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— ¿Sugestiones directas?
— No, indirectas. Siempre son mejores. Logré que tuviera conciencia de la imagen de su cuerpo. Y entonces hice que lo imaginara mucho más grande que en la realidad cotidiana… y su rodilla mucho más pequeña. Una cosita desdichada, en rebelión contra una cosa gigantesca y espléndida. No cabe duda alguna en cuanto a cuál de las dos vencerá. — Miró el reloj de pared. Caramba, tengo que darme prisa. De lo contrario llegaré tarde para mi clase en la escuela.
El sol comenzaba a salir cuando el doctor Robert entró en la habitación de su esposa en el hospital. Un resplandor anaranjado, y contra él la silueta dentada de las montañas. Y enseguida, de pronto, la enceguecedora hoz incandescente entre dos picos. La hoz se convirtió en un semicírculo y las primeras sombras largas, las primeras lanzas de luz dorada cruzaron el jardín, al otro lado de la ventana. Y cuando miraba hacia las montañas veía toda la insoportable gloria del sol naciente.
El doctor Robert se sentó junto a la cama, tomó la mano de su esposa y la besó. Ella le sonrió y se volvió otra vez hacia la ventana.
— ¡Cuan rápidamente gira la tierra! — susurró, y luego, al cabo de un silencio —: Una de estas mañanas veré mi última aurora.
A través del confuso coro de gritos de pájaros y ruidos de insectos, un mynah canturreaba: «Karuna, Karuna…»
— Karuna — repitió Lakshmi —. Compasión…
— Karuna. Karuna — insistió desde el jardín la voz de oboe de Buda.
— Ya no la necesitaré mucho tiempo más — prosiguió Lakshmi —. ¿Pero y tú? Mi pobre Robert, ¿y tú?
— De una manera o de otra, uno encuentra la fortaleza necesaria — respondió él.
— ¿Pero será la fortaleza adecuada? ¿O será la fuerza de la coraza, la fuerza del encierro en sí mismo, la fuerza de absorberte en tu trabajo y en tus ideas, y de no preocuparte de nada más? ¿Recuerdas cómo solía ir a tironearte del cabello y obligarte a prestar atención? ¿Quién lo hará cuando yo me vaya?
Entró una enfermera con un vaso de agua azucarada. El doctor Robert deslizó una mano bajo los hombros de su esposa y la ayudó a incorporarse. La enfermera le llevó el vaso a los labios. Lakshmi bebió un poco de agua, tragó con dificultad, y luego bebió una y otra vez más. Apartándose del vaso, miró al doctor Robert. El rostro demacrado estaba iluminado por una chispa extrañamente incongruente de picardía.
— Yo, la Trinidad ilustrada — citó la voz débil y ronca —. Sorbo aguada pulpa de naranja; en tres sorbos, el ario frustrado… — Se interrumpió. — Qué cosa tan ridícula para recordar. Pero yo siempre fui bastante ridícula, ¿no es así? El doctor Robert hizo lo posible para sonreírle. — Bastante ridícula — convino.
— Tú decías que era como una pulga. En un instante dado estaba aquí, y de pronto, de un salto, en cualquier otra parte, a kilómetros de distancia. ¡No es extraño que jamás pudieses educarme!
— Pero tú me educaste a mí — le aseguró él —. Si no hubiese sido porque ibas a tironearme del cabello y me hacías contemplar el mundo y me ayudabas a entenderlo, ¿qué sería hoy? Un pedante con antiparras… a pesar de toda mi cultura. Pero por suerte tuve la sensatez de pedirte que te casaras conmigo, y por fortuna cometiste la locura de aceptarme y la inteligencia de convertirme en algo aceptable. Después de treinta y siete años de educación adulta, soy casi un ser humano.
— Pero yo sigo siendo una pulga. — Lakshmi meneó la cabeza. — Y sin embargo lo intenté. Me esforcé. No sé si te diste cuenta de ello, Robert; siempre estaba en puntas de pies, siempre me esforzaba por llegar a la altura en que te encontrabas con tu trabajo, tu pensamiento y tus lecturas. En puntas de pies, tratando de llegar, de alcanzarte ahí arriba. ¡Cielos, cuan fatigoso fue eso! ¡Qué interminable serie de esfuerzos! Y todos ellos completamente inútiles. Porque yo no era más que una pulga tonta que saltaba de un lado a otro entre la gente, las flores, los gatos y los perros. Tu tipo de mundo intelectual era un lugar al cual yo jamás podía ascender, y menos aun encontrar una puerta de entrada. Cuando sucedió esto — se llevó la mano al pecho ausente —, ya no tuve que seguir intentando. No más escuela, no más deberes. Tenía una excusa permanente.
