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— Apenas una distracción, eso es todo. Una tortura humillante y corrosiva. Pero un hombre inteligente siempre puede hacerle frente.
— ¡Cuan difícil es entender los vicios ajenos!
— Tiene razón. Todos deberían apegarse a la insania con que Dios ha considerado conveniente maldecirlos. Pecca fortiter…. Ese era el consejo de Lutero. Pero hay que dedicarse a pecar los propios pecados, no los ajenos. Y sobre todo, no hay que hacer lo que hace la gente de esta isla. No trate de comportarse como si fuese esencialmente cuerdo y naturalmente bueno. Todos nosotros somos pecadores enloqueados que viajamos en el mismo bote… y el bote se hunde perpetuamente.
— A pesar de lo cual rata alguna tiene derecho a abandonarlo. ¿Es eso lo que quiere decir?
— A veces algunas de ellas tratan de abandonarlo. Pero jamás llegan muy lejos. La historia y las demás ratas se ocupan de que se ahoguen con todos nosotros. Por eso Pala no tiene ni la menor posibilidad.
La pequeña enfermera volvió a entrar trayendo una bandeja.
— Comida budista — dijo, mientras anudaba una servilleta en torno del cuello de Will —. Toda, menos el pescado Pero hemos decidido que los pescados son hortalizas dentro de la significación del acto.
Will comenzó a comer.
— Aparte de la rani, de Murugan y de nosotros dos — preguntó después de tragar el primer bocado — ¿a cuántas personas de afuera ha conocido?
— Bien, hubo un grupo de médicos norteamericanos — respondió ella —. Vinieron a Shivapuram el año pasado, mientras yo trabajaba en el Hospital Central.
— ¿Qué fueron a hacer allí?
— Querían averiguar por qué tenemos una tasa tan reducida de neurosis y enfermedades cardiovasculares. ¡Esos médicos! — Meneó la cabeza. — Le aseguro, Mr. Farnaby, que me pusieron los pelos de punta… se los pusieron de punta a todos los del hospital.
— ¿De modo que le parece que nuestra medicina es primitiva?
— Esa no es la palabra adecuada. No es primitiva. Es cincuenta por ciento magnífica y cincuenta por cierto inexistente. Maravillosos antibióticos… pero nada de métodos para aumentar la resistencia a fin de que los antibióticos no sean necesarios. Fantásticas operaciones… pero cuando se trata de enseñar a. la gente la forma de pasar por la vida sin tener que ser hendida en dos, absolutamente nada.
Y lo mismo en todo lo demás. Muy buena para remendarlo a uno cuando ha comenzado a desmoronarse, pero pésima para mantenerlo sano. Aparte de los sistemas cloacales y las vitaminas, parece que no se ocuparan para nada de la prevención. Y sin embargo tienen un proverbio: prevenir es mejor que curar.
— Pero la cura — replicó Will — es mucho más dramática que la prevención. Y para los médicos es mucho más ventajosa.
— Quizá para los médicos de ustedes — afirmó la pequeña enfermera —. No para los nuestros. A los nuestros se les paga por mantener sana a la gente.
— ¿Cómo lo hacen?
— Hemos venido formulando esa pregunta durante cien años, y encontrado una cantidad de respuestas. Respuestas químicas, respuestas psicológicas, respuestas en términos de lo que uno come, de la forma en que hace el amor, de lo que ve y oye, de lo que siente acerca de lo que es en este mundo.
— ¿Y cuáles son las mejores respuestas?
— Ninguna de ellas es la mejor sin las otras.
— De modo que no existe una panacea.
— ¿Cómo podría existir? — Y citó la cuarteta que toda estudiante enfermera tiene que aprender de memoria el día en que comienza su educación.
— De modo que, se trate de prevención o curación, atacamos desde todos los frentes al mismo tiempo. Desde todos los frentes — insistió —; desde la dieta a la autosugestión, de los iones negativos a la meditación.
— Muy sensato — fue el comentario de Will.
— Quizás un tanto demasiado sensato — dijo Mr. Bahu—
¿Trató alguna vez de hablar en términos sensatos con un maniático? — Will sacudió la cabeza. — Yo sí. — Se apartó el mechón entrecano que le caía oblicuamente sobre la frente. Debajo de la línea de nacimiento del cabello se destacaba una cicatriz dentada, extrañamente pálida sobre la piel morena. — Por fortuna para mí, la botella con que me golpeó era bastante frágil. — Alisándose el revuelto cabello, se volvió hacia la pequeña enfermera. — No lo olvide nunca, Miss Radha: para los insensatos nada es más enloquecedor que la sensatez. Pala es una islita rodeada de dos mil novecientos millones de enfermos mentales. De modo que tenga cuidado y no sea demasiado racional. En el país de los insanos el hombre integrado no es rey. El rostro de Mr. Bahu resplandecía literalmente de alborozo volteriano. — Lo linchan.
Will lanzó una carcajada superficial y se volvió otra vez hacia la pequeña enfermera.
— ¿No tienen candidato alguno para la casa de orates? — inquirió.
— Tantos como ustedes… quiero decir, en proporción a la población. Por lo menos así dicen los manuales.
— ¿De modo que el hecho de vivir en un mundo sensato no representa diferencia alguna?
