124236.fb2 La isla - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 45

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— En apariencia lo toman todo con calma.

— ¿De qué serviría tomarlo con histeria? No mejoraría en modo alguno nuestra situación política; no haría más que empeorar un poco nuestra situación personal.

— Y pisotéenlo — volvieron a gritar los chicos al unísono, y las tablas del piso temblaron bajo sus pies —. Pisotéenlo.

— No crea — prosiguió Mrs. Narayan — que este es el único tipo de danza que enseñamos. La reorientación de la energía engendrada por los malos sentimientos es importante. Pero igualmente importante es dirigir los buenos sentimientos y los conocimientos correctos al plano de la expresión. Movimientos expresivos, en este caso; gestos expresivos. Si hubiese venido ayer, cuando estaba aquí nuestro profesor visitante, le habría mostrado cómo enseñamos ese tipo de danza. Pero hoy, por desgracia, no es posible. No volverá hasta el próximo martes.

— ¿Qué tipo de danza enseña él?

Mrs. Narayan trató de describirla. Nada de saltos y cabriolas, nada de carreras. Los pies siempre plantados con firmeza en el suelo Inclinaciones y movimientos laterales de las rodillas y las caderas. Toda la expresión concentrada en los brazos, muñecas y manos, en el cuello y la cabeza, en la cara y, por sobre todo, en los ojos. Movimiento de los hombros hacia arriba y hacia afuera; movimiento intrínsecamente bello y al mismo tiempo cargado de significación simbólica. El pensamiento que adquiere forma en el ritual y en el gesto estilizado. Todo el cuerpo trasformado en un jeroglífico, en una sucesión de jeroglíficos, de actitudes que se van modulando de significación en significación, como un poema o una pieza musical. Movimientos de los músculos que representan movimientos de la Conciencia, el paso de la Talidad a la pluralidad, de la pluralidad al Uno inmanente y omnipresente.

— Es meditación en acción — concluyó —. Es la metafísica del mahayana expresada, no en palabras, sino por medio de movimientos y gestos simbólicos.

Salieron del gimnasio por una puerta distinta de aquella por la cual habían entrado y doblaron a la.izquierda en un breve corredor.

— ¿Qué viene ahora? — preguntó Will.

— Él cuarto inferior — respondió Mrs. Narayan —, que está trabajando en psicología práctica elemental.

Abrió una puerta verde.

— Bueno, ahora ya lo saben — oyó Will que decía voz familiar —. Nadie tiene que sentir dolor. Ustedes dijeron que la aguja no dolería… y no dolió.

Entraron en la habitación y allí, muy alta en medio de una veintena de cuerpecitos morenos regordetes o flacos, estaba Susila MacPhail. Les sonrió, señaló un par de sillas que se encontraban en un rincón del aula y se volvió de nuevo a los niños:

— Nadie tiene que sentir el dolor — repitió —. Pero no lo olviden nunca: el dolor siempre significa que algo anda mal. Han aprendido a eliminar el dolor, pero no lo hagan irreflexivamente, no lo hagan sin formularse la pregunta: ¿cuál es el motivo de este dolor? Y si es malo, o si no hay motivo para él, háblenle a su madre al respecto, o a cualquier persona mayor del Club de Adopción Mutua. Y sólo entonces eliminen el dolor. Elimínenlo sabiendo que si es necesario hacer algo, se hará. ¿Entienden? Y ahora — continuó después de que todas las preguntas fueron formuladas y contestadas —, juguemos a algunos juegos. Cierren los ojos y finjan que están viendo ese pobre y viejo mynah que tiene una sola pata y que viene todos los días a la escuela para que lo alimenten. ¿Pueden verlo?

Por supuesto, podían verlo. Resulta evidente que el mynah que tenía una sola pata era un viejo amigo.

— Véanlo con tanta claridad como lo vieron hoy, a la hora del almuerzo. Y no lo miren con fijeza, no hagan esfuerzo alguno. Miren sólo lo que les llegue, y dejen que los ojos se muevan… del pico a la cola, de sus ojitos brillantes a su única pata anaranjada.

— Yo puedo oírlo además — informó una chiquilla —. ¡Dice Karuna, Karuna!

