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Emitió una serie de extraños sonidos que debían ser palabras, pero no tenía ni idea de lo que significaban. Deseé que el traductor estuviera allí en vez de en el jeep.
Intentó alzarse con ayuda de los músculos de sus hombros y espalda, sin siquiera intentar usar sus manos. Tosió, un sonido duro y raspante, como si quisiera aclarar su garganta, y pronunció algo que no pude descifrar.
—Traeré una máquina que hará que le resulte más fácil hablar —dije—. Un traductor. Está fuera, en mi jeep. Iré a buscarlo.
—No —dijo claramente, y luego la misma cadena de sonidos ininteligibles.
—No puedo comprenderla —murmuré, y ella tensó repentinamente un brazo y aferró mi camisa. Retrocedí tan rápido que golpeé contra el bulbo de luz y lo envié oscilando hacia atrás. La pequeña bey surgió de la pared para mirar.
—Tesoro —dijo Evelyn, y emitió un largo y tembloroso suspiro—. Sandalman. Ven…eno.
—¿Veneno? —dije. La luz oscilaba alocadamente sobre ella. Miré la parte delantera de mi camisa. Estaba rasgada allá donde ella la había aferrado, cortada limpiamente en largas tiras por aquellas afiladas protuberancias de sus manos—. ¿Quién la ha envenenado? ¿El sandalman?
—Ayuda —dijo.
—¿Estaba envenenado el tesoro, Evelyn?
Intentó agitar la cabeza.
—Lleve… mensaje.
—¿Mensaje? ¿A quién?
—San…man —dijo, y sus músculos cedieron y se derrumbó contra la hamaca, tosiendo e inspirando afanosa y jadeante entre las toses.
Retrocedí para que el aliento de sus toses no pudiera alcanzarme.
—¿Por qué? ¿Está intentando advertir al sandalman de que alguien la ha envenenado? ¿Por qué quiere que lleve un mensaje al sandalman?
Había dejado de toser. Me miró directamente, tendida allá.
—Ayuda —dijo.
—Si llevo su mensaje al sandalman, ¿me dirá lo que ha ocurrido? —pregunté—. ¿Me dirá quién la ha envenenado?
Intentó asentir y se puso a toser de nuevo. La pequeña bey avanzó con una botella de Coca, metió una paja en ella y la inclinó hacia delante para que Evelyn pudiera beber. Parte del agua se derramó resbalando por su barbilla y parte entró en su boca, y la bey la secó con la punta de su vestido de aspecto sucio. Evelyn intentó alzarse de nuevo y la bey la ayudó, poniendo su brazo en torno a los hombros de Evelyn, cubiertos de protuberancias. Éstas eran ahí tan gruesas como las de su rostro, y no parecieron ocasionar ningún corte a la bey. Si acaso, más bien se aplastaron un poco bajo el peso del brazo de la bey. Metió la paja en la boca de Evelyn. Ésta se atragantó y empezó a toser de nuevo. La bey aguardó y luego lo intentó de nuevo, y esta vez Evelyn consiguió beber. Volvió a reclinarse en la hamaca.
—Sí —dijo, más claramente de lo que hasta entonces había dicho nada—. Lámpara.
Creí haber entendido mal.
—¿Cuál es el mensaje, Evelyn? —pregunté—. ¿Qué es lo que desea que le diga?
—Lámpara —dijo de nuevo, ›e intentó hacer un gesto con la mano. Me volví y miré. Había una lámpara de fotosene en una caja de carga de plástico volcada. A su lado había dos kits de inyecciones desechables, del tipo que uno encuentra en cualquier botiquín portátil de primeros auxilios, y un paquete de plástico. La bey me lo tendió. Lo tomé con reluctancia, esperando que Evelyn no hubiera tocado el paquete, que hubiera sido la bey quien hubiera puesto dentro el mensaje. Luego miré de nuevo sus manos y mi desgarrada camisa, y supe que la bey no sólo había puesto el mensaje en el envoltorio de plástico, sino que probablemente también había tenido que escribirlo. Esperé que fuese legible.
Me lo metí en el bolsillo con solapa que utilizaba para guardar las cargas de mi transmisor, e intenté luchar contra la sensación de que tenía que lavarme las manos. Regresé junto a la hamaca.
—¿Dónde está el sandalman? ¿Está aquí, en el domo?
Intentó sacudir de nuevo la cabeza. Yo estaba empezando a comprender sus emociones, pero deseé de nuevo disponer del traductor a fin de estar seguro de lo que estaba diciendo.
—No —respondió, y tosió—. No aquí. En el recinto. Poblado.
—¿Está en el recinto? ¿Está segura? No estaba allí esta tarde. No vi a nadie excepto a una de sus beys.
Suspiró, un terrible sonido como el de una vela apagándose al viento.
—Recinto. Aprisa.
—De acuerdo —dije—. Intentaré volver antes de que se haga de noche.
—Aprisa —dijo, y empezó a toser de nuevo.
Salí por el mismo sitio por donde había entrado. Mientras me dirigía hacia allá le pregunté a la bey si el sandalman había vuelto realmente al recinto.
—Al norte —dijo—. Soldados. —Lo cual podía significar cualquier cosa.
Ha ido al norte —dije—. ¿No está en el recinto?
