124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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Físicamente, no había forma de decir cuáles de aquellos jóvenes ciudadanos habían salido de la Sala de Creación en aquel año, o cual vivía en Diaspar tanto tiempo como Alvin mismo. Aunque existía una considerable variación en altura y peso, tales características no tenían correlación alguna con la edad. La gente nacía sencillamente de aquella forma y aunque por término medio, cuanta mayor talla tenía una persona, mayor era su edad, no constituía una regla segura para ser aplicada a menos que no hubiesen transcurrido siglos de tiempo.

El rostro de la persona era una guía más segura. Algunos de los recién nacidos eran más altos que Alvin, pero tenían un aspecto de falta de madurez y una expresión de maravillada sorpresa ante el mundo en que se encontraban, que lo revelaba inmediatamente. Resultaba extraño pensar, que aletargadas y sin desvelar todavía en sus mentes, existían infinitas vivencias que pronto podrían ir comenzando a recordar. Alvin les tuvo envidia en este aspecto, aunque no estuvo muy seguro de sí debería hacerlo así. La primera existencia de un ser es un precioso regalo que jamás puede repetirse. Resultaba maravilloso ver la vida por primera vez, como en la frescura de una aurora, al amanecer. Si hubiera otros como él, con quienes poder compartir sus pensamientos y sensaciones…

Con todo, Alvin estaba fundido en el mismo molde como aquellos muchachos que jugueteaban en el agua del Río. El cuerpo humano no había cambiado en absoluto en los mil millones de años desde la construcción y fundación de Diaspar, puesto que el diseño básico había sido archivado inalterado en los bancos de memoria de la ciudad. Había cambiado, no obstante, en comparación con su original y primitiva forma, aunque la mayor parte de las alteraciones eran internas y no visibles a la vista. El Hombre se había reconstruido muchas veces en su larga historia, en el esfuerzo de abolir los defectos y males de la carne que constituían su herencia.

Detalles tales como los dientes y uñas se habían desvanecido.

El cabello se había quedado confinado a la cabeza; ya no quedaba traza alguna del pelo en el resto del cuerpo. La característica que más habría podido sorprender a cualquier hombre de las remotas edades pasadas, sería sin duda, la desaparición del ombligo. Su inexplicable ausencia le habría dado mucho en que pensar, por lo mismo que a primera vista, se hubiera encontrado chasqueado ante el problema de distinguir al macho de la hembra. Hubiera incluso llegado a la conclusión de que apenas existía diferencia, lo que en realidad, hubiera constituido un grave error. En las apropiadas circunstancias propias de la época, no había duda alguna respecto a la masculinidad de cualquier varón de Diaspar. Era sencillamente que su disposición externa respecto a los órganos diferenciales se hallaba más perfectamente oculta cuando no era precisa, y su conservación interna enormemente mejorada respecto a la original dispuesta por la Naturaleza, inelegante y desde luego debida en gran parte a disposiciones desarrolladas un tanto al azar en sus primeras edades sobre la Tierra.

Era cosa cierta que la reproducción había dejado ya tiempo ha de ser algo concerniente a una función corporal, en que tal función reproductiva consistía en mucho dejar que el azar influyese en la génesis de un cuerpo como una partida de dados tirados al aire. Con todo, aunque la concepción y el nacimiento ya no eran ni incluso recuerdos, el sexo permanecía. Incluso en los antiguos tiempos, ni una centésima parte de la actividad sexual había tenido que ver con la reproducción. La desaparición de ese sencillo uno por ciento había cambiado la pauta de la sociedad humana, y las palabras tales como «padre» y «madre»; pero el deseo persistía, aunque entonces su satisfacción no tuviese un objetivo más profundo que cualquiera de los placeres propios de los demás sentidos.

Alvin dejó a sus juguetones contemporáneos y continuó hacia el centro del Parque. Allí existía un incontable número de senderos cruzándose y volviéndose a cruzar a través de la baja espesura y ocasionales descensos por suaves hondonadas entre grandes rocas recubiertas de líquenes. Se encontró con una máquina poliédrica flotando entre las ramas de un árbol, no más grande que la cabeza de un hombre. Nadie sabía con certeza cuantas variedades de robots había en Diaspar, en general solían apartarse de las personas y llevar a cabo sus cometidos con tal perfección que resultaba bastante raro encontrarse con alguno.

