124236.fb2 La isla - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

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— Alguien que no habría podido importarme menos. — Hizo una mueca de sardónica burla de sí mismo.

— ¿Y ese fue el mal que no quiso hacer pero hizo?

— Que hice y continué haciendo hasta que maté a la mujer que había debido amar, pero no amé. Que continué haciendo incluso después de matarla, aunque me odiaba por hacerlo… sí, en realidad odiaba a la persona que me obligó a hacerlo.

— ¿Que lo obligó, supongo, por el solo hecho de tener el tipo adecuado de cuerpo?

Will asintió, y se produjo un silencio.

— ¿Sabe qué sucede — preguntó al cabo — cuando se siente que nada es del todo real… ni siquiera uno mismo?

Susila asintió.

— A veces ocurre, cuando uno está a punto de descubrir que todo, incluso uno mismo, es más real de lo que jamás se imaginó. Es como cambiar de velocidad: es preciso pasar a punto muerto antes de seguir en segunda.

— O en primera — dijo Will —. En mi caso, el cambio no fue para arriba, sino para abajo. No, ni siquiera para abajo; fue en marcha atrás. La primera vez que sucedió estaba esperando un ómnibus que me llevaría a casa desde la calle Fleet. Millares y millares de personas, todas moviéndose, y cada una de ellas singular, cada una de ellas el centro del universo. Y entonces apareció el sol por detrás de una nube. Todo se volvió extraordinariamente luminoso y claro; y de repente, casi con un chasquido audible, se convirtieron todos en gusanos.

— ¿Gusanos?

— Usted sabe, esos gusanitos pálidos de cabezas negras que se ven en la carne podrida. Nada había cambiado, por supuesto; los rostros de la gente eran los mismos, sus ropas las mismas, y sin embargo eran todos gusanos. Y ni siquiera gusanos reales… nada más que fantasmas de gusanos, la ilusión de gusanos. Y yo era la ilusión de un espectador de gusanos. Viví en ese mundo de gusanos durante meses. Viví en él, trabajé en él, fui a almorzar y a cenar en él… sin el menor interés en lo que hacía. Sin el menor goce o placer, completamente carente de deseos y, como descubrí cuando traté de hacer el amor a una joven con la que me había divertido de vez en cuando en el pasado, totalmente impotente.

— ¿Qué esperaba? Precisamente eso.

— ¿Y entonces, por qué…?

Will le dedicó una de sus sonrisas castigadas y se encogió de hombros.

— Por interés científico. Yo era un entomólogo que estudiaba la vida sexual del gusano fantasma.

— Tras lo cual, supongo, todo pareció más irreal aquí.

— Más aun — convino él —, si eso era posible.

— ¿Pero cómo aparecieron los gusanos?

— Bien, por empezar — respondió él — yo era padre de mis hijos. Engendrado por el Bravucón Borrachín en la Mártir Cristiana. Y además de ser el padre de mis hijos — continuó luego de una pequeña pausa —, era el sobrino de mi tía Mary.

— ¿Qué tenía que ver su tía Mary con eso?

— Fue la única persona que jamás amé, y cuando yo tenía dieciséis años ella enfermó de cáncer. Le extirparon el pecho derecho; luego, un año después, el izquierdo. Después de eso, nueve meses de rayos X y de enfermedad de la radiación. Luego le llegó al hígado y eso fue el final. Yo estuve allí desde el principio hasta el fin. Para un chico de menos de veinte años, fue una educación liberal… pero liberal de veras.

— ¿En qué sentido? — preguntó Susila.

— En Sensatez Pura y Aplicada. Y unas semanas después del término del curso privado en la materia, llegó la gran inauguración del curso público. La Segunda Guerra Mundial. Seguida por el curso de repaso, sin interrupciones, de la Primera Guerra Fría. Y durante todo este tiempo yo quería ser poeta, y descubría que sencillamente no tenía lo necesario para ello. Y luego, después de la guerra, tuve que dedicarme al periodismo para ganar dinero. Cuando lo que en realidad deseaba era pasar hambre, si era necesario, pero tratar de escribir algo decente… por lo menos una buena prosa, ya que no podía ser una buena poesía. Pero no había tenido en cuenta a mis queridos padres. Para cuando murió, en enero del cuarenta y tres, mi padre había terminado con el poco dinero que nuestra familia heredó, y para cuando mi madre quedó afortunadamente viuda, estaba tullida por la artritis y tenía que ser mantenida. Y entonces, heme ahí en la calle Fleet, manteniéndola con una facilidad y un éxito absolutamente humillantes.

— ¿Por qué humillantes?

— ¿No se sentiría usted humillada si se descubriese ganando dinero mediante la producción de los fraudes literarios más baratos y más flagrantes? Triunfé porque era tan irremediablemente de segunda fila.

— ¿Y el resultado neto de todo ello fue los gusanos?

El asintió.

