124236.fb2 La isla - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

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— Podrá ser increíble — replicó Murugan con amargura —, pero es un hecho. No les interesa nada de eso.

— ¿Ni siquiera a los jóvenes?

— Yo diría que especialmente a los jóvenes.

Will Farnaby aguzó los oídos. Esa falta de interés le resultaba en alto grado interesante.

— ¿Y puede adivinar por qué? — preguntó.

— No adivino — respondió el joven —. Lo sé. — Y como si de repente hubiese decidido representar una parodia de su madre, comenzó a hablar en tono de justiciera indignación, absurdamente ajeno a su edad y aspecto. — Por empezar, están muy ocupados en… — Vaciló, y la odiada palabra fue musitada con énfasis de repugnancia. — En cosas del sexo.

— Pero todos se dedican al sexo. Cosa que no les impide ansiar los coches veloces.

— Aquí el sexo es distinto — insistió Murugan.

— ¿Debido al yoga del amor? — preguntó Will, recordando el rostro embelesado de la pequeña enfermera.

— Tienen algo que les hace creer que son perfectamente dichosos, y no quieren ninguna otra cosa — asintió el joven.

— ¡Qué estado de bienaventuranza!

— ¡No hay nada de bienaventurado en eso! — replicó Murugan con sequedad —. Es estúpido y desagradable. Nada de progreso; sólo sexo, sexo, sexo. Y, por supuesto, esa asquerosa droga que les dan.

— ¿Droga? — repitió Will con cierto asombro. ¿Droga en un lugar en que Susila había dicho que no existían adictos? — ¿Qué tipo de droga?

— Está hecha de hongos. ¡Hongos! — Pronunció la palabra en una cómica caricatura del más vibrante tono de ultrajada espiritualidad de la rani.

— ¿Esos encantadores hongos rojos en los cuales solían sentarse los gnomos?

— No, estos son amarillos. La gente iba a recogerlos antes en las montañas. Ahora los hacen crecer en viveros especiales de la Estación Experimental de Altura. Drogas científicamente cultivadas. Benito, ¿verdad?

Se oyó un portazo y un sonido de voces, de pasos que se acercaban por un corredor. De pronto desapareció el espíritu indignado de la rani y Murugan fue otra vez el contrito colegial que trata de ocultar furtivamente sus delincuencias. En un santiamén la «Ecología elemental» ocupó el lugar de Sears Roebuck y la cartera sospechosa, abultada, quedó oculta bajo la mesa. Un momento más tarde, desnudo hasta la cintura y reluciente como un bronce viejo, con el sudor del trabajo al sol del mediodía, entró Vijaya en la habitación. Detrás de él apareció el doctor Robert. Con el aire de un estudiante modelo, Murugan levantó la vista de su libro. Divertido, Will se ubicó de lleno en el papel que se le había asignado.

— Fui yo quien llegó muy temprano — dijo en respuesta a las disculpas de Vijaya por haber llegado tan tarde —. Con el resultado de que nuestro amigo no ha podido continuar con sus lecciones. Hemos hablado hasta quedar roncos.

— ¿De qué? — preguntó el doctor Robert.

— De todo. De coles y reyes, de motonetas, de vientres caídos. Y cuando usted entró estábamos en el tema de los hongos. Murugan me hablaba de los hongos que se usan aquí como fuente de una droga.

— ¿Qué indica un nombre? — respondió el doctor Robert con una carcajada —. Respuesta: prácticamente cualquier cosa. Como ha tenido la desgracia de educarse en Europa, Murugan lo denomina droga y siente al decirlo toda la desaprobación que una palabra obscena provoca por reflejo condicionado. Nosotros, por el contrario, le damos a la medicina buenos nombres: la medicina moksha, la reveladora de la realidad, la píldora de la verdad y la belleza. Y sabemos, por experiencia directa, que los buenos nombres son merecidos. En tanto que nuestro joven amigo no tiene conocimiento alguno de primera mano sobre esa medicina, y no es posible convencerlo de que por lo menos la pruebe. Para él es una droga, y una droga es algo que, por definición, ninguna persona decente prueba jamás.