En aquel momento, el terreno comenzó a elevarse de nuevo. Alvin se aproximaba a la pequeña colina que se hallaba en el mismo centro exacto del Parque, y en consecuencia, de la propia ciudad de Diaspar. Para llegar había muy pocos obstáculos en el camino, teniendo así una clara visión de la cima de la colina y del sencillo edificio que la coronaba. Llegó un tanto fatigado al final de la meta propuesta y le encantó quedarse descansando con la espalda apoyada contra una de las columnas de color rosado y mirar el camino que le había llevado hasta allá.

Existen ciertas formas arquitectónicas que nunca pueden cambiar por haber alcanzado la perfección. La Tumba de Yarlan Zey pudo haber sido diseñada por los constructores de templos de las primeras civilizaciones que el hombre hubo conocido, aunque resultaba imposible imaginar de qué clase de materiales estaba construida. El techo estaba abierto a pleno cielo y la simple cámara estaba pavimentada con grandes losas que a primera vista daban la impresión de ser piedra natural. Pero durante edades geológicas enteras, los pies humanos habían cruzado, y vuelto a cruzar aquel piso sin dejar la menor traza ni desgaste en aquel material inconcebiblemente sólido y perfecto.

El creador del gran Parque, esto es, el mismo constructor de la propia Diaspar, aparecía sentado con unos ojos literalmente inclinados hacia abajo, como examinando los planos extendidos sobre sus rodillas. Su rostro aparecía con una tal curiosa ausencia de cuanto parecía rodearle, que había sorprendido y dejado confuso al mundo durante incontables generaciones de seres humanos. Algunos habían opinado que sólo se trataba de un gesto producto de la imaginación del artista; pero a otros les parecía que Yarlan Zey sonreía a algún secreto indescifrable.

La totalidad de la construcción en sí, era un enigma, ya que nada de cuanto concernía a aquella construcción arquitectónica podía ser investigado, ni existía traza alguna en los archivos y registros de la ciudad. Alvin, ni siquiera estaba seguro de lo que significaba la palabra «tumba»; Jeserac pudo probablemente habérselo dicho, ya que era tan aficionado a coleccionar palabras antiguas y salpicar su conversación con ellas, para la confusión de quienes le escuchaban.

Desde aquel punto central ventajoso, Alvin pudo mirar claramente por todo el Parque, por encima de las barreras de árboles y a las lejanías de la gran ciudad. Los edificios más próximos, se hallaban casi a dos millas de distancia, formando como un cinturón de baja altura circundando el Parque. Más allá, fila tras fila de otros edificios cada vez más altos, se encontraban las torres y las terrazas que constituían el núcleo central de Diaspar. Aquello se extendía milla tras milla, como escalando poco a poco el propio cielo, haciéndose cada vez más completo y más impresionante. Diaspar había sido concebida como una entidad; en realidad era una sola y gigantesca máquina, poderosísima y misteriosa. A pesar de todo su aspecto exterior casi sobrepasaba su extraordinaria complejidad, pero sólo chocaba con las escondidas maravillas de la tecnología sin las cuales, todos aquellos grandes y fabulosos edificios hubieran sido sólo unos sepulcros sin vida.

Alvin se quedó mirando fijamente los límites de aquel, su propio mundo. Diez, veinte millas, con sus detalles ya perdidos en la distancia, eran los límites exteriores de la ciudad, sobre los cuales parecía descansar el techo del firmamento. No existía nada más allá de aquellos límites, nada excepto la dolorosa soledad del desierto en donde un hombre cualquiera se habría vuelto loco.

Pero… ¿por qué aquella soledad, aquel vacío arenoso le llamaba, le atraía misteriosa e imperativamente, como no lo había hecho con nadie de quienes había conocido?

Alvin lo ignoraba. Miró con fijeza a lo ancho de las espiras multicolores y de los gigantescos edificios que ahora encerraban la totalidad del dominio del género humano, como si de aquella forma pudiera hallar respuesta a su pregunta.

Pero no la halló. Sin embargo, en aquel momento, mientras su corazón le impulsaba a lo inalcanzable, tomó una decisión irrevocable.

