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— ¿Después de lo cual? — interrogó él.
— Surgen los comienzos de la biología moderna.
Will rió.
— «Dios dijo: Que surja Darwin», y surgió Nietzsche, el imperialismo y Adolf Hitler.
— Todo eso — convino ella —. Pero también la posibilidad de un nuevo tipo de Sabiduría para todos. Darwin tomó el antiguo totemismo y lo elevó al plano de la biología. Reaparecieron los cultos de la fertilidad, en forma de genética y de Havelock Ellis. Y ahora nosotros tenemos que recorrer medio giro de la espiral. El darwinismo era la antigua Sabiduría neolítica convertida en conceptos científicos. La nueva Sabiduría consciente, el tipo de Sabiduría proféticamente entrevista en el zen y el taoísmo y el tantra, es la teoría biológica realizada en la práctica viva, es el darwinismo elevado al plano de la compasión y la penetración espiritual. De modo que ya ve — concluyó —; ¡no hay razón alguna en la tierra, y menos aun en el cielo, para que Buda, o cualquier otro, no contemple la Clara Luz tal como se manifiesta en una serpiente!
— ¿Aunque la serpiente pueda matarlo?
— Incluso aunque lo mate.
— ¿Y aunque sea el más antiguo y universal de los símbolos fálicos?
Shanta rió.
— «Medita bajo el Árbol de Muchalinda»: ese es el consejo que damos a todas las parejas de enamorados. Y en los intervalos entre esas meditaciones amorosas recuerden lo que se les enseñó de niños: las serpientes son sus hermanas; las serpientes tienen derecho a su compasión y respeto; en una palabra, las serpientes son buenas, buenas, buenas.
— Las serpientes también son venenosas, venenosas, venenosas.
— Pero si recuerda que son tan buenas como venenosas, y actúa en consonancia con ello, no utilizarán su veneno.
— ¿Quién lo afirma?
— Es un hecho observable. La gente que no teme a las serpientes, la que no se acerca a ellas con la creencia fija de que la única serpiente buena es la serpiente muerta, muy pocas veces es mordida. La semana que viene pediré prestada la pitón favorita de nuestros vecinos. Durante unos días le daré a Rama su almuerzo y cena entre los anillos de la Vieja Serpiente.
De fuera de la casa llegó el sonido de una risa chillona, luego una.confusión de voces infantiles que se interrumpían entre sí en inglés y palanés. Un momento más tarde, con aspecto muy maternal y estatura muy elevada en comparación con los niños que tenía a su cuidado, entró en la habitación Mary Sarojini flanqueada por una pareja de chiquillos idénticos, de cuatro años de edad, y seguida por el robusto querube que la acompañaba cuando Will abrió los ojos por primera vez en Pala.
— Recogimos a Tara y Arjuna en el jardín de infantes — explicó Mary Sarojini cuando los mellizos se lanzaron sobre su madre.
Con el niño de pecho en un brazo y el otro sobre los dos chiquillos, Shanta sonrió su agradecimiento.
— Muy amable de tu parte.
Tom Krishna fue quien respondió:
— No es nada. — Se adelantó y, luego de un momento de vacilación comenzó a decir —: Estaba preguntándome… — Se interrumpió y miró, suplicante, a su hermana. Mary Sarojini meneó negativamente la cabeza. — ¿Qué te preguntabas? — inquirió Shanta. — Bueno, en realidad nos preguntábamos los dos… quiero decir, ¿podríamos venir a comer con ustedes?
— Ah, ya entiendo. — Shanta miró a Tom Krishna, luego a Mary Sarojini y de vuelta a Tom. — Bueno, será mejor que vayas a preguntarle a Vijaya si hay suficiente comida, él cocina hoy.
— Muy bien — dijo Tom Krishna sin entusiasmo. Con pasos lentos, desganados, cruzó la habitación y pasó por la puerta de la cocina. Shanta se volvió hacia Mary Sarojini. — ¿Qué sucedió?
— Bueno, mamá le ha dicho por lo menos cincuenta veces que no quiere que lleve sus lagartos a casa. Pero esta mañana volvió a llevarlos. Entonces ella se enojó mucho. — ¿Entonces ustedes decidieron venir a comer aquí? — Si no le resulta conveniente, Shanta, podemos ir a lo de los Rao o a casa de los Rajajinnadasa.
— Estoy segura de que resultará conveniente — le aseguró Shanta —. Sólo pensé que sería bueno que Tom Krishna conversase un poco con Vijaya.
— Tiene mucha razón — respondió Mary Sarojini con gravedad. Luego, muy práctica, llamó —: Tara, Arjuna. Vengan conmigo al cuarto de baño, a lavarnos. Están muy sucios — le dijo a Shanta mientras se los llevaba.
