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La rani volvió a escuchar, y luego asintió.

— Con suma claridad.

— Pero el coronel Dipa, entiendo, no dice otra cosa que «Standard de California». Y de paso — continuó Will —, ¿por qué debe Pala preocuparse por los gustos del coronel en materia de compañías petroleras?

— Mi gobierno — dijo Mr. Bahu con tono sonoro — está considerando un plan de cinco años de coordinación y cooperación económica interisleña.

— ¿Y la Cooperación y Coordinación interisleña significa que la Standard tiene que recibir el monopolio?

— Sólo si las condiciones de la Standard son más ventajosas que las de sus competidores.

— En otras palabras — dijo la rani —, sólo si no hay nadie que nos pague más.

— Antes de que llegase usted — le dijo Will —, estaba discutiendo este tema con Murugan. La South-East Asia Petroleum, dije, entregará a Pala todo lo que entregue la Standard a Rendang, y un poco más.

— ¿Quince por ciento más?

— Digamos diez.

— Pongamos doce y medio.

Will la contempló con admiración. Por ser alguien que había pasado por la Cuarta Iniciación, sabía muy bien lo que hacía.

— Joe Aldehyde aullará de dolor — dijo —. Pero a la postre, estoy seguro, recibirá usted sus doce y medio.

— Sería sin duda una proposición sumamente atractiva — dijo Mr. Bahu.

— Lo único que hay de malo es que el gobierno palanés no la aceptará.

— El gobierno palanés — dijo la rani — cambiará muy pronto su política.

— ¿Le parece?

— Lo SÉ — respondió la rani, en un tono que aclaraba perfectamente que la información había llegado en forma directa de la boca del Maestro.

— Cuando se produzca el cambio de política, ¿servirá de algo — preguntó Will — que el coronel Dipa hable en favor de la South-East Asia Petroleum?

— Sin duda.

Will se volvió a Mr. Bahu.

— ¿Y estaría usted dispuesto, señor embajador, a interponer sus buenos oficios ante el coronel Dipa?

En polisílabos, como si estuviese hablando ante una sesión plenaria de alguna organización internacional, Mr. Bahu vaciló diplomáticamente. En cierto sentido, sí; pero en otro sentido, no. Desde un punto de vista, blanco; pero desde un ángulo diferente, claramente negro.

Will escuchó en cortés silencio. Detrás de la máscara de Savonarola, detrás del monóculo aristocrático, detrás de la verborragia embajadoril, podía ver y escuchar al comerciante levantino en busca de su comisión, al pequeño funcionario que trataba de arrancar una prima. Y por su entusiasta patrocinio de la South-East Asia Petroleum, ¿cuánto se le había prometido a la regia iniciada? Estaba dispuesto a apostar que era algo sustancioso. No para ella, por supuesto, no, ¡no! Para la Cruzada del Espíritu, ni falta hacía decirlo, para mayor gloria de Koot Hoomi.

Mr. Bahu había llegado, en su peroración, a la organización internacional.

— Por consiguiente, es preciso que se entienda — decía — que toda acción positiva por mi parte debe mantenerse vinculada a las circunstancias, siempre que tales circunstancias surjan, si es que surgen. ¿Me explico?

— A la perfección — le aseguró Will —. Y ahora — continuó con franqueza deliberadamente indecente —, permítame que explique mi posición en este asunto. Lo único que me interesa a mí es el dinero. Dos mil libras esterlinas, sin tener que trabajar ni un minuto. Un año de libertad nada más que por ayudar a Joe Aldehyde a meter sus manos en Pala.

— Lord Aldehyde — dijo la rani — es notablemente generoso…

— Notablemente — convino Will —, teniendo en cuenta lo poco que yo puedo hacer en este asunto. Pero ni hace falta decir que será mucho más generoso con cualquiera que pueda serle más útil.

Hubo un largo silencio. En la distancia un mynah exigía atención con gritos monótonos. Atención a la avaricia, atención a la hipocresía, atención al cinismo vulgar… Se escuchó un golpe a la puerta.

— Adelante — gritó Will y, volviéndose a Mr. Bahu —: Continuemos esta conversación en otro momento — dijo.

Mr. Bahu asintió.

— Adelante — repitió Will.

Ataviada con faldas azules y una chaqueta corta y sin botones que le dejaba el vientre desnudo y sólo en ocasiones cubría un par de pechos redondos como manzanas, una muchacha de poco menos de veinte años entró vivamente en la habitación. En su terso rostro moreno una sonrisa del saludo más amistoso era puntuada en cada extremo por un hoyuelo.

— Soy la enfermera Appu — comenzó a decir —. Radha Appu. — Luego, viendo a los visitantes de Will, se interrumpió. — Oh, perdóneme, no sabía…

Hizo un saludo superficial a la rani.

Mr. Bahu, entre tanto, se había puesto cortésmente de pie.

— La enfermera Appu — exclamó con entusiasmo —. Mi pequeño ángel auxiliar del hospital de Shivapuram. ¡Qué deliciosa sorpresa!

Para la muchacha, le resultó evidente a Will, la sorpresa estaba muy lejos de ser deliciosa.

— Cómo le va, Mr. Bahu — dijo la joven sin una sonrisa y, volviéndose rápidamente, comenzó a dedicarse a las correas del bolso de lona que llevaba.

— Su Alteza quizá lo habrá olvidado — dijo Mr. Bahu —, pero el verano pasado tuve que operarme. De una hernia — especificó —. Y bien, esta joven solía venir a lavarme todas las mañanas. Puntualmente a las ocho y cuarenta y cinco. ¡Y ahora, después de haber desaparecido durante todos estos meses, hela aquí otra vez!

— Sincronización — dijo la rani a modo de oráculo —. Todo ello forma parte del Plan.

— Tengo que administrarle a Mr. Farnaby una inyección — dijo la pequeña enfermera levantando la vista, sin sonreír.

— Las órdenes del médico son órdenes del médico — exclamó la rani, exagerando el papel del personaje real que se digna mostrarse juguetonamente gracioso —. Escuchar es obedecer. ¿Pero dónde está mi chófer?

— Tu chófer está aquí — dijo una voz familiar.

Hermoso como una visión de Ganimedes, Murugan se encontraba en la puerta. Una expresión divertida apareció en el rostro de la pequeña enfermera.

— Hola, Murugan… quiero decir, Su Alteza. — Hizo otra reverencia que él podía tomar como señal de respeto o de burla irónica, según le pluguiera.

— Oh, hola, Radha — dijo el joven en un tono destinado a ser claramente negligente. Pasó junto a ella, dirigiéndose al lugar donde estaba sentada su madre —. El coche — dijo — se encuentra ante la puerta. O más bien lo que se llama coche. — Con una carcajada sarcástica, explicó a Will —: Es un Austin Baby, de la vendimia 1954. Lo mejor que este país altamente civilizado puede conceder a su familia real. Rendang entrega a su embajador un Bentley — agregó con amargura.

— Que vendrá a buscarme dentro de diez minutos — dijo Mr. Bahu mirando su reloj —. De modo que, ¿puedo despedirme de usted aquí, Alteza?

La rani extendió su mano. Con toda la piedad de un buen católico besando el anillo del cardenal, Mr. Bahu se inclinó sobre ella; luego, enderezándose, se volvió hacia Will.