Y supo entonces qué era lo que iba a hacer con su vida.

CAPÍTULO IV

Jeserac no resultó de mucha ayuda para Alvin, aunque no fuera tan falto de cooperación como a Alvin casi le había parecido. Le había hecho tales preguntas antes, en su larga carrera como mentor del joven, y no creyó que incluso un único como Alvin pudiese producir muchas sorpresas, o plantearle problemas que no pudiera resolver.

Era cierto que Alvin estaba comenzando a mostrar ciertas excentricidades de menor importancia en su conducta, las cuales eventualmente necesitaban la debida corrección. Alvin no se adhirió tan completamente como hubiera deseado a la increíble y elaborada compleja vida social de Diaspar, o en los mundos de fantasía de sus jóvenes compañeros. Tampoco había mostrado un particular interés para sumergirse en los dominios más altos del pensamiento, aunque a su edad, hubiera sido más bien sorprendente. Más notable resultaba su errática vida amorosa, llegó a la conclusión de que no formaría una relativamente estable pareja por lo menos de un siglo de duración y la brevedad de sus asuntos amorosos fue pronto famosa. Era intensa mientras permanecía en su período ardiente, pero ninguna relación duraba más allá de unas cuantas semanas. Por lo que parecía, sólo podía interesarse por una sola cosa cada vez.

Había veces en que se mezclaba de todo corazón en los eróticos juegos de sus compañeros o desaparecía con la compañera de su elección durante varios días. Pero una vez pasada la fuga pasional, se producía largos períodos en que daba la impresión de hallarse totalmente desinteresado de lo que debería ser su mayor preocupación a su edad. Aquello resultaba malo para él probablemente y ciertamente para sus amoríos dejados de lado, que vagaban por la ciudad desconsoladamente hasta encontrar otra consolación adecuada. Mystra, según había notado Jeserac, había llegado entonces en tan desgraciada época para Alvin.

No es que Alvin fuese falto de corazón ni desconsiderado. En el amor, como en las demás cosas, parecía ir buscando un objetivo una meta que Diaspar no podía proporcionarle.

Ninguna de tales características de Alvin preocuparon demasiado a Jeserac. Un Único, debía comportarse seguramente de aquella forma y a su debido tiempo el joven encajaría en la conducta y forma de vivir propios de la ciudad. Ningún individuo, por excéntrico o brillante que fuese, podría concebir otra cosa distinta.

— El problema que te afecta es uno ya muy viejo — le dijo a Alvin —, pero te sorprenderías de cuánta gente toma el mundo tal y como es y jamás se preocupa de nada y tampoco permite que le turbe su mente. Es cierto que la raza humana ocupó una vez un espacio infinitamente más grande que esta ciudad de Diaspar. Tú ya has visto algo de lo que era la Tierra antes de que llegase el desierto y desaparecieran los océanos Esos registros a los cuales eres tan aficionado de proyectar, son los más antiguos que poseemos, son los únicos que muestran la Tierra tal y como era antes de que llegasen los Invasores. No imagino que mucha gente los haya visto, esos espacios abiertos, sin límites son algo que no podemos contemplar, ni resistir. Incluso la Tierra entera, por supuesto, era sólo un granito de arena en el Imperio Galáctico. Lo que esas inmensidades entre las estrellas tienen que haber sido y son, es como una pesadilla que ningún hombre en su sano juicio trata de imaginar. Nuestros antepasados los cruzaron en el amanecer de nuestra historia, cuando se dirigieron a construir el Imperio. Los cruzaron de nuevo por última vez cuando los Invasores se dirigieron liada la Tierra.

«La leyenda dice, aunque sea sólo una leyenda, que hicimos un pacto con los Invasores. Ellos tendrían para sí el Universo si tanta falta les hacía y nosotros nos conformaríamos con el mundo en que nacimos.

«Hemos mantenido ese pacto y olvidado los vanos sueños de nuestra lejana infancia, como tú también los olvidarás, Alvin. Los hombres que constituyeron esta ciudad y establecieron la sociedad que en ella vive, fueron los señores de la materia y del pensamiento. Pusieron todo lo que la raza humana pudiera necesitar para siempre dentro de estas murallas, y después tomaron las medidas de seguridad necesarias para no abandonarlas jamás.