— No es cierto — dijo otro niño, indignado —. Dice «¡Atención!»

— Dice las dos cosas — les aseguró Susila —. Y quizá muchas otras palabras más. Pero ahora vamos a fingir de veras. Finjan que hay dos mynah» con una sola pata. Tres. Cuatro. ¿Pueden ver a los cuatro?

Podían.

Cuatro mynah de una sola pata en las cuatro esquinas de un cuadrado, y un quinto en el centro. Y ahora hagamos que cambien de color. Ahora son blancos. Cinco mynah blancos, de cabeza amarilla y una pata anaranjada. Y ahora la cabeza es azul. De un azul vivo…. y el resto del pájaro es rosado. Y siguen cambiando. Ahora son de color púrpura. Cinco aves de color púrpura y cabeza blanca, y cada uno de ellos tiene una pata verde pálido. ¡Cielos! ¿qué sucede? Ya no son cinco; son diez. No, veinte, cincuenta, cien. Cientos y cientos. ¿Pueden verlos? — Algunos podían… sin la menor dificultad; y a los que no podían seguir todos los cambios Susila les propuso metas más modestas.

— Digamos que son doce — dijo —. O si doce es mucho, pongamos diez, ocho. Aun así, es una enorme cantidad de mynah. Y ahora — continuó, cuando todos los niños percibieron todos los pájaros color púrpura que cada uno era capaz de crear —, ahora desaparecen. — Golpeó las manos. — ¡Se han ido! Hasta el último. No queda nada. Y ahora no van a ver mynah; me van a ver a mi. Una, de amarillo. Dos, de verde. Tres, de azul, con lunares rosados. Cuatro del rojo más vivo que jamás hayan visto. — Volvió a golpear las manos. — Han desaparecido todas. Y ahora están Mrs. Narayan y ese hombre de aspecto extraño, con una pierna rígida, que ha venido con ella. Cuatro de cada uno de ellos. De pie, formando un gran círculo, en el gimnasio. Y ahora bailan la Danza de Rakshasi. «Pisotéenlo, pisotéenlo.»

Hubo una risita general. Los Will y las directoras bailarines deben de haberles parecido enormemente cómicos.

Susila hizo chasquear los dedos.

— ¡Que desaparezcan! ¡Se han ido! Y cada uno de ustedes ve tres de sus respectivas madres y tres de sus padres corriendo por el campo de juegos. ¡Cada vez más rápido, más y más rápido! Y de pronto ya no están. Y luego están. Pero al instante siguiente han desaparecido. Están, no están. Están, no están.

Las risitas se convirtieron en carcajadas, y en la culminación de la risa sonó un timbre. Había terminado la lección de psicología práctica elemental.

— ¿Cuál es el sentido de todo eso? — preguntó Will cuando los niños salieron a jugar y Mrs. Narayan regresó a su despacho.

— El sentido — respondió Susila — consiste en hacer que la gente entienda que no estamos completamente a merced de nuestros recuerdos y nuestras fantasías. Si nos inquieta lo que sucede dentro de nuestra cabeza, podemos remediarlo. Se trata nada más de que le muestren a uno qué debe hacer y luego practicarlo… tal como se aprende a leer o a tocar la flauta. Lo que se les enseñaba a esos niños que usted vio es una técnica muy simple: una técnica que más tarde convertiremos en un método de liberación. No de liberación total, por supuesto. Pero media hogaza es mucho mejor que nada de pan. Esta técnica no lo llevará a uno al descubrimiento de su naturaleza de Buda, pero puede ayudarlo a prepararse para ese descubrimiento… ayudarlo porque lo libera de las obsesiones de sus recuerdos dolorosos, de sus remordimientos, de sus injustificadas ansiedades en cuanto al futuro.

— «Obsesiones» — convino Will — es la palabra.