— ¿Qué dice a eso Su Alteza? — inquirió Will. Murugan meneó la cabeza.

— Lo único que hace es darle a uno una cantidad de ilusiones — masculló —. ¿Por qué habría de esforzarme por hacer el tonto?

— Es cierto, ¿por qué? — dijo Vijaya con bonachona ironía —. ¿Viendo que, en su estado normal, usted es el único miembro de la raza humana que jamás hace el tonto y nunca tiene ilusiones sobre ninguna cosa?

— Nunca he dicho tal cosa — protestó Murugan —. Sólo quiero decir que no quiero tener nada que ver con el falso samadhi de ustedes.

— ¿Cómo sabe que es falso? — interrogó el doctor Robert.

— Porque el verdadero sólo le llega a la gente después de años y años de meditación y tapas y… bueno, ya sabe… no andar, con mujeres.

— Murugan — explicó Vijaya a Will — es uno de los puritanos. Le ofende el hecho de que, con cuatrocientos miligramos de la medicina moksha en la sangre, incluso los principiantes, sí, y hasta los jóvenes y las muchachas que se hacen el amor, puedan percibir una visión del mundo tal como lo ve el que ha sido liberado de su esclavitud respecto del ego.

— Pero no es verdadera — insistió Murugan. — ¡No es verdadera! — repitió el doctor Robert —. Lo mismo podría decir que la experiencia del bienestar no es verdadera.

— Esa es una petición de principio — objetó Will —. Una experiencia puede ser verdadera en relación con algo que sucede dentro del cráneo de uno, pero completamente ajena a todo lo exterior.

— Es claro — convino el doctor Robert. — ¿Saben ustedes qué sucede dentro de sus respectivos cráneos, cuando han tomado una dosis del hongo? — Sabemos un poco.

— Y continuamente tratamos de averiguar más — agregó Vijaya.

— Por ejemplo — continuó el doctor Robert —: hemos descubierto que las personas cuyo electroencefalograma no muestra actividad del ritmo alfa cuando se encuentran en reposo no responden significativamente a la medicina moksha. Eso quiere decir que para el quince por ciento, más o menos, de la población, tenemos que encontrar otras formas de acercarse a la liberación.

— Y otra cosa que apenas comenzamos a entender — dijo Vijaya — es la correlación neurológica de estas experiencias. ¿Qué sucede en el cerebro cuando uno tiene una visión? ¿Y qué sucede cuando se pasa de un estado mental premístico a uno auténticamente místico?

— ¿Lo saben ustedes? — preguntó Will.

— «Saber» es una palabra grande. Digamos que estamos en condiciones de hacer algunas conjeturas plausibles. Los ángeles y las Nuevas Jerusalén y las Madonnas y los Futuros Budas están todos relacionados con cierto tipo de estimulación poco corriente de las zonas cerebrales de proyección primaria, la corteza visual, por ejemplo. Todavía no hemos descubierto cómo produce la medicina moksha esos estímulos extraordinarios. Lo importante es que, de una u otra manera, los produce. Y de una u otra manera, también hace algo extraordinario con las zonas silenciosas del cerebro, las zonas que no están vinculadas en forma específica con la percepción, el movimiento o el sentimiento.

— ¿Y cómo reaccionan las zonas silenciosas?

— Empecemos con las reacciones que no tienen. No reaccionan con visiones o audiciones; no responden con telepatía o clarividencia o cualquier otra cosa de ejecución parapsicológica. Nada de esas divertidas cosas premísticas. Su reacción es la total experiencia mística. Ya sabe: Uno en Todo y Todo en Uno. La experiencia fundamental con sus corolarios: ilimitada compasión, insondable misterio y significación.

— Para no mencionar la alegría — dijo el doctor Robert —, una alegría indecible.

— Y todo eso está dentro del cráneo de uno — dijo Will —. Es estrictamente privado. No tiene referencia a hecho exterior alguno, aparte del hongo.

— No es real — intervino Murugan —. Eso es exactamente lo que yo quería decir.

