124254.fb2 La maldici?n de los reyes - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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Le sonreí.

—Me recuerdas, ¿no? Te di un espejito. —No me devolvió la sonrisa—. ¿Están aquí las otras beys?

Depositó la bandeja sobre una caja de cartón y me fue pasando el pan, a trozos.

—¿Qué otras beys están contigo? —insistí.

No podía pasarme la botella de Coca a través de la tela metálica sin derramarla toda. Al cabo de uno o dos minutos de intentarlo dije:

—Mira, permíteme que coopere —y me incliné hacia delante y sorbí por la paja mientras ella sostenía la botella.

Cuando me enderecé, dijo:

—Sólo yo. No más beys. Sólo yo.

—Mira —dije—, quiero que le lleves un mensaje a Lacau.

No respondió, pero al menos no retrocedió. Tomé la pluma con sus hololetras y la mantuve cerca de mi cuerpo. No iba a cometer el mismo error que la otra noche.

—Te daré esta pluma si llevas un mensaje a Lacau.

Retrocedió y se apretó contra el refrigerador, con sus grandes ojos clavados en la pluma. Escribí con ella el nombre de Lacau y el mensaje, y me la volví a guardar en el bolsillo, y sus ojos no se apartaron de ella, fascinados.

—Te di el espejito —indiqué—. Ahora te doy esto. —Saltó hacia delante para tomar el mensaje que le tendía, y terminé mi desayuno y eché una cabezada, y me pregunté qué le habría ocurrido al mensaje que le había dado a la bey del sandalman.

Cuando desperté de nuevo había bastante luz, y pude ver un montón de cosas en las que no había reparado la otra noche. Mi equipo de transmisión estaba todavía allí, al otro lado de los sacos de dormir, pero no podía ver el traductor por ninguna parte. Una de las cajas de embalaje, una pequeña, estaba inmediatamente al otro lado de la jaula. Metí como pude la mano por entre un cuadrado de la tela metálica y conseguí tirar de la caja hasta situarla lo suficientemente cerca como para arrancar la cinta del precinto. Me pregunté quién habría embalado el tesoro. ¿El equipo de Howard? ¿O habían empezado a caer como moscas tan pronto como lo encontraron? La caja parecía un buen trabajo por parte del suhundulim que lo hubiera hecho. Parecía casi el estilo de Lacau, pero, ¿por qué debería haberlo empaquetado él? Su trabajo era solamente impedir que fuera robado.

La cinta del precinto y el relleno esponjoso y las burbujas de plástico, todo muy limpio. Metí la mano tanto como pude por entre la tela metálica hasta que conseguí agarrar un borde de la caja, la incliné un poco hacia delante con mi otra mano, y conseguí agarrar algo de lo que había dentro. Tiré y lo saqué.

Era un jarrón de algún tipo. Lo estaba sujetando por su largo y estrecho cuello. Había en él una especie de tubo plateado que se suponía representaba una flor, un lirio tal vez, abriéndose en la parte de abajo y luego estrechándose hasta la abierta boca. Los lados del tubo estaban grabados con finas líneas. El jarrón en sí estaba hecho de algún tipo de cerámica azul, tan fina como una cáscara de huevo. Lo volví a dejar dentro de la caja junto con el relleno esponjoso. Revolví un poco más entre las burbujas y extraje algo que parecía un cruce entre una de las vasijas de cerámica de Lisii y algo que una bey hubiera estado masticando durante un tiempo antes de escupirlo.

—Eso es el sello de la puerta —dijo Lacau—. Según Borchardt, dice: «Cuidado con la maldición de los reyes y las khepers, que convierte los sueños de los hombres en sangre.» —Tomó la tablilla de cerámica de mis manos.

—¿Recibió mi mensaje? —pregunté, intentando volver a meter las manos encajadas en la tela metálica. Me hice un rasguño en la muñeca. Empezó a sangrar—. Bien —dije—, ¿recibió el mensaje?

Me arrojó un trozo de papel masticado.

—Más o menos —dijo—. Las beys tienden a ser curiosas acerca de cualquier cosa que se les da. ¿Qué había en el mensaje?

—Quiero hacer un trato con usted.

Lacau empezó a poner de nuevo el sello de la puerta en la caja.

—Sé cómo hacer funcionar el traductor —dijo—. Y el equipo de transmisión.

—Nadie sabe que estoy aquí. He estado retransmitiendo mis historias a Lisii, tierra-a-tierra.

—¿Qué tipo de historias? —quiso saber. Se había enderezado, sujetando todavía el sello de la puerta.

—Relleno. La vida salvaje local, antiguas entrevistas, la Comisión. Cosas de interés humano.

—¿La Comisión? —dijo. Había hecho un repentino movimiento de sobresalto, casi como si hubiera dejado caer el sello de la puerta y lo hubiera recogido en el último instante. Me pregunté si se encontraba bien. Su aspecto era terrible.

—Dejé un relé conectado allá en Lisii. Mis transmisiones salieron del planeta desde allí, y Bradstreet cree que sigo en Lisii. Si dejo de transmitir artículos, sabrá que ha ocurrido algo. Tiene un Golondrina. Puede estar aquí mañana mismo.

Lacau comprobó cuidadosamente que el jarrón estuviera bien colocado en la caja y apiló burbujas a su alrededor. Cerró la tapa y volvió a fijar la cinta adhesiva.

—¿Cuál es su trato?

—Empezar a transmitir de nuevo historias que convenzan a Bradstreet que todavía sigo en Lisii.

—¿Y a cambio?

—Usted me dice qué está pasando. Me deja entrevistar al equipo. Me da la noticia.

—¿Puede retenerla hasta pasado mañana?

—¿Qué ocurre mañana?

—¿Puede?

—Sí.

Pensó en ello.

—La nave estará aquí mañana por la mañana —dijo lentamente—. Voy a necesitar ayuda para cargar el tesoro.

—Le ayudaré —dije.

—Nada de entrevistas privadas, nada de acceso privado al equipo de transmisión. Ejerceré censura sobre todo lo que transmita.

—De acuerdo —dije.

—No transmitirá la historia de todo esto hasta que nos hallemos fuera de Colchis.

Hubiera aceptado cualquier cosa. No se trataba simplemente de un poco de perversidad local, algún potentado menor envenenando a unos cuantos extranjeros. Era una historia como ninguna otra que hubiera caído en mis manos, y hubiera aceptado besar los tortuosos pies del sandalman si hubiera sido necesario.

—Es un trato —dije.

Lacau inspiró profundamente.

—Encontramos un tesoro en la Espina —dijo—. Hace tres semanas. La tumba de una princesa. Su valor…, lo ignoro. La mayor parte de los artículos son de plata, y sólo su valor arqueológico está más allá de toda evaluación.

»Hace una semana, dos días después de que hubiéramos terminado de limpiar la tumba y traer hasta aquí todo lo transportable, el equipo cayó afectado por… algo. Un virus de algún tipo. Sólo el equipo. No el representante del sandalman, no los porteadores que bajaron el material desde la Espina. Nadie excepto el equipo. El sandalman afirma que fueron ellos quienes abrieron la tumba sin aguardar a la autorización local.

Se detuvo unos instantes.

—Si lo hicieron, eso significa que cometieron fraude, y todo lo hallado pertenece al sandalman. Conveniente. ¿Dónde estaba el representante del sandalman mientras se suponía que ellos hacían todo eso?