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— De mi madre. — Y agregó —: Es urgente.
— ¡Qué bien huele!. — comentó Mary Sarojini, husmeando la rica aureola de sándalo que rodeaba la misiva de la rani.
Will desplegó las tres hojas de papel de carta color azul cielo, con los cinco lotos dorados grabados bajo una corona principesca. ¡Cuántos subrayados, qué profusión de mayúsculas! Empezó a leer.
Ma Petite Voix, cher Farnaby, avait raison. ¡COMO DE COSTUMBRE! Se me DIJO una y otra vez lo que Nuestro Mutuo Amigo estaba predestinado a hacer por la pobre y pequeña Pala y (mediante el apoyo financiero que Pala le permitirá entregar a la Cruzada del Espíritu) por TODO EL MUNDO. De modo que cuando leí el cable (que llegó hace unos minutos, por intermedio del fiel Bahu y de su colega diplomático en Londres), NO me resultó sorprendente enterarme de que lord A le ha concedido Plenos Poderes (y, ni hace falta decirlo, LOS MEDIOS NECESARIOS) para negociar con su nombre… en nuestro nombre; ¡porque la conveniencia de él es también la de usted, la mía y (tomo a nuestra diferente manera somos todos Cruzados) la del ESPÍRITU!
Pero la llegada del cable de lord A no es la única noticia que tengo que trasmitirle. Los acontecimientos (como me enteré esta tarde por Bahu) se precipitan hacia el Gran Punto de Viraje de la Historia Palanesa… y se precipitan con más velocidad de lo que antes había considerado posible. Por motivos que en parte son políticos (la necesidad de compensar una reciente declinación en la popularidad del coronel D), en parte Económicos (las cargas de la Defensa son demasiado onerosas para ser soportadas por Rendang solo) y en parte Astrológicos (estos días, dicen los Expertos, son singularmente favorables para una empresa conjunta por los de Aries — yo y Murugan — y ese típico Scorpio, el coronel D), se ha decidido precipitar una Acción primitivamente planeada para la noche del eclipse lunar del próximo mes de noviembre. Siendo así, es esencial que los tres nos reunamos sin demora para decidir qué debe Hacerse, en estas Circunstancias nuevas y rápidamente cambiantes, para promover nuestros intereses especiales, materiales y Espirituales. El presunto «Accidente» que lo trajo a nuestras playas en este Momento Crítico fue como lo reconocerá usted, Manifiestamente Providencial. Debemos, pues, colaborar, como abnegados Cruzados, con el divino PODER que en forma tan inequívoca ha abrazado nuestra Causa. ¡DE MODO QUE VENGA EN EL ACTO! Murugan tiene el auto y lo traerá a nuestra modesta choza, donde, se lo aseguro, mi querido Farnaby, recibirá una muy cálida acogida de la bien sincerement vótre, Fátima R.
Will plegó las tres aromadas hojas de garabateado papel azul y las volvió a introducir en el sobre. Tenía el rostro inexpresivo, pero detrás de su máscara de indiferencia se sentía violentamente furioso. Furioso con ese insolente jovencito que tenía ante sí, tan encantador con su pijama de seda blanca, tan odioso en su estupidez de hijo mimado. Furioso, cuando percibió otra bocanada de la fragancia de la carta, con ese grotesco monstruo femenino que había comenzado por arruinar a su hijo en nombre del amor materno y la castidad, y que ahora lo impulsaba, en nombre de Dios y de una cantidad de Maestros Elevados, a convertirse en un cruzado espiritual tirador de bombas, bajo la petrolífera bandera de Joe Aldehyde. Furioso, por sobre todo, consigo mismo por haberse enredado tan desenfrenadamente, con esa ridícula y siniestra pareja, en sólo. el cielo sabía qué tipo de vil conspiración contra todas las decencias humanas en que su negativa a tomar un sí por respuesta jamás le había impedido creer en secreto y ansiar (¡ah, cuan apasionadamente!).
— Bueno, ¿vamos? — preguntó Murugan con tono de ligera confianza. Era evidente que daba por supuesto que, cuando Fátima R. emitía una orden, la obediencia tenía que ser necesariamente completa y sin vacilaciones.
Como sentía la necesidad de concederse un poco de tiempo para calmarse, Will no contestó en seguida. Por el contrario, se apartó para contemplar los títeres ahora distantes. Yocasta, Edipo y Creonte se encontraban sentados en los escalones del palacio, presumiblemente aguardando la llegada de Tiresias. Arriba, basso profondo dormitaba un rato. Un grupo de enlutados dolientes cruzaba la escena. Cerca de las candilejas el joven de Pala había comenzado a declamar en verso libre.
Hubo un sonido de cuerdas pellizcadas, y luego las prolongadas notas de una flauta.
— ¿Vamos? — repitió Murugan.
Pero Will levantó la mano pidiendo silencio. La muchacha se había adelantado al centro del escenario y cantaba.
Perdida la paciencia, Murugan tomó a Will del brazo y le propinó un pellizco brutal.