Will aguardó hasta que no pudieran escucharlo, y luego se volvió hacia Shanta.
— Supongo que acabo de ver un Club de Adopción Mutua en acción.
— Por fortuna — replicó Shanta —, en acción muy suave. Tom Krishna y Mary Sarojini se entienden notablemente bien con su madre. Allí no existen problemas personales; sólo el problema del destino, el enorme y terrible problema de la muerte de Dugald.
— ¿Se casará Susila de nuevo? — preguntó él.
— Así lo espero. En bien de todos. Entretanto, para los chicos es bueno pasar cierto tiempo con uno u otro de sus padres por delegación. En especial es bueno para Tom Krishna. Está llegando a la edad en que los chiquillos descubren su masculinidad. Todavía llora como un niño, pero al instante siguiente alardea y se exhibe y lleva lagartos a la casa… nada más que para demostrar que es un hombre de pelo en pecho. Por eso lo mandé a hablar con Vijaya. Vijaya es todo lo que a Tom Krishna le agrada creer que es él mismo. Tres metros de alto, dos metros de ancho, terriblemente fuerte, inmensamente competente. Cuando le dice a Tom Krishna cómo tiene que comportarse éste lo escucha… lo escucha como jamás me escucharía a mí o a su madre si le dijéramos las mismas cosas. Y Vijaya le dice las mismas cosas que le diríamos nosotros. Porque, además de ser un hombre de pelo en pecho, es en buena medida femeninamente sensible. De modo que, ya ve: Tom Krishna está siendo aleccionado desde todos los ángulos. Y ahora — concluyó, contemplando al niñito dormido que tenía en los brazos — debo acostar a este jovencito y prepararme para el almuerzo.
Lavados y cepillados, los mellizos se encontraban ya en sus sillas altas. Mary Sarojini rondaba en torno a ellos como una madre orgullosa pero ansiosa. Ante la cocina, Vijaya sacaba arroz y hortalizas de una cazuela de barro. Con cautela, con una expresión de concentrada atención, Tom Krishna llevaba los cuencos a la mesa a medida que eran llenados.
— ¡Ya está! — exclamó Vijaya cuando llenó el último cuenco desbordante. Se secó las manos, se acercó a la mesa y se sentó —. Mejor hablale a nuestro invitado sobre la acción de gracias — le dijo a Shanta.
— En Pala — explicó ella volviéndose hacia Will — no decimos las gracias antes de la comida. La decimos con la comida. O más bien no la decimos; la masticamos.
— ¿La mastican?
— La bendición de la mesa es el primer bocado de cada plato… mascado una y otra vez hasta que no queda nada. Y mientras se masca se presta atención al sabor de la comida, a su consistencia y temperatura, a las presiones de los dientes y las sensaciones de los músculos de la mandíbula.
— Y entretanto, supongo, ¿agradecen al Iluminado, o a Siva, o a quien sea?
Shanta meneó la cabeza con énfasis.
— Eso le distraería la atención, y la atención es lo principal. Atención a la experiencia de algo recibido, de algo que uno no ha inventado. No al recuerdo de una fórmula verbal dirigida a alguien que sólo existe en la imaginación. — Miró a los que estaban sentados en torno de la mesa. — ¿Empezamos?
— ¡Hurta! — gritaron los mellizos al unísono, y tomaron sus cucharas.
Durante un largo minuto hubo silencio, interrumpido sólo por los mellizos, que no habían aprendido a comer sin hacer chasquear los labios.
— ¿Podemos tragar ahora? — preguntó al cabo uno de los chiquillos.
Shanta asintió. Todos tragaron. Hubo un tintineo de cucharas y un estallido de conversaciones de bocas llenas.
— Bien — preguntó Shanta —, ¿qué sabor tuvo su agradecimiento de la comida?
— El de una larga sucesión de cosas distintas — respondió Will —. O más bien una sucesión de variaciones del tema fundamental del arroz con cúrcuma y pimientos rojos y zucchini y algo de hoja que no reconozco. Resulta interesante: no es siempre lo mismo. En realidad no lo había advertido hasta ahora.
— Y mientras prestaba atención a esas cosas ¿no se sintió momentáneamente liberado de los ensueños diurnos, de los recuerdos, las previsiones, de las ideas tontas… de todos los síntomas de usted?
— ¿Acaso el saborear no es yo?
Shanta miró a su esposo, sentado al otro extremo de la mesa.
— ¿Qué dirías tú, Vijaya?
— Diría que está entre el yo y el no yo. Saborear es el no yo que hace algo por todo el organismo. Y al mismo tiempo saborear es el yo consciente de lo que sucede. Y ese es el sentido de nuestro agradecimiento de masticación: hacer que el yo tenga más conciencia de lo que hace el no yo.