altura, y cuando finalmente detuvo la marcha ascensional de la nave del espacio, toda la Tierra era visible como un creciente lunar a sus pies. Lys era entonces algo demasiado pequeño, sólo una esmeralda contra un rojizo desierto; pero en la lejanía y en la curvatura del globo terrestre, algo brillaba como una joya tallada en mil facetas. Y así por primera vez, Hilvar contempló la ciudad de Diaspar.

— Permanecieron un buen rato contemplando la Tierra girando bajo ellos. De todos los antiguos poderes de la Tierra, aquél era tal vez el único que se hallaba en poder de ambos jóvenes. Alvin deseó haber mostrado al mundo real, tal y como lo veían ellos desde la nave del espacio, a los que gobernaban la vida de Lys y Diaspar.

— Hilvar — dijo Alvin al fin —, ¿crees que está bien lo que estoy haciendo y que tengo razón?

— La pregunta sorprendió a Hilvar, quien no había sospechado de las dudas que a veces sobrecogían a su amigo, sin saber nada tampoco todavía del encuentro de Alvin con el Computador Central y el impacto tremendo que había sufrido la mente de éste. No era una pregunta fácil de responder desapasionadamente; al igual que Khedrom, aunque con menos motivos, Hilvar se daba cuenta de que su propio carácter se iba poco a poco sumergiendo y cambiando. Sin poderlo evitar, estaba sintiéndose arrastrado por la vorágine que Alvin iba dejando detrás de sí en su paso por la vida.

— Creo que tienes razón — repuso Hilvar con calma —. Nuestros dos pueblos han estado separados demasiado tiempo. — Aquello, pensó, era cierto, aunque sintiendo que la respuesta soslayaba un tanto el fondo de la cuestión, Alvin continuaba preocupado.

— Existe un problema que me atormenta — continuó con voz turbada— y es la diferencia tan grande que hay en la duración de nuestras vidas. — No añadió nada más, pero tanto el uno como el otro sabían muy bien el alcance de las palabras de Alvin.

— Yo también me he preocupado profundamente del problema — admitió Hilvar—; pero supongo que este problema se resolverá por sí mismo, cuando nuestra gente vuelva a tomar contacto. No podemos ambos tener razón. Nuestras vidas son demasiado cortas y las vuestras demasiado largas. Eventualmente, podrá instrumentarse una solución de compromiso, tender un puente entre ese abismo.

Alvin continuó pensativo. En aquella forma, era cierto que yacía la única esperanza; pero las edades de transición serían realmente muy difíciles. Recordó entonces otra vez las amargas palabras de Seranis: Mi hijo y yo habremos muerto siglos antes, mientras que tú seguirás siendo joven. Muy bien, aceptaría las condiciones. Incluso en Diaspar todas las amistades permanecían bajo la misma sombra; el hecho de que fuesen cien años o un millón, al fin, la cuestión no establecía una diferencia fundamental.

Alvin sabía, con una certidumbre que sobrepasaba toda lógica, que el bienestar de la raza humana exigía la mezcla de aquellas dos culturas; en cualquier caso, la felicidad individual no era importante. Por un momento Alvin vio a la humanidad como algo más que el fondo egoísta y ventajoso de su propia existencia y aceptó sin rechistar mentalmente, la infelicidad que tal elección pudiese acarrearle un día.

Bajo ellos, el mundo continuaba su eterno giro. Comprendiendo el estado de ánimo de su amigo, Hilvar no dijo nada, hasta que Alvin rompió el silencio reinante.

— Cuando abandoné Diaspar por primera vez, no sabía qué iría a encontrar. Lys pudo haberme satisfecho y lo cierto es que lo hizo en grado extremo; pero así y todo, todas las cosas de la Tierra parecen tan pequeñas y tan sin importancia… A cada descubrimiento que hago, se alzan mayores interrogantes y se abren más vastos horizontes. Quisiera saber dónde acabará todo esto…

Hilvar no había visto nunca antes a Alvin en semejante estado de espíritu y no quiso interrumpir su soliloquio. En pocos minutos había aprendido muchas cosas de su amigo.