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— Ansia, me temo — dijo el doctor Robert desde el asiento trasero —, que tendrá que quedar insatisfecha.

Murugan no hizo comentario alguno, pero esbozó la sonrisa secreta y desdeñosa del que sabe que las cosas no son como se afirma.

— No podemos importar juguetes — continuó el doctor —. Sólo lo esencial.

— ¿Por ejemplo?

— En seguida lo verá. — Tomaron una curva y, allí, debajo de ellos, estaban los techos de paja y los umbríos jardines de una considerable aldea. Vijaya se detuvo al costado del camino y apagó el motor.

— Aquí tiene usted Nueva Rothamsted — dijo —. Alias Madalia. Arroz, hortalizas, aves de corral, frutas. Para no mencionar dos alfarerías y una fábrica de muebles. De ahí eses cables. — Agitó la mano en dirección de la larga hilera de pilotes que trepaban por las laderas escalonadas de detrás de la aldea, desaparecían en la cumbre y reaparecían, más lejos, subiendo por el lecho del valle siguiente, en dirección al verde cinturón de selva de montaña y de los picos coronados de nubes, más allá y más arriba. — Esa es una de las importaciones indispensables: equipos eléctricos. Y cuando los saltos de agua han sido dominados y se han tendido líneas de trasmisión, he aquí otra cosa que tiene primera prioridad. — Señaló con un dedo un bloque de cemento sin ventanas que se erguía, incongruente, entre las casas de madera, cerca de la entrada superior de la aldea.

— ¿Qué es? — preguntó Will —. ¿Algún tipo de horno eléctrico?

— No, los hornos se encuentran al otro lado de la aldea. Esta es la congeladora comunal.

— En los antiguos tiempos — explicó el doctor Robert — solíamos perder la mitad de los artículos perecederos que producíamos. Ahora no perdemos prácticamente nada. Lo que cosechamos es para nosotros, no para las bacterias que nos rodean.

— De modo que ahora tienen suficientes alimentos.

— Más que suficientes. Comemos mejor que cualquier otro país de Asia, y hay excedentes para la exportación. Lenin solía decir que la electricidad más el socialismo es igual al comunismo. Nuestras ecuaciones son distintas. Electricidad menos industria pesada más control de la natalidad es igual a democracia y abundancia. Electricidad más industria pesada menos control de la natalidad es igual a miseria, totalitarismo y guerra.

— De paso — preguntó Will —, ¿quién es dueño de todo esto? ¿Hay aquí capitalismo o socialismo de Estado?

— Ni una cosa ni la otra. En general hay cooperativismo. La agricultura palanesa ha sido siempre un asunto de terraplenado e irrrigación. Pero el terraplenado y la irrigación exigieron esfuerzos conjuntos y los acuerdos amistosos. La competencia agresiva no es compatible con el cultivo del arroz en un país montañoso. A nuestro pueblo le resultó muy sencillo pasar de la ayuda mutua en una comunidad de aldea a las más modernas técnicas cooperativas de compra, venta, distribución de las ganancias y financiación.

— ¿También financiación cooperativa?

El doctor Robert asintió.

— Nada de esos usureros chupasangres que se pueden encontrar en toda la campiña india. Y nada de bancos comerciales por el estilo de los de ustedes. Nuestro sistema de préstamos fue establecido según el modelo de las uniones de crédito que Wilhelm Raiffeisen fundó en Alemania hace más de un siglo. Él doctor Andrew convenció al raja que invitase a uno de los jóvenes colaboradores de Raiffeisen a venir aquí y organizar un sistema bancario cooperativo. Y todavía sigue funcionando.

— ¿Y qué usan como dinero? — inquirió Will.

El doctor Robert metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo un puñado de plata, oro y cobre.

— En forma modesta — explicó —, Pala es un país productor de oro. Extraemos lo suficiente para dar a nuestro papel un sólido respaldo metálico. Y el oro complementa nuestras exportaciones. Podemos pagar en efectivo por equipos costosos como las líneas de trasmisión y los generadores instalados en el otro extremo.

— Parecen haber resuelto con bastante éxito sus problemas económicos.