—Recinto —dijo—. Tesoro.
Lo dejé correr. Miré en torno a la gran cúpula de plástico dentro de la que me hallaba, preguntándome si no debería intentar encontrar a Howard o a Lacau o a alguien antes de regresar al recinto en busca del sandalman. Apenas había luz. Si aguardaba mucho se haría definitivamente oscuro, y no podía correr el riesgo de ser descubierto allí por un indignado Lacau, con el mensaje ardiendo en mi bolsillo. Al menos si volvía al jeep podría leer el mensaje, y eso tal vez me diera algún indicio de qué infiernos estaba ocurriendo allí. Pensé que había bastantes posibilidades de que el sandalman estuviera realmente en el recinto. Si había ido al norte no hubiera dejado atrás a su bey.
Crucé la raja que había abierto para entrar y corrí por la zona descubierta hasta la seguridad de la cornisa. Una vez allí, saqué mi varilla luminosa y la mantuve enfocada a mis pies para no caer en ningún agujero. Me detuve a media ascensión a la sombra de una larga y oscura grieta, para recuperar el aliento y leer el mensaje. No habría suficiente luz si aguardaba hasta llegar al jeep. Ya era lo bastante oscuro e iba a tener que usar la varilla luminosa. Extraje el envoltorio del bolsillo de mi camisa y empecé a abrirlo.
—¡Volved! —gritó una voz directamente debajo de mí. Me aplasté contra la grieta como la bey de Evelyn. Bajé rápidamente la varilla luminosa y la clavé en el suelo.
—¡Volved! ¡No tenéis que tocarlo! ¡Yo lo haré! —Alcé un poco la cabeza y miré. Se trataba de un fenómeno acústico producido por la cara del resalte de lava. Lacau no estaba cerca. Él, junto con dos recias figuras con atuendos blancos que tenían que ser suhun-dulims, estaban» al otro lado de la tienda, tan lejos que apenas podía divisarles en la menguante luz, aunque la voz de Lacau llegaba hasta mí tan claramente como si lo tuviera debajo.
—Yo me encargaré de enterrarlo, por el amor de Dios. Todo lo que tenéis que hacer es cavar la tumba. —Lacau se volvió e hizo un gesto hacia la tienda, y su voz se cortó. ¿Qué tumba? Miré hacia donde gesticulaba y pude divisar una forma grisazulada sobre la arena. Un cuerpo envuelto en plástico.
—El sandalman os envió aquí para custodiar el tesoro, y eso incluye hacer lo que yo os diga —señaló Lacau—. Cuando él vuelva, yo…
No pude oír el resto, pero, fuera lo que fuese, lo que dijo a continuación no les convenció. Siguieron alejándose de él, y al cabo de un minuto se dieron la vuelta y echaron a correr. Me alegré de que fuera casi oscuro y así no pudiera verles. Los suhun-dulims siempre me han producido escalofríos. Franjas de músculos herniados se acumulan bajo sus pieles, especialmente en sus rostros y en sus manos y en sus pies. Cuando Bradstreet transmite historias sobre ellos, los describe con el aspecto de masas de verdugones o amasijos de cuerdas, pero Bradstreet está loco. Parecen más bien serpientes. El sandalman no es tan malo…, sólo las tiene en los pies, que Bradstreet dijo que parecían sandalias cuando envió la historia que le dio al sandalman su nombre, pero casi ninguna en su rostro.
El sandalman. Tiene que hallarse en el recinto, por lo que ha dicho Lacau: «Cuando él vuelva.» Ninguno de ellos miraba en mi dirección, así que seguí subiendo tan silenciosamente como pude por si el eco funcionaba en ambas direcciones.
Aún había suficiente luz al este para conducir. Pensé en detenerme a mitad del camino, conectar los faros y leer el mensaje de Evelyn a su haz, pero no deseaba que Lacau viera mis luces e imaginara dónde había estado. Podía leer el mensaje junto a una de las luces del poblado antes de entregárselo al sandalman.
No encendí los faros hasta que no pude ver mi mano frente a mi rostro, y cuando lo hice vi que prácticamente estaba a punto de estrellarme contra la pared del poblado. No había ninguna luz a lo largo de la pared. Dejé encendidos los faros del jeep, deseando poder conducir el jeep hasta el interior del poblado.
Tan pronto como estuve al otro lado de la pared pude ver la linterna que había colgado la bey. Era la única luz en todo el lugar, y en el ambiente seguía flotando aquella quietud de masacre. Quizá supieran lo que yacía en aquella hamaca en el domo de plástico y hubieran huido como los guardias suhundulims.
Me dirigí hacia la puerta del sandalman y alcé la vista a la linterna. Estaba justo fuera de mi alcance, o de otro modo la hubiera alzado de su gancho y la hubiera llevado hasta el refugio de un callejón, donde poder leer el mensaje sin que nadie me viera. Incluido el sandalman. No creía que le gustase el que alguien abriera su correo. Me apoyé contra la pared y saqué el envoltorio del bolsillo.
—No hay nadie dentro —dijo la bey. Todavía tenía mi tarjeta de prensa en la mano. Se veía como mordisqueada en los bordes. Debía haber permanecido sentada en los escalones desde aquella tarde, intentando arrancar las letras del holo.