— Oh, las barreras físicas son las menos importantes. Tal vez haya rutas que conduzcan al exterior de la ciudad, pero estoy seguro de que no irías muy lejos por ellas, incluso en el caso de que las encontraras. Y aunque tuvieses éxito en el intento ¿qué bueno podría proporcionarte eso? Tu cuerpo no permanecería vivo mucho tiempo en el desierto, allá donde la ciudad dejaría de protegerte y alimentarte.

— Si existe una salida que conduzca al exterior de la ciudad — preguntó Alvin —, ¿qué es lo que me prohíbe utilizarla?

— Esa es una pregunta tonta — le respondió Jeserac —. Creó que ya conoces la respuesta.

Jeserac tenía razón; pero no en la forma que él imaginaba. Alvin lo sabía, o más bien lo había supuesto así. Sus compañeros le habían dado la respuesta, tanto en su vida consciente, como en las aventuras en sueños que había compartido con ellos. Ellos nunca estarían en condiciones de dejar a Diaspar; pero lo que Jeserac ignoraba era que las motivaciones que gobernaban sus vidas, no ejercían el menor poder ni la más pequeña influencia sobre Alvin. Tanto si su calidad de Único era debida a un accidente o a algún antiguo designio, era cosa que lo ignoraba; pero aquel era uno de sus resultados. Alvin trató de imaginar cuantos otros tendría que descubrir.

Nadie se daba prisa en Diaspar, y esto constituía una regla que incluso Alvin raramente alteraba. Consideró el problema cuidadosamente durante varias semanas y empleó mucho tiempo en la búsqueda de las más antiguas memorias históricas de la ciudad. Durante horas sin cuento, permanecía yacente en los brazos impalpables del campo antigravitatorio con el proyector hipnótico abierto y su mente proyectada al pasado. Cuando el registro había terminado, la máquina descansaba y todo se desvanecía; pero Alvin todavía continuaba en reposo con la mente fija en la nada anterior a su vuelta a través de las edades para encontrarse de nuevo con la realidad. Volvía a ver de nuevo las extensiones sin fin de aguas azules de los mares, más vastas que la propia tierra firme, con sus olas yendo a romper en las doradas orillas de los mares. Sus oídos percibían el rumor de los rompientes, callados hacía ya millones de años atrás. Recordaba los bosques y las praderas y las extrañas bestias que una vez compartieron el mundo con el Hombre.

Existían muy pocos de tales registros, como cosa generalmente aceptada, aunque nadie sabía por qué y que en algún momento entre la llegada de los Invasores y la construcción de Diaspar todos los recuerdos primitivos de los tiempos antiguos se habían perdido. Tan completo había sido el olvido de tales acontecimientos que resultaba difícil creer que aquello pudo haberse debido a un simple accidente. El género humano había perdido su pasado, excepto por unas cuantas crónicas que podían ser más bien una cosa ya legendaria. Antes de Diaspar sólo había existido… las Edades del Amanecer. En aquel limbo se hallaban inmersos inextricablemente juntos los primeros hombres que encendieron el fuego y los primeros que utilizaron la energía atómica, los primeros hombres que construyeron una canoa con sus manos y los primeros que llegaron a las estrellas. Al extremo lejano de aquel inmenso desierto de tiempo pasado, todos eran como vecinos próximos.

Alvin había intentado hacer solo sus experiencias; pero la soledad era algo que no siempre se podía tener a mano en Diaspar. Apenas dejaba su habitación, se encontraba con Mystra, quien no hacía el menor intento para pretender que su presencia fuese puramente accidental.

Nunca se le ocurrió a Alvin pensar que Mystra fuese bella, ya que jamás había visto la fealdad humana. Cuando la belleza es universal, pierde su poder de hacer latir el corazón y sólo su ausencia es la que puede producir efectos emocionales.