— Solucionarlos no fue difícil. Por empezar, jamás nos permitimos producir más hijos de los que podíamos alimentar, vestir, alojar y educar para convertirlos en algo que tuviera relación con la plena humanidad. Como no estamos sobrepoblados, tenemos abundancia. Pero aunque tenemos abundancia, hemos conseguido resistir a la tentación a que sucumbió Occidente: la tentación del sobreconsumo. No nos enfermamos de la coronaria tragando seis veces más grasas saturadas de las que necesitamos. No nos hipnotizamos hasta el punto de creer que dos receptores de televisión nos harán dos veces más dichosos que uno solo. Y por último no gastamos una cuarta parte de la producción nacional bruta para prepararnos para la tercera guerra mundial, ni para la hermanita de la guerra mundial, la guerra local número tres mil doscientos treinta y tres. Armamentos, deuda universal y obsolescencia planificada: esos son los tres pilares de la prosperidad de Occidente. Si se suprimiese la guerra, la miseria y los usureros, ustedes se derrumbarían. Y mientras ustedes consumen en exceso, el resto del mundo se hunde cada vez más profundamente en el desastre crónico. Ignorancia, militarismo y procreación… y el mayor mal de los tres es la procreación. No hay esperanzas, ni la menor posibilidad de solucionar el problema económico hasta que eso haya sido dominado. A medida que crece la población, desciende la prosperidad. — Trazó la curva descendente con un dedo extendido. — Y a medida que desciende la prosperidad comienzan a crecer el descontento y la rebelión — el índice volvió a subir —, el salvajismo político y el régimen unipartidista, el nacionalismo y la belicosidad. Otros diez o quince años de procreación desenfrenada, y todo el mundo, desde China hasta Perú, pasando por el África y el Medio Oriente, estará atestado de Grandes Líderes, todos dedicados a la represión de la libertad, todos armados hasta los dientes por Rusia o Norteamérica, o, mejor aun, por ambos a la vez, y todos agitando banderas y pidiendo a gritos el lebensraum.

— ¿Y qué hay de Pala? — inquirió Will —. Dentro de diez anos, ¿tendrán ustedes también la bendición de un Gran Líder?

— Si podemos evitarlo, no — contestó el doctor Robert —. Siempre hemos hecho lo posible para evitar que surgiese un Gran Líder.

Con el rabo del ojo, Will vio que Murugan tenía una expresión de indignado y despectivo disgusto. Era evidente que en su imaginación Antinoo se veía como un héroe de Carlyle. Will se volvió hacia el doctor Robert.

— Dígame cómo lo hacen.

— Bien, por empezar no libramos guerras ni nos preparamos para ellas. Por consiguiente no tenemos necesidad de conscripción, ni de jerarquías militares, ni de un comando unificado. Luego está nuestro sistema económico: no permite que nadie se vuelva más de cuatro o cinco veces más rico que el común de la gente. Eso significa que no tenemos capitanes de industria ni omnipotentes financieros. Más aun, no tenemos omnipotentes políticos o burócratas. Pala es una federación de unidades autónomas, de unidades geográficas, de unidades profesionales, de unidades económicas… de modo que hay espacio de sobra para la iniciativa en pequeña escala y para los dirigentes democráticos, pero no lo hay para dictador alguno al frente de un gobierno centralizado. Otra cosa: no tenemos iglesia establecida, y nuestra religión pone el acento en la experiencia inmediata y deplora la creencia en los dogmas inverificables y en las emociones que esa creencia inspira. De modo que estamos protegidos de las plagas del papismo por un lado y del reavivamiento fundamentalista por el otro. Y junto con la experiencia trascendental cultivamos sistemáticamente el escepticismo. Impedir que los niños se tomen las palabras demasiado en serio, enseñarles a analizar todo lo que oyen o leen: esto forma parte integral del programa escolar. Resultado: el demagogo elocuente, como Hitler o nuestro vecino del otro lado del estrecho, el coronel Dipa, no tienen posibilidad alguna en Pala.

Eso fue demasiado para Murugan. Incapaz de contenerse, estalló:

— ¡Pero mire la energía que el coronel Dipa infunde a su pueblo! ¡Mire la devoción y la abnegación! Aquí no tenemos nada de eso.

— Gracias a Dios — dijo el doctor Robert con unción.

— Gracias a Dios — repitió Vijaya.

— Pero esas cosas son buenas — protestó el joven —. Yo las admiro.