— ¿Viene? — gritó.
Will se volvió hacia él, airado.
— ¿Qué diablos piensas que estás haciendo, pedazo de tonto? — movió el brazo con fuerza, para librarlo de la mano del joven.
Intimidado, Murugan cambió de tono.
— Sólo quería saber si está dispuesto a ir a ver a mi madre.
— No estoy dispuesto — respondió Will —, porque no voy.
— ¿No va? — exclamó Murugan en tono de incrédulo asombro —. Pero ella lo espera, ella…
— Díle a tu madre que lo siento mucho, pero que tengo un compromiso previo. Con alguien que está muriéndose — agregó Will.
— Pero esto es muy importante…
— También lo es la muerte.
Murugan bajó la voz.
— Está sucediendo algo — musitó.
— No te oigo — gritó Will por entre los confusos ruidos de la multitud.
Murugan miró en torno con aprensión y luego se arriesgó a un susurro un poco más alto.
— Está sucediendo algo, algo tremendo.
— Algo más tremendo aun está ocurriendo en el hospital.
— Acabamos de enterarnos… — comenzó a decir Murugan. Volvió a mirar en torno y meneó la cabeza —. No, no puedo decírselo… aquí. Por eso tiene que venir al bungalow. Ahora. No hay tiempo que perder.
Will miró su reloj.
— No hay tiempo que perder — repitió y, volviéndose hacia Mary Sarojini, dijo —: Tenemos que irnos. ¿Por dónde?
— ¡Espere — imploró Murugan —, espere! — Luego, cuando Will y Mary Sarojini siguieron caminando, los siguió por entre el gentío. — ¿Qué le diré a ella? — gimió a espaldas de la pareja.
El terror del joven era cómicamente abyecto. En el espíritu de Will, la cólera cedió lugar a la diversión. Lanzó una carcajada. Luego, deteniéndose, preguntó:
— ¿Qué le dirías tú, Mary Sarojini?
— Le diría exactamente lo que sucedió — respondió la niña —. Quiero decir, si fuese mi madre. Pero por otra parte — añadió, pensándolo mejor —, mi madre no es la rani, — Miró a Murugan. — ¿Pertenece usted a un CAM? — preguntó.
Por supuesto que no pertenecía. Para la rani la idea de un Club de Adopción Mutua era una blasfemia. Sólo Dios podía crear una Madre. La Cruzada Espiritual quería estar a solas con la víctima que Dios le había dado.
— No está en un CAM. — Mary Sarojini meneó la cabeza. — ¡Eso es espantoso! Habría podido ir a quedarse unos días con una de sus otras madres.
Todavía aterrorizado por la perspectiva de tener que contarle a su única madre el fracaso de su misión, Murugan comenzó a machacar, casi con histeria, en una nueva variante del viejo tema.
— No sé qué dirá — repetía —. No sé qué dirá.
— Hay una sola forma de averiguar qué dirá — le informó Will —. Vaya a su casa y escuche.
— Venga conmigo — rogó Murugan —. Por favor. — Aferró a Will del brazo.
— Le dije que no me tocara. — ¡La mano fue rápidamente retirada! Will volvió a sonreír. — ¡Así está mejor! — Levantó el bastón en un ademán de despedida. — Bonne nuil, Altesse. — Y dijo a Mary Sarojini, de muy buen humor —: Abre la marcha, MacPhail.
— ¿Fingió? — preguntó Mary Sarojini —. ¿O estaba enojado de veras?
— Muy de veras — le aseguró él. Luego recordó lo que había visto en el gimnasio de la escuela. Canturreó las primeras notas de Rakshasi y golpeó el pavimento con su bastón ferrado.
— ¿Habría debido pisotearlo?
— Quizás hubiese sido mejor.
— ¿Te parece?
— Lo odiará en cuanto haya dejado de tenerle miedo.
Will se encogió de hombros. Nada podía importarle menos. Pero a medida que se alejaba el pasado y se acercaba el futuro, a medida que abandonaban las lámparas de arco del mercado y trepaban por la empinada y obscura calleja que llevaba al hospital, su talante comenzó a cambiar. Abre la marcha, MacPhail… ¿pero hacia qué, y para alejarnos de qué? Hacia otra manifestación del Horror Esencial, y alejándonos de toda esperanza de ese bendito año de libertad que Joe Aldehyde había prometido y que sería tan fácil y (como Pala estaba de cualquier manera condenada) no tan inmoral ni traicionero ganarse. Y no sólo alejarse de la esperanza de liberación, sino también, muy posiblemente, si la rani se quejaba a Joe y si éste se sentía lo bastante indignado, de cualquier otra perspectiva de esclavitud bien pagada como testigo profesional de ejecuciones. ¿Debía retroceder, tratar de encontrar a Murugan, ofrecer disculpas, hacer lo que aquella espantosa mujer le ordenase? Cien metros más allá, camino adelante, podía ver las luces del hospital brillando entre los árboles.