En los primeros momentos y al encontrarla, Alvin se sentía un tanto aburrido y molesto por el encuentro con el recuerdo de pasiones que ya no le afectaban apenas. Era todavía demasiado joven para sentir la ausencia de una amistad perdida y cuando llegara el momento podría darse el caso de resultarle difícil él hacerlas de nuevo. Incluso en sus momentos de mayor intimidad la barrera de su calidad de Único surgía entre él y sus amantes. Para aquel cuerpo ya completamente formado, era sin embargo un muchacho y así continuaría aún durante décadas, mientras que sus compañeros, uno tras otro, recordarían las memorias de sus pasadas vidas y le dejarían muy atrás en tal aspecto. Ya lo había experimentado. Incluso Mystra que tenía un aspecto tan ingenuo y desprovista de artificio entonces, pronto se convertiría en todo un complejo de recuerdos y memorias, con un talento más allá de la imaginación de Alvin.

Su ligera molestia solía desvanecerse casi al instante. No había razón alguna para que Mystra no pudiese ir con él si ella lo deseaba. Alvin no era egoísta y no deseaba tampoco encerrar para sí sus nuevas experiencias en el fondo de un escondrijo, como un avaro. Por lo demás, podía ir aprendiendo mucho de las reacciones de la bella muchacha enamorada de él.

Ella no solía hacer preguntas, cosa que resultaba poco usual y en aquella ocasión permaneció callada mientras el canal exprés les iba sacando fuera del agitado corazón de la ciudad. Juntos siguieron su camino hacia la sección central de alta velocidad sin molestarse en echar un vistazo de pasada al milagro que yacía bajo sus pies. Un ingeniero del viejo mundo, se habría vuelto loco de remate poco a poco, al tratar de comprender cómo una calzada aparentemente sólida podía estar fija a ambos lados, mientras que por el centro discurría a una velocidad creciente. Pero para Alvin y Mystra era perfectamente natural, que la materia pudiese existir de tal forma que resultase salida en una dirección y líquida en la opuesta.

A su alrededor, los edificios se hacían más y más altos, como si la ciudad fuese reforzando sus defensas contra el mundo exterior. Qué extraño resultaría, pensó Alvin, si aquellas imponentes murallas se hiciesen transparentes como el cristal y se pudiese observar la vida que latía en su interior. Esparcidos por doquier y en el espacio que les rodeaba se hallaban amigos a quienes conocía, amigos que conocería en alguna ocasión y personas extrañas a quienes jamás, probablemente llegaría a conocer. En realidad estas últimas personas serían pocas, ya que en el curso normal de su dilatada vida futura tendría ocasión de encontrarse y conocer a casi toda la población de Diaspar. La mayor parte de aquellas personas, estarían en sus habitaciones particulares, aunque no estuviesen solas. Sólo tenía que formarse una idea y formular un deseo, para que apareciesen junto a ellas en todo, excepto en realidad física, la apariencia de la persona elegida o deseada. Nadie se aburría, ya que tenían acceso a todas las cosas que habían sucedido en 105 dominios de la imaginación o de la realidad, desde los días en que fue construida la ciudad. Para los hombres con una mente así constituida, la existencia era de lo más placentero y agradable. Que ello no fuese algo realmente fútil, era algo que Alvin todavía no había llegado a comprender.

Conforme Alvin y Mystra se dirigían alejándose del corazón de la ciudad, el número de personas que veían por las calles, iba decreciendo lentamente, y no hubo nadie a la vista, al llegar a un lento descanso contra una larga plataforma de mármol brillantemente coloreada. Caminaron a través de aquella helada materia donde la sustancia del camino rodante fluía de vuelta hacia su origen y se enfrentaron con una muralla agujereada con túneles brillantemente iluminados. Alvin escogió uno de ellos sin vacilar y entró en él con Mystra tras él a corta distancia. El campo peristáltico les acogió en el acto y les impulsó hacia delante, mientras se recreaban con cuanto les rodeaba.

Parecía imposible que en realidad se hallasen en un túnel subterráneo. El arte que se había empleado en Diaspar pintando cuadros de bellísima factura, se había desplegado allí y por encima de sus cabezas los cielos parecían abiertos a todos los vientos y corrientes del firmamento. Por todo su entorno, observaban las espiras de la ciudad, reluciendo a la luz del sol. No era la ciudad que Alvin conocía, sino la Diaspar de una edad muy anterior. Aunque muchos de sus edificios le eran familiares existían sutiles diferencias que añadían más interés al escenario general. Alvin deseó ir muy despacio; pero nunca había hallado la forma de retardar su paso a través del túnel.