— No para las personas que poseen el tipo de química corporal que las convierte en psicóticas. Nacen vulnerables. Las derriban pequeñas dolencias que otras personas apenas advierten. Estamos comenzando a descubrir qué es lo que las hace tan vulnerables. Empezamos a descubrirlas antes del colapso. Y una vez descubiertas, podemos hacer algo para elevar su resistencia. Una vez más, prevención… y, por supuesto, en todos los frentes al mismo tiempo.
— De modo que el nacimiento en un mundo sensato puede significar una diferencia incluso para los psicóticos predestinados.
— Y para los neuróticos ya la ha significado. La tasa de neurosis de ustedes es de uno sobre cinco, o aun cuatro.
La nuestra es de uno sobre veinte. El que se derrumba recibe tratamiento en todos los frentes, y los diecinueve que no se desmoronan han recibido prevención en todos los frentes. Y con esto volvemos a los médicos norteamericanos. Tres de ellos eran psiquiatras, y uno de los psiquiatras fumaba cigarros sin parar y tenía acento alemán. Fue el que, había sido elegido para ofrecernos una disertación. ¡Qué disertación! — La pequeña enfermera se llevó las manos a la cabeza. — Jamás he oído nada semejante.
— ¿De qué trataba?
— De la forma en que curan a las personas con síntomas neuróticos. No podíamos dar crédito a nuestros oídos. Nunca atacan en todos los frentes; sólo lo hacen más o menos en medio frente. Por lo que a ellos respecta, los frentes físicos no existen. Aparte de la boca y el ano, el paciente no tiene cuerpo. No es un organismo, no nació con cierta constitución física o cierto temperamento. Sólo tiene dos extremos de un tubo digestivo, una familia y una psique. ¿Pero qué tipo de psique? Evidentemente, no todo el espíritu, no lo que el espíritu es en realidad. ¿Cómo podría ser de otro modo, si no tienen en cuenta la anatomía, la bioquímica o la fisiología de la persona? El espíritu abstraído del cuerdo: ese es el único frente en que atacan. Y ni siquiera en todo él. El hombre del cigarro no hacía más que hablar del inconsciente. Pero el único inconsciente al que le dedican atención es el inconsciente negativo, la basura de que la gente ha tratado de librarse enterrándola en el sótano. Ni una palabra sobre el inconsciente positivo. Ni una tentativa de ayudar al paciente a abrirse a la fuerza vital o a la Naturaleza de Buda. Y ni una tentativa de enseñarle a ser un poco más consciente en su vida cotidiana. Ya saben: «Aquí y ahora, muchachos. Atención. — Ofreció una imitación de los mynah. — Esta gente deja que el desdichado neurótico chapalee en sus antiguos hábitos nocivos de no estar nunca aquí y ahora. ¡Todo eso es una pura idiotez! No, el hombre del cigarro no tenía siquiera esa excusa; era tan inteligente como es posible serlo. Debe de ser algo voluntario, algo provocado por uno mismo… como emborracharse u obligarse a creer alguna tontería sólo porque figura en las Escrituras. Y luego vea la idea que tienen de lo normal. Créalo o no, un ser humano normal es el que puede tener orgasmos y está adaptado a su sociedad. — La pequeña enfermera se llevó una vez más las manos a la cabeza. — ¡Es increíble! Nada de preocupaciones por lo que hace uno con sus orgasmos. Nada en cuanto a la calidad de los sentimientos, pensamientos y percepciones de uno. ¿Y qué acerca de la sociedad hacia la cual uno está supuestamente adaptado? ¿Es una sociedad demente o cuerda? Y aunque sea lo bastante cuerda, ¿es correcto que todos estén completamente adaptados a ella?
Con otra de sus chisporroteantes sonrisas, el embajador dijo:
— Aquellos a quienes Dios quiere destruir, primero los enloquece. O a la inversa, y quizás en forma más eficaz, primero los vuelve cuerdos. — Mr. Bahu se puso de pie y se dirigió hacia la ventana. — Mi coche ha venido a buscarme. Tengo que volver a Shivapuram, y a mi escritorio. — Se volvió hacia Will y le dedicó una prolongada y florida despedida. Luego, olvidándose de ser el embajador, dijo —: No se olvide de escribir esa carta. Es muy importante. — Sonrió conspirativamente y, pasando el pulgar varias veces por los dos primeros dedos de la mano derecha, contó un dinero invisible.
— Gracias al cielo — dijo la pequeña enfermera cuando el hombre se hubo ido.
— ¿Qué ofensa cometió? -preguntó Will —. ¿La de siempre?
— Ofrecer dinero a alguien con quien uno quiere acostarse… cuando ese alguien, ella, no lo quiere a uno. Y entonces éste ofrece más. ¿Es habitual eso en el lugar de donde él proviene?
— Profundamente habitual — le aseguró Will.
— Bueno, a mí no me gustó.
— Ya me di cuenta. Y otra pregunta. ¿Qué me dice de Murugan?
— ¿Por qué lo pregunta?
— Por curiosidad. Advertí que ustedes se conocían de antes. ¿Fue cuando él estuvo aquí hace dos años, sin la madre?
— ¿De dónde sabía eso?
— Me lo dijo un pajarito… o más bien un pájaro enorme y macizo.