— Usted da por supuesto — replicó el doctor Robert — que el cerebro produce la conciencia. Yo supongo que la trasmite. Y mí explicación no es más descabellada que la suya. ¿Cómo es posible que una serie de acontecimientos pertenecientes a un orden sean experimentados como una serie de sucesos pertenecientes a otro orden distinto y en todo sentido inconmensurable? Nadie tiene la menor idea. Lo único que se puede hacer es aceptar los hechos y elaborar hipótesis. Y una hipótesis, hablando en términos filosóficos, es tan buena como otra. Usted dice que la medicina moksha influye sobre las zonas silenciosas del cerebro, obligándolas a producir una serie de acontecimientos a los que la gente ha asignado el nombre de «experiencia mística». Yo digo que la medicina moksha opera sobre las zonas silenciosas del cerebro, abriendo algún tipo de compuerta neurológica, lo que permite que un mayor volumen de Mente con M mayúscula entre en su mente con m minúscula. Usted no puede demostrar la verdad de su hipótesis y yo no puedo demostrar la verdad de la mía. Y aunque usted pudiera demostrar que estoy equivocado, ¿qué sentido práctico tendría eso?

— En mi opinión, tendría todo el sentido práctico del mundo — replicó Will.

— ¿Le gusta la música? — preguntó el doctor.

— Más que muchas otras cosas.

— Si me permite la pregunta, ¿a qué se refiere el quinteto de Mozart en sol menor? ¿Se refiere a Alá? ¿O a Tao? ¿O a la segunda persona de la Trinidad? ¿O al Atmán-Brahmán?

Will rió.

— Esperemos que no.

— Pero eso no hace que la experiencia del quinteto en sol menor resulte menos satisfactoria. Bien, pues lo mismo sucede con el tipo de experiencia que se obtiene con la medicina moksha, o por medio de la oración, el ayuno y los ejercicios espirituales. Aunque no se refiera a nada exterior a sí mismo, sigue siendo la cosa más importante que haya pedido sucederle a uno. Lo mismo que la música, sólo que en proporción incomparablemente mayor. Y si uno le concede una oportunidad a la experiencia, si está dispuesto a seguirla, los resultados son incomparablemente más terapéuticos y trasformadores. Es posible que todo eso suceda dentro del cerebro de uno. Es posible que sea privado y que no exista conocimiento unitivo de nada que no sea la fisiología de uno mismo. ¿A quién le importa? Sigue en pie el hecho de que la experiencia puede abrirle los ojos, convertirlo en una persona bienaventurada y trasformarle toda la vida. — Hubo un prolongado silencio. — Permítame que le diga una cosa — continuó, dirigiéndose a Murugan —. Algo que no pensaba decirle a nadie. Pero ahora siento que quizá tengo una obligación, un deber para con el trono, un deber para con Pala y su pueblo: una obligación de hablarle acerca de esta experiencia tan privada. Quizá si lo hago pueda ayudarlo a ser un poco más comprensivo acerca de su país y de las costumbres de su país. — Guardó silencio durante un momento; luego continuó, en tono tranquilo y práctico. — Supongo que conoce a mi esposa. Con el rostro vuelto hacia el otro lado, Murugan asintió. — Lamenté mucho — dije — enterarme de que estaba tan enferma.

— Le quedan unos pocos días — dijo el doctor Robert —. Cuatro o cinco, cuando mucho. Pero sigue perfectamente lúcida, perfectamente consciente de lo que sucede. Ayer me preguntó si no podíamos tomar la medicina moksha juntos. La habíamos bebido juntos — agregó entre paréntesis — una o dos veces por año, durante los últimos treinta y siete…. desde que decidimos casarnos. Y ahora, una vez más, por última vez; por la última, última vez. Podía ser peligroso, por el daño que eso podía causarle al hígado. Pero decidimos que era peligro que valía la pena correr. Y resultó que teníamos razón. La medicina moksha — la droga, como usted prefiere llamarla — apenas le provocó algún trastorno. Lo único que le ocurrió fue la trasformación mental.