— Pero no es obligatorio estar obsesionado. Algunos de los fantasmas pueden ser eliminados con suma facilidad. Cada vez que aparezca uno, déle el tratamiento de la imaginación. Trátelo como tratamos hace un rato a los mynah, como los tratamos a usted y a Mrs. Narayan. Cámbieles la ropa, póngales otra nariz, multiplíquelos, dígales que se vayan, llámelos de vuelta y hágalos hacer algo ridículo. Luego suprímalos. ¡Piense en lo que habría podido hacer en relación con su padre, si alguien le hubiese enseñado algunas de estas sencillas tretas cuando era pequeño! Usted lo consideraba un ogro aterrador. Pero eso no era necesario. En su imaginación habría podido transformar al ogro en algo grotesco. En todo un coro de cosas grotescas. Veinte sujetos grotescos zapateando y cantando «Soñé que moraba en palacios de mármol». Un breve curso de psicología práctica elemental, y toda su vida habría podido ser distinta.

¿Cómo habría encarado la muerte de Molly? se preguntó Will mientras caminaban hacia el jeep estacionado. ¿Qué ritos de exorcismo imaginativo habría podido practicar sobre ese blanco súcubo, perfumado con almizcle, que era la encarnación de sus frenéticos y aborrecidos deseos?

Pero ahí estaba el jeep. Will entregó a Susila las llaves y se ubicó laboriosamente en el asiento. Estrepitoso, como si se encontrase bajo la compulsión neurótica de compensar en exceso su diminuta estatura, un auto pequeño y antiquísimo se aproximó desde la aldea, entró en el camino de coches y, aún estremeciéndose, se detuvo junto al jeep.

Se volvieron. Allí, asomándose por la ventanilla del Austin Baby real, estaba Murugan, y a su lado, envuelta en muselina blanca, espumosa como una nube cúmulo, se sentaba la rani. Will hizo una inclinación de cabeza en su dirección y obtuvo la más graciosa de las sonrisas, que desapareció en cuanto la mujer se volvió hacia Susila, cuyo saludo fue contestado con el más distante de los movimientos de cabeza.

— ¿Va de paseo? — preguntó Will con cortesía.

— Sólo hasta Shivapuram — respondió la rani.

— Si este maldito cajón resiste hasta allá — agregó Murugan con amargura. Hizo girar la llave de encendido. El motor lanzó su último eructo obsceno y se apagó.

— Tenemos que ver a algunas personas — continuó la rani —. O más bien a Una Persona — agregó, en un tono cargado de significación conspirativa. Sonrió a Will y estuvo a punto de lanzarle un guiño.

Fingiendo no entender que hablaba de Bahu, Will murmuró un poco comprometedor «Es claro» y se condolió con ella por todo el trabajo y las preocupaciones que sin duda exigiría la próxima fiesta de entrada en la mayoría de edad, que se celebraría la semana siguiente.

Murugan lo interrumpió.

— ¿Qué estaba haciendo aquí? — interrogó.

— Me he pasado la tarde mostrando un inteligente interés por la educación palanesa.

— La educación palanesa — repitió la rani. Y una vez más, con acento apenado —. Educación (pausa) palanesa. — Meneó la cabeza.

— Personalmente — dijo Will —, me gustó todo lo que vi y oí al respecto…. desde Mr. Menon y la directora hasta la psicología práctica elemental, tal como la enseña — agregó, tratando de incorporar a Susila a la conversación — Mrs. MacPhail.

La rani siguió haciendo caso omiso de Susila y señaló con un grueso dedo acusador los espantapájaros del campo de abajo.

— ¿Ha visto eso, Mr Farnaby?

Por cierto que lo había visto.

— ¿Y dónde, si no en Pala — preguntó —, puede uno encontrar espantapájaros que sean a la vez bellos, eficientes y metafísicamente significativos?

— Y que — dijo la rani en una voz vibrante con una especie de sepulcral indignación — no sólo ahuyentan a los pájaros del arroz, sino que además alejan a los niños de la idea de Dios y Sus Avatares. — Levantó la mano. — ¡Escuche!

Tom Krishna y Mary Sarojini estaban ahora acompañados por cinco o seis compañeritos y jugaban a tirar de las cuerdas que hacían funcionar a las marionetas sobrenaturales. Del grupo llegaba un sonido de vocecitas chillonas que parloteaban al unísono. A la segunda repetición, Will distinguió las palabras de la cancioncilla.

Tironea una y otra vez, con energía y vigor; los dioses bailan, pero los cielos permanecen inmóviles.