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Fue Shanta la que respondió.
— El sentido del sentido — dijo — es el de que, cuando ha aprendido a prestar mayor atención al no yo en el ambiente (es decir, el alimento) y al no yo de su propio organismo (sus sensaciones gustativas), puede encontrarse de pronto prestando atención al no yo del lado más alejado de la conciencia; o quizá sea mejor decirlo al revés — continuó —. Al no yo del extremo más alejado de la conciencia le resultará más fácil hacerse conocer a un yo que ha aprendido a tener más conciencia de su no yo en el aspecto fisiológico. — Fue interrumpida por un ruido de algo que se rompe, seguido por un aullido de uno de los mellizos. — Después de lo cual — continuó, mientras limpiaba la mancha del piso — es preciso considerar el problema del yo y el no yo en relación con personas que tienen menos de un metro de estatura. Se entregará un premio de sesenta y cuatro mil decenas de millones de rupias a quien ofrezca una solución perfecta. — Enjugó los ojos del niño, le hizo sonarse la nariz, le dio un beso y fue a la cocina a buscar otro tazón de arroz.
— ¿Qué ocupaciones tienen para esta tarde? — preguntó Vijaya cuando terminó el almuerzo.
— Estamos en el servicio de espantapájaros — respondió Tom Krishna con aire importante.
— En el campo que está un poco más abajo de la escuela — agregó Mary Sarojini.
— Entonces los llevaré en el auto — dijo Vijaya. Se volvió hacia Will Farnaby y le preguntó —: ¿Quiere venir?
Will asintió.
— Y si se puede — dijo —, me gustaría ver la escuela, ya que estoy en eso… Concurrir, quizás, a una de las clases.
Shanta los saludó desde la galería y unos minutos más tarde pudieron ver el jeep estacionado.
— La escuela está al otro lado de la aldea — explicó Vijaya mientras ponía en marcha el motor —. Tendremos que tomar por el atajo. Desciende y vuelve a subir.
Bajaron por los arrozales, maizales y campes de batatas escalonados, se encontraron en terreno llano, siguiendo una línea que contorneaba los campos, con un barroso y pequeño estanque de peces a la izquierda y un huerto de árboles de pan a la derecha, y por último volvieron a subir a través de más campos, algunos verdes, otros dorados… y allí estaba el edificio de la escuela, blanco y espacioso bajo sus altos árboles de sombra.
— Y allí — dijo Mary Sarojini — están nuestros espantapájaros.
Will miró en la dirección en que señalaba la niña. En el más cercano de los campos escalonados debajo de ellos el arroz estaba ya a punto de ser cosechado. Dos chiquillos de taparrabos rojos y una niñita de faldas azules se turbaban tirando de las cuerdas que ponían en movimiento dos marionetas de tamaño natural, unidas a estacas, en ambos extremos del angosto campo. Los muñecos eran de madera, hermosamente tallados y ataviados, no con guiñapos, sino con las telas más espléndidas. Will los contempló con asombro.
— Salomón, en toda su gloria — exclamó —, no estuvo vestido como uno de esos.
Pero Salomón, continuó reflexionando, no era más que un rey, en tanto que esos magníficos espantapájaros eran seres de un orden superior. Uno era un Futuro Buda, el otro una versión deliciosamente alegre, de las Indias orientales, del Dios Padre tal como se lo puede ver en la Capilla Sixtina, volando sobre el Adán recién creado. A cada tirón de la cuerda el Futuro Buda meneaba la cabeza, descruzaba las piernas, que tenía en la postura del loto, bailaba un breve fandango en el aire, volvía a cruzarlas y permanecía inmóvil un instante, hasta que un nuevo tirón de la cuerda perturbaba de nuevo sus meditaciones. Entretanto, el Dios Padre agitaba el brazo extendido, blandía el índice en portentosa advertencia, abría y cerraba la boca orlada de crin y hacía girar un par de ojos que, hechos de vidrio, despedían un fuego conminatorio hacia cualquier pájaro que osara acercarse al arroz. Mientras tanto una brisa vivaz agitaba sus vestiduras, de color amarillo vivo, con un audaz diseño — castaño, blanco y negro — de tigres y monos, en tanto que el magnífico atavío del Futuro Buda, de rayón rojo y anaranjado, se inflaba y gualdrapeaba en torno de su cuerpo con un cólico tintineo de decenas de campanitas de plata.
— ¿Todos los espantapájaros de ustedes son así? — preguntó Will.
— Es una idea del Viejo Raja — contestó Vijaya —. Quería que los niños entendieran que todos los dioses son de fabricación casera, y que nosotros somos quienes tiramos de sus cuerdas y les damos el poder necesario para que tiren de las nuestras.
— Los hacemos danzar — dijo Tom Krishna — y agitarse. — Rió, encantado.
Vijaya extendió una enorme mano y palmeó la morena cabeza rizada del niño.
— ¡Ese es el espíritu! — Y volviéndose de nuevo a Will, dijo, en lo que evidentemente era una imitación de la forma de hablar del Viejo Raja —: Comillas «Dioses» cierra comillas: su único gran mérito (aparte de ahuyentar a los pájaros y comillas «a los pecadores» cierra comillas, y de vez en cuando, quizá consolar a los desdichados) consiste en lo siguiente: ser elevados en lo alto de postes, para que tengan que ser mirados desde abajo; y cuando uno mira hacia arriba, aunque sea a un dios, difícilmente puede dejar de ver el cielo. ¿Y qué es el cielo? Aire y luz dispersa; pero también un símbolo del ilimitado y (perdone la metáfora) preñado vacío del cual todo, lo vivo y lo inanimado, los fabricantes de muñecos y sus divinas marionetas, surge al universo que conocemos… o más bien que creemos conocer.