— Yo también — declaró el doctor —. Las admiro de la misma manera que admiro un tifón. Por desgracia, ese tipo de energía, devoción y abnegación resulta ser incompatible con la libertad, y no hablemos ya de la razón y la decencia humana. Pero la decencia, la razón y la libertad son las cosas por las cuales ha venido trabajando Pala desde la época de su homónimo, Murugan el Reformador.

De abajo de su asiento Vijaya tomó una caja de hojalata y, levantando la tapa, distribuyó una primera rueda de emparedados de queso y aguacate.

— Tendremos que comer mientras viajamos. — Puso en marcha el motor y con una mano, ya que la otra la tenía ocupada con el emparedado, llevó el pequeño automóvil al camino. — Mañana — le dijo a Will — le mostraré la aldea y la visión, más notable aun, de mi familia almorzando. Hoy tenemos una cita en las montañas.

Cerca de la entrada de la aldea internó el jeep por un camino lateral que subía serpenteando, empinado, por entre los arrozales y campos de hortalizas escalonados, salpicados de huertos y, aquí y allá, plantaciones de arbolitos destinados, según explicó el doctor Robert, a proporcionar materia prima a las fábricas de pulpa de papel de Shivapuram.

— ¿Cuántos periódicos mantiene Pala? — inquirió Will, y se sorprendió al enterarse de que había uno solo —. ¿Quién tiene el monopolio? ¿El gobierno? ¿El partido que se encuentra en el poder? ¿El Joe Aldehyde local?

— Nadie tiene el monopolio — le aseguró el doctor Robert —. Hay un cuerpo de directores que representan a media docena de partidos e intereses distintos. Cada uno de ellos recibe una porción de espacio para comentarios y críticas. El lector se encuentra entonces en condiciones de comparar los argumentos de todos ellos y tomar una decisión por su cuenta. Recuerdo cuánto me escandalicé la primera vez que leí uno de los periódicos de gran circulación de ustedes. Lo prejuiciado de los titulares, la sistemática unilateralidad de los informes y los comentarios, los lemas y frases hechas en lugar de argumentos… Nada de hacer un serio llamado a la razón. Por el contrario, un esfuerzo sistemático por implantar reflejos condicionados en la mente de los votantes… y, en lo que se refiere a todo lo demás, crímenes, divorcios, anécdotas, paparruchas, cualquier cosa que los distraiga, cualquier cosa que les impida pensar.

El coche continuaba trepando y ahora se encontraba en una cima, entre dos pendientes pronunciadas; abajo, en el fondo de un barranco, a la izquierda, había un lago bordeado de árboles, y a la derecha un valle más amplio donde, entre dos aldeas sombreadas de árboles, como un trozo incongruente de geometría pura, se extendía una enorme fábrica.

— ¿Cemento? — preguntó Will.

El doctor Robert asintió.

— Una de las industrias indispensables. Producimos todo el que necesitamos, y un excedente para la exportación.

— ¿Y esas aldeas proporcionan la mano de obra?

— En los intervalos de los trabajos agrícolas y de las labores en los bosques y aserraderos.

— ¿Y funciona bien ese sistema de trabajos alternados?

— Depende de lo que usted quiera decir con bien. Pero en Pala la máxima eficiencia no es el imperativo categórico que representa para ustedes. Ustedes piensan primero en obtener la producción más grande posible en el menor tiempo posible. Nosotros pensamos primero en los seres humanos y en sus satisfacciones. El cambio de trabajos no es lo mejor para obtener una gran producción en pocos días. Pero a la mayoría de la gente le gusta más que hacer un solo trabajo toda la vida. Si se trata de elegir entre la eficiencia mecánica y la satisfacción humana, elegimos la satisfacción.

— Cuando yo tenía veinte años — intervino Vijaya — trabajé cuatro meses en esa fábrica de cemento… y después diez semanas en la producción de superfosfatos y seis meses en la selva, como maderero.

— ¡Ese espantoso trabajo honrado!

— Hace veinte años — dijo el doctor Robert — trabajé un tiempo en la fundición de cobre. Después de lo cual probé el sabor del mar en un barco pesquero. Conocer todo tipo de trabajo: eso forma parte de la educación de todos nosotros. De esa manera se aprenden muchísimas cosas… sobre los trabajos, las organizaciones, sobre todo tipo de personas y de su manera de pensar.

Will meneó la cabeza.

— Yo prefiero sacarlo de un libro.