Pronto se sintieron depositados en una ancha cámara elíptica completamente rodeada de ventanas. A través de ellas, pudieron captar arrebatadoras vistas de maravillosos jardines, encendidos y salpicados de brillantes flores. Aún quedaban jardines en Diaspar; pero aquellos sólo habían existido en la mente de los artistas que los habían concebido. En realidad, muchas de aquellas flores, todavía existían en el mundo presente de Alvin.

Mystra se mostraba fascinada por su belleza y obviamente convencida que aquella había sido la finalidad por la que Alvin la había llevado hasta allí. Alvin la observó durante un rato, mientras corría alegremente de un lado a otro, de escena en escena gozando su delicia en cada nuevo descubrimiento. Había centenares de lugares como aquel, en los edificios medio desiertos que rodeaban la periferia de Diaspar, conservados en perfecto orden por los ocultos poderes que cuidaban de todo lo relacionado con la gran ciudad. Un día la marea irresistible de la vida podría fluir de aquella forma una vez más; pero hasta entonces, aquellos antiguos jardines eran como un secreto que compartían juntos.

— Tenemos que ir más lejos — dijo Alvin —. Esto es sólo el principio.

Entró por una de las ventanas y la ilusión se deshizo. No había jardín tras los cristales sino un pasaje circular curvándose ligeramente hacia arriba. Podía ver a Mystra a algunos pasos de distancia, aunque sabía que ella no le vería a él. Pero la chica no vaciló y un momento más tarde se hallaba junto a él en aquel pasaje.

Bajo sus pies el suelo comenzó a deslizarse lentamente hacia delante como si tuviese prisa en conducirles hacia su meta. Siguieron caminando en aquella forma unos cuantos pasos, hasta que su velocidad era tan grande que cualquier esfuerzo en contra habría resultado inútil.

El corredor continuaba todavía subiendo y a unos cien pies se había curvado casi en un ángulo recto. Pero aquello sólo podía conocerse por pura lógica, para todos los sentidos era como si se acelerase el paso por un corredor totalmente plano. El hecho de que en realidad estuviesen siendo llevados hacia arriba a miles de pies verticalmente, como por una gigantesca chimenea, no les ocasionaba la menor sensación de inseguridad, ya que cualquier fallo del campo polarizante era Inimaginable.

A poco el corredor comenzó a declinar «hacia abajo» de nuevo hasta que una vez más torció en un ángulo recto. El movimiento del piso disminuyó Imperceptiblemente hasta que llegó a detenerse al final de un largo salón adornado con espejos. Alvin sabía de antemano que sería muy difícil dar prisa a que Mystra saliese de allí. No era sólo que las características femeninas de la coquetería habían sobrevivido incambiadas desde la madre Eva, es que además, nadie podía resistir la fascinación de aquel lugar. No había nada como aquello, por lo que Alvin conocía, en el resto de Diaspar. Por algún capricho del artista, sólo unos cuantos espejos reflejaban la escena tal y como era, y aun aquellos según estaba convencido Alvin, estaban cambiando constantemente su posición. El resto reflejaban ciertamente algo, pero era ligeramente desconcertante para el que paseara entre ellos, el de verse entre unos alrededores siempre cambiantes y totalmente imaginarios.

A veces había gente que iba de un lado a otro en el mundo existente tras los espejos y más de una vez Alvin había visto rostros que había reconocido. Comprobó muy bien que no había estado mirando a ningún amigo que conociese en existencia real. A través de la mente del artista desconocido había estado mirando en el pasado, observando las anteriores encarnaciones de gentes que Vivían en el mundo de sus días. Aquello le entristeció, al recordarle su condición de Único y al pensar que por mucho que esperase las cambiantes escenas, jamás encontraría eco alguno de su propio yo.

— ¿Sabes dónde estamos? — preguntó a Mystra cuando hubieron contemplado la vuelta completa al salón de los espejos.

Ella sacudió la cabeza negativamente.

— Supongo que en algún lugar al borde de la ciudad — repuso ella sin darle demasiada importancia —. Parece que nos hemos alejado bastante; pero no tengo ni idea de cuánto.