Hubo un largo silencio.
— ¿Qué hay de beber otro sorbo? — preguntó al cabo la enfermera.
— Sí, tendrías que beber un poco más — convino el doctor Robert.
— ¿Y arruinar la Trinidad? — Lakshmi le lanzó otra de sus sonrisas. A través de la máscara de la edad y la enfermedad mortal, el doctor Robert vio de pronto a la muchacha riente de la cual, media vida antes, y sin embargo apenas ayer, se había enamorado.
Una hora después el doctor Robert se encontraba en su cabaña.
— Esta mañana se quedará solo — anunció después de cambiar el vendaje de la rodilla de Will Farnaby —. Yo tengo que ir a Shivapuram, para una reunión del Consejo Privado. Una de nuestras estudiantes-enfermeras vendrá a eso de las doce para darle su inyección y traerle algo de comer. Y por la tarde, en cuanto haya terminado su trabajo en la escuela, Susila volverá a pasar por aquí. Y ahora tengo que irme. — El doctor Robert se puso de pie y posó por un instante la mano en el brazo de Will. — Hasta esta noche. — A mitad de camino hacia la puerta se detuvo y se volvió. — Casi me olvido de darle esto. — De uno de los bolsillos laterales de su abultada chaqueta extrajo un librito verde. — Es las Notas sobre qué es qué y acerca de lo que sería razonable hacer respecto de qué es qué, del Viejo Raja.
— ¡Qué título admirable! — exclamó Will mientras tomaba el libro que le tendía el doctor.
— Y también le agradará el contenido — le aseguró el doctor Robert —. Unas pocas páginas, nada más. Pero si quiere saber qué es Pala, esa es la mejor introducción.
— De paso — preguntó Will —, ¿quién es el Viejo Raja?
— Quién era. El Viejo Raja murió en el treinta y ocho…. después de un reinado tres años más largo que el de la reina Victoria. Su hijo mayor murió antes que él, y lo sucedió su nieto, que era un burro… pero corrigió el defecto muriéndose pronto. El actual raja es su bisnieto.
— Y si puedo hacerle una pregunta personal, ¿cómo puede entrar en ese cuadro alguien que se llama MacPhail?
— El primer MacPhail de Pala entró en ese cuadro bajo el abuelo del Viejo Raja… Lo llamamos el raja de la Reforma. Entre los dos, él y mi bisabuelo, inventaron la moderna Pala. El Viejo Raja consolidó la labor de ambos y la llevó más lejos. Y hoy nosotros hacemos lo posible por seguir sus huellas.
Will levantó las Notas sobre qué es qué.
— ¿Esto da la historia de las reformas?
El doctor Robert meneó la cabeza.
— No hace más que formular los principios subyacentes, Lea eso primero. Cuando vuelva de Shivapuram, esta noche, le haré conocer un poco de historia. Tendrá una mejor comprensión de lo que en realidad se hizo, si empieza por conocer qué había que hacer… lo que siempre y en todas partes tiene que hacer cualquiera que posea una idea clara sobre qué es qué. De modo que léalo, léalo. Y no se olvide de su jugo de frutas a las once.
Will lo miró irse, y luego abrió el librito verde y empezó a leer.
1
Nadie necesita ir a ninguna otra parte. Todos estamos ya allí, lo sepamos o no.
Si supiese quién soy en realidad, dejaría de comportarme como lo que creo que soy; y si dejase de comportarme como lo que creo que soy, sabría quién soy.
Lo que en realidad soy, si el maniqueo que creo ser me permitiese saberlo, es la reconciliación del si y el no, vivida en total aceptación y la bienaventurada experiencia del No-Dos. En religión todas las palabras son palabras sucias. A todo el que se muestra elocuente sobre Buda, o Dios, o Cristo, habría que lavarle la boca con jabón de fenol.