— Ni siquiera verdaderos gusanos; gusanos fantasmas. Y aquí fue donde apareció Molly. La conocí en una fiesta de gusanos de primera clase, en Bloomsbury. Nos presentaron, conversamos cortés y superficialmente sobre la pintura no objetiva. Como no quería ver más gusanos, no la miré; pero ella debe de haber estado mirándome. Molly tenía ojos color azul grisáceo muy pálido — agregó entre paréntesis —, ojos que lo veían todo; era increíblemente observadora, pero observaba sin malicia ni censura; veía el mal, si existía, pero jamás lo condenaba. Simplemente, se sentía apenada por la persona que se veía obligada a pensar esos pensamientos y a hacer esas cosas odiosas. Bien, como digo, debe de haber estado mirándome mientras yo hablaba, porque de pronto me preguntó por qué estaba tan triste. Yo había bebido un par de tragos, y no había nada de impertinente u ofensivo en la forma en que me formuló la pregunta; por lo tanto, le hablé sobre los gusanos. «Y usted es uno de ellos», terminé, y por primera vez la miré. «Un gusano de ojos azules, con un rostro parecido al de las mujeres santas que concurren a una crucifixión flamenca.» — ¿Se sintió halagada?

— Creo que sí. Había dejado de ser católica, pero seguía teniendo cierta debilidad por las crucifixiones y las mujeres santas. Sea como fuere, a la mañana siguiente me visitó, a la hora del almuerzo. ¿Me gustaría viajar con ella al campo, en auto? Era domingo y, por milagro, hacía un tiempo hermoso. Acepté. Pasamos una hora en un bosquecillo de avellanos… mirando las flores a simple vista, y mirándolas luego con la lente de aumento que Molly había traído consigo. No sé por qué, pero fue extraordinariamente terapéutico… el sólo hecho de observar los corazones de las anémonas y las primaveras. Durante el resto del día no vi más gusanos. Pero la calle Fleet seguía estando allí, esperándome, y a la hora del almuerzo del lunes todo ese lugar estaba atestado de ellos, tan apiñados como siempre. Millones de gusanos. Pero ahora sabía qué podía hacer al respecto. Esa noche fui al estudio de Molly. — ¿Era pintora?

— No una pintora de verdad, y lo sabía. Lo sabía y no le molestaba; simplemente, aprovechaba al máximo el hecho de no poseer talento. No pintaba por motivos artísticos; pintaba porque le agradaba contemplar las cosas, le gustaba el proceso de tratar de reproducir meticulosamente lo que veía. Esa noche me entregó un lienzo y una paleta, y me dijo que hiciese lo mismo. — ¿Y tuvo éxito?

— Tanto, que cuando un par de meses más tarde abrí en dos una manzana podrida, el gusano del centro no era un gusano… es decir, no subjetivamente. Objetivamente, sí; era todo lo que debe ser un gusano, y así lo dibujé, así lo dibujamos los dos… porque siempre dibujábamos las mismas cosas al mismo tiempo.

— ¿Y qué hay de los otros gusanos, de los gusanos fantasmas que existían fuera de la manzana?

— Bien, seguía teniendo recaídas, en especial en la calle Fleet y en los cocktail parties. Pero los gusanos eran decididamente menos numerosos, decididamente menos acosadores. Y entre tanto sucedía algo nuevo en el estudio. Me enamoraba… me enamoraba porque el amor es contagioso y Molly estaba tan evidentemente enamorada de mí… por qué, sólo Dios lo sabe.

— Yo puedo ver varias razones posibles. Quizá lo haya amado porque… — Susila lo miró aquilatándolo, y sonrió. — Bien, porque es usted un tipo bastante atrayente de bicho raro.

Él rió.

— Gracias por tan bello cumplido.

— Por otra parte — siguió Susila —, y esto no es tan elogioso, es posible que lo haya amado porque usted la hizo sentir tan terriblemente apenada por lo que le sucedía.

— Me temo que esa es la verdad. Molly era una Hermana de Caridad nata.

— Y una Hermana de Caridad, por desgracia, no es lo mismo que una Esposa de Amor.

— Cosa que a su debido tiempo descubrí — afirmó él.

— Después de su casamiento, supongo.

Will vaciló un instante.

— En realidad — dijo —, fue antes. No porque por parte de ella hubiese habido alguna urgencia de deseo, sino sólo porque estaba tan ansiosa de hacer cualquier cosa para complacerme. Sólo porque, en principio, no creía en las convenciones y era partidaria de amar libremente, y lo que es más sorprendente — recordó las cosas escandalosas que ella decía con tanta negligencia y placidez, incluso en presencia de la madre de él —, partidaria de hablar libremente acerca de esa libertad.

— Usted lo sabía de antemano — resumió Susila —, y sin embargo se casó con ella.

Will asintió sin hablar.

— Porque era un caballero, supongo, y un caballero cumple con su palabra.

— En parte por esa razón un tanto anticuada, pero también porque estaba enamorado de ella.

— ¿Estaba realmente enamorado de ella?

— Sí. No, no lo sé. Pero en ese momento lo sabia. Por lo menos creí saberlo. Estaba convencido de veras de estar realmente enamorado de ella. Y sabía, y sigo sabiendo por qué estaba convencido. Sentía agradecimiento hacia ella por haber eliminado a los gusanos. Y además de la gratitud estaba el respeto, la admiración. Era tanto más honesta y mejor que yo. Pero por desgracia usted tiene razón: una Hermana de Caridad no es lo mismo que una Esposa de Amor. Pero yo estaba dispuesto a aceptar a Molly en sus propios términos, no en los míos. Estaba dispuesto a creer que las convicciones de ella eran mejores que las mías.

— ¿Cuándo — preguntó Susila después de un largo silencio — comenzó a tener amoríos con otras mujeres?