Mary Sarojini, que había estado escuchando con atención, asintió.
— Papá solía decir — intervino — que mirar a los pájaros en el cielo era aun mejor. Las aves no son palabras, solía decir. Las aves son reales. Tan reales como el cielo. — Vijaya detuvo el coche.
— Diviértanse — dijo, cuando los niños saltaron fuera del vehículo —. Háganlos bailar y agitarse.
Gritando, Tom Krishna y Mary Sarojini corrieron a unirse al grupito del campo que se extendía debajo del camino.
— Y ahora veamos los aspectos más solemnes de la educación. — Vijaya llevó el jeep al sendero que terminaba en la escuela. — Dejaré el coche aquí y volveré caminando a la estación. Cuando se haya cansado, haga que alguien lo lleve a su casa. — Apagó el motor y entregó a Will la llave.
En la oficina de la escuela, Mrs. Narayan, la directora, conversaba con un hombre canoso, de rostro largo, más bien melancólico, parecido al de un sabueso lleno de arrugas y pliegues, sentado frente a su escritorio.
— Mr. Chandra Menon — explicó Vijaya cuando se hicieron las presentaciones — es nuestro subsecretario de Educación.
— Que nos hace — dijo la directora — una de sus periódicas visitas de inspección.
— Y que aprueba de cabo a rabo todo lo que ha visto — agregó el subsecretario con una cortés inclinación de cabeza en dirección de Mrs. Narayan.
Vijaya se disculpó.
— Tengo que volver a mi trabajo — dijo, y se dirigió hacia la puerta.
— ¿Le interesa especialmente la educación? — inquirió Mr. Menon.
— Soy especialmente ignorante en ella — respondió Will —. No hicieron más que criarme; jamás me educaron. Por eso quiero echar una ojeada a la verdadera educación.
— Bueno, pues ha venido al lugar adecuado — le aseguró el subsecretario —. Nueva Rothamsted es una de nuestras mejores escuelas.
— ¿Qué criterio emplean para decidir cuál es una buena escuela? — interrogó Will.
— El éxito.
— ¿En qué? ¿En la obtención de becas? ¿En la preparación para un puesto? ¿En la obediencia a los imperativos categóricos locales?
— Todo eso, por supuesto — repuso Mr. Menon —. Pero sigue en pie el problema fundamental. ¿Para qué son los muchachos y las jóvenes?
Will se encogió de hombros.
— La respuesta depende de dónde se domicilie uno. Por ejemplo, ¿para qué son los muchachos y las jóvenes en Norteamérica? Respuesta: para el consumo en masa. Y los corolarios del consumo en masa son las comunicaciones en masa, la publicidad en masa, los opiatos en masa en forma de televisión, meprobamato, pensamiento positivo y cigarrillos. Y ahora que Europa ha irrumpido en el campo de la producción en masa, ¿para qué serán todos sus muchachos y todas sus jóvenes? Para el consumo en masa y todo lo demás… lo mismo que los de Norteamérica. En tanto que en Rusia hay una respuesta distinta. Las jóvenes y los muchachos son para el fortalecimiento del Estado nacional. De ahí todos esos ingenieros y profesores de ciencias, para no hablar de las cincuenta divisiones preparadas para el combate en cualquier momento, y equipadas con todo, desde tanques y bombas H hasta cohetes de largo alcance. Y en China es lo mismo, pero muchísimo más. ¿Para qué son allí los muchachos y las chicas? Para carne de cañón, carne de la industria, carne de la agricultura, carne de construcción de caminos. De modo que Oriente es Oriente y Occidente, Occidente… por el momento. Pero puede que los dos se encuentren en una de dos maneras. Puede que Occidente llegue a tenerle tanto miedo a Oriente, que deje de pensar que los jóvenes y las muchachas son para el consumo en masa y decida que son para carne de cañón y para fortalecer al Estado. O a la inversa, el Oriente puede encontrarse bajo tal presión de las masas hambrientas de artefactos que ansían volverse occidentales, que se vea obligado a cambiar de opinión y diga que los muchachos y las chicas son en realidad para el consumo en masa. Pero eso queda para el futuro. Entretanto, las respuestas actuales a su pregunta son mutuamente excluyentes.
— Y. las dos — replicó Mr. Menon — son distintas de la nuestra. ¿Para que son los muchachos y las chicas palaneses? Ni para el consumo en masa, ni para el fortalecimiento del Estado. El Estado tiene que existir, por supuesto. Y tiene que haber suficiente para todos. Eso ni falta hace decirlo. Sólo en esas condiciones pueden los jóvenes y las chicas descubrir para qué son en realidad; sólo en esas condiciones podemos hacer algo al respecto.
— ¿Y para qué son en realidad?
— Para su realización, para convertirse en seres humanos plenos.
Will asintió.
— Notas sobre qué es qué — comentó —. Conviértete en lo que realmente eres.
— Al Viejo Raja le preocupaba en lo fundamental lo que la gente es en realidad en el plano que está más allá de la individualidad. Y es claro que a nosotros eso nos interesa tanto como a él. Pero nuestra primera preocupación es la educación elemental, y la educación elemental tiene que trabajar con individuos en toda su diversidad de formas, talla, temperamento, dones y deficiencias. Los individuos en su unidad trascendente son materia de la educación superior. Comienza en la adolescencia y es impartida al mismo tiempo que la educación elemental avanzada.
— Comienza, entiendo — dijo Will —, con la primera experiencia de la medicina moksha.
— ¿De modo que ya ha oído hablar de ella? — La he visto en acción.
— El doctor Robert — explicó la directora — lo llevó ayer a presenciar una iniciación.