Como su aspiración de perpetuar sólo el «sí» de cada par de contrarios no puede realizarse jamás, dada la naturaleza de las cosas, el maniqueo aislado que soy se condena a una frustración eternamente repetida, a conflictos eternamente repetidos con otros maniqueos frustrados y henchidos de aspiraciones.
Conflictos y frustraciones: el tema de toda la historia y de casi todas las biografías. «Te muestro la pena», dijo Buda, realista. Pero también mostró el final de la pena: el conocimiento de sí mismo, la aceptación total, la bendita experiencia del No-Dos.
2
El saber quiénes somos en realidad produce el Bienestar, el Bienestar produce el tipo más adecuado de bien hacer. Pero el bien hacer no produce el Bienestar por sí mismo. Podemos ser virtuosos sin saber quiénes somos en realidad. Los seres que son simplemente buenos no son Buenos Seres; son nada más que columnas de la sociedad.
La mayoría de las columnas son sus propios Sansones. Sostienen, pero tarde o temprano también derriban. Jamás existió una sociedad en la cual la mayor parte del bien hacer fuese un producto del Bienestar, y por lo tanto constantemente adecuado. Esto no significa que nunca pueda existir una sociedad así, o que los de Pala seamos tontos por tratar de crearla.
3
Los yogui y los estoicos, dos egos virtuosos que logran sus considerabilísimos resultados fingiendo sistemáticamente no ser lo que son. Pero fingiendo ser lo que no somos, aunque el ser de la ficción sea supremamente bueno y sabio, no podemos pasar del maniqueisrno aislado al Bienestar.
El Bienestar es saber quiénes somos en realidad, y para saber quiénes somos en realidad debemos saber primero, momento a momento, quiénes creemos ser y qué nos impulsa a sentir y hacer esa mala costumbre de pensamiento. Un momento de claro y total conocimiento de lo que creemos ser pero en realidad no somos, pone fin, por el momento, a la charada maniquea. Si renovamos, hasta que se convierten en una continuidad, esos momentos del conocimiento de lo que no somos, podemos sorprendernos de pronto sabiendo quiénes somos en realidad.
La concentración, el pensamiento abstracto, los ejercicios espirituales: exclusiones sistemáticas del reino del pensamiento. El ascetismo y el hedonismo: exclusión sistemática del reino de las sensaciones, los sentimientos y la acción, Pero el Bienestar es el conocimiento de quién es uno en realidad, en relación con todas las experiencias; tened conciencia, entonces, tened conciencia en todo contexto, en todo momento, de todas las cosas, honrosas o deshonrosas, agradables o desagradables, que podáis estar haciendo o sufriendo. Ese es el único yoga auténtico, el único ejercicio espiritual digno de ser practicado. Cuanto más conoce un hombre sobre los objetos individuales, más sabe sobre Dios. Traduciendo el lenguaje de Spinoza al nuestro, podemos decir: Cuanto más sabe un hombre acerca de sí mismo en relación con todo tipo de experiencia, mayor es su posibilidad de saber de repente, un buen día, quién es él en realidad, o más bien Quién (Q mayúscula) Es (E mayúscula) «él» (entre comillas) en Realidad (R mayúscula).
San Juan tenía razón. En un universo benditamente carente de habla, el Verbo no sólo estaba con Dios; era Dios. Como algo en lo cual había que creer. Dios es un símbolo proyectado, un hombre deificado. Dios = «Dios».
La fe es algo muy distinto de la creencia. La creencia es la adopción sistemática y demasiado en serio de palabras no analizadas. Las palabras de San Pablo, las de Mahoma, las de Marx, las de Hitler… la gente las toma demasiado en serio, ¿y qué sucede entonces? Lo que sucede es la insensata ambivalencia de la historia: sadismo contra obligación, o (cosa incomparablemente peor) sadismo como obligación, devoción contrarrestada por la paranoia organizada, hermanas de caridad que cuidan abnegadamente a las víctimas de los inquisidores de sus propias iglesias y cruzados. La fe, por el contrario, jamás puede ser tomada demasiado en serio. Porque la fe es la confianza empíricamente justificada en nuestra capacidad de saber quiénes somos en realidad, de olvidar al maniqueo intoxicado por la creencia, de olvidarlo en el Bienestar. Danos hoy nuestra fe de todos los días, mas líbranos, Dios, de la creencia.
Se oyó un golpe en la puerta. Will levantó la vista de su libro.